sábado, 11 de diciembre de 2010

EL PODER DE DIOS TRINO.

Un día el Señor dijo que me había cubiertos los ojos con un velo. Cuando lo veo, cuando lo oigo, me da
la visión, pero no completa. ¿Por qué? Porque Ël dijo: "Si te diera la visión completa no serías capaz de quedarte de pie". Pero un día, yo le dije al Señor: "por favor, podrías levantarlo un poquito, sólo por un momento, para sentirte, para concientizarte, para verte más", y Él dijo: "está bien, lo haré, pero sólo unos segundos, dos o tres segundos".Recuerdo donde yo estaba; estaba en mi living, eran las diez de la noche y Él lo hizo, me caí; y comencé a llorar muy fuerte, no sé por qué; no me sentía infeliz, no estaba tampoco alegre; eran lágrimas sin control y yo estaba temblando y no podía levantarme. Fue terrible....El Poder, No fue como cuando uno ve a Jesús; uno pude hablar, pero cuando Ël me sacó el velo para ver el Poder de Dios, podría haber muerto; de repente, en este segundo, no vi a Jesús, vi Poder,,,,Poder, y vi todo el cosmos, todo el universo, como una pizca de polvo; una pequeña cosa así todo el universo, y que Dios, Ël, podría soplar y todo desaparecería; tanto poder que me asustó y después, rápidamente, me puso nuevamente el velo y dijo:"¿Te das cuenta ahora por qué tengo tus ojos con un velo, cubiertos con el velo?, porque no podrías caminar desde tu living hasta la cocina, morirías. Ese es el Poder de Dios.
     No crean entonces, cuando oran, que Dios no puede hacer lo imposible. !Puede ¡, Ël tiene todo el Poder y si no hace lo que ustedes le piden, tal vez sea por muchas razones; quizás porque no es Su Voluntad, tal vez porque hay falta de humildad, tal vez porque no es el tiempo correcto. Entonces, no pregunten por qué, pero insistan.

                                                                                                              Vassula Ryden

jueves, 9 de diciembre de 2010

Valtorta - fragmentos de sus libros





Las tentaciones de Jesús en el desierto
Jesús se encuentra sentado en una piedra dentro de un enorme peñasco que tiene la forma de una gruta. Y el que habla dentro de mi,  me dice que aquella piedra sobre la que está sentado, le sirve de reclinatorio y de almohada cuando descansa envuelto en Su manto por algunas horas a la luz de las estrellas y del aire frío de la noche. De hecho, ahí cerca de ËL, está el saco que vi que tomaba antes de partir de Nazaret. Es todo lo que tiene. Como veo que está vacío comprendo que se han acabado los pocos alimentos que le había dado María. Jesús está muy flaco y pálido. Está sentado con los codos apoyados sobre las rodillas, y los antebrazos que se ven delante y las manos unidas y los dedos entrelazados. De cuando en cuando levanta la vista, mira alrededor, levanta Sus ojos al sol, que ya está en lo alto, casi perpendicular en el cielo azul. De cuando en cuando y sobre todo después de haber mirado alrededor y de haber levantado la vista hacia el sol, los cierra y los apoya en la roca que le sirve de refugio, como si sintiera vértigo.
Veo que aparece el feo rostro de satanás. No se presenta como siempre lo hemos imaginado, con cuernos, cola, etc. etc. Parece un beduino envuelto en su vestido, y su gran manto le da aires de un personaje de teatro. Lleva el turbante en la cabeza, cuyos flancos blancos caen sobre sus espaldas y por la cara. De modo que casi aparece un breve triángulo moreno, formado de los labios delgados y sinuosos, de los ogros negrísimos y sin fondo,  llenos de resplandores magnéticos y de dos pupilas que parecen leer el corazón, pero en los que nada se lee, a no ser que sea una sola palabra: “misterio”. Es todo lo contrario de los ojos de Jesús, tan magnéticos y fascinadores que leen los corazones y en los que uno a la vez puede ver Su Corazón, el amor y la bondad que encierran. Los ojos de Jesús son una caricia en el alma. Los de satanás son como un doble puñal que perfora y que quema.
Se acerca Jesús: “¿estás solo?”. Jesús lo mira pero no responde. “¿cómo has llegado hasta aquí?. ¿Te perdiste?”. Jesús lo mira de cabeza a pies y calla. “Si tuviese agua en la botija, te daría. Pero yo tampoco tengo. Se me murió el caballo y voy a pie al río. Beberé y buscaré a alguien que me de pan. Conozco el camino. Ven conmigo. Te guiaré”.
Jesús no alza ni siquiera los ojos. “¿No me respondes?. ¿No sabes que si te quedas aquí te mueres?. El viento comienza a soplar. Habrá torbellino. ¡Ven!. Jesús aprieta las manos en muda oración. “¡Ah!. ¿Con que eres Tú exactamente?. ¡Tanto que te  buscaba!. Y tanto que te seguía. Desde el momento en que te bautizaste. ¿Llamas al Eterno?. ¡Está lejos!. Ahora estás en la tierra y en medio de los hombres. Entre los hombres yo reino. Sin embargo me mueves a compasión y quiero ayudarte, porque eres y has venido a sacrificarte por nada. Los hombres te odiarán por Tu bondad. No saben de otra cosa más que de oro, comida y sentidos. Sacrificio, dolor y obediencia son palabras más muertas para ellos que esta tierra que nos rodea. Son más secos que este polvo. Tan solo la serpiente puede esconderse aquí, en espera de morder, así como el chacal en espera de destrozar. Vete de aquí, no merecen que sufras por ellos. Los conozco mejor que Tú”.
Satanás se ha sentado enfrente de Jesús y lo escudriña con su horrible mirada, y en su boca se dibuja una sonrisa de serpiente. Jesús sigue callado orando en silencio.
“Desconfías de mi. Haces mal. Yo soy la sabiduría en la tierra. Puedo ser tu maestro para enseñarte a triunfar. Ves: lo importante es triunfar. Después, cuando uno se haya impuesto y el mundo ha sido engañado, entonces se le lleva donde quiera uno. Pero ante todo es necesario ser como place a ellos. Como ellos. Seducirlos haciéndoles creer que los admiramos y que los seguimos en sus pensamientos.
Eres joven y bello, empieza por la mujer. Siempre se debe empezar por ella. Yo me equivoqué al inducir a la mujer a la desobediencia. Debí haberla aconsejado de otro modo. La habría convertido en un instrumento mejor y habría vencido a Dios. Tuve prisa. Pero ¡Tú! yo te enseño, porque existió un día en que te miré con angelical alegría y me ha quedado un resto de aquel amor. Pero escúchame y aprovéchate de mi experiencia. Búscate una compañera. Donde Tú no seas capaz de llegar, lo será ella. Eres el nuevo Adán, debes tener tu Eva.
Y por otra parte ¿cómo puedes comprender y curar las enfermedades de los sentidos, si no sabes que cosas son?. ¿No sabes que ahí se esconde el meollo de donde nace la planta de la avidez y de la arrogancia?. ¿Porqué quiere reinar el hombre?. ¿Porqué quiere ser rico y poderoso?. Para poseer a la mujer. Esta es como la alondra. Tiene necesidad del guiño para que se le atrape. El oro y el poder son las dos caras del espejo que atraen a la mujer y la causa del mal en el mundo. ¡Mira!. Detrás de mil delitos de todas las clases, hay por lo menos novecientos que tienen su raíz en el hambre de poseer a la mujer, o en la voluntad de una mujer que arde de deseo por el hombre que todavía no satisface o no lo satisfará jamás. Ve a la mujer si quieres saber que cosa es la vida. Y sólo después sabrás cuidar y aliviar las enfermedades de la humanidad. Es hermosa, sabes: ¡la mujer!. No hay cosa más bella en el mundo. El hombre posee el pensamiento y la fuerza. Pero ¡la mujer! su pensamiento es un perfume, su contacto es una caricia de flores, su belleza es como un vino que desciende, su debilidad es como una cuerda de seda o un cordón en manos del hombre, sus caricias son fuerza que se derrama sobre las nuestras y las encienden. El dolor, la fatiga, el desdén desaparecen cuando se está cerca de una mujer, y es como un manojo de flores en nuestros brazos. Pero ¡que tonto soy!. Tu tienes hambre y yo hablo de mujeres. Tu vigor esta agotado por eso, esta fragancia de la tierra, estas flores de lo creado, este fruto que produce y suscita amor, te parecen cosas  sin ningún valor. Pero mira estas piedras. ¡Que redondas!. ¡Que  bien labradas!. Doradas por el sol que desciende. ¿No te parecen panes?. Tú, Hijo de Dios, no tienes más que decir: “quiero”, para que ellas se conviertan en un pan oloroso como el que ahora las panaderas sacan del horno para las cenas de sus familias...estos espinos tan áridos, si Tú quieres ¿no pueden cubrirse de frutas, de dátiles o de miel?. Sáciate, ¡oh Hijo de Dios!. Tu eres el dueño de la tierra. Ella se inclina para ponerse a Tus pies y para calmar Tu hambre.
¿Lo ves que palideces y sientes mareo tan sólo de hablar de pan?. ¡Pobre Jesús!. ¿Eres tan débil de no poder ni siquiera ordenar que se haga un milagro?. ¿Quieres que lo haga yo por Ti?. No me puedo medir contigo, pero puedo hacer algo. Me privaré por un año de mi fuerza, la juntaré toda, pero te quiero servir porque eres bueno y yo siempre me acuerdo que eres mi Dios, aunque por ahora me he hecho indigno de llamarte como tal. Ayúdame con Tu plegaria para que pueda…”.
“¡Calla!. No sólo de pan vive el hombre, sino de cualquier palabra que viene de Dios”.
El demonio tiene un arrebato de rabia. Rechina los dientes y cierra los puños. Luego se controla y cambia el rechino en sonrisa.
“Comprendo. Tú estás sobre las necesidades de la tierra y tienes horror de servirte de mi. ¡Lo tengo merecido!. Pero….ven ahora y mira algo en la Casa de Dios. Ve también como los sacerdotes no rehúsan llegar a transacciones entre el espíritu y la carne, porque al fin son hombres y no ángeles. Haz un milagro espiritual. Yo te llevo al pináculo del templo y Tú te transformarás en belleza y luego llama a las cohortes de ángeles y di que entrelacen sus alas para peana de Tus pies y te bajen en el pórtico principal. Que te vean y se acuerden que existe Dios. De cuando en cuando es necesario manifestarse, porque el hombre tiene una memoria tan flaca, sobre todo en las cosas espirituales. ¡Que felices se sentirían los ángeles de servir de peana a Tus pies y de escalera sobre la que subas!.
“No tentarás al Señor Dios tuyo, está escrito”.
“Comprendes que Tú aparición no cambiaría las cosas y que el Templo continuaría siendo un mercado y una corrupción. Tú Divina Sabiduría conoce que los corazones de los ministros del Templo son un nido de víboras, que se desgarran y desgarran tan sólo por dominar. No se les puede domar más que con la fuerza humana.
Así pues, oye: “adórame”. Te daré la tierra. Alejandro, Ciro, César, todos los más grandes dominadores que han vivido o que viven serán semejantes a cabecillas de miserables caravanas en comparación tuyo, que tendrás todos los reinos bajo Tu cetro y con los reinos todas las riquezas, todas las bellezas de la tierra y mujeres y caballos y armadas y templos. Podrás levantar en todas partes Tú señal, cuando seas Rey de Reyes y Señor de Señores en el mundo.
Entonces serás obedecido y venerado por el pueblo y el sacerdocio. Todas las razas te honrarán y te servirán, porque serás poderoso y el único Señor…¡adórame un momento!. Quítame esta sed que tengo de ser adorado. ¡Es la que me perdió!. Ha quedado en mi y me quema. Las llamas del infierno son como fresco aire matutino en comparación a éste que me quema por dentro. Es mi infierno esta sed. Un momento…un momento sólo, ¡oh Cristo! Tú que eres bueno. ¡Un momento de alegría al eterno atormentado!. Hazme sentir que cosa se experimenta al ser Dios, y me tendrás por tuyo, obediente como un siervo por toda la vida y para todas Tus empresas. ¡Un momento!. ¡Un sólo momento y no te atormentaré más!...satanás se arroja de rodillas pidiéndolo.
Jesús se ha puesto de pie, enflaquecido durante estos días por el ayuno parece aún más alto. Su rostro se llena de severidad y poder. Sus ojos son dos zafiros que queman, Su voz es un trueno que repercute dentro de la cueva y que se derrama sobre las piedras y la llanura desolada cuando dice:
“¡Lárgate satanás¡. Está escrito: adorarás al Señor Dios tuyo, y a El sólo servirás”.
Satanás con un aullido de condenado y de odio indescriptible se levanta; horrible es ver su furiosa figura llena de humo. Después desaparece con un ahuyido de maldito. Jesús se sienta cansado y apoya la cabeza sobre el peñasco. Parece exhausto y suda. Seres angélicos vienen a revolotear con sus alas con las que purifican y refrescan el aire caliente de la cueva. Jesús abre los ojos y sonríe. No veo que coma pero se diría que se nutre con el aroma del paraíso y sale lleno de vigor.
El sol desaparece por el occidente. Jesús toma Su bolsa vacía y se dirige hacia el oriente, mejor dicho, al noroeste acompañado por los ángeles que suspendidos en el aire sobre Su Cabeza le proporcionan una luz suave mientras la noche desciende rapidísimo. Tiene nuevamente Su expresión habitual y el paso seguro. Sólo le queda, después del largo ayuno, un aspecto más ascético en el rostro delgado y pálido y en los ojos una alegría que no es de ésta tierra.  

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Satanás se presenta siempre bajo un ropaje benévolo.
Dice Jesús:
 
“Lo has visto. Satanás se presenta siempre con ropaje benévolo y en forma ordinaria. Si las almas están atentas y sobre todo en contacto espiritual con Dios, advierten el aviso que las pone alertas y prontas a combatir las asechanzas del demonio. Pero si las almas no hacen caso al aviso Divino, se separan debido a pensamientos del todo humanos que entorpecen, si no buscan ayuda en la oración que las une a Dios  y que da fuerzas al corazón humano, difícilmente pueden ver la trampa escondida bajo una apariencia inofensiva y helas aquí que caen. Librarse después de esa trampa sí que es difícil.
Los dos senderos más comunes de satanás para llegar a las almas son el sentido y la gula. Siempre empieza por la materia. Cuando ésta ha sido derrotada y sujeta, el ataque continúa en las partes superiores del hombre. Primero la parte moral; el pensamiento con su soberbia y avidez; después el espíritu, al quitarle no sólo el amor Divino, que ya  no existe desde el momento que ha sido sustituido por otros amores humanos, sino también el temor de Dios. Entonces es cuando el hombre se entrega a satanás en alma y cuerpo con la condición de poder gozar de lo que quiera y gozar siempre. Tu has visto la forma en que me comporté: Silencio y Oración. Silencio. La razón es que si satanás se presenta seductor y se acerca, se le debe soportar sin tantas impaciencias ni temores inútiles. Es menester reaccionar con valor a su presencia y a su seducción con la plegaria.
Es inútil discutir con satanás, vencerá  él, porque tiene una lógica más fuerte. Nadie, más que Dios puede vencerle y por eso es necesario recurrir a Dios que hablará por nosotros, a través de nosotros. Enseñar a satanás aquel Nombre y aquella Señal no tan sólo escritos en el papel o grabados en madera, sino escritos y grabados en el corazón. Mi Nombre y Mi Señal. Contraatacar a satanás tan sólo cuando insinúa que El es como Dios, usando las palabras de Dios. El demonio no las soporta. A continuación, después de la lucha, viene la victoria y los ángeles ayudan y defienden al vencedor contra el odio de satanás. Lo confortan como rocío del hielo, con la gracia que derraman a manos llenas en el corazón del hijo y la bendición que acaricia al alma.
Es necesario tener voluntad de vencer a satanás y fe en Dios y en Su ayuda. Fe en el poder de la oración y en la bondad del Señor. Entonces no puede hacer ningún mal.
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En Naím, resurrección del hijo de una viuda
14 de junio de 1945
Naím debía tener una cierta importancia en tiempos de Jesús. No es muy grande pero está bien construida. La ciñen muros. Se asienta sobre una baja y risueña colina (un ramal del Pequeño Hermón, que domina desde lo alto la fertilísima llanura abierta hacia el noroeste)
Para llegar a ella, viniendo de Endor, hay que atravesar un ria­chuelo afluente del Jordán. Desde aquí ya no se ve este último - y ni siquiera su valle - pues lo ocultan unas colinas que dibujan un arco en forma de signo de interrogación abierto hacia el Este.
Jesús camina en dirección a esta ciudad, por un camino de pri­mer orden   que comunica        las regiones del lago con el Hermón y sus pueblos. Tras El van muchos habitantes de Endor; verdaderamente locuaces.
La distancia que separa al grupo apostólico de los muros de la ciudad es ya muy poca: unos doscientos metros, no más. Dado que el camino va derecho a meterse por una de las puertas de la ciudad, y dado, además, que la puerta está totalmente abierta - es pleno día -,se puede ver todo lo que está sucediendo en la zona inmediata­mente situada al otro lado de los muros; es así que Jesús, que iba hablando con los apóstoles y con el nuevo convertido, ve venir; en medio de un gran revuelo de plañideras y de otras manifestaciones orientales de este tipo, un cortejo fúnebre.
«¿Vamos a ver, Maestro?» dicen muchos ya muchos de los habi­tantes de Endor se han precipitado a la puerta para mirar.
«Bueno, vamos» dice Jesús condescendiendo.
«Debe ser un niño; ¡fíjate cuántas flores y cuántas cintas hay so­bre la lechiga!» dice Judas de Keriot a Juan.
«O quizás una virgen» responde Juan.
«No - dice Bartolomé -, sin duda es un muchachito joven, por los colores que han puesto; además faltan los mirtos...».
El cortejo fúnebre ya está fuera de la ciudad. No es posible ver lo que hay en la lechiga, que va en alto, llevada a hombros; sólo por el relieve que hace, se intuye un cuerpo extendido, fajado, tapado con una sábana, y se comprende que es un cuerpo que ya ha alcanzado su completo desarrollo, porque ocupa toda la largura de la lechiga.
A su lado, una mujer velada, ayudada por parientes o amigas, ca­mina llorando: es el único llanto sincero en toda esa comedia de pla­ñideras. Y si uno de los que llevan las andas tropieza con una pie­dra, o hay un agujero o una pequeña elevación del suelo, de forma que la lechiga sufre una violenta oscilación, la madre gime: «¡No, no, despacio; mi niño ha sufrido mucho!» y levanta una de sus tembloro­sas manos y acaricia el borde de la lechiga - más no puede -, y, no pudiendo efectivamente más, besa los ondeantes velos y las cintas que el viento a veces agita, y que acarician la forma inmóvil.
«Es la madre» dice Pedro, compungido y con un brillo de llanto en sus ojos sagaces y buenos.
Pero no es el único que tiene bañados los ojos por esa congoja: al  Zelote, a Andrés, a Juan y hasta a Tomás, que siempre está alegre, les brillan los ojos. Todos, todos están conmovidos.
Judas Iscariote dice en voz baja: «¡Si fuera yo... pobrecilla mi ma­dre...!».
Jesús, con una dulzura en sus ojos tan profunda que se hace irresistible, se dirige hacia la lechiga.
La madre, sollozando ahora más intensamente porque el cortejo se prepara a girar en dirección al sepulcro abierto, en su delirio -¡quién sabe de qué tiene miedo! - aparta con violencia a Jesús al ver que hace ademán de tocar la lechiga, y grita: «¡Es mío!» y mira a Jesús con ojos de loca.
«Ya sé que es tuyo, madre».
«¡Es mi único hijo! ¿Por qué le ha tenido que llegar la muerte?; ¿por qué a él, que era bueno, que era encantador, que era la alegría de esta viuda? ¿Por qué?». La comparsa de las plañideras aumenta su pagado llanto para hacer coro a la madre, que continúa: «¿Por qué él y no yo? No es justo que quien ha dado la vida vea perecer al fruto de su vientre. El fruto debe vivir, porque, si no, ¿qué sentido tiene el que estas entrañas se desgarren para dar a luz a un hom­bre?» y, violenta y desesperada, se golpea el vientre.
«¡No, así no! ¡No llores, madre!». Jesús le coge las manos, se las aprieta fuertemente, se las sujeta con su mano izquierda mientras con la derecha toca la lechiga, y dice a los que la llevan: «Deteneos. Poned en el suelo la lechiga».
Los hombres obedecen y bajan la camilla, que queda apoyada en el suelo sobre sus cuatro patas.
Jesús coge la sábana que cubre al muerto y la echa hacia atrás, quedando así descubierto el cadáver.
La madre grita su dolor, creo que con el nombre de su hijo: «¡Da­niel!».
Jesús sigue teniendo en su mano las manos maternas. Se yergue, imponente con su mirada centelleante - en su rostro, la expresión de los milagros más poderosos - y baja la mano derecha mientras dice con toda la fuerza de su voz: «¡Muchacho, Yo te lo digo: álzate!».
El muerto, así como está, todavía fajado, se incorpora en la cami­lla y llama a su madre: «¡Mamá!». La llama con la voz balbuciente y llena de miedo propia de un niño aterrorizado.
«Es tuyo, mujer. Te le restituyo en nombre de Dios. Ayúdale a li­berarse del sudario. Sed felices».
Jesús hace ademán de retirarse. ¡Ya, ya!... La muchedumbre le inmoviliza junto a la lechiga. La madre está literalmente volcada hacia la camilla, forcejeando entre las vendas para tardar lo menos posible, ¡lo menos posible!, mientras el lamento infantil, implorante, se repite: «¡Mamá! ¡Mamá!».
Desenmarañado el sudario y las vendas, madre e hijo se pueden abrazar, y lo hacen sin tener en cuenta los bálsamos pegajosos. La madre quita del amado rostro y las amadas manos, con las mismas vendas, esos bálsamos, y luego, no teniendo con qué vestirle de nue­vo, se quita el manto y con él le envuelve; y todo sirve para acariciarle...
Jesús la mira, observa este grupo de amor abrazado al lado de los bordes de la lechiga, que ahora ya no es fúnebre... y llora.
Judas Iscariote ve este llanto y pregunta: «¿Por qué lloras, Se­ñor?».
Jesús vuelve su rostro hacia él y dice: «Pienso en mi Madre...».
El breve coloquio llama de nuevo la atención de la mujer hacia su Benefactor. Coge a su hijo de la mano, sujetándole, porque es como  que tuviera todavía entumecidos los miembros, y, arrodillándose, dice: «Tú también, hijo mío, bendice a este Santo que te ha de­vuelto a la vida y a tu madre» y se inclina para besar la túnica de Jesús. Mientras, la muchedumbre alaba jubilosa a Dios y a su Mesías le conocen como tal porque los apóstoles y los habitantes de Endor se han encargado de decir quién es el que ha obrado el mila­gro
El gentío prorrumpe en alabanzas: «¡Bendito sea el Dios de Israel! ¡Bendito sea el Mesías, su Enviado! ¡Bendito sea Jesús, HUO de David! ¡Un gran Profeta se ha alzado en medio de nosotros! ¡Verdaderamente Dios ha visitado a su pueblo! ¡Aleluya! ¡Aleluya!».
Por fin Jesús puede librarse de la apretura de la gente y entrar  en la ciudad. Pero la muchedumbre le sigue, le persigue, con amor exigente.
Se acerca un hombre, que saluda con toda reverencia. «Te ruego que te alojes en mi casa».
«No puedo: la Pascua me prohíbe cualquier detención aparte de las establecidas».
«Faltan pocas horas para la puesta del Sol, y es viernes...».
«Precisamente eso: antes del ocaso debo llegar a mi etapa. De to­as formas, gracias. Pero no me retengas».
«Soy el jefe de la sinagoga».
«Con lo cual me estás diciendo que tienes derecho a ello. Mira, hombre, habría sido suficiente que hubiera llegado una hora más tarde para que esa madre no hubiera recuperado a su hijo.  
Voy a otros desdichados que también me esperan. No retardes, por egoismo, su alegría. Vendré en otra ocasión y estaré contigo, en Naím,en unos días. Ahora déjame seguir mi camino».
El hombre no sigue insistiendo; se limita a decir: «Lo has dicho. Te espero».
«Sí. La paz sea contigo y con los habitantes de Naím; y también a vosotros, de Endor, paz y bendición. Volved a vuestras casas. Dios os ha hablado a través del milagro. Haced que en vosotros se produz­can, como consecuencia del amor, tantas resurrecciones en orden al Bien cuanto es el número de los corazones».
Una última, unánime, exultación de la multitud, para después dejar a Jesús que continúe su camino.
Él atraviesa diagonalmente la ciudad y sale hacia los campos, en dirección a Esdrelón.
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Pensamiento introductor: Dios quiso un seno sin mancha
"Dios me poseyó al inicio de sus obras".
Salomón, Proverbios cap. 8 v. 22.
22 de agosto de 1944.
Jesús me ordena: «Coge un cuaderno completamente nuevo. Copia en la primera hoja el dictado del día 16 de agosto. En este libro se hablará de Ella».
Obedezco y copio.
16 de agosto de 1944.
Dice Jesús:
«Hoy escribe esto sólo. La pureza tiene un valor tal, que un seno de criatura pudo contener al Incontenible, porque poseía la máxima pureza posible en una criatura de Dios.
La Stma. Trinidad descendió con sus perfecciones, habitó con sus Tres Personas, cerró su Infinito en pequeño espacio ‑ no por ello se hizo menor, porque el amor de la Virgen y la voluntad de Dios dilataron este espacio hasta hacer de él un Cielo ‑ y se manifestó con sus características:
El Padre, siendo Creador nuevamente de la Criatura como en el sexto día y teniendo una "hija" verdadera, digna, a su perfecta semejanza. La impronta de Dios estaba estampada en María tan nítidamente, que sólo en el Primogénito del Padre era superior. María puede ser llamada la "segundogénita" del Padre, porque, por perfección dada y sabida conservar, y por dignidad de Esposa y Madre de Dios y de Reina del Cielo, viene segunda después del Hijo del Padre y segunda en su eterno Pensamiento, que ab aeterno en Ella se complació;
El Hijo, siendo también para Ella "el Hijo" y enseñándole, por misterio de gracia, su verdad y sabiduría cuando aún era sólo un Embrión que crecía en su seno;
El Espíritu Santo, apareciendo entre los hombres por un anticipado Pentecostés, por un prolongado Pentecostés, Amor en "Aquella que amó", Consuelo para los hombres por el Fruto de su seno, Santificación por la maternidad del Santo.        
Dios, para manifestarse a los hombres en la forma nueva y completa que abre la era de la Redención, no eligió como trono suyo un astro del cielo, ni el palacio de un grande. No quiso tampoco las alas de los ángeles como base para su pie. Quiso un seno sin mancha.
Eva también había sido creada sin mancha. Mas, espontáneamente, quiso corromperse. María, que vivió en un mundo corrompido ‑ Eva estaba, por el contrario, en un mundo puro ‑ no quiso lesionar su candor ni siquiera con un pensamiento vuelto hacia el pecado. Conoció la existencia del pecado y vio de él sus distintas y horribles manifestaciones, las vio todas, incluso la más horrenda: el deicidio. Pero las conoció para expiarlas y para ser, eternamente, Aquella que tiene piedad de los pecadores y ruega por su redención.
Este pensamiento será introducción a otras santas cosas que daré para consuelo tuyo y de muchos».
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Joaquín y Ana hacen voto al Señor
22 de agosto de 1944.
Veo un interior de una casa. Sentada a un telar hay una mujer ya de cierta edad. Viéndola con su pelo ahora entrecano, antes ciertamente negro, y su rostro sin arrugas pero lleno de esa seriedad que viene con los años, yo diría que puede tener de cincuenta a cincuenta y cinco años, no más.
Al indicar estas edades femeninas tomo como base el rostro de mi madre, cuya efigie tengo, más que nunca, presente estos días que me recuerdan los últimos suyos cerca de mi cama... Pasado mañana hará un año que ya no la veo... Mi madre era de rostro muy fresco bajo unos cabellos precozmente encanecidos. A los cincuenta años era blanca y negra como al final de la vida. Pero, aparte de la madurez de la mirada, nada denunciaba sus años. Por eso, pudiera ser que me equivocase al dar un cierto número de años a las mujeres ya mayores.
Ésta, a la que veo tejer, está en una habitación llena de claridad. La luz penetra por la puerta, abierta de par en par, que da a un espacioso huerto‑jardín. Yo diría que es una pequeña finca rústica, porque se prolonga onduladamente sobre un suave columpiarse de verdes pendientes. Ella es hermosa, de rasgos sin duda hebreos. Ojo negro y profundo que, no sé por qué, me recuerda al del Bautista. Sin embargo, este ojo, además de tener gallardía de reina, es dulce; como si su centelleo de águila estuviera velado de azul. Ojo dulce, con un trazo de tristeza, como de quien pensara nostálgicamente en cosas perdidas. El color del rostro es moreno, aunque no excesivamente. La boca, ligeramente ancha, está bien proporcionada, detenida en un gesto austero pero no duro. La nariz es larga y delgada, ligeramente combada hacia abajo: una nariz aguileña que va bien con esos ojos. Es fuerte, mas no obesa. Bien proporcionada. A juzgar por su estatu­ra estando sentada, creo que es alta.
Me parece que está tejiendo una cortina o una alfombra. Las ca­níllas multicolores recorren, rápidas, la trama marrón oscura. Lo ya hecho muestra una vaga entretejedura de grecas y flores en que el verde, el amarillo, el rojo y el azul oscuro se intersecan y funden co­ mo en un mosaico. La mujer lleva un vestido sencillísimo y muy os­  curo: un morado‑rojo que parece copiado de ciertas trinitarias.
Oye llamar a la puerta y se levanta. Es alta realmente. Abre.
Una mujer le dice: «Ana, ¿me dejas tu ánfora? Te la lleno».
La mujer trae consigo a un rapacillo de cinco años, que se agarra inmediatamente al vestido de Ana. Ésta le acaricia mientras se diri­ge hacia otra habitación, de donde vuelve con una bonita ánfora de cobre. Se la da a la mujer diciendo: «Tú siempre eres buena con la vieja Ana. Dios te lo pague, en éste y en los otros hijos que tienes y que tendrás. ¡Dichosa tú!». Ana suspira.
La mujer la mira y no sabe qué decir ante ese suspiro. Para apar­tar la pena, que se ve que existe, dice: «Te dejo a Alfeo, si no te causa molestias; así podré ir más deprisa y llenarte muchos cántaros».
Alfeo está muy contento de quedarse, y se ve el porqué una vez que se ha ido la madre: Ana le coge en brazos y le lleva al huerto, le aúpa hasta una pérgola de uva de color oro como el topacio y dice: «Come, come, que es buena», y le besa en la carita embadurnada del zumo de las uvas que está desgranando ávidamente. Luego, cuando el niño, mirándola con dos ojazos de un gris azul oscuro todo abiertos, dice: «¿Y ahora qué me das?», se echa a reír con ganas, y, al punto, parece más joven, borrados los años por la bonita dentadura y el gozo que viste su rostro. Y ríe y juega, metiendo su cabeza entre las rodillas y diciendo: «¿Qué me das si te doy,.. si te doy?... ¡Adivi­na!». Y el niño, dando palmadas con sus manecitas, todo sonriente, dice: «¡Besos, te doy besos, Ana guapa, Ana buena, Ana mamá!...».
Ana, al sentirse llamar "Ana mamá", emite un grito de afecto jubiloso y abraza estrechamente al pequeñuelo, diciendo: «¡Oh, tesoro! ¡Amor! ¡Amor! ¡Amor!». Y por cada "amor" un beso va a posarse sobre las mejillitas rosadas. Luego van a un vasar y de un plato bajan tortitas de miel. «Las he hecho para ti, hermosura de la pobre Ana, para ti que me quieres. Dime, ¿cuánto me quieres?». Y el niño, pensando en la cosa que más le ha impresionado, dice: «Como al Templo del Señor». Ana le da más besos: en los ojitos avispados, en la boquita roja. Y el niño se restriega contra ella como un gatito.
La madre va y viene con un jarro colmo y ríe sin decir nada. Les deja con sus efusiones de afecto.
Entra del huerto un hombre anciano, un poco más bajo que Ana, de tupida cabellera completamente cana, rostro claro, barba cortada en cuadrado, dos ojos azules como turquesas, entre pestañas de un castaño claro casi rubio. Está vestido de un marrón oscuro.
Ana no le ve porque da la espalda a la puerta. El hombre se acerca a ella por detrás diciendo: «¿Y a mí nada?». Ana se vuelve y dice: «¡Oh, Joaquín! ¿Has terminado tu trabajo?». Mientras tanto el pequeño Alfeo ha corrido a sus rodillas diciendo: «También a ti, también a ti», y cuando el anciano se agacha y le besa, el niño se le ciñe estrechamente al cuello despeinándole la barba con las manecitas y los besos.
También Joaquín trae su regalo: saca de detrás la mano izquierda y presenta una manzana tan hermosa que parece de cerámica, y, sonriendo, al niño que tiende ávidamente sus manecitas le dice: «Espera, que te la parto en trozos. Así no puedes. Es más grande que tú», y con un pequeño cuchillo que tiene en el cinturón (un cuchillo de podador) parte la manzana en rodajas, que divide a su vez en otras más delgadas; y parece como si estuviera dando de comer en la boca a un pajarillo que no ha dejado todavía el nido, por el gran cuidado con que mete los trozos de manzana en esa boquita que muele incesantemente.
«¡Te has fijado qué ojos, Joaquín! ¿No parecen dos porcioncitas del Mar de Galilea cuando el viento de la tarde empuja un velo de nubes bajo el cielo?». Ana ha hablado teniendo apoyada una mano en el hombro de su marido y apoyándose a su vez ligeramente en ella: gesto éste que revela un profundo amor de esposa, un amor intacto tras muchos años de vínculo conyugal.
Joaquín la mira con amor, y asiente diciendo: «¡Bellísimos! ¿Y esos ricitos? ¿No tienen el color de la mies secada por el sol? Mira, en su interior hay mezcla de oro y cobre».
«¡Ah, si hubiéramos tenido un hijo, lo habría querido así, con estos ojos y este pelo!...». - Ana se ha curvado, es más, se ha arrodillado, y, con un fuerte suspiro, besa esos dos ojazos azul‑grises.
También suspira Joaquín, y, queriéndola consolar, le pone la mano sobre el pelo rizado y canoso, y le dice: «Todavía hay que esperar. Dios todo lo puede. Mientras se vive, el milagro puede producirse, especialmente cuando se le ama y cuando nos amamos». Joaquin recalca mucho estas últimas palabras.
Mas Ana guarda silencio, descorazonada, con la cabeza agachada, para que no se vean dos lágrimas que están deslizándose y que advierte sólo el pequeño Alfeo, el cual, asombrado y apenado de que su gran amiga llore como hace él alguna vez, levanta la manita y enjuga su llanto.
«¡No llores, Ana! Somos felices de todas formas. Yo por lo menos lo soy, porque te tengo a ti».
«Yo también por ti. Pero no te he dado un hijo... Pienso que he adolorado al Señor porque ha hecho infecundas mis entrañas...».
«¡Oh, esposa mía! ¿En qué crees tú, santa, que has podido adolorarle? Mira, vamos una vez más al Templo y por esto, no sólo por los Tabernáculos, hacemos una larga oración... Quizás te suceda como a Sara... o como a Ana de Elcana: esperaron mucho y se creían reprobadas por ser estériles, y, sin embargo, en el Cielo de Dios, estaba madurando para ellas un hijo santo. Sonríe, esposa mía. Tu llanto significa para mí más dolor que el no tener prole... Llevaremos a Alfeo con nosotros. Le diremos que rece. Él es inocente... Dios tomará juntas nuestra oración y la suya y se mostrará propicio».
«Sí. Hagamos un voto al Señor. Suyo será el hijo; si es que nos lo concede... ¡Oh, sentirme llamar "mamá"!».
Y Alfeo, espectador asombrado e inocente, dice: «¡Yo te llamo "mamá"!».
«Sí, tesoro amado... pero tú ya tienes mama, y yo... yo no tengo niño...».
La visión cesa aquí.
Me doy cuenta de que se ha abierto el ciclo del nacimiento de María. Y me alegro mucho por ello, porque lo deseaba grandemente. Supongo que también usted se alegrará de ello. *
Antes de empezar a escribir he oído a la Mamá decirme: «Hija, escribe, pues, acerca de mí. Toda pena tuya será consolada». Y, mientras decía esto, me ponía la mano sobre la cabeza acariciándo­ me delicadamente. Luego ha venido la visión. Pero al principio, o sea, hasta que no oí llamar por el nombre a la mujer de cincuenta años, no comprendí que me encontraba ante la madre de la Mamá y, por tanto, ante la gracia del nacimiento de la Virgen.                                                   
*Supongo que también usted se alegrará de ello: es decir, el director espiritual de la escritora, el P. Romualdo M. Migliorini o.s.m., al que MV se dirige a menudo, en estilo episto­lar, a lo largo de toda la Obra. Algunas veces se dedica al padre Migliorini un episodio o una enseñanza.
María relata el Nacimiento de Jesús en la gruta de Belén:
Hacia Belén con los apóstoles y discípulos
(Escrito el 3 de julio  de  1945)
Salen de Betania a la primera sonrisa de la aurora. Jesús se dirige a Belén con su Madre, con María de Alfeo y con María Salomé. Les siguen los discípulos. El niño encuentra por todas partes motivos para alegrarse; las mariposas que despiertan, los pajaritos que cantan o caminan por el sendero, las flores que resplandecen con las perlas del rocío, la aparición de un rebaño en que hay muchos corderitos que balan. Pasado el río que está al sur de Betania, que se deshace en espumas, la comitiva se dirige a Belén en medio de dos series de colinas verdes con sus olivares y viñedos, con campos en los que apenas mieses doradas se ven. El valle es fresco, y el camino bastante bueno.
Simón de Jonás se adelanta, llega al grupo de Jesús y pregunta: « ¿De acá se puede ir a Belén? Juan dice que la otra vez fuisteis por otros caminos. »
« Es verdad » responde Jesús, « pero es porque veníamos de Jerusalén. Por acá es más breve. Nos separaremos, como habéis decidido, en la tumba de Raquel' que las mujeres quieren ver. Luego nos reuniremos en Betsur donde mi Madre quiere detenerse. »
« Así es... pero sería muy hermoso que estuviésemos todos... tu Madre especialmente... porque, en fin de cuentas, la Reina de Belén y de la gruta es Ella, y Ella sabe todo, todo, muy bien... Si lo oyese de sus labios... sería diferente... eso es todo. »
Jesús sonríe al mirar a Simón que insinúa dulcemente su gusto.
« ¿Cuál gruta, padre? » pregunta Marziam.
« La gruta en donde nació Jesús. »
« ¡Oh!   ¡Qué bien!   ¡También yo voy! ... »
« ¡Sería muy hermoso en realidad! » dicen María de Alfeo y Salomé.
« ¡Muy hermoso! ... Sería regresar para atrás... cuando el mundo te ignoraba es verdad, pero que no te odiaba todavía... Sería encontrar otra vez el amor de los sencillos que no supieron dudar y amaron con humildad y fe... Para mí sería lo mismo que quitarse este peso de amargura que me taladra el corazón desde que sé que te odian, ponerlo allí, en el lugar en donde naciste... Debe quedar ahí la dulzura de tu mirada, de tu respiración, de tu sonrisa vaga, allí... y me acariciarían el alma que está tan amargada...» María llora quedito, con recuerdos y con tristeza.
« Si es así iremos, Mamá. Hoy tú eres la Maestra y Yo el niño que aprende. »
« Oh, ¡Hijo! ¡No! Tú siempre eres el Maestro...»
« No, Mamá. Simón de Jonás dijo bien. En la tierra de Belén tú eres la Reina. Es tu primer castillo. María, de la descendencia de David, guía a este pequeño pueblo a su morada. »
Iscariote hace intento de hablar, pero se calla. Jesús que lo ve y comprende, dice: « Si alguien por cansancio o por otra razón no quiere venir, que prosiga hasta Betsur. » Pero nadie dice nada. Prosiguen por el camino del valle que va en dirección de este a occidente. Después dan vuelta al norte para costear una colina que se interpone y así llegan al camino, que lleva de Jerusalén a Belén, exactamente cerca del cubo sobre el que hay una cúpula redonda, que señala la tumba de Raquel. Todos se acercan a orar respetuosamente.
«Aquí nos detuvimos, yo y José... está igual a entonces. Tan solo la estación es diferente. En ese entonces era un día frió de Casleu. Había llovido y los caminos estaban lodosos. Después sopló un viento helado y en la noche sobrevino la brisa. Los caminos se endurecieron, pero sobre de ellos pasaron los carros y la gente. Era como un mar lleno de barcas y mi asnito caminaba con fatiga...»
« Y tú, Madre mía, ¿no? »
« Oh, ¡Te tenía a Tí! ...» Y lo mira con ojos tan dulces que conmueven. Vuelve a hablar: « La noche se acercaba y José estaba muy preocupado. A cada paso se estaba levantando un viento que cortaba... La gente se dirigía presurosa a Belén, chocando los unos contra los otros, y muchos se enojaban contra mi asnito que caminaba despacio, buscando donde poner las pezuñas... Parecía como si supiese que estabas Tú ahí... y que dormías la última noche en mi seno. Hacía frió... pero yo ardía. Sentía que estabas por llegar... ¿Llegar? Que podrías decir: " Yo estaba aquí, desde hace nueve meses”. Pero entonces era como si bajases del Cielo. Los Cielos bajaban, bajaban sobre de mí, y yo veía sus resplandores... Veía arder la divinidad en su gozo de tu próximo nacimiento, y esos rayos me penetraban, me encendían, me abstraían ... de todo ... Frío ... viento ... gente ... ¡de todo! Veía a Dios. . . De cuando en cuando y con esfuerzo lograba traer mi corazón a la tierra y sonreía a José que tenía miedo del frío y del cansancio que soportaba, y que guiaba al asnito por temor de que tropezase, y que me envolvía en la manta por miedo de que me fuese a resfriar .. Pero nada podía acaecer. No sentía los empujones. Me parecía como si caminase sobre un camino de estrellas, entre nubes de luz, como si me llevasen ángeles... y sonreía... primero a tí... te miraba a través de la barrera de la carne. Te miraba dormir con los puñitos cerrados en tu lecho de rosas frescas; Tú, capullo de lirio... luego sonreía a mi esposo que estaba muy afligido, tan afligido, para darle ánimos... también a la gente que ignoraba que ya respiraba en el aire del Salvador... Nos detuvimos cerca de la tumba de Raquel para que descansase un poco el asnito y para comer poco de pan y olivas, nuestras provisiones de pobres. Yo no tenía hambre. No podía tener hambre... estaba colmada de alegría... Emprendimos otra vez el camino ... Venid. Os mostraré en donde encontramos al pastor... no creáis que me equivocaré. Vuelvo a vivir aquella hora y encuentro todos los lugares porque miro todo a través de una luz angelical. El ejército angélico tal vez aquí está de nuevo, invisible a nuestros ojos, pero visible a las almas con su resplandor, y así todo se descubre, todo se vuelve a ver. No pueden engañarse y me llevan... para alegría mía y vuestra. Ved, de aquel campo a este vino Elías con sus ovejas, y José le pidió leche para mí. Y allí en ese prado, nos detuvimos mientras ordeñaba la leche caliente y restauradora, y le daba sus avisos a José.
Venid, venid... este es el sendero del último valle antes de llegar a Belén. Tomamos este por el camino principal, al llegar a la ciudad, era un mar de gente y de animales... ¡Allí está Belén! Oh, ¡como lo amo! ¡Tierra querida de mis padres que me dieron el primer beso de mi Hijo! Te has abierto, buena y fragante como el pan, cuyo nombre tienes, para dar el Pan verdadero al mundo que muere de hambre. Me abrazaste como una madre, tú, en cuyo seno ha quedado el amor maternal de Raquel. Oh, tú, tierra santa, Belén davídica, primer templo dedicado al Salvador, a la Estrella matinal que nació de Jacob para indicar la ruta de los Cielos al linaje humano. ¡Mirad qué hermosa es la primavera! Pero también lo fue entonces, aunque los campos y los viñedos estaban desnudos. Un ligero velo de escarcha volvía a resplandecer en las ramas limpias, y parecían cubrirse de diamantes como si hubiesen sido envueltos en un velo impalpable paradisíaco. De las casas salía el humo. La cena se acercaba y el humo, que subía en espirales, hasta este borde, dejaba ver la ciudad que por no estar despejada no se descubría bien... Todo era limpio, silencioso... todo estaba en espera... de Tí, de Tí, ¡Hijo! La tierra presagiaba tu llegada... Te habrían presagiado también los betlemitas, pues no eran malos, aunque no lo creáis. No podían darnos hospedaje... En los hogares buenos y honrados de Belén se apretaban, arrogantes como siempre, sordos y soberbios, los que todavía ahora lo son, y que no podían sentirte... ¡Cuántos fariseos, saduceos, herodianos, escribas, essenios había! Oh, el que ahora ellos no puedan entender, les viene desde aquel entonces en que su corazón fue duro. Lo han cerrado al amor a aquella hermana suya, en aquella noche... y se quedaron, han permanecido en las tinieblas. Desde entonces rechazaron a Dios, al rechazar de su amor al prójimo.
Venid. Vamos a la gruta. Es inútil entrar en la ciudad. Los mejores amigos de mi Niño no están ya. Basta la naturaleza amiga con sus piedras, su río, su leña para hacer fuego. La naturaleza que sintió la llegada de su Señor... Venid sin miedo. Por aquí se da vuelta... Ved allí las ruinas de la Torre de David. ¡Oh! ¡Que la amo más que un palacio! ¡Benditas ruinas! ¡Bendito río! ¡Bendita planta que como por milagro te despojaste con el viento de todas tus ramas para que encontrásemos leña y pudiésemos encender fuego! »
María baja rápida a la gruta. Atraviesa el riachuelo sobre una tabla que hace de puente. Corre al lugar despejado en donde están las ruinas y cae de rodillas a sus umbrales. Se inclina y besa el suelo. La siguen los demás. Están conmovidos ... El niño, al que no ha dejado ni un momento, parece como si escuchase una narración maravillosa y sus ojitos negros absorben las palabras y acciones de María. No se pierde de nada.
María se levanta, entra: « Todo, todo como entonces... Con excepción de que era de noche... José hizo fuego a la entrada. Entonces, sólo entonces, al bajar del asnito, sentí qué cansada y fría estaba yo... nos saludó un buey. Fui a donde estaba, para sentir un poco de calor, para apoyarme en el heno... José, aquí donde estoy, extendió heno que me sirviese de lecho, y lo secó por mí y por tí, Hijo, con el fuego que encendió en aquel rincón... porque era bueno como un padre en su amor de esposo-ángel... y unidos de la mano, como dos hermanos extraviados en la oscuridad de la noche, comimos nuestro pan y queso. Luego se fue allí para echar leña en la hoguera. Se quitó el manto para que tapase la abertura... en realidad bajó el velo ante la gloria de Dios que descendía de los cielos, ante Tí, Jesús mío... yo me quedé sobre el heno, al calor de los dos animales, envuelta en mi manto y mi cobija de lana... ¡ Querido esposo mío ! .. En aquella hora temerosa en que me encontraba solamente ante el misterio de la maternidad, hora que la mujer por vez primera ignora del todo y para mí, la hora de mi única maternidad, me encontraba sumergida ante lo ignoto del misterio que sería ver al Hijo de Dios salir de mi carne mortal, y él, José, fue para mí como una madre, un ángel... mi consuelo... entonces y... siempre.
Luego el silencio y el sueño envolvieron a José... para que no viese lo que para mí era el beso cotidiano de Dios... y a mí me llegaron las ondas inconmensurables del éxtasis que provenían de un mar de delicias, que me elevaban de nuevo sobre las crestas luminosas cada vez más altas. Me llevaban arriba, arriba con ellas, en un océano de luz, de alegría, de paz, de amor, hasta encontrarme sumergida en el mar de Dios, del seno de Dios... Se oyó una voz de la tierra: « ¿Duermes, María? » ¡Oh! ¡Tan lejana! ... un eco, un recuerdo de la tierra... Es tan débil que el alma no se sacude y no sé como se pueda decir. Entre tanto subo, subo en ese abismo de fuego, de felicidad infinita, de un preconocimiento de Dios... hasta El, hasta El... ¡Oh! Pero ¿eres Tú el que naciste de mí, o soy yo la que nací de fulgores Trinos, aquella noche? ¿Soy yo quien te di, o Tú me aspiraste para darme? No lo sé...
Y luego la bajada, de coro en coro, de astro en astro, de capa en capa, dulce, lenta, bienaventurada feliz como una flor que es llevada en alto por un águila y luego se le deja que se vaya, y que poco a poco desciende sobre las alas del aire, que se hace más hermosa a causa de la lluvia, con su arco iris que se eleva al cielo, y luego se encuentra en el lugar en donde nació... Mi diadema: ¡Tú! Tú sobre mi corazón...
Sentada aquí, después de haberte adorado de rodillas, te amé. Finalmente pude amarte sin las barreras de la carne; y de aquí me levanté para llevarte al amor del que como yo era digno de amarte entre los primeros. Y aquí, entre estas dos columnas rústicas, te ofrecí al Padre. Y aquí por primera vez estuviste sobre el pecho de José... luego te envolví entre pañales y juntos te colocamos aquí... Yo te mecía en mis brazos, mientras José secaba el heno en la hoguera y lo conservaba caliente, metiéndoselo en el pecho. Después allí ambos te adoramos. Inclinados sobre Tí, para aspirar tu aliento, para ver a qué grado puede conducir el amor, para llorar lágrimas que ciertamente se vierten en el cielo al ver la gloria inexhausta de Dios. »
María, que al recordar aquella noche ha ido y venido señalando los lugares, llena de amor, con un parpadear de llanto en sus ojos azules y con una sonrisa de alegría en su boca, se inclina ahora sobre su Jesús, que está sentado sobre una gran piedra, y lo besa en los cabellos, llorando, adorándolo como en aquel entonces ...
« Y luego los pastores vinieron a adorarte aquí adentro con su buen corazón. Era el primer suspiro de la tierra que entraba con ellos. Era el olor de la humanidad, de rebaños, de heno. Y afuera los ángeles, que te adoraban con amor, que te cantaban con cánticos que jamás repetirá creatura humana; que te amaban con el amor de los cielos, con el aire del cielo que entraba con ellos, que te traían con sus fulgores... tu nacimiento, ¡oh bendito! ... »
María está arrodillada al lado de su Hijo y llora de emoción con la cabeza apoyada sobre sus rodillas. Nadie se atreve a romper el silencio. Más o menos emocionados los presentes se dirigen miradas, como si sobre las telarañas y piedras toscas esperasen ver pintada la escena que acababan de escuchar...
María vuelve a decir: « Este fue el nacimiento de mi Hijo. Nacimiento infinitamente sencillo, infinitamente grande. Lo he referido con mi corazón de mujer, no con palabras sabias de un maestro. No hubo nada más, porque fue la cosa más grande de la tierra, escondida bajo las apariencias más comunes. »
« ¿Y al día siguiente? ¿Y luego? » Preguntan varios, entre cuyas voces están las de las dos Marías.
« ¿El día siguiente? Oh, muy sencillo. Fui la madre que amamanta a su niño, que lo lava, que lo envuelve en pañales como lo hacen todas las madres. Calentaba el agua, que tomaba del río cercano, sobre el fuego encendido allá afuera para que el humo no hiciese llorar a estos ojitos azules, en el rincón más separado, en una vieja jofaina lavaba a mi Hijo y le ponía pañales frescos. Iba al río a lavar estos y los ponía a secar al sol... y luego, alegría que no puede descifrarse, ponía a mi Hijo sobre mi pecho y el bebía mi leche. Se ponía cada día más bonito y feliz. El primer día, en la hora de más calor, fui a sentarme allí afuera para verlo mamar. Aquí la luz no entra, se filtra, y luz y llama dan aspectos caprichosos a las cosas. Fui allá afuera al sol... y miré al Verbo encarnado. La madre conoció entonces a su Hijo, y la sierva de Dios a su Señor. Y fui mujer y adoradora... Después la casa de Ana... Los días que pasaste en la cuna, tus primeros pasos, tus primeras palabras... Pero esto sucedió después, a su tiempo ... Nada, nada fue semejante a la hora en que naciste... sólo cuando regrese a Dios encontraré esa plenitud...»
« Pero... ¡partir así cuando se acercaba! ¡Qué imprudencia! ¿Por qué no esperaron ?... El decreto concedía un lapso largo de tiempo para casos excepcionales como el nacimiento o enfermedad... Alfeo me lo dijo...» dice María de Alfeo.
« ¿Esperar? Oh, ¡no! Aquella tarde cuando José llevó la noticia, tú y yo, Hijo saltamos de alegría. Era la llamada... porque aquí, sólo aquí debías de nacer, como habían predicho los profetas; y aquel decreto imprevisto fue como un cielo piadoso que borraba de José aún el recuerdo de su sospecha. Era lo que esperaba para tí, para él, para el mundo judío y para el mundo futuro, hasta la consumación de los siglos. Estaba dicho. Y como tal así sucedió. ¡Esperar! ¿Puede la novia poner obstáculos a su sueño de bodas? ¿Por qué esperar? »
« Por todo lo que podía suceder...» vuelve a decir María de Alfeo.
« No tenía ningún miedo. Me apoyaba en Dios. »
« Pero ¿sabías que todo sucedería así? »
« Nadie me lo había dicho, y de hecho no pensaba en ello, tanto que para dar ánimos a José permití que él y vosotros dudaseis de que el tiempo de su nacimiento no estaba cercano. Pero yo sabía, sabía que para la Fiesta de las Luces  habría nacido la Luz del Mundo. »
«Tú más bien, Mamá, ¿por qué no acompañaste a María? Y ¿por qué no pensó en ello mi padre? Deberíais haber venido también vosotros aquí. ¿No vinisteis todos? » Pregunta con un tono de reproche Judas Tadeo.
« Tu padre había decidido venir después de las Encenias y lo dijo a su hermano, pero José no quiso esperar. »
« Pero tú al menos...» le objeta Tadeo.
« No le reproches, Judas. De común acuerdo encontramos que era justo poner un velo sobre el misterio de este nacimiento. »
« ¿Sabía José que sucedería con esas señales? Si tú no lo sabías, ¿cómo podía saberlas él? »
« No sabíamos nada, excepto de que El debía nacer. »
« ¿Entonces? »
« Entonces la Sabiduría divina nos guió, como era justo. El nacimiento de Jesús, su presencia en el mundo, debía presentarse sin nada que fuese extraordinario, que pudiese incitar a Satanás. Vosotros veis que el rencor que existe todavía en Belén contra el Mesías es una consecuencia de su primera epifanía. La envidia diabólica se aprovechó de la revelación para derramar sangre, odio. ¿Estás contento, Simón de Jonás, que ni hablas y como que ni respiras? »
« Muy contento... tanto, que me parece estar fuera del mundo, en un lugar todavía más santo que si estuviese más allá que el velo del Templo... tanto que... ahora que te he visto en este lugar y con la luz de entonces, creo siempre haberte tratado con respeto, como a una mujer, una gran mujer. Ahora... ahora no me atreveré a decirte como antes: "María". Para mí, antes, eras la Mamá de mi Maestro, ahora, ahora te he visto sobre las cimas de esas ondas celestiales. Te he visto cual reina, y yo miserable soy tu esclavo » se arroja en tierra y besa los pies de María.
Jesús ahora habla: « Levántate, Simón. Ven aquí, cerca de Mí. » Pedro va a la izquierda de Jesús, porque María está a la derecha: « ¿Quienes somos ahora nosotros? » Pregunta Jesús.
« ¿Nosotros? ... Somos Jesús, María y Simón- »
« Muy bien. Pero... ¿cuántos somos? »
« Tres, Maestro. »
« Entonces, una trinidad. Un día en el Cielo, en la divina Trinidad afloró un pensamiento: " Ahora es tiempo de que el Verbo vaya a la tierra ", y en un palpitar amoroso el Verbo vino a la tierra. Se separó por esto del Padre y del Espíritu Santo. Vino a trabajar a la tierra. En el Cielo los dos se habían quedado, contemplando las obras del Verbo, permaneciendo más unidos que nunca para fundir Pensamiento y Amor para ayudar a la Palabra que obra en la tierra. Llegará un día en que del cielo se oirá una orden: “Es tiempo que regreses porque todo está cumplido" y entonces el Verbo regresará a los cielos, así... (Jesús da un paso atrás dejando a María y a Pedro en donde estaban) y de lo alto del cielo contemplará las obras de los dos que han quedado en la tierra, los cuales, por un movimiento santo, se unirán más que nunca, para unir poder y amor y con ellos cumplir el deseo del Verbo: “La Redención del Mundo a través de la perpetua enseñanza de su Iglesia". Y el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo con sus rayos de luz entretejerán una cadena para estrechar siempre más a los dos que quedan sobre la tierra: a mi Madre, el amor; y a tí, el poder. Debes, sí, tratar a María como a Reina pero no como esclavo. ¿No te parece? »
« Me parece todo lo que quieras. ¡Estoy anonadado! ¿Yo el poder? Oh, si debo ser el poder, ¡entonces no me queda más que apoyarme sobre Ella! Oh, Madre de mi Señor, no me abandones jamás, jamás...»
« No tengas miedo. Te tendré siempre así de la mano, como hacía con mi Niño, hasta que fue capaz de caminar por Sí solo. »
« Y ¿luego? »
« Luego te sostendré con mis plegarias. ¡Ea! Simón, no dudes jamás del poder de Dios. No dudé yo, ni tampoco José. Tampoco" debes hacerlo. Dios ayuda hora tras hora, si permanecemos humildes y fieles... Venid ahora acá afuera, cerca del río, a la sombra del árbol que, si estuviese más avanzada la estación del verano, nos proporcionaría manzanas. Venid. Comeremos antes de irnos... ¿En dónde, Hijo mío? »
« En Yala. Está cerca. Y mañana iremos a Betsur. »
Se sientan bajo la sombra del manzano y María se recarga sobre el tronco. Bartolomé la mira fijamente, cómo acepta de su Hijo los alimentos que ha bendecido. ¡Tan joven y todavía emocionada celestialmente con la revelación que acaba de escuchar! Sonríe a su Hijo con ojos de amor y dice en voz baja: « " A la sombra de él me senté y su comida fue dulce a mi paladar". »
Le responde Judas Tadeo: « Es verdad. Ella languidece de amor, pero no se puede decir que despertó bajo un manzano.»
« Y ¿por qué no hermano? ¿Qué sabemos nosotros de los secretos del Rey? » Responde Santiago de Alfeo.
Y Jesús sonriendo dice: « La nueva Eva fue concebida por el Pensamiento a los pies del manzano paradisíaco para que con su sonrisa y llanto ahuyentase a la serpiente y desintoxicase el fruto envenenado. Ella se convirtió en árbol por el fruto redentor. Venid, amigos y comed de él. Porque alimentarse de su dulzura es alimentarse de la miel de Dios. »
« Maestro, responde a una pregunta mía que hace tiempo he querido hacerte. El Cántico de que estamos hablando ¿incluye a Ella? » Pregunta despacio Bartolomé mientras María se ocupa del niño y habla con las mujeres.
« Desde el principio del libro se habla de Ella, y de Ella se hablará en los libros futuros hasta que la palabra del hombre se cambie en el sempiterno hosanna de la eterna Ciudad de Dios » y Jesús se dirige a las mujeres.
« ¡Como se percibe que desciende de David! ¡Qué Sabiduría! ¡Qué poesía! » Dice Zelote hablando con sus compañeros.
« Pues bien » interviene Iscariote que todavía bajo los sentimientos de días anteriores habla poco, pero tratando de volver a tener la misma franqueza de antes, dice: « pues bien yo querría comprender por qué debió acaecer la Encarnación. Sólo Dios puede hablar de modo que derrote a Satanás. Sólo Dios puede tener el poder de redención. Esto no lo dudo. Pero me parece que el Verbo no debía de haberse envilecido tanto haciéndose como los demás hombres, y sujetándose a las miserias de la infancia y de las demás de la vida. ¿No habría podido aparecer con forma humana, ya adulto, en forma adulta? O si quería tener una Madre, ¿podía haberse buscado una adoptiva, así como hizo con su padre? Me parece que una vez se lo pregunté, pero no me respondió ampliamente, o no lo recuerdo. »
«Pregúntaselo; pues que de eso estamos hablando...» dice Tomás.
« Yo no. Lo hice enojar un poco y no me siento perdonado. Preguntádselo por mí.»
« Pero, perdona. Nosotros aceptamos todo sin tener elucubraciones, y ¿debemos hacer la pregunta? ¡No es justo! » Replica Santiago de Zebedeo.
« ¿Qué cosa no es justo? » pregunta Jesús.
Silencio. Zelote se hace intérprete de los demás.
« No te guardo rencor. Esto ante todo. Hago las observaciones necesarias, sufro y perdono. Esto para quien tiene miedo, fruto todavía de su turbación. En cuanto a la Encarnación real que llevé a cabo, escuchad: " Es justo que así haya sido”. En el futuro  Muchos caerán en errores sobre mi Encarnación, y me darán exactamente las formas erróneas que Judas querría que hubiese tomado. Hombre, aparentemente con cuerpo, pero en realidad, fluido como un juego de luces, por lo cual sería y no sería carne real. Y sería y no sería verdadera maternidad de María. En verdad Yo tengo un cuerpo real y María, en verdad, es la Madre del Verbo Encarnado. Si la hora del nacimiento no fue sino un éxtasis, la razón es, porque Ella es la nueva Eva sin peso de culpa y sin herencia de castigo. Pero no me envilecí al descansar en Ella ¿acaso el maná encerrado en el Tabernáculo se envileció? ". No, antes bien se honró con estar ahí. Otros dirán que no teniendo Yo cuerpo real, no padecí y no morí durante mi permanencia en la tierra. No pudiendo negar que Yo existí, se negará mi Encarnación real, o mi Divinidad verdadera. En verdad os digo que soy Uno con el Padre in eterno, y estoy unido a Dios como hombre, porque en verdad ha acontecido que el Amor haya llegado a lo inimaginable en su perfección, revistiéndose de carne para salvar la carne. A todos estos errores responde mi vida entera, que da sangre desde mi nacimiento hasta la muerte, y que se ha sujetado a lo que es común con el hombre excepto el pecado. Nacido, sí, de Ella. Y para vuestro bien. Vosotros no sabéis cómo se ablanda la Justicia desde que tiene a la Mujer como colaboradora. ¿Estás contento ahora, Judas? »
« Sí, Maestro.»
« Haz lo mismo conmigo. »
Iscariote inclina la cabeza, avergonzado, y tal vez emocionado ante una bondad tan grande.
Se quedan allí por un poco más de tiempo bajo el manzano. Quién duerme, quién ronca. María se levanta, vuelve a la cueva, Jesús la sigue...

sábado, 4 de diciembre de 2010

CAÍN Y ABEL

16.08.87

-¡Mi Dios, yo Te amo! -Vassula, eres grata a Mis Ojos, escucha y escribe. El Abel de hoy vivirá. Solamente confía en tu Dios, Abel vivirá, Abel vivirá esta vez. Bienamada, el mundo en su debilidad está lleno de Caínes. ¿Iba Yo a tolerar para siempre el ver a Mis Abeles condenados y muertos por los Caínes? ¿Cuántos más deberían todavía perecer bajo Mis Ojos? No, Vassula, Yo tengo Mis Llagas de nuevo abiertas; esta generación es una raza de Caínes. Bienamada, cada vez que surgió un Abel, un Caín repetía su crimen sin la menor vacilación, ¿lo ves pequeña?
(Dios parecía triste al decirme esto y yo me puse triste también.)

-¿Por qué pasa esto? -Es porque los Abeles son Mi Semilla. Vienen de Mí. -¿Y los Caínes? -¿Los Caínes? Ellos pertenecen al mundo, vienen de los hombres. Esta vez Yo Me voy a interponer entre Caín y Mi Abel. Extirparé todo lo que viene de Caín, arrojaré lejos de las manos de Caín sus armas, dejándole desnudo. Tendrá que enfrentarse a Abel desarmado. Vassula, te voy a explicar todo esto. Mira hacia Mí y al hacerlo observa Mis Labios y comprenderás. ¿Quieres todavía trabajar por Mí? -Sí, Dios mío, si Tú me lo permites. ¿Jesús? -Yo soy Jesucristo, Hijo predilecto de Dios y Salvador. 
-¿Nosotros? 
-Sí, Señor.
(¡Me siento feliz y Él sonríe!)

-Ven, pues, vamos a trabajar juntos. 

CONGRESO NACIONAL Y LOS PROYECTOS DE LOS DIPUTADOS SOBRE EL ABORTO.

En el congreso tratan proyectos de ley sobre el aborto, le dicen interrupción voluntaria, PORQUE NO SE SACAN LA CARETA Y LA HIPOCRESÍA QUE LLEVAN COMO MISERIA DIARIA, DIGAN CON TODAS LAS LETRAS ASESINATO,  TODOS SOMOS POBRES ANTES DIOS, PERO NO SE OLVIDEN DIPUTADOS QUE DIOS GRABA TODO PERO CUANDO DEJEN ESTE MUNDO HAY QUE HACERSE CARGO DE LOS QUE HACEMOS O DEJAMOS DE HACER AQUI EN LA TIERRA. SEAMOS DIGNOS, HONESTOS Y LIBRES DESDE EL CORAZON. EL CORAZON ES LA PUERTA DEL ALMA Y NO LIBRES DE MENTE PORQUE ALLI ESTAN LAS TENTACIONES, Y EL JUEGO INTELECTUAL.POR TODO ESTO DIOS ES EL QUE DA LA VIDA Y ES EL QUE LA QUITA Y EL SABE PORQUE, SOMOS PEREGRINOS Y YA LO SABEN, TODO LO QUE HACEMOS AQUI REPERCUTE EN NUESTRA ETERNIDAD.TODOS USTEDES ESTAN AQUI AHORA VIVOS PORQUE SUS MADRES DECIDIERON TENERLOS Y CRIALOS, ENTONCES HONREN A SUS MADRES.

VIENTOS DE CAMBIO: EL ENGAÑO DE LA REENCARNACIÓN.

VIENTOS DE CAMBIO: EL ENGAÑO DE LA REENCARNACIÓN.: " Nosotros estamos en un solo árbol y estamos en una rama y esa rama se remonta hasta Adam y Eva. El diablo en medio de las pedagogias qu..."

EL ENGAÑO DE LA REENCARNACIÓN.

     Nosotros estamos en un solo árbol y estamos en una rama y esa rama se remonta hasta Adam y Eva. El diablo en medio de las pedagogias que ha tenido antes de Cristo, le ha dado al pagano la interpretación de ese árbol, si el alma viviera muchas vidas, una sola alma; por eso le llama reencarnación, esas otras vidas son simplemente, es entrar en la rama de su árbol y meterse en los antepasados y ver todo lo que hay hacia atrás en nuestra carne y en nuestra carne está toda la información de la humanidad entera, por esta razón Jesús siendo Dios tomó un solo cuerpo y en ese cuerpo llevó el peso de toda la humanidad, por eso llevó el pecado de todos, en cada carne está todo el pecado.
En nosotros hay un Caín y un Abél, un Faraón y un Moisés y tambien un Jesús; si nosotros aceptamos la verdad y aceptamos la herencia que ya recibimos.




                                                                  Espíritu Santo en Conferencia de Marino Restrepo.