lunes, 31 de diciembre de 2012

DOS REFLEXIONES QUE HAY QUE HACERSE SIEMPRE


31 de diciembre de 1943 a la vidente María Valtorta.
Dice Jesús:
«Dos reflexiones que hay que hacerse siempre, y aún más ahora que vuestros corazones,
bajo el flagelo del demonio, son llevados a vacilar en la duda, primer paso hacia la
desesperación. Eso es lo que quiere Satanás. A él no le importan tanto las ruinas materiales
que produce, sino los efectos espirituales que éstas tienen en vosotros. Por eso conviene
que Yo, Maestro, os repita una vez más 1 la lección acerca del modo de comportarse para
merecer.
Dice Marcos en el capítulo 62 de su Evangelio, versículo: "Y no podía (Jesús) hacer algún
milagro y sólo curó a algunos enfermos".
Con cuánto amor había ido a mi patria, sólo puede comprenderlo quien piensa en la
perfección del Hombre Dios, que ha sublimado las pasiones humanas haciéndolas santas
como convenía a su naturaleza. Dios no niega ni prohíbe vuestros sentimientos cuando ésos
son, honestos y santos. Condena únicamente aquellos que erróneamente llamáis
En la monumental obra sobre la vida del Señor
sentimientos pero que en realidad son perversiones.
Yo, pues, amaba mi patria, y en ella, con especial amor, mi pueblo. A Nazaret, de donde
había partido para evangelizar, regresaba mi corazón cada día con pensamiento de amor y
también volvía Yo, porque habría querido socorrerla y santificarla, a pesar de que supiera
que estaba cerrada y hostil conmigo. Si prodigué por doquier la potencia del milagro, en
Nazaret habría querido que esa potencia no dejase sin resolver ningún caso de enfermedad
física, de enfermedad moral, de enfermedad espiritual, habría querido consolar cada miseria,
iluminar cada corazón.
Pero la incredulidad de mis paisanos estaba contra Mí. Por eso el milagro les fue
concedido sólo a aquellos pocos que se acercaron a Mí con fe y sin soberbia de juicio.
Vosotros me acusáis muchas, muchas veces, de que no os escucho y no os satisfago.
Pero examinaos, hijos. ¿Cómo venís a Mí? ¿Dónde está en vosotros esa fe constante,
absoluta, semejante a la de un niño inocente que sabe que el hermano mayor, el padre
amoroso, el abuelo paciente pueden ayudarle y contentarle en sus necesidades infantiles,
porque le quieren mucho? ¿Dónde está esa fe en vosotros hacia Mí? ¿Acaso no soy Yo
entre vosotros extranjero como lo era en Nazaret, porque la incredulidad y la crítica me
expulsaban en cuanto ciudadano?
Vosotros oráis. Queda aún quien ora. Pero mientras que me pedís una gracia pensáis, sin
decíroslo siquiera a vosotros mismos, pero lo pensáis con lo profundo del espíritu: "Dios no
me escucha. Dios no puede concederme esta gracia".
¡No puede! ¿Qué es lo que no puede Dios? Pensad que ha creado el Universo de la nada,
pensad que desde hace milenios lanza los planetas en los espacios y regula el recorrido,
pensad que contiene a las aguas en sus playas sin barreras de diques, pensad que ha hecho
del barro ese organismo que sois, pensad que en este organismo una semilla y unas pocas
gotas de sangre que se mezclan crean un nuevo hombre, que al formarse está en relación
con fases astrales, lejanas miles de kilómetros, pero que en cambio no están ausentes en la
obra de la formación de un ser, así como regulan, con sus éteres y su surgir y ponerse sobre
vuestros cielos, el germinar de las mieses y el florecer de los árboles; pensad que con su
sabio poder ha creado las flores dotadas de órganos apropiados para fecundar otras flores a
las que hacen de intermediarios los vientos y los insectos. Pensad que no hay nada que no
haya sido creado por Dios, tan perfectamente creado, del sol al protozoo, que vosotros no
podéis añadir nada a tal perfección. Pensad que su sabiduría ha ordenado, del sol al
protozoo, todas las leyes para vivir, y convenceos de que nada hay imposible para Dios,
quien puede disponer a su gusto de todas las fuerzas del cosmos, aumentarlas, pararlas,
hacerlas más veloces, tan sólo con que su Pensamiento lo piense.
¿Cuántas veces en el curso de los milenios los habitantes de la Tierra se han quedado
asombrados por fenómenos estelares de inconcebible grandeza: meteoros de extrañas
luces, sol en la noche, cometas y estrellas que nacen como flores en un jardín, en el jardín
de Dios, y que son lanzadas a los espacios como por un juego de niños para asombraros?
Los científicos han dado ponderosas explicaciones de disgregación y de composición de
células o de cuerpos estelares para volver humanos los incomprensibles brotes de los cielos.
No. Callad. Decid sólo una palabra: Dios. ¡He aquí al formador de esas relucientes, rotantes,
ardientes vidas! Dios es quien, como advertencia para los olvidadizos, os dice que Él es a
través dé las auroras boreales, a través de los veloces meteoros que vuelven de zafiro, de
esmeralda, de rubí o de topacio el éter que surcan, a través de las cometas con sus colas
llameantes similares al manto de una reina celeste que cruza en vuelo los firmamento s, a
través del abrirse de otro ojo estelar en la cúpula del cielo, a través del girar del sol
perceptible en Fátima para persuadiros sobre la voluntad de Dios. Vuestras otras inducciones
son humo de ciencia humana y en el humo se envuelve el error.
Todo es posible para Dios. Pero en lo que os concierne sabed que a vosotros Dios exige
únicamente fe para actuar. Vosotros contenéis el poder de Dios con vuestra desconfianza. Y
vuestras oraciones están contaminadas de desconfianza. No calculo además los que no
rezan sino blasfeman.
Otro punto del evangelio de Marcos es el versículo 13 del mismo capítulo 6°: "...y ungían
con óleo a los enfermos y los curaban". En la medicina práctica de entonces el óleo tenía un
papel primordial. No se puede decir que fuese más nocivo o menos eficaz que vuestras
complicadas medicinas de ahora. Al contrario, seguro que era más inofensivo. Pero no era
en el óleo donde residía el poder de curación para los enfermos a los que mis apóstoles
hacían las unciones.
Como siempre, la pesantez humana necesitaba un signo visible. ¿Quien habría podido
creer que el toque de la mano de aquellos pobres hombres que eran mis apóstoles,
conocidos como pescadores y hombres de pueblo, pudiera curar? Si lo hubieran creído
habrían dicho: "Sanáis por poder del príncipe de los demonios", como lo han dicho a Mí . Y
les habrían acusado como poseídos por los demonios. Esto no debía ser. Por eso a ellos les
di el medio, humano, para ser creídos, por lo menos, empíricos. Pero el poder era Dios quien
lo infundía en ellos para ganar prosélitos para su doctrina.
Yo lo he dicho: "Quienes creen en Mí podrán caminar sobre serpientes y escorpiones y
realizar las obras que Yo hago" . Yo no miento nunca, y puedo infundir poder divino en la
mano de un niño que cree y vive en Mí. ¿No está colmada la historia del cristianismo de
estos milagros? Los primeros siglos están cubiertos de ellos, y su florecimiento se ha ido
disminuyendo no porque haya disminuido el poder de Dios, sino porque vosotros sois
insuficientes en la tarea de ser los ministros de Dios.
Tened, tened, tened fe. Ella os salvará».