El ADN de los milagros
Escrito por Alberto Sáenz Enríquez | 15 de Abril de 2011
Una de las cosas que más sorprenden en esta época es la
manipulación de la mentira en cuanto a lo que la ciencia denuncia sobre
la existencia necesaria del Ser Supremo o Dios, así como la supuesta
incongruencia de la ciencia con la fe religiosa.
La labor que desempeñan grandes sabios como Allan Sandage,
Francis Collins, Stephen Meyer, Michael Denton, Michael Behe, Raúl O.
Leguizamón, William Demsky o el gran apologeta Jorge Loring S.J., de
difundir la verdad, se opaca y encubre en todo lo posible por un sistema
mediático al que sólo le interesa que se conozca un universo caótico,
un hombre irracional, una mujer con derecho a matar a sus hijos, sin
moral ni pudor, y una juventud desquiciada por el sexo y las drogas.
Incluso una niñez adelantada a su edad, sin inocencia y proclive al
vicio y a la degradación.
En ese medio tan profundamente debilitado, el público no tiene
más visión que la de la mentira, el encubrimiento y la depauperación
consiguiente de la moral, en tanto a la fe religiosa se le presenta
tendenciosamente como producto del fanatismo o la ignorancia.
Nadie medita cómo en unas milimicras está codificada la
existencia de cada uno de nosotros. Se habla del ADN como un portento
del conocimiento humano, mas no se advierte que contiene información
increíblemente digitalizada que nos fabrica físicamente y es fuente de
toda la diversidad biológica, que ninguna evolución ciega pudo producir,
sino sólo la mente infinita de Dios (Stephen Meyer: "ADN: Signature in
the Cell").
Y es que se suelen confundir, quizá a propósito, dos interrogantes muy distintas.
a) La primera es que al no explicarse la materia a sí misma no
queda más remedio que conceptuarla como obra de Dios, o sea, obra de un
ser omnisciente e infinitamente previsor y diseñador.
b) La segunda, es que ello no conlleva también la explicación
del misterio de lo que es Dios. Nadie, ni el más grande teólogo del
mundo, puede entender cómo puede existir desde siempre un Ser tan
portentoso, mucho menos, la ciencia empírica. Esto sólo el mismo Dios lo
puede revelar.
Pero al no poder hacerse esto empíricamente queda el pretexto
utilizado por los ateos y aun algunos dogmáticos de amalgamar ambas
interrogantes, negando que exista nada que podamos llamar Dios, o por lo
menos, como arguyen los segundos, que creer en Dios es cosa que se
limita solamente a la fe.
¿Que a través de la ciencia descubrimos palpablemente que hay Dios? Desde luego que sí.
¿Que a través de la ciencia podemos entender qué es Dios? No.
Y es aquí donde el ateo nos dice a los creyentes: "Dios es inexplicable, por lo tanto, no existe".
Pero si esto fuera así nada existiría. No hay sabio en el mundo
que pueda explicar por qué existe un solo átomo, o el porqué de la
dinámica y las velocidades increíbles de las partículas subatómicas, de
la velocidad de la luz, del "big bang"; el porqué de la naturaleza viva,
etcétera. La ciencia sabe "qués"; los "porqués" trata de encontrarlos
la filosofía y no los encuentra nunca si prescinde de la fe.
La religión nos da respuestas de las que la mala ciencia se ríe, cuando son de revelación divina.
El testimonio que tenemos de que la Revelación Divina es legítima son los milagros.
Por ello, en la Sábana Santa, en las curaciones inexplicables de
Lourdes, en el Ayate Guadalupano, o en la incorrupción de los cadáveres
de muchos santos o en los milagros eucarísticos comprobados encontramos
el testimonio de que la Revelación Divina no miente, aparte de que el
testimonio de las realidades científicas tampoco lo hace.
Basta indagar en todo el arsenal de datos de laboratorio, en las
firmas autentificadas de sabios, como en el Comité de Constancias
Médicas de Lourdes, en documentos notariados con firmas de innumerables
testigos, como el caso del labriego Pellicer, de Calanda, que recuperó
una pierna entera años después de que le fue arrancada por un carromato,
por petición que hizo a Nuestra Señora del Pilar y que conserva el
Ayuntamiento de Zaragoza España.
Igualmente existen los comprobantes químicos de la conservación
de sangre y músculo cardiaco de la Hostia de Lanciano y las
comprobaciones por laboratorios de todo el mundo de Hostias que palpitan
o estatuas sagradas que lloran o sangran como lo ha emprendido el
ilustre Doctor Ricardo Castañón, etcétera, por citar unos pocos de los
miles de casos de prodigios que son la obra del Dios que se revela a sí
mismo en la Sagrada Escritura y la Tradición Cristiana...
Todo esto compagina y complementa lo que la física la
cosmología, la matemática y la biología molecular nos evidencian sobre
la existencia de un Ser Supremo, un Diseñador Universal de infinito
inconmensurable poder e inteligencia.
Ser ignorante no es pecado, pero se puede volver, pues si uno puede salir de ello en lo que concierne al bien eterno y no lo hace, la persona puede morir eternamente. Pues hoy dia la gente se preocupa por no ser ignorante al mundo pero si a las cosas de Dios, y esta ignorancia no la va a justificar Dios el día de su juicio, por eso los Apóstoles decían que era mejor hacerse necios ante las cosas del mundo que pasan, para ser agradable a Dios.
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