viernes, 26 de agosto de 2022

9 | NOVENA PARTE | RETIRO DIVINA VOLUNTAD l "CÓMO VIVIR EL CIELO EN LA TIERRA"

5 | QUINTA PARTE | RETIRO DIVINA VOLUNTAD l "CÓMO VIVIR EL CIELO EN LA ...


14-30
Mayo 19, 1922

El Divino Querer en el Cielo es felicitante, en la tierra es obrante
y multiplica su Vida, sus bienes, en el acto de la criatura.
(1) Continuando mi habitual estado, mi siempre amable Jesús se hacía ver dentro de mi
interior, en el cual abriéndose una como puertecita, apoyaba sus brazos y asomaba su cabeza
para ver qué cosa hacían las otras criaturas. Yo miraba junto con Jesús, ¿pero quién puede
decir los males que se veían, las ofensas que se hacían y los castigos que lloverán? Era
horrorizante esta vista tan dolorosa; y también veía a nuestro pobre país golpeado por el
flagelo divino. Entonces yo, viendo que Jesús miraba con una ternura de amor y de dolor,
mientras que días antes me había sido imposible hacerlo dirigir su rostro y su mirada hacia las
criaturas, le he dicho:
(2) “Amor mío y vida mía, mira cuánto sufren nuestros queridos hermanos, ¿no quieres tener
piedad? Con cuántas ganas sufriría todo con tal de hacer que ellos fueran perdonados. Mira,
esto es un deber que me impone el estado de víctima, tu imitación; ¿no sufriste todo por
nosotros? ¿Y cómo quieres que no sufra yo para librarlos de los castigos, y que no te imite,
mientras que Tú sufriste tanto?” Y Jesús interrumpiendo mi hablar me ha dicho:
(3) “Ah, hija mía, ha llegado a tanto el hombre que no puedo mirarlo sino con horror, y si lo
miro es sólo desde dentro de ti, porque encontrando en ti todas las ternuras de mi Humanidad,
mis oraciones, me siento movido a mirarlo con compasión, y por amor tuyo preservaré sus
vidas. El hombre tiene necesidad de purificaciones fuertes, de otra manera no se desengaña,
y por eso arrollaré todo para renovar todo, haré cosas imprevistas, castigos nuevos de los
cuales el hombre no podrá encontrar la causa, y esto para confundirlo, pero tú no temas, por
amor tuyo disminuiré alguna cosa. Siento en ti como sentía en mi Humanidad la corriente de
las comunicaciones con todas las criaturas, y por esto me es duro no darte y no contentarte en
nada”.
29Volumen 14
(4) Más tarde me he encontrado fuera de mí misma, en un punto altísimo y he encontrado a
mi Mamá Celestial, a nuestro Arzobispo difunto, a mis padres y a mi dulce Jesús en los brazos
del obispo, el cual, en cuanto me ha visto me lo ha puesto en mis brazos diciéndome: “Tómalo
hija mía y gózalo”. Y Jesús hacía fiesta en mis brazos y ha dicho:
(5) “Hija amadísima de mi Querer, quiero renovar el vínculo del gran don de hacerte vivir en
mi Querer, y por esto he querido presentes como testigos a mi amada Mamá, al Obispo que
tomó parte en tu dirección cuando estuvo en la tierra, y a tus papás, a fin de que tú quedes
mayormente confirmada en mi Voluntad y recibas toda la corriente y los bienes que mi
Voluntad contiene, y ellos sean los primeros en recibir la gloria del obrar del vivir en mi Querer.
Tú no eres otra cosa que un átomo en mi Querer, pero en este átomo Yo pongo todo el peso
de mi Voluntad, a fin de que conforme te muevas, el mar inmenso de mi Querer reciba su
movimiento, las aguas se encrespen y como agitadas exhalen su frescura, sus perfumes, y
desborden en bien del Cielo y de la tierra. El átomo es pequeño, ligerísimo, y no es capaz de
agitar todo el mar inmenso de mi Voluntad, pero puesto dentro de él todo el peso de Ella, será
capaz de todo, y me darás campo para dar de Mí otros actos divinos, serás como la
piedrecilla arrojada en la fuente, que conforme cae, las aguas se encrespan, se agitan y
exhalan su frescura y su perfume; pero la piedrecilla no contiene el peso de mi Voluntad y por
eso no puede hacer que la fuente se desborde, pero tu átomo con el peso de mi Querer, no
sólo puede arrastrar mi mar, sino inundar Cielo y tierra.
(6) Como dentro de un solo respiro vendrás a absorber toda mi Voluntad con todos los
bienes que Ella contiene, y de otro respiro la pondrás fuera, y mientras esto haces, cuantas
veces la aspires y cuantas veces la emitas, tantas veces multiplicarás mi Vida, mis bienes. En
el Cielo los bienaventurados gozan de toda la beatitud que contiene mi Querer, viven en Él
como en su propio centro, pero no lo multiplican, pues en ellos están ya fijos sus méritos; pero
tú eres más feliz que ellos pudiendo multiplicar mi Vida, mi Querer, mis bienes; en ellos mi
Querer es felicitante, en ti es obrante y pido tus actos para multiplicarme. Cuando tú obras
estoy mirando con ansias si obras en mi Querer para recibir el contento de verme multiplicado
en tu acto. ¡Cuánto deberías estar atenta, y no dejar pasar nada!”
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Capítulo 298. La ayuda prestada a los huerfanos Marìa y Matìas y las enseñanzas que de ellla se deducen.


La ayuda prestada a los huerfanos Marìa y Matìas y las enseñanzas que de ella se deducen


Vuelvo a ver el lago de Merón en un lúgubre día de agua... Fango y nubes. Silencio y calígine. El horizonte desaparece
entre las brumas. La cadena del Hermón está sepultada bajo la espesa capa de nubes bajas. Pero desde este lugar - una llanura
alta, situada cerca del pequeño lago todo oscuro y amarillento por el fango de mil riachuelos crecidos y el cielo de Noviembre
lleno de nubes - se ve bien este pequeño lago alimentado por el Alto Jordán, que de él sale luego para ir a alimentar al otro lago;
más grande, de Genesaret.
Cae la tarde, cada vez más triste y amenazadora de lluvia, cuando Jesús toma el camino que corta el Jordán después del
lago de Merón. Entra luego por una vereda que lleva a una casa...
Otra dulce visión de Jesús y dos niños.
Digo esto porque veo que Jesús, al pasar por una vereda abierta entre campos - que deben haber recibido la simiente
poco antes porque la tierra está todavía mullida y oscura como cuando ha sido sembrada recientemente -, se detiene a acariciar
a dos pequeñuelos: un niño de no más de cuatro años y una niña que tendrá unos ocho o nueve. Deben ser niños muy pobres a
juzgar por sus míseros vestiditos descoloridos y rotos y su carita triste y flaca.
Jesús no les pregunta nada. Se limita a mirarlos fijamente mientras los acaricia. Luego reanuda ligero su paso, hacia una
casa que está en el fondo de la vereda. Es una casa labriega pero de buen aspecto, con una escalera exterior que sube del suelo
a la terraza, en que hay un emparrado, ahora desnudo de racimos y hojas: solamente queda alguna que otra última hoja ya
amarilla, que pende y se mueve con el viento húmedo de un desagradable día de otoño. En el murete de la casa unas palomas
zurean esperando el agua que el cielo gris y todo nublado promete.
Jesús, seguido por los suyos, empuja la tosca cancela de la albarrada que rodea la casa; entra en un patio - nosotros
diríamos una era -, con su pozo y en un ángulo, también un horno (supongo que sea eso aquel tabuco de paredes más oscuras
por el humo que incluso ahora sale y que el viento empuja hacia la tierra).
A1 oír el rumor de los pasos, una mujer se asoma a la puerta de este cuartucho. Al ver a Jesús, lo saluda con alegría y
corre a avisar a la casa.
Un hombre más bien anciano, y grueso, sale a la puerta de la casa, y va enseguida hacia Jesús.
-¡Qué gran honor verte, Maestro! - lo saluda.
Jesús responde con su saludo:
-La paz sea contigo - y añade: «Está anocheciendo y la lluvia se acerca. Vengo a pedirte alojamiento y un pan para mí y
mis discípulos.
-Entra, Maestro. Mi casa es tuya. La doméstica está para sacar el pan del horno. Con mucho gusto te lo ofrezco, con el
queso de mis ovejas y los productos de mis campos. Entra, entra, que el viento es húmedo y frío... - y, solícito, sujeta la puerta y
hace una reverencia cuando pasa Jesús. Pero inmediatamente cambia de tono dirigiéndose a alguien que ha visto, y dice airado:
« ¿Todavía estás aquí? ¡Vete! ¡No hay nada para ti! ¡Vete! ¿Entendido? Aquí no hay sitio para los vagabundos... - y farfulla entre
dientes: «...y quizás rateros como tú».
Una vocecita llorosa responde:
-Piedad, señor. A1 menos un pan para mi hermanito. Tenemos hambre...
Jesús, que había entrado en la vasta cocina, alegrada e iluminada con un vivo fuego, sale a la puerta. Su rostro es ya
distinto. Severo y triste, pregunta, no al huésped sino en general - parece como si se lo preguntara a la era silenciosa, a la
desnuda higuera, al oscuro pozo -:
-¿Quién tiene hambre?
-Yo, Señor. Yo y mi hermano. Sólo un pan y nos vamos.
Jesús está ya afuera, en el ambiente cada vez más lúgubre por el crepúsculo y la lluvia inminente.
-Pasa - dice.
-¡Tengo miedo, Señor!
-Ven, te digo. No tengas miedo de mí.
De detrás de una arista de la casa sale la pobre niña. De la mísera tuniquita viene agarrado su hermanito. Se acercan
temerosamente: una mirada tímida a Jesús; una de susto al dueño de la casa, que pone ojos amenazadores mientras dice:
-Son vagabundos, Maestro. Y ladrones. Hace poco he encontrado a ésta fisgando cerca de la almazara. Está claro que
quería entrar a robar. ¡A saber de dónde vendrán! No son del lugar.
Jesús lo escucha... digamos que lo escucha. Mira muy fijamente a la niña de carita demacrada, de trenzas despeinadas
(dos coletitas a los lados de ambas orejas, atadas al extremo con una cintita de trapo viejo). El rostro de Jesús no es severo
mientras mira a la pobrecita; está triste, pero sonríe para animar a la niña:
-¿Es verdad que querías robar? Di la verdad.
-No, Señor. Había pedido un poco de pan, porque tengo hambre. No me lo han dado. He visto una corteza de pan
untada, allí, en el suelo, cerca del molino del aceite, y había ido a recogerla. Tengo hambre, Señor. Ayer he conseguido sólo un
pan, pero lo guardé para Matías... ¿Por qué no nos han metido en la tumba con nuestra mamá?
La niña llora desconsoladamente, y su hermanito también.
-No llores.
Jesús la consuela acariciándola y arrimándola a su pecho.
-Responde: ¿de dónde eres?
-De la llanura de Esdrelón.
-¿Y has venido hasta aquí?-Sí, Señor.
-¿Hace mucho que ha muerto tu madre? ¿No tienes padre?
-Mi padre murió por el sol en el tiempo de la cosecha; mi mamá, la pasada luna... ella y el niño que iba a nacer
murieron... - y el llanto aumenta.
-¡No tienes ningún pariente?
-¡Venimos de muy lejos! No éramos pobres... Luego mi padre tuvo que ponerse al servicio de un patrón. Ahora ha
muerto y mi mamá con él.
-¿Quién era el patrón?
-El fariseo Ismael.
-¡El fariseo Ismael!... (es intraducible el modo como Jesús repite este nombre).
-
-¿Saliste de allí por
propia voluntad o te echó él?
-Me echó, Señor. Dijo: "Los perros hambrientos a la calle".
-¿Y tú, Jacob, ¿por qué no has dado un pan a estos niños; un pan, un poco de leche y un manojo de heno como cama
para su cansancio? ...
-Pero... Señor... tengo justo el pan que necesito... poca leche... y meterlos en casa... Éstos son como animales
vagabundos. Si se les pone buena cara luego ya no se marchan...
-¿Y te falta sitio y alimento para estos dos infelices? ¿Lo puedes decir con verdad, Jacob? La cosecha abundante, la
abundancia de vino, de aceite, de fruta, que han hecho famosa tu propiedad este año, ¿por qué te han venido? ¿No te habrás
olvidado ya, no? El año pasado, el granizo había depauperado tus bienes. Estabas preocupado por tu vida... Vine y te pedí un
pan... Tú me habías oído hablar un día y me fuiste fiel... En medio de tu aflicción me abriste tu corazón y tu casa. Me diste un
pan y me alojaste. ¿Qué te dije al salir a la mañana siguiente? “Jacob, has comprendido la Verdad. Sé siempre misericordioso y
obtendrás misericordia. Por el pan que has dado al Hijo del hombre, estos campos te darán muchos cereales; llenos de
aceitunas, como si soportaran los granos de la arena marina, estarán tus olivos; tus manzanos, plegados hasta el suelo por su
peso". Lo has tenido, y eres el más rico de la comarca este año. ¿Y niegas un pan a dos niños!...
-Pero tú eras el Rabí...
-Precisamente porque lo era podía hacer de las piedras pan; éstos, no. Ahora te digo: verás un nuevo milagro y te
producirá aflicción, gran aflicción... Cuando llegue ese momento, dándote golpes de pecho, di: "Me lo he merecido".
Jesús se vuelve a los niños:
-No lloréis. Id a ese árbol y coged los frutos.
-Pero si está vacío, Señor - objeta la niña.
-Ve.
La niña va, y vuelve con el vestidito alzado lleno de manzanas rojas y hermosas.
-Comed y venid conmigo - y a los apóstoles: «Vamos a llevar a estos dos pequeñuelos a Juana de Cusa. Ella sabe
recordar los beneficios recibidos y es compasiva por amor a quien usó con ella misericordia. Vamos.
El hombre, confundido y apesadumbrado, trata de arreglar las cosas:
-Es de noche, Maestro. Te puede venir el agua por el camino. Entra en mi casa. Mira, la doméstica va a sacar ya el pan
del horno... Te doy también para ellos.
-No hace falta. No sería por amor, lo darías por miedo al castigo prometido.
-Entonces no es éste - y señala a las manzanas que los dos niños hambrientos se están comiendo con avidez, cogidas del
árbol antes vacío -, no es éste, entonces, el milagro?
-No.
Jesús se muestra severísimo.
-¡Oh, Señor, Señor, ten piedad de mí! ¡Entiendo! ¡Tienes intención de castigarme en las mieses! ¡Piedad, Señor!
-No todos los que me dicen "Señor" me tendrán, porque el amor y el respeto no se testifican con la palabra sino con
obras. Tendrás la piedad que tú has tenido.
-Yo te amo, Señor.
-No es verdad. Me ama quien ama, porque esto es lo que he enseñado. Tú sólo te amas a ti mismo. Cuando me ames
como enseño, el Señor volverá. Ahora me marcho. Mi techo es hacer el bien, consolar a los afligidos, enjugar las lágrimas de los
huérfanos. Como la gallina extiende sus alas sobre los pollitos indefensos, así extiendo mi poder sobre los que sufren y viven en
el dolor. Venid, niños. Pronto tendréis casa y pan. Adiós, Jacob.
Y, no contento con marcharse, indica que cojan en brazos a la niña fatigada (Andrés la toma y la arropa en su manto), y
Él toma al niño; y se echan a andar, por la vereda ya oscura, con su carga de piedad que ya no llora.
Pedro dice:
-¡Maestro! ¡Qué gran suerte para éstos el que hayas llegado en este momento! ¡Pero para Jacob!... ¿Qué vas a hacer,
Maestro?
-Justicia. No llegará a conocer el hambre, porque tiene todavía muy llenos los graneros, pero sí que conocerá la
estrechez, porque el trigo sembrado no producirá grano, y los olivos y manzanos solamente hojas. Estos inocentes, no de mí,
sino del Padre, han recibido pan y casa; porque mi Padre es también Padre de los huérfanos; sí, Él, que da el nido y el alimento a
los pájaros de los bosques. Éstos pueden decir, y con ellos todos los desvalidos, los desvalidos que saben permanecer "hijos
inocentes y amorosos", que en sus pequeñas manos Dios ha depositado el alimento y que, con paterna guía, los conduce a casa
hospitalaria.
La visión cesa así, y me deja una gran paz.
Dice Jesús:-Para todos es la enseñanza de que sé ser el "Señor" con justicia. A mí no se me engaña, ni se me adula con falaz
obsequio. Quien cierra su corazón a su hermano lo cierra a Dios, y Dios a él.
¡Oh, hombres, es el primer mandamiento: Amor y amor. El que no ama, y se profesa cristiano, miente. Es inútil
frecuentar los sacramentos y los ritos, inútil la oración, si falta la caridad. Quedan con vertidos en fórmulas, e incluso en
sacrilegios. ¿Cómo podéis venir al Pan eterno y saciaros con É1, cuando habéis negado un pan a un hambriento? ¿Vale más,
acaso, vuestro pan que el mío? ¿Es más santo? ¡Hipócritas! Yo me doy a vuestra miseria sin medida, y vosotros, que sois miseria,
no tenéis piedad de miserias que ante los ojos de Dios no son odiosas como lo son las vuestras: porque aquellas son
desventuras, mientras que las vuestras son pecado. Demasiadas veces me decís: "Señor, Señor" para ganar mi benignidad para
vuestros intereses. Pero no lo decís por amor al prójimo y no hacéis nada por el prójimo en nombre del Señor. Mirad: colectiva e
individualmente, ¿qué os ha dado vuestra falaz religión y auténtica anticaridad? El abandono de Dios. Y el Señor volverá cuando
sepáis amar como Yo he enseñado.
Pero, a vosotros, pequeño rebaño formado por los que sufren siendo buenos, os digo: "Nunca estáis huérfanos, nunca
abandonados. No existiría Dios, antes que faltarles la Providencia a sus hijos. Tended la mano: el Padre os da todo como
“padre”, o sea, con amor que no humilla. Enjugad vuestras lágrimas. Yo os tomo y os llevo conmigo porque siento piedad de
vuestro abatimiento".
La criatura más amada es el hombre. ¿Vais a poner en duda que el Padre se mostrará más compasivo con el hombre fiel
que con los pájaros?, ¿con el hombre fiel, Él, que es longánimo incluso con el pecador, y le da tiempo y manera de ir a Él? ¡Ah, si
el mundo comprendiera lo que es Dios!
Dice María (la Virgen):
-María (habla a María Valtorta), habla Mamá. Mi Jesús ha hablado de la infancia del espíritu, requisito necesario para
conquistar el Reino. Ayer te mostré una página de su vida de Maestro. Has visto ayer a unos niños, a unos pobres niños. ¿No
habría nada que añadir? Sí, y lo añado yo. A ti, que quiero que seas cada vez más amada de Jesús. Es un detalle en el cuadro que
ha hablado a tu espíritu para el espíritu de muchos. Pero son los detalles los que hacen hermoso el cuadro, los que revelan la
capacidad del pintor y la sabiduría del observador. Quiero que observes la humildad de mi Jesús.
Aquella pobre niña, en su ignorante simplicidad, no trata de forma distinta al pecador de corazón de piedra y a mi Hijo.
No sabe ni de "Rabí" ni de "Mesías". Siendo poco menos que una pequeña salvaje, que ha vivido en los campos, en una casa
donde se despreciaba al Maestro - porque el fariseo Ismael despreciaba a mi Jesús -, no había oído jamás hablar de Él, no lo
había visto.
Su padre y su madre, quebrantados por el trabajo insoportable que el cruel patrón exigía, no tuvieron tiempo ni modo
de levantar la cabeza de la gleba que roturaban. Habrían oído, quizás, mientras segaban el heno o las mieses, mientras recogían
la fruta o los racimos, mientras trituraban la aceituna en la dura muela, un clamor de ¡hosanna! Habrían, incluso, alzado un
momento su cansada cabeza. Mas el miedo y el cansancio habrían vencido enseguida esas cabezas bajo su yugo. Y murieron
pensando que el mundo era sólo odio y dolor; en cambio, el mundo, desde que lo pisaban los santísimos pies de mi Jesús, era
amor y bien. Siendo sólo los pobres siervos de un despiadado patrón, murieron sin cruzarse siquiera una vez con la mirada y la
sonrisa de mi Jesús; sin haber oído su palabra, que daba una riqueza al espíritu por la que los indigentes se sentían ricos, los
hambrientos hartos, los enfermos sanos, consolados los que sufrían. Pues bien, Jesús no dice: "Yo, que soy el Señor, te digo: haz
esto". Conserva su anonimato. Y la pequeñuela, tan simple que no comprendió ni siquiera al ver el milagro de un manzano,
desnudo incluso de hojas, que carga una rama suya de manzanas para saciar su hambre, lo sigue llamando "Señor", como
llamaba a su patrón Ismael y al cruel Jacob. Se siente atraída hacia este Señor bueno porque la bondad siempre atrae. Pero nada
más. Le sigue con confianza. Lo ama inmediatamente, instintivamente, esta pobre criaturita sola en el mundo, ignorada
voluntariamente por el mundo, por ese "mundo importante de los poderosos y de los que gozan de la vida" que quiere
mantener en la sombra a los inferiores para poderlos torturar más a gusto y explotar más acerbamente.
Más adelante sabrá quién era aquel "Señor" que - pobre como ella, sin casa ni alimento, sin madre porque todo lo había
dejado por amor al hombre (también a esa pizquita de ser humano que era ella, pobre criaturita niña) - le había dado milagrosos
frutos, queriéndole quitar de sus labios y su corazón el amargor de la maldad humana que crea el odio de los desvalidos contra
los poderosos, con un fruto del Padre, no con un mendrugo de pan ofrecido tarde y que para ella habría tenido en todo caso
sabor de dureza y llanto. ¡Ah, verdaderamente esas manzanas recordaban el pomo del Paraíso Terrenal! Fruto nacido en la rama
para el Bien y para el Mal, determinaría redención de todas las miserias - la primera la de la ignorancia de Dios -para los dos
huerfanitos; determinaría castigo para aquel que, conociendo ya la Palabra, había obrado como si no la conociera. Sabrá más
adelante, de boca de la mujer buena que en nombre de Jesús la acogió, quién era Jesús: para ella Salvador repetidamente: del
hambre, de la intemperie, de los peligros del mundo, del pecado original.
Pero, para ella, Jesús tuvo siempre la luz de aquel día, bajo esa luz lo vio siempre: el Señor bueno con bondad de cuento
infantil, el Señor que tenía caricias y dones, el Señor que le había hecho olvidar que no tenía ni padre ni madre, ni casa ni
vestidos, porque había sido para ella bueno como su padre y dulce como su madre y había ofrecido un nido para el cansancio de
los dos, su pecho y el de otros hombres buenos que estaban con Él, y abrigo para la desnudez de los dos, su manto y el de otros
hombres buenos que con Él estaban. Una luz paterna y suave, que no se apagó con el flujo de las lágrimas, ni siquiera cuando
supo que había muerto atormentado en una cruz; ni siquiera cuando, pequeña fiel de la primera Iglesia, vio el aspecto del rostro
de su "Señor" con los golpes y las espinas y pensó cómo era El ahora, en el Cielo, a la derecha del Padre. Una luz que le sonrió en
su última hora de la tierra, y la condujo sin temor hacia su Salvador. Una luz que le sonrió una vez más con inefable dulzura en el
fulgor del Paraíso.
Jesús te mira a ti también así. Míralo siempre como lo veía tu lejana homónima y siéntete feliz de este amor suyo. Sé
sencilla, humilde, fiel, como la pobre y pequeña María que has conocido. Ve adónde ha llegado, a pesar de que fuera una pobre
ignorantilla de Israel: al corazón de Dios. El Amor se le reveló como se ha revelado a ti y se hizo docta con la verdadera Sabiduría.Ten fe, vive en la paz. No existe miseria alguna que mi Hijo no pueda transformar en riqueza; no hay soledad alguna que
no pueda colmar; como tampoco hay falta alguna que no pueda borrar. El pasado no existe, cuando el amor lo anula. Ni siquiera
un pasado horrendo. ¿Temerás tú si no temió Dimas el ladrón? Ama, ama y no tengas miedo de nada.
Mamá te deja con su bendición.

Fuente: Segundo año pùblico de Jesùs.
             Libro de Marìa valtorta 1943