Sínodo y Concilio Vaticano II: ¿la misma historia?
Reproduzco aquí el sermón predicado en este domingo 19 de octubre de 2014.
En esa famosa obra trágica griega llamada Antígona, que antaño estudiábamos en las escuelas, Sófocles llegó a inmortalizar la disyuntiva de obedecer a los hombres antes que a los dioses.
En efecto, ante la muerte de Edipo de Tebas, sus dos hijos varones, Eteocles y Polinice, habían acordado alternarse mutuamente el poder para compartirlo año tras año; pero la ambición ganó el corazón del primero quien, como nuestros gobernantes, por más democráticos que se digan, quiso perpetuarse en el mando. La historia termina con ambos hermanos muertos y con Creonte que, al asumir el reino, decreta que el cuerpo de Polinice permanezca insepulto.
Aquí entrará, Antígona, la joven hija de Edipo, quien quebrantando el mandato real, dará sepultura a su hermano pensando que “obedecer a los dioses antes que a los hombres”.
Pues bien, el Evangelio de este domingo nos deja una enseñanza similar; hay que obedecer a Dios antes que a los hombres…
- “¡Pero no, Padre! – dirá alguno. ¡Se equivocó de Evangelio! Hoy se nos habla de pagar o no el impuesto al César. Ud. debe predicar de los “fondos buitres” o del FMI, o del Club de París, ¡y todos contentos!
Podría, podría…, pero no me equivoco.
Sucede que, en tiempos de Nuestro Señor Jesucristo, los denarios tenían la imagen del “divus” César, es decir, del “divino” César, pues era considerado un dios en la tierra, de allí que la trampa que le tienden a Cristo, no se trate sólo de un problema impositivo, sino religioso. Es decir, ¿hay que dar tributo al dios César? Por ese Cristo responde: “dad al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”.
Se trata de la gran disyuntiva del cristiano, de acomodarse a los dioses y las posturas de este mundo o de reconocer que no hay más dios que Dios. Es la tentación de hacer causa común con los “dioses y señores de la tierra”, la tentación de aggiornarse al mundo.
- “Ahhh, es verdad”…; dirá uno de por allá.
Sí; es la prueba de Cristo y es la prueba de los cristianos. Hoy en día la estamos viviendo en el mismo seno de la Iglesia si han seguido las noticias. Se trata de un tiempo de confusión y de incluso un posible escándalo para los católicos de buena fe. Como todos sabrán, el Papa ha mandado llamar a un Sínodo sobre las familias”, es decir, una reunión de cardenales y obispos que tiene como finalidad debatir ciertas dificultades pastorales como por ejemplo, la falta de celebración de matrimonios sacramentales, las uniones de hecho, el concubinato y, casi entrando por la ventana, el trato a los homosexuales.
Sin embargo, desde un inicio, tanto los medios de comunicación como sectores progresistas desde dentro de la Iglesia han querido adueñarse por completo de la “manija” de las discusiones, llevando las conclusiones a puntos que ni siquiera estaban en el tapete.
Para los más grandes o para los más lectores, ha sucedido lo que se narra que pasó en el mismo Concilio Vaticano II, donde una cosa eran los documentos que se emitían y otra lo que se decía que decían…
Esto mismo es lo que dice hace días un padre sinodal, el cardenal Table, de Filipinas: “ha vuelto a soplar el espíritu del Concilio”, ese viento que, en vez de traer aire fresco y una primavera, llevó a la Iglesia a un invierno aterrador cuando se lo aplicó fuera de la doctrina y del magisterio papal de siempre.
No otra cosa dijo Benedicto XVI cuando se cumplían los 50 años de su apertura:
“Éramos felices y estábamos llenos de entusiasmo. El gran Concilio ecuménico se había inaugurado; estábamos seguros de que llegaba una primavera para la Iglesia… (pero) en estos cincuenta años hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y se traduce, siempre de nuevo, en pecados personales (…). Hemos visto también que en el campo del Señor siempre está la cizaña. Y que en la red de Pedro también hay peces podridos. Hemos visto que la fragilidad humana también está presente en la Iglesia, que la barca de la Iglesia también navega con viento contrario”[1].
Ese “viento contrario” sopló durante el Concilio intentando ser, como decía el cardenal Suenens, “1789 en la Iglesia”, es decir, la Revolución Francesa en el mismo seno de la Iglesia. Esto mismo y no otra cosa se ha intentado hacer en estos días, aunque en menor escala, con el Sínodo de las familias. Y nuevamente, la corriente del Rhin, es decir, la que venía del norte de Europa, ha querido imponer la agenda y hasta cambiar la doctrina, con el cardenal Kasper a la cabeza.
¿Cómo se llegó a esto? Los mismos diarios dan cuenta de esto en los días anteriores, haciendo hincapié en la doctrina contraria a la de la Iglesia. Sandro Magister, un prudente vaticanista nos dice:
“El primer acto tiene por protagonista al Papa Francisco en persona. El 28 de julio de 2013, en la rueda de prensa en el avión que lo llevaba de vuelta a Roma después de su viaje a Brasil, él lanza dos señales que tuvieron un impacto fortísimo y duradero en la opinión pública.
El primero, sobre el trato a los homosexuales:
- “Si una persona es homosexual y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”.
El segundo, sobre la admisión de las segundas nupcias:
- “Los ortodoxos siguen la teología de la economía, como la llaman, y dan una segunda posibilidad [de matrimonio]; lo permiten. Creo que este problema se debe estudiar en el marco de la pastoral matrimonial”[2].
Obviamente, ante tal declaración papal, los medios salieron a decir enseguida que “la Iglesia había cambiado” que “los que viven en concubinato podrían volver a comulgar” que la “revolución de Francisco”, etc…; porque ellos patean para donde quieren y, además, se aprovechan que la gente no distingue lo que es un discurso en un avión de un llamado telefónico o de una encíclica. Y no es así: no toda palabra del Papa es magisterio y hasta sus palabras o gestos pueden no ser siempre prudentes.
Pero comenzó el Sínodo y con él la verdadera batalla doctrinal entre el ala católica y el ala herética (no se le puede decir de otro modo, salvo que queramos usar eufemismos). Y luego de varios intríngulis, se redactó, al terminar esta primera etapa, un documento a modo de resumen que decía, en sus partes más confusas, esto:
Sobre la homosexualidad:
“se toma en consideración que hay casos en que el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas”.
Sobre el matrimonio:
“las uniones ‘de hecho’ son muy numerosas, no por motivo del rechazo de los valores cristianos sobre la familia y el matrimonio; sino sobre todo por el hecho de que casarse es un lujo, de modo que la miseria material empuja a vivir en uniones ‘de hecho’. (algunos) se han expresado por una mayor apertura a las condiciones bien precisas cuando se trata de situaciones que no pueden ser disueltas sin determinar nuevas injusticias y sufrimientos. Para algunos, el eventual acceso a los sacramentos debe ir precedido de un camino penitencial”.
¿Y cómo termina la cosa?
Ante dicho resumen, los padres sinodales (obispos, cardenales, etc.) una vez más se dividieron.
El cardenal Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dijo: “El documento preliminar del sínodo es indigno, vergonzoso y completamente equivocado”.
El cardenal Burke, Prefecto de la Signatura Apostólica agregó: “el documento carece de una base sólida en las Sagradas Escrituras y en el Magisterio”.
El cardenal Wilfrid Fox Napier, arzobispo de Durban, sentenció: “el documento es virtualmente irredimible”.
Y Mons. Gadecki, Presidente de la Conferencia Episcopal Polaca proclamó: “el documento es inaceptable”.
Pero lo más curioso de todo, es que la defensa de la Fe en cuanto al tema homosexual vino una vez más (como en los primeros siglos) del África negra; fueron ellos quienes, junto con otros prelados de todo el mundo, levantaron intransigentemente la voz contra estas doctrinas nuevas, llamativas y extrañas al Evangelio, de allí que, “tolerantemente”, el cardenal Kasper dijera de ellos: “Áftica es totalmente diferente de occidente (…) No se puede hablar de esto con los africanos (…). No es posible. Es un tema tabú”[3].
A Dios gracias, en África aún no se perdió el sentido común.
Hoy mismo, 18 de Octubre, se debió votar un nuevo resumen (Relatio post sinodal) que da marcha atrás con los “vientos de cambio”; pero, como dice el Padre Iraburu[4], “el daño ya está hecho” pues la sensación que ha quedado es que la doctrina revelada se puede cambiar o, al menos, se puede poner en discusión.
Y esto aunque el Papa ahora haya salido a tratar de calmar los ánimos con su discurso de clausura de esta primera parte[5].
Es decir, el mal está hecho.
¿Qué hacer?
En primer lugar, no desesperar. Esto ya ha sido revelado, como dice San Pablo: “vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que … acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos y apartarán sus oídos de la verdad volviéndose a las fábulas” (2 Tim 4,3).
Lo mismo que el Catecismo de la Iglesia (nº 675): “La Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a la peregrinación de la Iglesia sobre la tierra desvelará ‘el Misterio de iniquidad’ bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas, mediante el precio de la apostasía de la verdad”.
Ni tampoco temer: la Iglesia no puede perecer por más borrascosos que sean los mares; ya ha pasado por tempestades similares (el caso del arrianismo, en el siglo IV, es un ejemplo de ello) y se ha mantenido a flote.
Al contrario: hay que mantenerse firmes en la Fe, firmes en la esperanza y practicando la caridad en la verdad, recordando aquellas palabras de Nuestro Señor: “No temáis, pequeño rebaño. Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo” (Jn 16,33; Mt 28,20).
Sigamos firmes en la Fe, alegres en la Esperanza y constantes en la caridad.
P. Javier Olivera Ravasi, IVE
San Rafael, 18 de octubre de 2014