miércoles, 18 de enero de 2023

El Amor en Dios no es sentimiento, es Donarse y ser correspondido con Su mismo Amor.

6 de enero de 1944
1 Macabeos 3, 18. 19. 21.
Dice Jesús:
“Más y más veces he dicho y hoy en el día de la manifestación de Cristo 1 os lo digo una vez más, que
cuando Dios está con vosotros todas las fuerzas de la tierra juntas son como humo que un viento impetuoso
disipa.
La potencia no consiste en las armas ni en el número de los que van armados. La potencia reside en esa
parte que Dios lleva consigo. Dios está donde hay una vida honrada, amor al Señor, justicia.
1
Mateo 2, 1-12.
6En vano esperar que Dios esté donde las culpas van más allá del límite que mi Misericordia admite,
porque se acuerda de haber sido Hombre, de haber soportado los ataques del Enemigo y de haberlos vencido
porque era uno con la voluntad del Padre, esa voluntad que no quiere que el hombre se pierda, que quiere
verle vencer para salvarse. Dios no está donde la prepotencia permite el abuso y la arbitrariedad. Dios no está
donde no existe el amor hacia Él, y no hay amor donde se vive una vida culpable y no se practica la caridad
hacia el prójimo.
No mintáis asegurando: “Amo a Dios, pero no puedo amar a mi prójimo porque ha hecho esto o aquello
contra mí”. No es así. Es que no amáis.
Si os hubierais nutrido de caridad hasta el punto de convertirla en vuestra misma carne, en vuestra misma
sangre, no podríais distinguir y separar, y pasaríais sin discontinuidad del excelso amor a Dios al santo amor
a vuestro prójimo. Si en vosotros viviera la Caridad, cubriría como un manto divino las miserias de vuestros
hermanos y os los haría ver como copias menores de Dios, de quien son hijos tanto como vosotros. Si la
Caridad fuera vuestra misma vida, seríais felices al amar a quien no os ama, sabiendo que de ese modo
alcanzaríais el amor perfecto, que no obra a la espera de la recompensa del beneficiado porque cree, con fe
absoluta, que el Magnánimo registra vuestros afectos y los transforma en riquezas eternas, que vais a
encontrar cuando restéis en el Reino.
Y Yo, ¿qué he hecho, qué hago por vosotros? ¿Amo a quien me ama? No, amo también, con doliente
amor, a quien me ofende. Os amé antes de que existierais, aun sabiendo que me habríais ofendido y si bien es
cierto que conservo predilecciones celestes para quienes me aman porque ellos son el consuelo de mi
corazón, albergo una desbordante misericordia para con vosotros, los que me fustigáis y, cual fuente
inagotable, derramo sobre vosotros la ola del amor para llamaros a Mí, para salvaros para Mí, para donaros
ese goce que sólo en Mí podéis hallar, y espero penetrar en vosotros y mitigar vuestra dureza y haceros
buenos, ¡oh, hijos que me habéis costado tanto y que no queréis creer en Mí!
No rechacéis mi mano que se tiende hacia vosotros; mi mano que conoció el dolor que causa ser herida,
pero que sufre mucho más con vuestro rechazo que con la la creación. Leve habría sido la herida si hubiera
sabido que con ella obtendría vuestra salvación. Caricias habrían sido las infinitas heridas y besos las espinas
y un abrazo la cruz, si mi omnividente pensamiento hubiera sabido que con mi Sacrificio obtendría redención
para todo el género humano. Ahora, mi mano se desploma agobiada por el peso de la misericordia que
encierra y que no puede derramar.
Las plegarias de los santos me dan el oro; el holocausto de las víctimas, el incienso; pero la mirra, la
mirra tan amarga, me la dais vosotros, los que no me amáis y que con vuestro desamor me hacéis beber otra
vez el cáliz del Getsemaní y probar la esponja del Calvario. Son muy preciosos, por cierto, el oro y el
incienso depositados a mis pies, que afanosos corrieron a la muerte por vosotros. Pero son poco, poco,
demasiado poco comparados con los cúmulos de mirra que recubren la Tierra, desde lo alto de los cuales ríe
Satanás burlándose de Mí, pues me cree vencido por la inutilidad del sacrificio.
Pero no estoy vencido. Los vencidos serán siempre y únicamente los siervos de Satanás. Los victoriosos
por la eternidad seremos Yo y los que habré salvado y desde nuestra pacífica, fúlgida y eterna gloria veremos
desaparecer en la Muerte eterna a los que mi Nombre, el Nombre santo y terrible, abatió.
Hijos que aún me amáis, no tengáis miedo. Yo soy el Salvador. Y vosotros, los que no me odiáis pero
que, aun sin odiarme, no sabéis amar, sacudíos, venid a Mí. Os llamo en torno a mi signo. Venid. Creed.
Purificaos, inflamaos, esperad. Abatid a vuestros enemigos espirituales y a vuestros enemigos materiales con
la espada del amor”.




 Fuente; Cuaderno año 1944, de Maria Valtorta