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Agosto 15, 1899
Jesús le ordena la caridad. Fiesta de la Mamá
Celestial. Le da el oficio de mamá en la tierra.
(1) Esta mañana mi dulcísimo Jesús ha venido todo alegre, trayendo entre las manos un ramo de
bellísimas flores, y poniéndose en mi corazón, con aquellas flores ahora se circundaba la cabeza, ahora
las tenía entre sus manos, recreándose y complaciéndose todo. Mientras se divertía con estas flores,
como si hubiera hecho una gran adquisición, se ha volteado hacia mí y me ha dicho:
(2) “ Amada mía, esta mañana he venido para poner en orden en tu corazón todas las virtudes. Lasotras virtudes pueden estar separadas la una de la otra, pero la caridad ata y ordena todo. He aquí lo
que quiero hacer en ti, ordenar la caridad”.
(3) Yo le he dicho: “Solo y único Bien mío, ¿cómo puedes hacer esto siendo yo tan mala y llena de
defectos e imperfecciones? Si la caridad es orden, ¿estos defectos y pecados no son desorden que
tienen todo en desorden y revuelta mi alma?”
(4) Y Jesús: “Yo purificaré todo y la caridad pondrá todo en orden. Y además, cuando a un alma la hago
partícipe de las penas de mi Pasión, no puede haber culpas graves, a lo más algún defecto venial
involuntario, pero mi amor, siendo fuego, consumirá todo lo que es imperfecto en tu alma”.
(5) Así parecía que Jesús me purificaba y ordenaba toda; después derramaba como un río de miel de
su corazón en el mío y con esa miel regaba todo mi interior, de modo que todo lo que estaba en mí
quedaba ordenado, unido, y con la marca de la caridad.
(6) Después de esto me he sentido salir fuera de mí misma en la bóveda de los cielos, junto con mi
amante Jesús; parecía que todo estaba en fiesta, Cielo, tierra y purgatorio; todos estaban inundados de
un nuevo gozo y júbilo. Muchas almas salían del purgatorio y como rayos llegaban al Cielo para asistir a
la fiesta de nuestra Reina Mamá. También yo me ponía en medio de aquella multitud inmensa de gente,
es decir, ángeles, santos y almas del purgatorio, que ocupaban aquel nuevo Cielo, que era tan inmenso,
que el nuestro que vemos, comparado con aquél me parecía un pequeño agujero, mucho más que tenía
la obediencia del confesor. Pero mientras hacía por mirar, no veía otra cosa que un Sol luminosísimo
que esparcía rayos que me penetraban toda, de lado a lado, y me volvían como un cristal, tanto que se
descubrían muy bien los pequeños defectos y la infinita distancia que hay entre el Creador y la criatura;
tanto más que aquellos rayos, cada uno tenía su marca: Uno delineaba la Santidad de Dios, otro la
pureza, otro la potencia, otro la sabiduría, y todas las otras virtudes y atributos de Dios. Así que el alma,
viendo su nada, sus miserias y su pobreza, se sentía aniquilada y en vez de mirar, se postraba con la
cara en la tierra ante aquel Sol Eterno, ante el Cuál no hay ninguno que pueda estar frente a Él.
(7) Pero lo más era que para ver la fiesta de nuestra Mamá Reina, se debía ver desde dentro de aquel
Sol, tanto parecía inmersa en Dios la Virgen Santísima, que mirando desde otros puntos no se veía
nada. Ahora, mientras me encontraba en estas condiciones de aniquilamiento ante el Sol Divino y la
Mamá Reina teniendo en sus brazos al niñito, Jesús me ha dicho:
(8) “ Nuestra Mamá está en el Cielo, te doy a ti el oficio de hacerme de mamá en la tierra, y como mi
vida está sujeta continuamente a los desprecios, a la pobreza, a las penas, a los abandonos de los
hombres, y mi Madre estando en la tierra fue mi fiel compañera en todas estas penas, y no sólo eso,
sino buscaba aliviarme en todo, por cuanto podían sus fuerzas, así también tú, haciéndome de madre
me harás fiel compañía en todas mis penas, sufriendo tú en vez mía por cuanto puedas, y donde no
puedas, buscarás darme al menos un consuelo. Debes saber que te quiero toda atenta en Mí. Seré
celoso aun de tu respiro si no lo haces por Mí, y cuando vea que no estás toda atenta para contentarme,
no te daré ni paz ni reposo”.
(9) Después de esto he comenzado a hacerle de mamá, pero ¡oh! cuánta atención se necesitaba para
contentarlo. Para verlo contento no se podía ni siquiera dirigir una mirada a otra parte. Ahora quería
dormir, ahora quería beber, ahora quería que lo acariciara y yo debía encontrarme pronta a todo lo que
quería; ahora decía: “Mamá mía, me duele la cabeza, ¡ah, alíviame!” Y yo enseguida le revisaba la
cabeza, y encontrando espinas se las quitaba, y poniéndole mi brazo bajo la cabeza lo hacía reposar.
Mientras hacía que reposara, de repente se levantaba y decía: “Siento un peso y un sufrimiento en el
corazón, tanto de sentirme morir; ve que hay”. Y observando en el interior del corazón, he encontrado
todos los instrumentos de la Pasión, y uno a uno los he quitado y los he puesto en mi corazón.
Después, viéndolo aliviado, he comenzado a acariciarlo y a besarlo y le he dicho: “Mi solo y único
tesoro, ni siquiera me has dejado ver la fiesta de nuestra Reina Madre, ni escuchar los primeros
cánticos que le cantaron los ángeles y los santos en el ingreso que hizo en el Paraíso”.
(10) Y Jesús: “El primer canto que hicieron a mi Mamá fue el Ave María, porque en el Ave María están
las alabanzas más bellas, los honores más grandes, y se le renueva el gozo que tuvo al ser hechaMadre de Dios, por eso, recitémosla juntos para honrarla y cuando tú vengas al Paraíso te la haré
encontrar como si la hubieras dicho junto con los ángeles aquella primera vez en el Cielo”.
(11) Y así hemos recitado la primera parte del Ave María juntos. ¡Oh, cómo era tierno y conmovedor
saludar a nuestra Mamá Santísima junto con su amado Hijo! Cada palabra que Él decía, llevaba una luz
inmensa en la cual se comprendían muchas cosas sobre la Virgen Santísima, ¿pero quién puede
decirlas todas? Mucho más por mi incapacidad, por eso las paso en silencio.
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