21 de octubre
Dice Jesús:
«Vuelvo a reanudar el tema 149 de las almas acogidas en el Purgatorio. Si has aferrado
todo el sentido de mis palabras, no importa. Estas páginas son para todos, porque todos
tienen seres queridos en el Purgatorio y así todos, por la vida que llevan, están destinados a
detenerse en esa morada. Sigo por tanto para los unos y para los otros.
He dicho que las almas purgantes sólo sufren por amor y expían con amor. Éstas son las
razones de este modo de expiación.
Si vosotros, hombres inconscientes, consideráis atentamente mi Ley en sus consejos y en
sus mandamientos, veis que gira totalmente alrededor del amor. Amor hacia Dios, amor
hacia el prójimo.
En el primer mandamiento Yo, Dios, me impongo a vuestro amor reverencial con toda la
solemnidad digna de mi Naturaleza respecto de vuestra nada: "Yo soy el Señor tu Dios".
Os olvidáis de ello demasiadas veces, hombres que os creéis dioses y, si no tuvierais en
vosotros un espíritu vivificado por la gracia, sólo seríais polvo y podredumbre, animales que
unís a la animalidad la astucia de la inteligencia poseída por la Bestia, que os hace cometer
obras de animales, peor que de animales: de demonios.
Decíoslo mañana y noche, decíoslo a mediodía y a media noche, decíoslo cuando coméis,
cuando bebéis, cuando vais a dormir, cuando os despertáis, cuando trabajáis, cuando
descansáis, decíoslo cuando amáis, decíoslo cuando contraéis amistades, decíoslo cuando
mandáis y cuando obedecéis, decíoslo siempre: "Yo no soy Dios. La comida, la bebida, el
sueño no son Dios. Él trabajo, el descanso, las ocupaciones, las obras del genio, no son
Dios. La mujer, o peor: las mujeres, no son Dios. Las amistades no son Dios. Los superiores
no son Dios. Uno sólo es Dios: es mi Señor que me ha dado esta vida para que con ella
merezca la Vida que no muere, que me ha dado vestidos, alimentos, moradas, que me ha
dado el trabajo para que me gane la vida, la genialidad para que dé muestra de ser el rey de
la tierra, que me ha dado capacidad de amar y criaturas para amar "con santidad" y no con
concupiscencia, que me ha dado el poder, la autoridad para que los convierta en medios de
santidad, no de condenación. Yo puedo hacerme semejante a Él porque Él lo ha dicho:
'Dioses sois', pero sólo si vivo su Vida, esto es su Ley, pero sólo si vivo su Vida, esto es su
149
Ya tratado en el dictado del 17 de octubre
250Amor. Uno sólo es Dios: ÉL Yo soy su hijo Y súbdito, el heredero de su reino. Pero si deserto
y traiciono, si me creo un reino mío en el que quiero ser rey y dios humanamente, entonces
pierdo el verdadero Reino y mi condición de hijo de Dios decae y se degrada a la de hijo de
Satanás, porque no se puede servir a la vez al egoísmo y al amor, y quien sirve al primero
sirve al enemigo de Dios y pierde el Amor, o sea, pierde a Dios".
Quitad de vuestra mente y de vuestro corazón todos los falsos dioses que os habéis
colocado, comenzando por el dios de barro que sois vosotros mismos cuando no vivís en Mí.
Acordaos de cuanto me debéis por cuanto os he dado -y más os habría dado si no hubierais
atado las manos a vuestro Dios con vuestra forma de vida- lo que os he dado para la vida de
cada día y para la vida eterna. Por ésta, Dios os ha dado a su Hijo, para que fuera inmolado
como cordero sin mancha y lavase vuestras deudas con su Sangre y no hiciera así, como en
los tiempos mosaicos, recaer la iniquidad de los- padres sobre los hijos hasta la cuarta
generación de los pecadores, que son "quienes me odian" porque el pecado es ofensa a
Dios y quien ofende odia.
No alcéis otros altares a dioses no verdaderos. Tened sólo y exclusivamente al Señor Dios
vuestro, y no en altares de piedra, sino sobre el altar vivo de vuestro corazón. Servidle a Él y
ofrecedle verdadero culto de amor, de amor, de amor, hijos que no sabéis amar, que decís,
decís, decís palabras de oración, sólo palabras, pero que no hacéis del amor vuestra oración,
la única que agrada a Dios.
Recordad que un verdadero latido de amor, que suba como una nube de incienso de las
llamas de vuestro corazón enamorado de Mí, tiene para Mí un valor infinitas veces mayor
que miles y miles de oraciones y ceremonias realizadas con el corazón tibio o frío. Atraed mi
Misericordia con vuestro amor. ¡Si supierais qué activa y grande es mi Misericordia hacia
quien me ama! Es una ola que pasa y lava cuanto constituye mancha en vosotros. Os da una
estola cándida para entrar en la Ciudad santa del Cielo, en la que la Caridad del Cordero que
se ha dejado inmolar por vosotros resplandece como el sol.
No utilicéis el Nombre santo por costumbre o para reforzar vuestra ira, para desahogar
vuestra impaciencia, para corroborar vuestras maldiciones. Y sobre todo no apliquéis el
término "dios" a la criatura humana que amáis por hambre de los sentidos o por culto de la
mente. Este nombre debe decirse sólo a Uno. A Mí. Y a Mí se me debe decir con amor, con
fe, con esperanza. Entonces ese Nombre será vuestra fuerza y vuestra defensa. El culto a
este Nombre os justificará, porque quien obra poniendo mi Nombre como sello de sus
acciones no puede cometer acciones malvadas. Hablo de quien actúa con sinceridad, no de
los mentirosos que tratan de cubrirse a sí mismos y sus obras con el resplandor de mi
Nombre tres veces santo. ¿Y a quien tratan de engañar? Yo no estoy sujeto a engaño, y los
hombres mismos, a no ser que sean enfermos mentales, al comparar las obras de los
mentirosos con su decir comprobarán que son unos falsos y sentirán desprecio y asco de
ellos.
Vosotros que no sabéis amar más que a vosotros mismos y a vuestro dinero, y os parece
perdido cualquier momento que no esté dedicado a satisfacer la carne o henchir el bolsillo,
que sepáis, en vuestro gozar o trabajar como glotones y rudos, hacer un inciso que os
permita pensar en Dios, en su bondad, en su paciencia, en su amor. Deberíais, lo repito,
tenerme siempre presente hagáis lo' que hagáis; pero como no sabéis obrar manteniendo el
espíritu fijo en Dios, una vez a la semana cesad de obrar para pensar sólo en Dios.
Ésta, que puede pareceros una ley servil, es en cambio prueba de cómo Dios os ama.
Vuestro buen Padre sabe que sois máquinas frágiles que se desgastan por el uso continuo, y
ha provisto a vuestra carne, también a ella porque igualmente es obra suya, ordenándoos
que la hagáis descansar un día de cada siete para darle su justo reposo. Dios no quiere
251vuestras enfermedades. Si hubierais permanecido hijos suyos, realmente suyos, desde Adán
en adelante, no habríais conocido las enfermedades. Éstas son fruto de vuestras deso-
bediencias a Dios, junto con el dolor y la muerte; han nacido y nacen como setas sobre las
raíces de la primera desobediencia: la de Adán y brotan unas de las otras, trágica cadena,
del germen que os quedó en el corazón, del veneno de la Serpiente maldita que. os produce
fiebres de lujuria, de avaricia, de gula, de desidia, de imprudencias culpables.
Y es imprudencia culpable el querer forzar vuestro ser a un trabajo continuo para ganancia,
como lo es el querer excederse en el gozo de la gula o del sentido al no querer contentaros
con el alimento necesario para la vida y con la compañera necesaria para la continuidad de
la especie, sino saciándoos desmesuradamente como animales de un cenagal extenuándoos
y envileciéndoos como -no como bestias, que no son semejantes sino superiores a vosotros
en el connubio al que van obedeciendo las leyes del orden- sino envileciéndoos más que las
bestias: como demonios que desobedecen a las santas leyes del recto instinto, de la razón y
de Dios.
Habéis corrompido vuestro instinto y ahora éste os lleva a preferir alimentos corrompidos,
formados por lujurias en las que profanáis vuestro cuerpo: mi obra; vuestra alma: mi obra de
arte; y matáis embriones de vida negándoles la vida porque los suprimís antes de tiempo
voluntariamente o mediante vuestras lepras que son veneno mortal para las vidas
incipientes.
¿A cuántas almas vuestro apetito sensual llama del Cielo para cerrarles después las
puertas de la vida? ¿Cuántas las que apenas alcanzan el confín y ven la luz ya moribundas o
muertas, y le impedís el Cielo? ¿Cuántas aquéllas a las que imponéis un peso de dolor, que
no siempre pueden soportar, con una existencia enferma, marcada por dolencias dolorosas y
vergonzosas? ¿Cuántas las que no pueden resistir esta clase de martirio no deseado, sino
impuesto por vosotros como una marca de fuego sobre la carne, que habéis generado sin
pensar que, cuando se está corrompidos como sepulcros llenos de podredumbre, ya no es
lícito generar hijos para condenarles al dolor y al desprecio de la sociedad? ¿Cuántas las
que, no pudiendo resistir esta suerte, se suicidan?
¿Pero qué os creéis? ¿Qué las condenaré por este delito contra Dios y contra sí mismas?
No. Antes que ellas, que pecan contra dos, estáis vosotros que pecáis contra tres: contra
Dios, contra vosotros mismos y contra los inocentes que generáis para llevarles a la deses-
peración. Pensadlo. Pensadlo bien. Dios es justo, y si pesa la culpa, pesa también la causa
de la culpa. Y en este caso el peso de la culpa aligera la condena del suicida, pero carga
vuestra condena, verdaderos homicidas de vuestras criaturas desesperadas.
En ese día de descanso que Dios ha puesto en la semana, y os ha dado su ejemplo de
reposo -pensad, Él: el Agente infinito, el Generante que por Sí mismo se genera
continuamente, Él ha mostrado la necesidad de descanso, lo ha hecho por vosotros, para
seros Maestro en la vida. Y vosotros, insignificantes potencias, ¡no lo queréis tener en cuenta
como si fuerais más poderosos que Dios!-. En ese día de reposo para vuestra carne que se
quiebra por el excesivo cansancio, sabed ocuparos de los derechos y de los deberes del
alma. Derechos: a la verdadera Vida. El alma muere si se la mantiene separada de Dios.
Dadle el domingo a vuestra alma -dado que no sabéis hacerlo todos los días y a todas las
horas- para que en el domingo se nutra de la Palabra de Dios, se colme de Dios, para tener
vitalidad durante los demás días de trabajo. ¡Qué dulce es el descanso en la casa del padre
para un hijo al que el trabajo ha mantenido alejado durante toda la semana! ¿Por qué no dais
a vuestra alma esta dulzura? ¿Por qué ensuciáis este día con embriagueces y
concupiscencias en vez de transformarlo en brillante luz para vuestra bienaventuranza de
ahora y de después?
252Y; tras el amor hacia quien os ha creado, el amor a quien os ha generado y a quien es
vuestro hermano. Si Dios es Caridad ¿cómo podéis decir de estar en Dios si no tratáis de
pareceros a Él en la caridad? ¿Y podéis decir que os parecéis si sólo le amáis a Él y no a los
demás creados por Él? Sí, debe amarse a Dios más que a nadie, pero no puede decir que
ama a Dios el que menosprecia amar a quienes Dios ama.
Por tanto amad en primer lugar a quienes, por haberos generado, son los segundos
creadores de vuestro ser en la tierra. El Creador supremo es el Señor Dios, que forma
vuestras almas y, dueño como es de la Vida y de la Muerte, permite vuestro nacer a la vida.
Pero los creadores segundos son los que de dos carnes y de dos sangres hacen una nueva
carne, un nuevo hijo de Dios, un nuevo futuro 21 oct. habitante de los Cielos. Porque estáis
creados para los Cielos, y para los Cielos debéis vivir sobre la tierra.
¡Oh! ¡Qué sublime dignidad la del padre y la de la madre! Episcopado santo -lo digo con
una palabra osada pero verdadera- que consagra un nuevo siervo a Dios con el crisma de un
amor conyugal, le lava con el llanto de la madre, le viste con el trabajo del padre, le hace
portador de la Luz infundiendo el conocimiento de Dios en las mentes infantiles y el amor de
Dios en los corazones inocentes. En verdad os digo que los padres son poco inferiores a
Dios sólo por el hecho de crear un nuevo Adán. Pero luego, cuando los padres saben hacer
del nuevo Adán un nuevo pequeño Cristo, entonces su dignidad es apenas un grado inferior
a la del Eterno.
Amad, pues, con un amor sólo inferior al que debéis tener por el Señor Dios vuestro, a
vuestro padre y vuestra madre, esta doble manifestación de Dios que el amor conyugal hace
ser una "unidad". Amadla porque su dignidad y sus obras son las más semejantes a las de
Dios hacia vosotros: los padres son vuestros creadores terrenos, y todo en vosotros debe
venerarles como tales.
Y amad a vuestra prole, padres. Recordad que a cada deber le corresponde un derecho, y
si los hijos tienen el deber de ver en vosotros la mayor dignidad después de Dios y de daros
el mayor amor después del amor total que debe darse a Dios, vosotros tenéis el deber de ser
perfectos para no disminuir el concepto y el amor de los hijos hacia vosotros.
Acordaos de que generar una carne es mucho y nada al mismo tiempo. También los
animales generan una carne y muchas veces la cuidan mejor que vosotros. Pero vosotros
generáis un ciudadano de los Cielos. De esto debéis preocuparos. No apaguéis la luz en el
alma de los hijos, no permitáis que la perla del alma de vuestros hijos se acostumbre al fango
para que esa costumbre no la empuje a sumergirse en el fango. Dad amor, amor santo a
vuestros hijos, y no necios cuidados a la belleza física, a la cultura humana. No. La que
debéis cuidar es la belleza de su alma, la educación de su espíritu.
La vida de los padres es sacrificio como la de los sacerdotes y los maestros convencidos
de su misión. Las tres categorías son "formadores" de lo que no muere: el espíritu, o la
psique, si os gusta más. y dado que el espíritu es a la carne en la proporción de 1000 a 1,
pensad qué perfección deberían alcanzar padres, maestros y sacerdotes para ser
verdaderamente como debieran. Digo ''perfección''. No basta "formación". Deben formar a los
demás, pero para formarles no deformes deben modelarles sobre un modelo perfecto. ¿Y
cómo pueden pretenderlo si ellos mismos son imperfectos? ¿Y cómo pueden llegar a ser
perfectos ellos mismos si no se modelan sobre el Perfecto que es Dios? ¿Y qué puede hacer
al hombre capaz de modelarse según Dios? El amor. Siempre el amor. Sois hierro basto e in-
forme. El amor es el horno que os purifica y derrite y os vuelve líquidos para colaros,
mediante las venas sobrenaturales, en la forma de Dios. Entonces seréis los "formadores" de
los demás: cuando os hayáis formado sobre la perfección de Dios.
Muchas veces los hijos representan el fracaso espiritual de los padres. A través de los hijos
253se ve lo que valían los padres. Porque, si bien es verdad que a veces nacen hijos
depravados de padres santos, ésta es la excepción. Generalmente al menos uno de los
padres no es santo y, dado que os resulta más fácil copiar el mal que el bien, el hijo copia al
menos bueno. Y también es verdad que a veces de padres depravados nace un hijo santo.
Pero también aquí es difícil que ambos padres sean depravados. Por ley de compensación el
más bueno de los dos es bueno por los dos, y con oraciones, lágrimas y palabras, cumple la
obra de los dos formando al hijo para el Cielo.
De todas formas, hijos, sean cuales sean vuestros padres, Yo os digo: "No juzguéis, sólo
amad, sólo perdonad, sólo obedeced, salvo en las cosas que son contrarias a la Ley.
Vosotros tenéis el mérito de la obediencia, del amor y del perdón, de vuestro perdón de hijos,
María, que acelera el perdón de Dios para los padres, y lo acelera más cuanto más sea
perdón total; a los padres la responsabilidad y el justo juicio, sea relativo a vosotros, sea por
cuanto corresponde a Dios, de Dios, único Juez".
Es superfluo explicar que matar es faltar al amor. Amor hacia Dios a quien quitáis el
derecho de vida y de muerte hacia su criatura y el derecho de Juez. Sólo Dios es Juez, y
Juez santo, y si ha permitido al hombre el crearse tribunales de justicia para poner un freno
tanto al delito como al castigo, ¡ay de vosotros si, como faltáis a la justicia de Dios, faltáis a la
justicia del hombre erigiéndoos en jueces de un semejante que ha faltado o creéis que haya
faltado contra vosotros!
Pensad, pobres hijos, que la ofensa, el dolor, trastornan la mente y el corazón, y que la ira
y el mismo dolor ponen un velo a vuestra visión intelectual, velo que os impide la visión. de la
auténtica verdad y de la caridad como Dios os la presenta, para que sepáis regular con ella
vuestra indignación, aunque sea justa, y no cometáis una injusticia con una condena
demasiado despiadada. Sed santos también mientras os quema la ofensa. Acordaos de Dios
sobre todo entonces.
y también sed santos vosotros, jueces de la tierra. Pasan por vuestras manos los horrores
más vivos de la humanidad. Examinadlos con mente y con ojos llenos de Dios. Mirad el
"porqué" verdadero de algunas "miserias". Pensad que aunque sean verdaderas "miserias"
de la humanidad que se degrada, muchas son. las causas que las producen. Buscad en la
mano que mata la fuerza que la movió a matar y recordad que también vosotros sois
hombres. Preguntaos si vosotros: traicionados, abandonados, provocados, hubierais sido
mejores que ése o ésa que está delante vuestra en espera de sentencia. Haciendo un
examen severo sobre vosotros, pensad si no hay alguna mujer que pueda acusaros de ser
los verdaderos asesinos del hijo que le suprimió, porque tras el momento de alborozo os
habéis sustraído a vuestro compromiso de honor. Y; si lo podéis hacer, sed también severos.
Pero si, tras haber pecado contra la criatura nacida de vuestra insidia y vuestra lujuria, aún
queréis obtener perdón de Aquél a quien no se engaña y que no olvida, aún a pesar de años
y años de vida correcta, esa incorrección que no habéis querido reparar, o ese delito que
habéis provocado, afanaos por lo menos en prevenir el mal, especialmente allí donde la
frivolidad femenina y la miseria del ambiente predisponen a las caídas en el vicio y en el
infanticidio.
Recordad, hombres, que Yo, el Puro, no he rehusado redimir a las mujeres sin honor. Y
por el honor que ya no tenían, he hecho surgir de su ánimo, como flor de un suelo profanado,
la flor viva del arrepentimiento que redime. He dado mi piadoso amor a esas pobres
desgraciadas que un así llamado "amor" había postrado en el fango. Mi verdadero amor las
ha salvado de la lujuria que el así llamado amor les había inyectado. Si las hubiera maldecido
y huido de ellas, las habrías perdido para siempre. Las he amado también por el mundo, que
tras haber gozado de ellas las recubre de burla hipócrita y falso desprecio. En lugar de las
254caricias de pecado las he acariciado con la pureza de mi mirada; en lugar de palabras de
delirio, he tenido palabras de amor por ellas; en vez de la moneda, vergonzoso precio de su
beso, les he dado las riquezas de mi Verdad.
Así se hace, hombres, para sacar del fango a quien se está hundiendo en él, no se agarra
uno al cuello para que sean dos los que perezcan, ni se tiran piedras para hundirle todavía
más. Es el amor, siempre el amor el que salva. .
Ya os he hablado 150 de cuanto sea el adulterio un pecado contra el amor, y no lo repito, al
menos por ahora. Hay mucho que decir acerca de esta regurgitación de animalidad -tanto
que ni siquiera entenderíais, porque os vanagloriáis de ser traidores del hogar- pero callo por
piedad hacia mi pequeña discípula. No quiero agotar las fuerzas de la criatura exhausta y
turbar su ánimo con crudezas humanas porque, cercano de la meta, sólo piensa en el Cielo.
Es obvio que quien roba peque contra el amor. Si se acordase de no hacer a los demás lo
que no quisiera que se le hiciera a él, y amase a los demás como a sí mismo, no quitaría con
violencia y estafa lo que es de su prójimo. Entonces no faltaría al amor, como en cambio
hace cometiendo rapiñas que tanto puede ser de mercancía o de dinero como de empleo.
¡Cuántos robos se cometen hurtando un puesto al amigo, una ocurrencia al compañero! Sois
ladrones, tres veces ladrones, haciendo esto. Lo sois más que si robarais una cartera o una
piedra preciosa, porque sin éstos aún se puede vivir, pero sin un trabajo remunerado se
muere, y con ése a quien le robaron el puesto muere de hambre su familia.
Os he dado la palabra como signo de superioridad sobre todos los demás animales de la
tierra. Por tanto deberíais amarme por la palabra, mi don. Pero ¿puedo decir que me amáis
por la ,palabra cuando de este don del Cielo os hacéis un arma para hundir al prójimo con el
falso juramento? No, no me amáis ni a Mí ni al prójimo cuando afirmáis la mentira, al
contrario, nos odiáis. ¿N o pensáis que la palabra no sólo mata la carne sino la reputación
del hombre? Quien mata odia, quien odia no ama.
La envidia no es caridad: es anticaridad. Quien desea descomedidamente las cosas de los
demás es envidioso y no ama. Contentaos con lo que tenéis. Pensad que bajo la apariencia
de alegría a menudo se encuentran dolores que Dios ve y que se os ahorran a vosotros,
aparentemente menos felices de quienes envidiáis. Qué si, por otra parte, el objeto de
vuestro deseo es la mujer o el marido del prójimo, sabed entonces que unís al pecado de
envidia los de lujuria y adulterio. Con eso cometéis una triple ofensa a la Caridad contra Dios
y contra el prójimo.
Como veis, si transgredís el decálogo transgredís el amor. Así es para los consejos que os
he dado que son las flores de la planta de la Caridad. Entonces, si transgrediendo la Ley
transgredís el amor, es evidente que el pecado es falta contra el amor. Y por eso debe ex-
piarse con amor.
El amor que no habéis sabido profesarme en la tierra me lo tenéis que dar en el Purgatorio.
Por eso os digo que el Purgatorio sólo es sufrimiento de amor.
Durante toda la vida habéis amado poco a Dios en su Ley. Os habéis echado a la espalda
la idea de Él, habéis vivido amando a todos y amándole poco a Él. Es justo que, no habiendo
merecido el Infierno y no habiendo merecido el Paraíso, os lo merezcáis ahora, encen-
diéndoos de caridad, ardiendo por cuanto habéis sido tibios en la tierra. Es justo que
suspiréis durante miles y miles de horas de expiación de amor lo que no habéis suspirado
miles y miles de veces en la tierra: por Dios, finalidad suprema de las inteligencias creadas. A
cada vez que habéis vuelto la espalda al amor corresponden años y siglos de nostalgia
amorosa. Años o siglos según la gravedad de vuestra culpa.
150
En el dictado del 25 de septiembre
255Estando ya seguros de Dios, conocedores de su suprema belleza por el fugaz encuentro
del primer juicio, cuyo recuerdo tenéis con vosotros para haceros aún más viva el ansia de
amor, suspiráis por Él, lloráis su lejanía, os lamentáis y arrepentís de haber sido vosotros la
causa de tal lejanía y os hacéis cada vez más permeables a ese fuego encendido de la
Caridad hacia vuestro supremo bien.
Cuando, por las oraciones de los vivientes que os aman, los méritos de Cristo son
lanzados como esencia de ardor en el fuego santo del Purgatorio, la incandescencia de amor
os penetra más fuerte y más adentro, y entre el resplandor de las llamas, cada vez se hace
más lúcido en vosotros el recuerdo de Dios visto en aquel instante.
Así como en la vida de la tierra cuanto más crece el amor más sutil se hace el velo que
cela al viviente la Divinidad, del mismo modo en el segundo reino cuanto más crece la
purificación, y por ello el amor, más cercano y visible se hace el rostro de Dios. Ya trasluce y
sonríe entre el centelleo del santo fuego. Es como un Sol que cada vez se acerca más, cuya
luz y calor anulan cada vez más la luz y el calor del fuego purificante, hasta que, pasando del
merecido y bendito tormento del fuego al conquistado y bienaventurado alivio de la posesión,
pasáis de llama a Llama, de luz a Luz, salís para ser luz y llama en El, Sol eterno, como
chispa absorbida por una hoguera y como candelero arrojado en un incendio,
¡Oh! gozo de los gozos cuando os encontréis elevados a mi Gloria, pasados de ese reino
de espera al Reino de Triunfo. jOh! ¡conocimiento perfecto del Perfecto Amor!
Este conocimiento, María, es misterio que la mente puede conocer por voluntad de Dios,
pero que no puede describir con palabra humana. Cree que merece la pena sufrir toda una
vida por poseerla desde el momento de la muerte. Cree que no hay caridad mayor que
procurarla con las oraciones a quienes amaste en la tierra y que ahora comienzan su
purificación en el amor, a quienes en vida tantas y tantas veces cerraron las puertas del
corazón.
Animo, bendita a la que son desveladas las verdades escondidas. Actúa, obra y sube. Por
ti misma y por quienes amas en el más allá.
Deja consumar en el Amor el estambre de tu vida. Vierte tu amor sobre el Purgatorio para
abrir las puertas del Cielo a quienes amas.
Serás bienaventurada si sabes amar hasta la incineración de cuanto es débil y pecó. Los
Serafines salen al encuentro del espíritu purificado con la inmolación de amor y le enseñan el
"Sanctus" eterno para cantar al pie de mi trono».
Fuente; Cuaderno del año 1943 del Evanagelio como me ha sido revelado por Marìa Valtorta