Lecciones carta de San Pablo a los Romanos.
“Al presente se
manifiesta la ira de Dios desde el Cielo contra toda impiedad e
injusticia de los hombres que ahogan la verdad de Dios en la
injusticia”. (A los Romanos, c.1, v. 18)
Dice EL Autor
Santísimo:
“En la lección
precedente os invité a defender la Idea religiosa al objeto de
conseguir la salvación y la paz porque, cuando un pueblo cae en la
“impiedad y la injusticia” –y la impiedad mayor, la más grande
injusticia es ofender a Dios, hacer chacota de la Religión,
atacarla, apagarla en las mentes y desobedecerla consciente y
premeditadamente en todos sus preceptos– entonces es cuando la ira
de Dios se manifiesta desde el Cielo.
No son precisos rayos,
cataclismos ni diluvios para que se haga manifiesta. Basta que Dios
os abandone para que vosotros mismos os proporcionéis muerte,
congojas y desesperación. La ira, la verdadera e inmutable ira de
Dios, más que con castigos, se manifiesta con dejarlos a vosotros
mismos. Cuanto vosotros llamáis manifestaciones de la ira de Dios
–como son las guerras, los medios atroces de destrucción, los
cataclismos, las pestes– no alcanza a ser todavía la ira inmutable
y absoluta. Son reconvenciones, llamadas de un Padre ofendido pero
ganoso de dar a los hijos culpables su ayuda y su perdón.
Mas cuando “la
impiedad y la injusticia aniden en el corazón del 99% de la
humanidad, cuando la impiedad y la injusticia de la mente como de la
materia, hallan invadido todas las clases sociales y la abominación
halla penetrado igualmente en la casa de Dios –en cuanto a la
abominación de la desolación
de que habla el profeta y lo confirma el Verbo, aun no habéis
acertado a dar a la palabra “desolación”, de la que está dicho
que ha de ser, y será, la señal del fin, su justo significado–
entonces Dios no os reprenderá con castigos paternales –que por
desgracia, es justo constatarlo, salvan a pocos sino porque los más
ya son servidores de Satanás– sino que os dejará a vosotros
mismos. Se retirará. Ya no actuará hasta el momento en que un
rayo de su voluntad ordene a sus ángeles abrir los siete sellos,
hacer sonar las cuatro trompetas,
de liberar al águila de los tres ayes,
y después ¡horror!, sonará la quinta trompeta
y el Judas del últimos tiempos abrirá el pozo del abismo
para hacer salir de él lo que el hombre habrá querido más que a
Dios.
¿Cuándo? ¿Cuándo?
¿Es ésta ya esa hora o estáis por entrar en ella? Temed, lo estáis
preguntando… Pero no os arrepentís. No se os dirá el cuándo. Se
halla escrito en el corazón de los actuales profetas, “mas lo que
a ellos les han dicho los siete truenos se encuentra sellado y no lo
dirán”.
Y entonces, cual astro
de paz sobre el horror y el terror de las encrespadas olas –la
tierra toda agitada con mar tempestuoso y los hombres cual náufragos
en medio de la tempestad, todos menos los siervos de Dios acogidos en
la barca de Pedro, fieles al marinero santo– entonces despuntará
la aurora de la Estrella del Mar, precursora de la Estrella Matutina
en el surgir de su última aparición.
En su segunda, última venida, el Cordero de Dios,
el Redentor, el Santo de los santos, tendrá por precursor, no al
penitente del desierto,0
salado con las maceraciones y salador de los pecadores para curar su
pesantez haciéndoles prontos para acoger al Señor, sino que tendrá
por precursor a nuestro Ángel, Aquel que, aun teniendo carne, fue un
Serafín; Aquel en el que hicimos la morada más dulce y digna que
pudimos tener, el Arca dilectísima del oro más fino que, aún
ahora, Nos contiene como Nosotros la contenemos a Ella,1
que trasvolará los cielos irradiando su amor para preparar al Rey de
los reyes su trayectoria perfumada y real, y para preparar –para
engendrar y alumbrar, en una última maternidad- el mayor número
posible de gérmenes vivientes que halla y quieran ser dados a luz
para el Señor.2
Mirad allá, al oriente
de los tiempos… Por entre las sombras cada vez más densas y
malditas que cubren la tierra, se dibuja un alba que más dulce no
cabe. Es el tiempo de María que surge, la postrer misericordia que
nuestro Amor ideó para vosotros.
Grande será la largura
del camino. Obstaculizada por su eterno enemigo que, por más que sea
vencido, no es por eso menos obstinado en molestarla y combatirla. Él
embota las inteligencias de los hombres para que no conozcan a María;
apaga su fe en Ella, produce tinieblas y lanza fango. Mas la Estrella
del Mar está muy por encima de las olas contaminadas sobre las que
pasará por alto sin que el fango manche la orla de su vestido.
Bajará tan solo, rauda como una arcángel a escribir su sigla, junto
con el signo Tau,3
sobre la frente de los fieles, de los salvados para el Reino eterno.
Y, al contacto de la mano de la Madre de la Vida, de la fuente de
Salud, penetrarán la fortaleza y la paz en sus espíritus.
Bendecid a Dios que
concedió a la Estrella purísima emprender su camino para atraerlos
a Dios con la dulzura de su amor, Salvadora compasiva, extrema,
compensadora para las almas buenas de su cada vez más profundo
alejamiento de Dios, disgustado por las culpas de los hombres.
No os parezca injusto
este alejamiento de Dios. Se lee en los Macabeos4
que cuando con Antíoco Epífanes penetró la corrupción en Israel,
e Israel se alejó de la Ley por haberse sometido muchos jefes de
Israel, “hijos de iniquidad”, a las “naciones vecinas” hasta
el punto de adoptar sus mismas perversas costumbres “vendiéndose
para hacer el mal”, el santuario quedó desolado como un desierto,
las solemnes festividades se trocaron en luto, los sábados en
abyección y toda la gloria aniquilada. Y no sólo esto sino que fue
aceptado “el culto de los ídolos”. Ello provocó la persecución
de los pocos que permanecieron fieles, y la muerte, la violencia y el
dolor vinieron a constituir el patrimonio de aquel pueblo que había
suscitado la ira del Señor. Estableced comparaciones, meditad y
escoged.
Una vez más os repite
Jesús en la última fiesta de los Tabernáculos: “Un poco, todavía
estoy con vosotros… y después me marcho. Y entonces me buscaréis
pero no me encontraréis”.5
Sí, durmientes. Os
hablo a vosotros más que a los enemigos declarados. A vosotros que,
si despertaseis, podríais defender la Idea y vuestro bien. A
vosotros que dormís mientras los demás trabajan y os mecéis en la
ilusión de que ha de estar Dios a vuestro servicio, de que Jesús ha
de ser vuestro siervo y siervo tonto que, tras haber sido olvidado,
no buscado ni seguido hasta el punto de haber llegado a la persuasión
de dar por inútil su permanencia entre vosotros, pueda estar pronto
y dispuesto a sacaros del apuro cuando lleguéis a estar a punto de
veros sumergidos en él y, finalmente, aunque no para todos en el
tiempo, os despertaréis.
Buscad al Salvador
mientras aun está entre vosotros, antes de que el odio le aleje
fuera de vuestros confines… en Efraín,6
entre aquellos pueblos que nacen a la luz mientras vosotros os hundís
en las tinieblas que “ahogan la verdad, no haciéndola ver,
levantando el muro de las tibiezas, de los quietismos cuando no el de
la impiedad y las injusticias”.7
Digo antes de apagarse
la Voz Santísima: “Oh Señor Divinísimo!, ahora que hablas con
frecuencia, porque me ha dicho P.B.8
que no están convencidos de que Tú ahora, ¡oh Divinísimo!, hablas
muy de cuando en cuando”.
Me responde:
“Obro como quiero. He
demostrado que vengo diariamente o que no vengo por espacio de
decenas de días sin que tú llenes tales vacíos con palabras tuyas.
Y esto les sirve de lección. Todo lo he hecho para persuadirles. Mas
sucede como está dicho: “Hemos tañido y no habéis bailado, hemos
entonado cantos plañideros y no habéis llorado”.9
Ahora bien, estas
páginas no son para ellos e, incluso, te ordeno que las quites de
aquí y hagas con ellas un fascículo aparte que has de entregar cómo
y a quiénes te he dicho. Cuanto era necesario para la aprobación de
la obra de Jesús ya lo han tenido, lo demás es un tesoro que,
para tenerlo hay que merecerlo. Y a quien lo ha merecido por
haber hecho nuestro Querer para contigo con caridad perfecta y sin
reclamar nada por lo hecho contigo. Y, esto aparte, hay otro motivo
de providencia divina para disponerlo de este modo”.
Tan amada me siento y
tan feliz por el retorno de la Virgen de Lourdes que vino ayer, (a
partir de las 17, y tan… fuertemente, que me hallaba fuera de los
sentidos de lo que Marta0
puede dar razón), que pregunto, con relación a lo acaecido en San
Paulino1
y con las palabras de María Santísima de ayer tarde: “Si tienen
fe obraré prodigios de gracias”; y el Divinísimo responde:
En el 4° de los
Reyes,2
c7, v. 19, dice aquel en cuyo brazo se apoyaba el rey: “Aunque
abriese el Señor las cataratas del cielo, ¿podría nunca suceder lo
que tú dice?” Te digo que hay muchos que, por más que el Señor
abriese las cataratas del cielo para inundar la tierra de gracias y
de milagros, seguirían diciendo: “Puede ser esto? No”.
El milagro presupone la
fe. Dios da la señal. Se manifiesta. Es una continua epifanía
llamando los espíritus a la fe, a la esperanza, a la caridad, a
Dios. Mas a renglón seguido, os deja libres para crecer o no crecer.
Pero os digo que el río
de gracias, pronto a derramarse, si el hombre le pone un dique con su
incredulidad, se vuelve para otra parte. He aquí por qué la
Beatísima pone la condición “Si tiene fe” para prometer “obrar
prodigios de gracias”.
Viene la hora de la
gracia; quédate a su espera. Mas si el hombre no la invita
diciéndole; “Quédate con nosotros”, pasa y ya no vuelve”.