Lecciones San Pablo a los Romanos.
Cap 1°, v. 20-22 de la
Epístola a los Romanos.
Dice el Autor
Santísimo:
“Los que ahogan la
verdad de Dios en la injusticia se dividen en esas dos perversas
categorías que son: los negadores que dicen: “No creo en Dios
porque no lo veo” y los demoledores, esos necios que querrían
demoler a Dios y, no pudiéndolo conseguir, resquebrajan con fatiga
inmensa e inútil el monumento del testimonio de Dios y –trabaja
que te trabaja– no logran hacer sino que se desprenda el polvo y el
moho del mismo para que aparezca así más bello y esplendoroso.
Porque, hablando con claridad, no hacen sino suscitar reacciones
santas en los hombres rectos.
Estas dos categorías
de desgraciados, al romper con la paz de este mundo y del otro, son,
más que nada, mentirosos o dan a entender que son necios privados de
razón. Porque al hombre no le es posible negar a Dios. Sólo con que
se estudie a sí mismo –la armónica formación de su naturaleza en
la que, sin choques ni disonancias, la parte animal y la espiritual
se entremezclan formando un todo maravilloso– sólo con que
considere esto, no puede el hombre negar la existencia de Dios
diciendo: “No creo en Dios porque no lo veo”.
No vale hablar de
envilecedoras descendencias parea justificar el prodigio espontáneo
del hombre inteligente. La evolución nunca jamás podrá comunicar a
la bestia la perfección humana visible. Al referirme a
aquellos que admiten lo espiritual, hablo sólo de perfección humana
material y, por tanto, visible. Esta pues basta para negar la
evolución de la bestia al hombre y para acreditar la creación
divina.
Dios se hace visible
“en sus invisibles perfecciones, en su poder eterno y en su
divinidad” a la razón del hombre inteligente “mediante las obras
creadas”. Todo –desde la brizna de escarcha hasta el sol, desde
el mar a los volcanes, desde el gusano hasta el hombre, desde los
mohos arbóreos a los secuoyas gigantescos, desde la luz a las
tinieblas– habla de Dios, lo muestra en su poder divino. Por eso he
dicho que aquellos que niegan a Dios, visible en todas las cosas,
mienten o confiesan ser tontos.1
Mas no, no son tontos.
Son esclavos de la
Mentira, de la Soberbia y del Odio. Esto es lo que únicamente son.
Porque, ciertamente, conocen que Dios existe y, con todo, lo niegan,
repudian, tratan de escarnecerlo en vez de alabarlo y glorificarlo, y
lo odian en lugar de estar reconocidos a los infinitos cuidados que
el tiene con ellos por más que no los merezcan.
Si Dios no fuese Dios,
es decir, Aquel que está por encima del odio y de la venganza; si
Dios fuese como ellos, ¿les daría acaso aire, luz, sol, alimentos?
No se objete diciendo que: “Lo da para los buenos y, por estos,
gozan todos de ello. No puede hacer que mueran los buenos por privar
a los malos del aire, de la luz, del sol y del alimento”. Y ¿quién
lo podría impedir? Todo le es posible a Dios. Mas Él es quien hace
descender los rayos del sol sobre los buenos y los malos,2
sobre los buenos para acariciarles y sobre los malos para
advertirles, dándoles tiempo a convertirse. Porque Dios es paciente
y su venganza es el perdón otorgado 70 veces 73
y 700 veces 7. Mientras hay vida en el hombre Él es longánimo.
Después juzga y su juicio es inapelable.
La suya es la última
palabra y tal que hasta el más pertinazmente desvariado de los
hombres saldrá de su delirio blasfemo, y, despavorido, como aquel
que es sacado de una cárcel lóbrega a plena luz, fulgurado por la
luz divinísima, entrará dentro de sí gritando: ¡Maldito mi
soberbio pensamiento! Negué la Verdad y ella me hiere eternamente.
Adoré lo que no era y negué lo que es. Podría haberme hecho con el
premio incorruptible que deriva de la fusión con el Incorruptible
perfecto. Preferí la múltiple corrupción y, eterno pero
corrompido, eternamente estaré sumergido en ella”.
1
Salmo 13 (en hebreo: 14), 1
2
Mateo 5, 43-48; Lucas 6, 27-35
3
Mateo 18, 21-35; Lucas 17, 3-4
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