domingo, 16 de noviembre de 2014

AMOR PERDIDO




Amor perdido.

Si en este mundo, cuando una persona está enamorada de otra y ésta no le corresponde, se llega a los más graves extremos de tristeza, amargura e incluso a la locura misma, ¿qué será cuando un alma vea la Belleza infinita de Dios, que es el Amor mismo, y sea apartada de Él para siempre en el infierno, o por mucho tiempo en el Purgatorio?
Si en este mundo es tan fuerte el amor, que hace que nos enfermemos cuando la persona amada no nos ama, o por algún motivo no podemos estar con ella y poseerla, ¡qué tremendo será el perder para siempre al Amor increado, que es Dios y para el cual fuimos creados!
Pero no sólo se sufre en el infierno, sino que también en el Purgatorio se padecen penas pero de amor, porque entrevisto Dios en el juicio particular, el alma es separada de Él por un tiempo, que a veces puede llegar a ser de siglos y milenios.
Estas cosas las puede entender, aunque sea sólo un poco, quien ha amado mucho a alguien y por algún motivo no fue correspondido o no pudo concretar la unión con esa persona amada.
¡Cuánto se sufre esperando una llamada telefónica, una carta, un encuentro, que nunca llegan! Y eso mismo ocurre por ejemplo con las Almas del Purgatorio, que esperan ver a Dios, saber de Él, un detalle de su amor, pero muchas veces nadie se las da, porque los que vivimos en el mundo nos olvidamos de las almas que padecen en el Purgatorio y no las socorremos con oraciones y sufragios.
Si cuando uno ama fuertemente a alguien y no puede conseguir a esa persona, se llega a las más graves consecuencias como por ejemplo la locura y el suicidio, intentemos entender un poco lo que será la pérdida de Dios para las almas, tanto las que están en el Purgatorio, o muchísimo, infinitamente peor, las que están para siempre en el infierno.
Estamos a tiempo. Dios nos ama infinitamente y todavía nos espera, porque quiere estrecharnos a su pecho como a esposa amadísima. Basta que no pongamos obstáculos en nuestra vida, sino que cumplamos los Mandamientos y hagamos buenas obras para evitar el infierno, y también lo más posible el Purgatorio.
Pensemos en estas cosas y recordemos que lo que Dios quiere de nosotros es nuestro corazón, nuestro amor. Porque Él lo tiene todo, pero no tiene nuestro corazón, ¡y lo quiere! No regateemos con Él porque nos conviene entregárselo. ¿Acaso no le entregaríamos nuestro corazón a la persona amada, por la que nos desvelamos y por la que haríamos las más grandes hazañas para conquistarla? Bueno, Dios se merece mucho más, se merece que hagamos “locuras” por Él y por la salvación de las almas, porque Él es el Amor y fuimos creados para gozarle eternamente.

EL CAMINO DE CONVERSIÒN

Camino de conversión

Fui tentado.

Cuando caemos en pecado lo peor que podemos hacer es echarle la culpa a otro por nuestro pecado. Es lo que hicieron Adán y Eva en el Paraíso. Eva echó la culpa a la serpiente, y Adán a su mujer.
La tentación, por más violenta que sea, no superará nuestra resistencia porque Dios es bueno y no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas, y Él da 10 si la tentación es de 10,  e incluso da más. Pero lo que sucede es que muchas veces caemos en pecado porque “queremos” caer en pecado, y despreciamos la ayuda de Dios y no invocamos su auxilio.
El pecado es malo, pero más malo es no reconocerlo y no ser humildes en pedir perdón a Dios. Porque ya en el Pregón Pascual se dice que fue feliz la culpa (el pecado original) que nos mereció tan grande Redentor.
Nosotros no diremos que es feliz el pecado. Pero si después de cometerlo, nos humillamos ante Dios y le pedimos perdón humildemente, confesándonos con un sacerdote, entonces subiremos más alto de lo que estábamos antes del pecado, porque a Dios le agrada la humildad.

Peor que el pecado.

Hay algo que es peor que el pecado, y es desconfiar de la Misericordia de Dios después de haberlo cometido.
Esto sucedió también a Adán y Eva que tuvieron miedo de Dios después de pecar y se escondieron.
Así suele suceder al pecador, que después de pecar, tiene miedo de Dios, del castigo, y en lugar de ir a arrojarse a sus pies, huye de Él y así cae en las manos de Satanás, que lo lleva cada vez más a la desesperación y al endurecimiento en el pecado.
No tenemos que pecar. Pero si desgraciadamente hemos caído, al menos no desconfiemos de Dios y de su perdón, que no hay pecado por grande y grave que sea, que Dios no pueda perdonar. Jesús hubiera perdonado a Judas si él, en lugar de huir y matarse, se hubiera arrojado a los pies del Salvador.
Así como Jesús nos manda en el Evangelio que no debemos juzgar, tenemos que emplear también esto en nosotros. Porque a veces, después de cometer el pecado, juzgamos que Dios no nos puede perdonar, que es imperdonable lo que hemos hecho.
Estemos atentos porque en este pensamiento hay soberbia, y donde hay soberbia está Satanás. Y es el demonio el que nos inspira semejantes ideas.
No desconfiemos jamás de la Misericordia de Dios, porque esto causa a Dios un dolor muchísimo mayor que nuestro pecado.

Solos no podemos.

Por más que digamos que queremos cambiar y hagamos propósitos para hacerlo, no llegaremos muy lejos sin la ayuda de Dios, y ésta se pide en la oración.
Por eso lo primero que debemos hacer si queremos realmente cambiar de vida y dejar de pecar, es rezar, al menos las tres avemarías cada día, ya que la Virgen ha prometido que quien las rece no se perderá.
Dios nos debe ayudar a ser mejores, porque Él es quien da la gracia para ser buenos, puesto que sin la ayuda de Dios no podemos decir ni siquiera Jesucristo es el Señor.
Generalmente inmediatamente después de cometido el pecado, cuando sobreviene el momento de reflexión, nos proponemos cambiar y ya no pecar. Pero si lo tratamos de hacer solos, no llegaremos lejos. Pidamos entonces ayuda a Dios y acerquémonos a los Sacramentos, a la Confesión y a la Eucaristía, y que Jesús mismo, entrando en nosotros, nos dé la fuerza suficiente para ir mejorando de a poco.
Y tengámonos paciencia, porque el niño, cuando aprende a caminar, no lo hace de una sola vez, sino que muchas veces cae a tierra y se lastima, pero con el tiempo lo hará cada vez mejor.
¿Qué se podría decir de un niño que al aprender a caminar, al caerse la primera vez, ya no quisiera intentarlo? Diríamos que no está bien. Entonces tampoco nosotros nos desalentemos si vamos dando tumbos. Con el tiempo, la perseverancia y la oración, llegaremos a vivir sin pecar, al menos gravemente.

Perfectos como Dios.

¿Se puede ser perfecto como Dios? Parece que sí porque el mismo Jesús nos lo ha mandado en su Evangelio: “Sean perfectos como mi Padre celestial es perfecto”. Y si el Señor lo ha mandado, es porque se puede cumplir, ya que Dios no manda imposibles.
Claro que para llegar a ser semejantes a Dios, tenemos que tener a Dios en nosotros, es decir divinizarnos por medio de la Gracia santificante, y así será Dios en nosotros quien nos hará perfectos como Él.
¿No es esto acaso lo que dijo el apóstol San Pablo: “Ya no soy yo quien vivo, es Cristo el que vive en mí”? Así llegaremos a ser perfectos porque Jesús, que es Dios, vivirá en nosotros, y seremos Dios por participación, es decir, seremos santos.
El Concilio Vaticano II nos ha dicho que la santidad es un llamado universal. Todos los hombres podemos y “debemos” ser santos, porque Dios es santo, y todos los hombres somos sus hijos, y tenemos que ser como el Padre.
Ser perfectos, en definitiva, es ser buenos, como Bueno es Dios. En eso consiste la santidad. Cuanto más buenos seamos, tanto más santos