Ser ignorante no es pecado, pero se puede volver, pues si uno puede salir de ello en lo que concierne al bien eterno y no lo hace, la persona puede morir eternamente. Pues hoy dia la gente se preocupa por no ser ignorante al mundo pero si a las cosas de Dios, y esta ignorancia no la va a justificar Dios el día de su juicio, por eso los Apóstoles decían que era mejor hacerse necios ante las cosas del mundo que pasan, para ser agradable a Dios.
martes, 31 de marzo de 2020
ANTES DE LA CONFESIÓN
Jesús mío, heme aquí postrado ante tus pies; siento la extrema necesidad de venir a tus brazos paternos, como hijo a su padre. Mírame y ten piedad de mí, me siento cubierto por muchas culpas; llagas profundas desfiguran mi pobre alma. Jesús, perdóname; yo tuve la osadía de ofenderte y de rebelarme contra Ti, en el instante mismo en que Tú me amabas. Jesús, de todo corazón me arrepiento de haberte ofendido; mas veo que mi dolor no es ni suficiente ni proporcionado a la gravedad de mis pecados, y por eso Te ruego, Te suplico, me concedas tu amargura, a fin de poder dolerme con ese mismo dolor con el que Tú Te doliste por mis pecados, dolor tan grande e intenso que Te hizo sudar viva Sangre en el Huerto de los Olivos.
Mamá del Cielo, ven Tú también en mi ayuda y mira de cuántas llagas está cubierta mi pobre alma: Tú que eres mi Madre, cúbrelas con tu manto, y condúceme Tú misma, contrito y humillado, a los pies del Sacerdote, para confesar todas mis culpas, y alcánzame de tu Jesús, el suspirado perdón. Así sea.
LA HORA 17 DE LA PASION DE JESUS
De las 8 a las 9
de la mañana
DECIMASEXTA HORA
Jesús de nuevo ante Pilatos. Es pospuesto a Barrabás.
Jesús es flagelado.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi atormentado Jesús, mi pobre corazón te sigue entre
ansias y penas, y al verte vestido de loco, conociendo quién eres Tú, Sabiduría
infinita, que das el juicio a todos, doy en delirio y digo: ¿Cómo, Jesús loco? ¿Jesús malhechor? ¡Y
ahora serás pospuesto al más grande malhechor, a Barrabás! Mi Jesús, Santidad que no tiene igual, ya
estás de nuevo ante Pilatos, y éste, al verte tan malamente reducido y vestido
de loco, y sabiendo que ni siquiera Herodes te ha condenado, queda más
indignado contra los judíos y se convence mayormente de tu inocencia y de no
condenarte, pero queriendo dar alguna satisfacción a los judíos, como para
aplacar el odio, el furor, la rabia y la sed que tienen de tu sangre, te
propone a ellos junto con Barrabás, pero los judíos gritan: “¡No queremos libre a Jesús, sino a
Barrabás!” Y entonces Pilatos no
sabiendo ya qué hacer para calmarlos te condena a la flagelación.
Mi pospuesto Jesús, se me rompe el corazón al ver que
mientras los judíos se ocupan de Ti para hacerte morir, Tú, encerrado en Ti
mismo piensas en dar a todos la Vida, y poniendo atención te escucho decir:
“Padre Santo, mira a tu Hijo vestido de loco, esto te
repara la locura de tantas criaturas al caer en el pecado; esta vestidura
blanca sea ante Ti como disculpa por tantas almas que se visten con la lúgubre
vestidura de la culpa. Mira oh Padre,
el odio, el furor, la rabia que tienen contra Mí, que casi les hace perder la
luz de la razón, la sed que tienen de mi sangre, y Yo quiero repararte todos
los odios, las venganzas, las iras, los homicidios, y conseguir a todos la luz
de la razón. Mírame de nuevo Padre mío,
¿se puede dar insulto mayor? Me han
pospuesto al más grande malhechor, y Yo quiero repararte todas las
posposiciones que se hacen, ¡ah, todo el mundo está lleno de
posposiciones! Quien nos pospone a un
vil interés, quien a los honores, quien a las vanidades, quien a los placeres,
a los apegos, a las dignidades, a las crápulas y hasta al mismo pecado, y en
modo unánime todas las criaturas, aún a cada pequeña tontería nos posponen, y
Yo estoy dispuesto a aceptar ser pospuesto a Barrabás para reparar las
posposiciones de las criaturas.”
Mi Jesús, me siento morir de dolor y de confusión al ver
tu gran amor en medio de tantas penas y el heroísmo de tus virtudes en medio de
tantas penas e insultos. Tus palabras y
reparaciones, como tantas heridas se repercuten en mi pobre corazón, y en mi
dolor repito tus plegarias y tus reparaciones, ni siquiera un instante puedo
separarme de Ti, de otra manera muchas cosas de lo que haces Tú se me
escaparían. Pero, ¿qué veo? Los soldados te conducen a una columna para
flagelarte. Amor mío, te sigo y Tú con
tu mirada de amor mírame y dame la fuerza para asistir a tu dolorosa
flagelación.
Jesús Flagelado
Mi purísimo Jesús, ya estás junto a la columna, los
soldados enfurecidos te sueltan para atarte a ella, pero no es suficiente, te
despojan de tus vestiduras para hacer cruel carnicería de tu santísimo
cuerpo. Amor mío, vida mía, me siento
desfallecer por el dolor de verte desnudo, Tú tiemblas de pies a cabeza y tu
santísimo rostro se tiñe de virginal rubor, y es tanta tu confusión y tu agotamiento,
que no sosteniéndote en pie estás a punto de caer a los pies de la columna,
pero los soldados sosteniéndote, no por ayudarte sino para poderte atar, no te
dejan caer. Ya toman las sogas, te atan
los brazos, pero tan fuerte que enseguida se hinchan y de la punta de los dedos
brota sangre. Después, en torno a la columna
pasan sogas que sujetan tu santísima persona hasta los pies, y tan fuerte que
no puedes hacer ni siquiera un movimiento, y así poder ellos desenfrenarse
sobre de Ti libremente.
Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue, de otra
manera no puedo continuar viéndote sufrir tanto. ¿Cómo? Tú que vistes a
todas las cosas creadas, al sol de luz, al cielo de estrellas, a las plantas de
hojas, a los pajarillos de plumas, Tú, ¿desnudo? ¡Qué atrevimiento! Pero
mi amante Jesús, con la luz que irradia de sus ojos me dice:
“Calla, oh hija.
Era necesario que fuese desnudado para reparar por tantos que se despojan
de todo pudor, de candor y de inocencia; que se desnudan de todo bien y virtud,
de mi Gracia, y se visten de toda brutalidad, viviendo a modo de brutos. En mi virginal rubor reparé las tantas
deshonestidades y afeminaciones y placeres bestiales. Por eso atenta a lo que hago y ruega y repara conmigo y cálmate.”
Flagelado Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso, veo
que los verdugos toman los flagelos y te azotan sin piedad, tanto, que todo tu
santísimo cuerpo queda lívido; es tanta la ferocidad y el furor al golpearte,
que están ya cansados, pero otros dos los sustituyen y tomando varas espinosas
te azotan tanto, que enseguida de tu santísimo cuerpo comienza a chorrear a
ríos la sangre, y lo continúan golpeando todo, abriendo surcos y lo llenan de
llagas. Pero aún no les basta, otros
dos continúan, y con cadenas de fierro continúan la dolorosa carnicería. A los primeros golpes esas carnes llagadas
se desgarran y a pedazos caen por tierra; los huesos quedan al descubierto y la
sangre brota tanto, que forma un lago de sangre en torno a la columna.
Mi Jesús desnudado, amor mío, mientras Tú estás bajo esta
tempestad de golpes, me abrazo a tus pies para poder tomar parte en tus penas y
quedar toda cubierta con tu preciosísima sangre, pero cada golpe que Tú recibes
es una herida a mi corazón, mucho más, pues poniendo atención oigo tus gemidos,
los cuales no se escuchan bien porque la tempestad de golpes ensordece el
ambiente, y en esos gemidos Tú dices:
“Vosotros, todos los que me amáis, vengan a aprender el
heroísmo del verdadero amor; vengan a apagar en mi sangre la sed de vuestras
pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantas vanidades y placeres, de tanta
sensualidad; en esta mi sangre encontraréis el remedio a todos vuestros males.”
Tus gemidos continúan diciendo: “Mírame, oh Padre, bajo esta tempestad de golpes, todo llagado,
pero no basta, quiero formar tantas llagas en mi cuerpo para dar suficientes
moradas en el Cielo de mi Humanidad a todas las almas, en modo de formar en Mí
mismo su salvación, y después hacerlas pasar al Cielo de la Divinidad. Padre mío, cada golpe de estos flagelos
repare ante Ti, uno a uno cada especie de pecado, y conforme me golpean, así
sea excusa para aquellos que los cometen.
Que estos golpes golpeen los corazones de las criaturas y les hablen de
mi amor por ellas, tanto, de forzarlas a rendirse a Mí.”
Y mientras esto dices, es tan grande tu amor, si bien con
sumo dolor, que casi incitas a los verdugos a que te azoten aún más. Mi descarnado Jesús, tu amor me aplasta, me
siento enloquecer; y si bien tu amor no está cansado, los verdugos están
agotados y no pueden continuar la dolorosa carnicería. Ya te quitan las cuerdas y Tú caes casi
muerto en tu propia sangre; y al ver los pedazos de tus carnes te sientes morir por el dolor, al ver en
aquellas carnes arrancadas de Ti, a las almas perdidas, y es tanto tu dolor,
que agonizas en tu propia sangre.
Mi Jesús, deja que te tome entre mis brazos para
restaurarte un poco con mi amor. Te beso,
y con mi beso encierro a todas las almas en Ti, así ninguna más se perderá, y
Tú bendíceme.
+ + +
De las 9 a las
10 de la mañana
DECIMASEPTIMA HORA
Jesús coronado de espinas. “Ecce Homo.” Jesús es
condenado a muerte.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi Jesús, amor infinito, mientras más te miro más
comprendo cuánto sufres. Ya estás todo
lacerado y no hay parte sana en Ti; los verdugos enfurecidos al ver que Tú en
medio de tantas penas los miras con tanto amor, que tu mirada amorosa formando
un dulce encanto, casi como tantas voces ruegan y suplican más penas y nuevas
penas, y estos, si bien inhumanos, pero también forzados por tu amor, te ponen
de pie, y Tú, no sosteniéndote caes de nuevo en tu propia sangre, y ellos,
irritados, con patadas y con empujones te hacen llegar al lugar donde te
coronarán de espinas.
Amor mío, si Tú no me sostienes con tu mirada de amor, yo
no puedo continuar viéndote sufrir.
Siento ya un escalofrío en los huesos, el corazón me late fuertemente,
me siento morir, ¡Jesús, Jesús, ayúdame!
Y mi amable Jesús me dice:
“Animo, no pierdas nada de lo que he sufrido; sé atenta a
mis enseñanzas. Yo debo rehacer en todo
al hombre, la culpa le ha quitado la corona y lo ha coronado de oprobios y de
confusión, así que no puede comparecer ante mi Majestad, la culpa lo ha
deshonrado haciéndole perder todo derecho a los honores y a la gloria, por eso
quiero ser coronado de espinas, para poner sobre la frente del hombre la corona
y restituirle todos los derechos a cualquier honor y gloria; y mis espinas
serán ante mi Padre reparaciones y voces de disculpa por los tantos pecados de
pensamiento y especialmente de soberbia; y serán voces de luz y de súplica a
cada mente creada para que no me ofendan; por eso, tú únete conmigo y ora y
repara junto conmigo.”
Coronado Jesús, tus crueles enemigos te hacen sentar, te
ponen encima un trapo de púrpura, toman la corona de espinas y con furia
infernal te la ponen sobre tu adorable cabeza, y a golpes de palos te hacen
penetrar las espinas en la frente, y algunas te llegan hasta los ojos, a las
orejas, al cráneo y hasta detrás en la nuca.
¡Amor mío, qué desgarro, qué penas tan inenarrables! ¡Cuántas muertes crueles no sufres! La sangre te corre sobre tu rostro, de
manera que no se ve más que sangre, pero bajo esas espinas y esa sangre se descubre
tu rostro santísimo radiante de dulzura, de paz y de amor, y los verdugos queriendo
completar la tragedia te vendan los ojos, te ponen una caña en la mano por
cetro y comienzan sus burlas. Te
saludan como rey de los judíos, te golpean la corona, te dan bofetadas y te
dicen: “Adivina quién te ha
golpeado.” Y Tú callas y respondes con
reparar las ambiciones de quienes aspiran a reinos, a las dignidades, a los
honores, y por aquellos que encontrándose en estos puestos, no comportándose
bien forman la ruina de los pueblos y de las almas confiadas a ellos, y cuyos
malos ejemplos son causa de empujar al mal y de que se pierdan almas. Con esa caña que tienes en la mano reparas
por tantas obras buenas vacías de espíritu interior, e incluso hechas con malas
intenciones. En los insultos y en esa
venda reparas por aquellos que ponen en ridículo las cosas más santas,
desacreditándolas y profanándolas, y reparas por aquellos que se vendan la
vista de la inteligencia para no ver la luz de la verdad. Con esta venda impetras para nosotros el que
nos quitemos las vendas de las pasiones, de las riquezas y los placeres. Mi rey Jesús, tus enemigos continúan sus
insultos, y la sangre que escurre de tu santísima cabeza es tanta, que
llegándote hasta la boca te impide hacerme oír claramente tu dulcísima voz, y
por eso no puedo hacer lo que haces Tú, por eso vengo a tus brazos, quiero
sostener tu cabeza traspasada y dolorida, quiero poner mi cabeza bajo esas
espinas para sentir sus pinchazos. Pero
mientras digo esto, mi Jesús me llama con su mirada de amor y yo corro, me
abrazo a su corazón y trato de sostener su cabeza. ¡Oh, cómo es bello estar con Jesús, aun en medio de mil
tormentos! Y Él me dice:
“Hija mía, estas espinas dicen que quiero ser constituido
rey de cada corazón; a Mí me corresponde todo dominio; tú toma estas espinas y
pincha tu corazón y haz salir de él todo lo que a Mí no pertenece y deja las
espinas dentro de tu corazón como señal de que Yo soy tu rey y para impedir que
ninguna otra cosa entre en ti. Después
gira por todos los corazones, y pinchándolos haz salir de ellos todos los humos
de soberbia, la podredumbre que contienen, y constitúyeme Rey de todos.”
Amor mío, el corazón se me oprime al dejarte, por eso te
ruego que ensordezcas mis oídos con tus espinas para que sólo pueda oír tu voz;
que me cubras los ojos con tus espinas para poder mirarte sólo a Ti; que me
llenes con tus espinas la boca, de modo que mi lengua quede muda a todo lo que
pudiera ofenderte, y tenga libre la lengua para alabarte y bendecirte en
todo. Oh mi Rey Jesús, circúndame de
espinas, y estas espinas me custodien, me defiendan y me tengan toda atenta a
Ti. Y ahora quiero limpiarte la sangre
y besarte, porque veo que tus enemigos te conducen a Pilatos, el cual te
condenará a muerte. Amor mío, ayúdame a
continuar tu dolorosa Vida y bendíceme.
Mi coronado Jesús, mi pobre corazón herido por tu amor y
traspasado por tus penas no puede vivir sin Ti, por eso te busco y te encuentro
nuevamente ante Pilatos. ¡Pero qué
espectáculo conmovedor! ¡Los Cielos se
horrorizan y el infierno tiembla de espanto y de rabia! Vida de mi corazón, mi mirada no puede
soportar el mirarte sin sentirme morir; pero la fuerza raptora de tu amor me
obliga a mirarte para hacerme comprender bien tus penas; y yo entre lágrimas y
suspiros te contemplo. Mi Jesús, estás
desnudo, y en vez de vestidos te veo vestido de sangre, las carnes abiertas y
destrozadas, los huesos al descubierto, tu santísimo rostro irreconocible; las
espinas clavadas en tu santísima cabeza te llegan a los ojos, al rostro, y yo
no veo más que sangre, que corriendo hasta la tierra forma un arroyo
sanguinolento bajo tus pies. ¡Mi Jesús,
no te reconozco más por como has quedado reducido! ¡Tu estado ha llegado a los excesos más profundos de las
humillaciones y de los dolores! ¡Ah, no
puedo soportar tu visión tan dolorosa!
Me siento morir, quisiera arrebatarte de la presencia de Pilatos para
encerrarte en mi corazón y darte descanso; quisiera sanar tus llagas con mi
amor, y con tu sangre quisiera inundar todo el mundo para encerrar en ella a
todas las almas y conducirlas a Ti como conquista de tus penas. Y Tú, oh paciente Jesús, a duras penas
parece que me miras por entre las espinas y me dices:
“Hija mía, ven entre mis atados brazos, apoya tu cabeza
sobre mi seno y verás dolores más intensos y acerbos, porque lo que ves por
fuera de mi Humanidad no es otra cosa que el desahogo de mis penas
interiores. Pon atención a los latidos
de mi corazón y oirás que reparo las injusticias de los que mandan, la opresión
de los pobres, de los inocentes pospuestos a los culpables, la soberbia de aquellos
que para conservar las dignidades, los cargos, las riquezas, no dudan en romper
cualquier ley y en hacer mal al prójimo, cerrando los ojos a la luz de la
verdad. Con estas espinas quiero romper
el espíritu de soberbia de “sus señorías”, y con las heridas que forman en mi
cabeza quiero abrirme camino en sus mentes, para reordenar en ellas todas las
cosas según la luz de la verdad. Con
estar así humillado ante este injusto juez, quiero hacer comprender a todos que
solamente la virtud es la que constituye al hombre rey de sí mismo, y enseño a
quien manda, que solamente la virtud, unida al recto saber, es la única digna y
capaz de gobernar y regir a los demás, mientras que todas las otras dignidades,
sin la virtud, son cosas peligrosas y deplorables. Hija mía, haz eco a mis reparaciones y sigue poniendo atención a
mis penas.”
Amor mío, veo que Pilatos, al verte tan malamente
reducido, se siente estremecer y todo impresionado exclama: “¿Será posible tanta crueldad en los
corazones humanos? ¡Ah, no era esta mi
voluntad al condenarlo a los azotes!” Y
queriendo liberarte de las manos de tus enemigos, para poder encontrar razones
más convenientes, todo hastiado y apartando la mirada, porque no puede sostener
tu visión demasiado dolorosa, vuelve a interrogarte: “Pero dime, ¿qué has hecho?
Tu gente te ha entregado en mis manos, dime, ¿Tú eres rey? ¿Cual es tu reino?”
A las preguntas apresuradas de Pilatos, Tú, oh mi Jesús,
no respondes, y ensimismado en Ti mismo piensas en salvar mi pobre alma a costa
de tantas penas. Y Pilatos, porque no
respondes, añade: “¿No sabes Tú que
está en mi poder el liberarte o el condenarte?” Pero Tú, oh amor mío, queriendo hacer resplandecer en la mente de
Pilatos la luz de la verdad le respondes:
“No tendrías ningún poder sobre Mí si no te viniera de lo
alto, pero aquellos que me han entregado en tus manos han cometido un pecado
más grave que el tuyo.”
Entonces Pilatos, como movido por la dulzura de tu voz,
indeciso como está, con el corazón en tempestad, creyendo que los corazones de
los judíos fuesen más piadosos, se decide a mostrarte desde la terraza,
esperando que se muevan a compasión al verte tan desgarrado, y así poderte
liberar.
Dolorido Jesús mío, mi corazón desfallece al verte seguir
a Pilatos, con trabajos caminas y encorvado bajo aquella horrible corona de
espinas, la sangre marca tus pasos, y en cuanto sales fuera escuchas a la
muchedumbre escandalosa que, ansiosa espera tu condena. Pilatos imponiendo silencio para llamar la
atención de todos y hacerse escuchar por todos, toma con repugnancia los dos
extremos de la púrpura que te cubre el pecho y los hombros, los levanta para
hacer que todos vean a qué estado has quedado reducido, y en voz alta
dice: “¡Ecce Homo! Mírenlo, no tiene más figura de hombre,
observen sus llagas; ya no se le reconoce; si ha hecho mal ya ha sufrido
suficiente, más bien demasiado; yo estoy arrepentido de haberle hecho sufrir
tanto, por eso dejémoslo libre.”
Jesús, amor mío, deja que te sostenga, porque veo que no
sosteniéndote en pie bajo el peso de tantas penas, vacilas. Ah, en este momento solemne se decide tu
suerte, a las palabras de Pilatos se hace un profundo silencio en el Cielo, en
la tierra y en el infierno. Y después,
como en una sola voz oigo el grito de todos:
“¡Crucifícalo, crucifícalo, a cualquier costo lo queremos muerto!”
Vida mía, Jesús, veo que tiemblas, el grito de muerte
desciende en tu corazón, y en estas voces descubres la voz de tu amado Padre
que dice:
“¡Hijo mío, te quiero muerto, y muerto crucificado!” Ah, oyes también a tu Mamá, que si bien
traspasada, desolada, hace eco a tu amado Padre: “¡Hijo, te quiero muerto!”
Los ángeles, los santos, el infierno, todos a voz unánime gritan: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” Así que no hay alma que te quiera vivo. Y, ay, ay, con mi mayor rubor, dolor y
horror, también yo me siento obligada por una fuerza suprema a gritar:
“¡Crucifícalo!”
Mi Jesús, perdóname si también yo, miserable alma
pecadora, te quiero muerto. Sin embargo
te ruego que me hagas morir junto contigo.
Y Tú, mientras tanto, oh mi destrozado Jesús, movido por
mi dolor parece que me dices:
“Hija mía, estréchate a mi corazón y toma parte en mis
penas y en mis reparaciones; el momento es solemne, se debe decidir, o mi
muerte, o la muerte de todas las criaturas.
En este momento dos corrientes se vierten en mi corazón, en una están
las almas que, si me quieren muerto es porque quieren hallar en Mí la Vida, y
así, al aceptar Yo la muerte por ellas son absueltas de la condenación eterna y
las puertas del Cielo se abren para recibirlas; en la otra corriente están
aquellas que me quieren muerto por odio y como confirmación de su condenación y
mi corazón está lacerado y siente la muerte de cada una de éstas y sus mismas
penas del infierno. Mi corazón no
soporta estos acerbos dolores; siento la muerte a cada latido y a cada respiro,
y voy repitiendo: “¿Por qué tanta
sangre será derramada en vano? ¿Por qué
mis penas serán inútiles para tantos?
¡Ah, hija, sostenme que no puedo más, toma parte en mis penas, tu vida
sea un continuo ofrecimiento para salvar las almas y para mitigarme penas tan
desgarradoras!”
Corazón mío, Jesús, tus penas son las mías y hago eco a
tus reparaciones. Pero veo que Pilatos
queda atónito y se apresura a decir:
“¿Cómo? ¿Debo crucificar a
vuestro rey? Yo no encuentro culpa en Él
para condenarlo.” Y los judíos haciendo
escándalo gritan: “No tenemos otro rey
que el Cesar, y si tú no lo condenas no eres amigo del Cesar; loco, insensato,
crucifícalo, crucifícalo.”
Pilatos, no sabiendo qué más hacer, por temor a ser
destituido hace traer un recipiente con agua y lavándose las manos dice: “Yo soy inocente de la sangre de este
Justo.” Y te condena a muerte. Pero los judíos gritan: “¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre
nuestros hijos! Y al verte condenado
estallan en fiesta, aplauden, silban, gritan; mientras Tú, oh Jesús, reparas
por aquellos que encontrándose en el poder, por vano temor y por no perder su
puesto rompen las leyes más sagradas, no importándoles la ruina de pueblos
enteros, favoreciendo a los impíos y condenando a los inocentes; reparas
también por aquellos que después de la culpa instigan a la Ira Divina a castigarlos. Pero mientras reparas todo esto, el corazón
te sangra por el dolor de ver al pueblo escogido por Ti, fulminado por la
maldición del Cielo, que ellos mismos con plena voluntad han querido,
sellándola con tu sangre que han imprecado.
Ah, tu corazón desfallece, déjame que lo sostenga entre mis manos
haciendo mías tus reparaciones y tus penas; pero tu amor te empuja aun más
alto, e impaciente ya buscas la cruz.
Vida mía, te seguiré, pero por ahora repósate en mis brazos, y después
llegaremos juntos al monte Calvario; por eso permanece en mí y bendíceme.
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Los hombre son obedientes a los gobiernos que usan la fuerza, pero no a Dios que usa el amor.
11-94
Mayo 25, 1915
Los hombres son obedientes a los gobiernos que
usan la fuerza, pero no a Dios que usa el amor.
(1) Encontrándome en mi habitual
estado, mi siempre amable Jesús, en cuanto se ha hecho ver me ha dicho:
(2) “Hija mía, el flagelo es
grande, pero a pesar de esto los pueblos no se estremecen, más bien permanecen
casi indiferentes, como si debieran asistir ala
representación de una escena trágica y no a
una realidad; en lugar
de venir todos humillados a
mis pies a llorar y a implorar piedad, perdón, están más bien atentos a oír lo
que sucede. ¡Ah, hija mía, qué grande es la perfidia humana! Mira como son
obedientes a los gobiernos; sacerdotes, seglares, no pretenden nada, no rehúsan
ningún sacrificio y deben estar dispuestos a dar la propia vida; ah, sólo para
Mí no hay obediencia ni sacrificios, y si alguna cosa hacen, son más las
pretensiones y los intereses, y esto porque los gobiernos usan la fuerza, pero
Yo uso el amor; para las criaturas este amor es desconocido y ante él se están
indiferentes, como si Yo no mereciera nada de ellas”.
(3) Pero mientras esto decía ha
roto en llanto, ¡qué dolor tan cruel ver llorar a Jesús! Luego continuó:
(4) “Pero la sangre y el fuego
purificarán todo y harán que el hombre se arrepienta, pero mientras más se
tarde en volver, tanta más sangre correrá y será tal la carnicería, que el
hombre jamás lo hubiera pensado”.
(5) Y mientras esto decía me
hacía ver esta carnicería humana. Qué dolor vivir en estos tiempos, pero sea
siempre hecho el Querer Divino.
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