–“Es que se requiere un gran milagro para convertir y aliviar a la sociedad”.
–“¡Pues pidan el milagro! Ustedes no lo pueden hacer, por más que se sugestionen. La falla no
está en el Omnipotente. Está en ustedes, orgullosos e incrédulos, que no quieren caer de rodillas y
tender sus débiles manos hacia el Padre que está en el Cielo. En vez de amarse con amor de Caridad,
tal como lo manda el Señor, se empecinan en odiarse, franca o disimuladamente. Y cuando creen que
se aman, como no lo hacen con amor de Caridad, su afecto se estaciona en un combate egoísta: cada
quien toma lo que puede desde su trinchera. Naturalmente, nuestro Dios no les ayuda, y las funestas
consecuencias de hacer a un lado al Creador, llueven como pesado granizo sobre todos ustedes.
Un milagro personal requiere una petición individual. Un milagro nacional necesita la impe-
tración de todo el pueblo. Si los creyentes de la nación: católicos y protestantes, cristianos y no
cristianos, se unieran en apremiante súplica, respaldada por obras de amor de Caridad –no de
humanismo puro–, se asombrarían del maravilloso resultado. La historia de Israel es testigo de la
Omnipotencia del Altísimo”.