TEMA DE LAS POSTRIMERÍAS.
- A pequeña alma España en el 2001:
Porque lo más importante de vuestra vida terrenal, y el negocio más importante, es salvar vuestra alma de la condenación eterna en el infierno y prepararla para ir al Cielo con la Santísima Trinidad por toda la
eternidad, pues para ello habéis sido creados... y todas las demás cosas y negocios, son secundarios y deberíais ordenarlos hacia este fin...
- A Santa Faustina Kowalska, Polonia, 1937:
(J) Que el pecador no tema acercarse a Mí. Aunque el alma fuera como un cadáver en plena putrefacción, si humanamente ya no hubiera remedio, no es así delante de Dios.
Las llamas de la misericordia me consumen; deseo derramarlas en las almas de los hombres... Para castigar tengo toda la eternidad; ahora, en cambio, prolongo el tiempo de la misericordia. Aunque sus
pecados sean negros como la noche, dirigiéndose a mi misericordia, el pecador me glorifica y honra mi pasión. En la hora de su muerte Yo le defenderé como mi misma gloria. Cuando un alma exalta mi bondad, Satanás tiembla ante ella y huye hasta lo más profundo del infierno.
Los mayores pecadores alcanzarían una gran santidad si confiaran en mi misericordia. No hago uso de los castigos sino cuando los hombres mismos me obligan a hacerlo. Antes del día de la justicia mando el día de la misericordia. A tales almas les concedo gracias que superan sus deseos... No puedo castigar... a quien se refugia en mi piedad...
- LA MUERTE SEGÚN LOS DIFERENTES ESTADOS DEL ALMA
- En los postreros momentos palpitantes de la voluntad, el hombre se ve como forzado a decidirse u y permanecer en el mismo estado en que estaba acostumbrado a vivir a lo largo de su existencia. Una buena o mala costumbre formó en él una segunda naturaleza que lo arrastra consigo a la eternidad.
- Alma de Clara a su amiga Anita, Waldfriedhof, Alemania, 1937:
Es cierto que hasta el instante mismo de la muerte puede uno acercarse a Dios o darle las espaldas;pero también es cierto que, antes de expirar, en los postreros momentos palpitantes de la voluntad, el hombre se ve como forzado a decidirse y permanecer en el mismo estado en que estaba acostumbrado a vivir a lo largo de su existencia. Una buena o mala costumbre formó en él una segunda naturaleza que lo arrastra consigo a la eternidad. Así me sucedió a mí; años hacía que vivía alejada de Dios. La causa de mi ruina no fue el haber pecado muchas veces, sino el no haber querido en vida levantarme de mi postración. Tu me aconsejaste muchas veces que oyese sermones y leyera libros piadosos. Siempre contesté lo mismo:
“No tengo tiempo.”
En cierta ocasión, habiendo visitado el templo del hospital, adonde tu me llamaste hacia el medio día, sentí una llamada de la Gracia con tal fuerza, que solo faltó un paso para mi conversión; lloré, pero luego
estuve fluctuando hasta que los goces del mundo vencieron el toque de la gracia; el trigo quedó ahogado entre las espinas. Con excusa de que la religión era asunto de sentimentalismos según afirmaban conti-
nuamente en la oficina, rechacé una vez más los movimientos de la Gracia, tal como había rechazado todos los demás.
- Salir de la tibieza no es fácil, sobre todo si la tibieza se ha hecho crónica y ha tomado asiento en el alma. A veces es más fácil que un pecador se convierta que el que un tibio vuelva al camino de la perfección.
- A Consuelo, Barcelona, España, 1987:
El hombre tibio, mientras vive, juega con su felicidad eterna y se pone en peligro de condenación. La pereza, la inconstancia, la cobardía y la infidelidad son las joyas falsas que engalanan al tibio. Salir de la tibieza no es fácil, sobre todo si la tibieza se ha hecho crónica y ha tomado asiento en el alma. A veces es más fácil que un pecador se convierta que el que un tibio vuelva al camino de la perfección.
El desorden interior y la pereza espiritual me ha hecho pensar en la parábola de las diez vírgenes, y quiero recordarla aquí porque esto es lo que puede acontecer a muchos de mis hijos que viven en tibieza, si no se despabilan y se tornan de necios en prudentes (Mt 25, 1-13).
Muchas son las vírgenes necias que viven sin pensar que antes o después vendrá el esposo a pedirles cuenta. En esta última hora se miran las manos y se las ven “vacías” (Deut 16, 16), y un sentimiento de
culpabilidad se alza en su conciencia, y se preguntan: ¿Y ahora que será de mí? Sin embargo, la misericordia de Dios, una vez más, velará por ellas.
- En el último momento decisivo, el demonio desencadena toda su rabia contra el que se está muriendo
- Alma de Sor M.G. a la Hermna. M de L.C. Pontigny, Francia 1873:
Como Ud. Lo sabe, yo no tuve agonía. Pero le puedo decir esto: en el último momento decisivo, el demonio desencadena toda su rabia contra el que se está muriendo.
Dios permite que las almas pasen por estas últimas pruebas para acrecentar sus méritos.
Las almas fuertes y generosas, a fin de que obtengan un sitio más glorioso en el Cielo, a menudo
experimentaron, al terminar su vida, y en el momento de la muerte, terribles combates con el ángel de las tinieblas. Pero siempre un alma que le fue devota en la vida perezca en el último momento. Las almas que amaron a la Santísima Virgen y la invocaron durante toda su vida reciben de ella muchas gracias durante sus últimas luchas.
Lo mismo para los que fueron realmente devotos de San José, de San Miguel, o de quien sea de los santos.
Ya se lo dije: uno se alegra de tener un intercesor con Dios en esos terribles momentos. Algunas almas se mueren con mucha tranquilidad, sin padecer estas pruebas. Dios tiene sus propios designios en cada cosa. Hace o permite todo para el provecho de cada alma en particular.
El hombre justo muere acompañado de su ángel; éste “lo presenta, juntamente con sus obras buenas, ante la presencia de Dios.
A Consuelo, Barcelona, España, 1987: La muerte del hombre justo y temeroso de Dios no debería llamarse muerte, porque más que muerte es un sueño plácido del que despertará para entrar en la vida eterna. El alma ha dejado reposar su cabeza en el costado de Cristo, y así, dulcemente, emprende su viaje a la casa del Padre. El moribundo está rodeado de sus familiares y amigos. Él todo lo percibe, aunque a veces no puede articular palabra, y en lo profundo de su corazón se pregunta: “¿Por qué lloran? ¿Por qué están tristes? ¿Acaso no comprenden que ha llegado mi hora y que debo volver a encontrarme con Aquel que me dio la vida? Por piedad, reprimid vuestro llanto y no me detengáis: “Ya que el Señor ha dado éxito a mi viaje, permitidme
marchar para que vuelva con mi dueño” (Gen 24, 56). El hombre justo muere acompañado de su ángel; éste “lo presenta, juntamente con sus obras buenas, ante la presencia de Dios” (Tob 12, 12). El moribundo va perdiendo vista; un velo blanquecino empaña su mirada; pero, según se cierran sus ojos
exteriores, se abren los de su alma; con ellos ve que una figura de forma humana se le acerca e intelectivamente se pregunta: “¿Quién es aquel que viene a mi encuentro? Su ángel le contesta: es el Señor” (Gen 24, 65). Al oír estas hermosas palabras su cuerpo se estremece y deja escapar su último aliento. El alma, como rayo luminoso es atraída por la potente luz que la envuelve; así abandona su morada.