Escúchame hija
mía, en la Creación nuestra finalidad primaria era el hombre, pero en vez de crear al hombre, primero
creamos cielos, soles, mares, tierra, aire, vientos, como habitación dónde poner a este hombre y hacerle
encontrar todo lo que era necesario para hacerlo vivir; en la misma creación del hombre primero hicimos
el cuerpo y después le infundimos el alma, más preciosa, más noble, y que contiene más valor que el
cuerpo; muchas veces es necesario hacer primero las obras menores, para preparar la decencia, el puesto a
nuestras obras mayores. ¿Qué maravilla entonces, que al descender del Cielo a la tierra, en nuestra mente
divina nuestro fin primario era constituir el reino de nuestra Voluntad en medio a la familia humana?
Mucho más que la primera ofensa que nos hizo el hombre fue propiamente dirigida a nuestra Voluntad,
por eso con justicia, nuestra primera finalidad debía ser dirigida a afianzar la parte ofendida de nuestra
Voluntad y a restituirle su puesto real, y luego venía la Redención; y la Redención vino en modo
sobreabundante, con tales excesos de amor de hacer estremecer Cielo y tierra. Pero, ¿por qué primero?
Porque debía servir para preparar con decencia, con decoro, con suntuosidad, con el ajuar de mis penas y
de mi misma muerte, como reino, como ejército, como habitación y como cortejo para hacer reinar mi
Voluntad. Para sanar al hombre se requerían mis penas, para darle la vida se requería mi muerte, sin
embargo habría bastado una lágrima mía, un suspiro mío, una sola gota de mi sangre para salvar a todos,
porque todo lo que Yo hacía estaba animado por mi Voluntad Suprema. Puedo decir que era Ella en mi
Humanidad que corría en todos mis actos, en mis penas más desgarradoras, para buscar al hombre y
ponerlo a salvo, ¿cómo entonces se puede negar el primer propósito de un Querer tan santo, tan potente,
que abraza todo, y que no hay vida, ni bien sin Él? Por eso es absurdo el sólo pensarlo. Por lo tanto
quiero que en todas las cosas la reconozcas como acto primero de todo, así te pondrás en nuestro orden
divino, que no hay cosa en que no demos el primado a nuestra Voluntad.
Libro de Cielo, volumen 33-15
Mayo 6, 1934