https://youtu.be/pjORkcy8evU?si=oo2sXdbOAlogyLAG
Ser ignorante no es pecado, pero se puede volver, pues si uno puede salir de ello en lo que concierne al bien eterno y no lo hace, la persona puede morir eternamente. Pues hoy dia la gente se preocupa por no ser ignorante al mundo pero si a las cosas de Dios, y esta ignorancia no la va a justificar Dios el día de su juicio, por eso los Apóstoles decían que era mejor hacerse necios ante las cosas del mundo que pasan, para ser agradable a Dios.
https://youtu.be/pjORkcy8evU?si=oo2sXdbOAlogyLAG
Extrema necesidad del abandono en el Querer Divino, virtud de Él. Cómo todos giramos en torno a Dios; sólo la voluntad humana va vagando y es la turbadora de todos.
..Porque tú debes saber que todas las cosas y la misma naturaleza humana toman del movimiento eterno de Dios, de modo que todo gira a su alrededor, toda la Creación, el respiro, el latido, la circulación de la sangre, están bajo el imperio del movimiento eterno, y como todos y todo tienen vida de este movimiento, son inseparables de Dios, y como tienen vida, con una carrera unánime giran en torno al Ente Supremo, así que el respiro, el latido, el movimiento humano, no está en poder de ellos el respirar, latir, moverse, quieran o no quieran, estando bajo el movimiento incesante del Eterno, sienten también ellos el acto incesante del respiro, del latido y del movimiento, se puede decir que hacen vida junto con Dios y con todas las cosas creadas que le giran en torno sin jamás detenerse; sólo la voluntad humana, habiéndola creado con el gran don del libre albedrío para que pudiera decirnos que libremente nos amaba, no obligada como es obligado el respiro a respirar, el corazón a latir y a recibir el movimiento de su Creador, sino por voluntad querida, no forzada, pudiera amarnos y estarse junto con Nosotros para recibir la Vida obrante en nuestro Querer; era el honor y el don más grande que dábamos a la criatura, y ella, ingrata, se aparta de nuestra unión e inseparabilidad, y por lo tanto de la unión de todos y de todo, y por eso se pierde, se degrada, se debilita, pierde la fuerza única, y es la única en toda la Creación que pierde su curso, su puesto de honor, su belleza, su gloria, y va vagando separada de su puesto que tiene en nuestra Voluntad que la llama, la suspira a su puesto de honor, así que todos tienen un puesto, también el respiro y el latido humano, y como todos y todo tienen un puesto, no pierden jamás la vida y su movimiento incesante, ninguno se siente pobre, débil, sino ricos en el movimiento eterno de su Creador. Sólo la voluntad humana, porque no quiere estar en el puesto real de nuestro Querer Divino, es la extraviada y la más pobre de todos, y así como se siente pobre, se siente infeliz, y es la turbadora de la humana familia. Por eso si quieres ser rica, feliz, no desciendas jamás de tu puesto de honor, que es dentro de nuestra Voluntad, entonces tendrás todo en tu poder, fuerza, luz, y también mi misma Voluntad”.
Libro de Cielo, volumen 33;12 11/3/1934
Hechos 17, 27-28.
Dice Jesús
<<En verdad, no estoy lejos de ninguno de vosotros. Basta que me busquéis –y, para encontrarme, ni siquiera es necesario ir a tientas como pobres ciegos- y me encontraréis. ¿Dónde estoy? ¿Dónde está ese Dios eterno? ¿Dónde está ese Señor del cielo y de la tierra, ese Creador de todos los hombres, derivados de aquel Hombre que fue la obra maestra de la creación y que ahora es la
119 Mateo 15, 32; Marcos 8, 1-3.
La escritora rectifica y añade en el renglón: que luego resulta ser el Padre.
piedra de toque de su bondad? ¿A caso es necesario recorrer montes y valles, navegar por los mares, enfrentar los desiertos o, simplemente, salir de las casas y de las ciudades, para encontrarle en ciertos lugares especiales? No es así. Es verdad que hay templos e iglesias elevados al nombre y al culto del Dios omnipotente y que en ellos está el sol sin ocaso de la Eucaristía, que convoca a los hombres para inflamarles, para nutrirles, para purificarles, para hacerles una sola cosa con la Carne eucarística, o sea, con mi Amado y Dilecto. Mas, ¿sólo allí tenéis a Dios? No: Dios está en vosotros: regocijado en sus santos, paternal en sus hijos, severo en sus enemigos. Yo estoy en vosotros. Vivo con mi Gracia, torrente de gozo y de paz, fuente de continuos favores, caminando con el único poder de la mirada, que no puede rehuirse y que es palabra y trueno de recriminación (en caso de que no basten mi palabra y el centelleo de mi mirada para incitar la conciencia a su deber) y estoy en el espíritu de cada hombree. Estoy Yo, que soy el Rey y Creador del hombre. Quisiera estar dentro de cada espíritu. Estoy en el de los justos como está la Sagrada forma en el ostensorio. En cambio, estoy como Ostensorio que resplandece en lo alto pidiendo adoración, sobre los fieles de temerosa voluntad. Estoy entre relámpagos y truenos y airado resentimiento en lo alto de mi Gloria y les digo a los rebeldes: “No vayáis más allá de los límites de vuestro mal; retroceded, purificaos, tomad la senda de la santidad si no queréis que os haga morir”. Mas, para buscarme, no es necesario ir a tientas. Yo estoy junto a vosotros y vosotros vivís, os movéis y estáis siempre en el ámbito de mi luz. ¡Ay de los que llevan la contaminación de almas pecaminosas dentro de los límites santos! Con la palabra divina, que no miente, Ya os digo que seré benigno con quien, aun ignorando al Dios verdadero, lo sirven igualmente según su instinto espiritual al servir a la bondad y a la moral. Mas mi juicio será muy diferente hacia los que, aun conociendo mi Nombre y mi Ley, destronan a Dios para dejar lugar a vicios e idolatrías. Los primeros sirven al “Dios ignoto”121. Los segundos abandonan la mansión y la milicia del Dios conocido parta servir a infinitos dioses, a ídolos de muchos nombres y de un solo resultado: la ruina. Y el Hijo, que murió para que todos amaran al Dios verdadero; el Hijo, que fue elegido por el Padre como Juez así como fue designado como Hostia del mundo, ¿puede ser magnánimo hacia los que, con obstinada maldad, permanecieron en sus idolatrías? ¿Acaso al crearos, os negué algo que puede justificar vuestra necedad? No, os di inteligencia y voluntad y habrían sido suficientes, porque os las di como Dios, es decir, aptas para manteneros en el bien. Y no me limité solamente a ellas. Os di también sabiduría y doctrina. Se ha dicho todo lo que el hombre debe hacer para ser mi hijo. El que no lo hace, es porque no quiere serlo. Por lo tanto, no debe murmurar si Dios es para con él severo como un juez indignado, en lugar de ser amoroso como un padre hacia sus hijos>>.
60. Santiago de Alfeo es recibido entre los discípulos. Jesús predica cerca del banco
de Mateo
2 febrero 1945
Es una mañana de mercado en Cafarnaum. La plaza está llena de vendedores de toda clase
de mercancías. A ella, Jesús llega viniendo del lago y ve que vienen a su encuentro sus
primos Judas y Santiago. Se apresura a su vez, y después de abrazarlos con cariño, pregunta
ansioso: “Vuestro padre... ¿qué pasó?”
“Nada nuevo por lo que se refiere a su salud” responde Judas.
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“Y entonces ¿a qué viniste?... Te había dicho que te quedaras”.
Judas baja la cabeza y calla. Pero el que se explica es Santiago que dice: “Por mi culpa él
no te obedeció. Sí. Por culpa mía. Pero no pude soportar más. Todos en contra... Y ¿por qué?
¿Hago mal acaso en amarte? ¿lo hacemos acaso? Hasta aquí un escrúpulo del mal me había
detenido, pero ahora que sé, ahora que has dicho que sobre Dios no hay nadie, ni el padre, ya
no pude soportar. ¡Oh! Traté de ser respetuoso, de hacer entender razones, de corregir las
ideas. Dije: “¿Por qué me combatís? Si es el Profeta, si es el Mesías... ¿Por qué queréis que
el mundo diga: ‘Su familia no lo quería. Cuando todos lo seguían, ella no lo hizo Porque su
fuera el infeliz que vosotros decís, ¿no debemos nosotros los de su familia, estar cerca de su
demencia, para impedirle que se dañe o que nos dañe?” ¡Oh! Jesús, de este modo hablaba
yo, para discutir humanamente como ellos razonaban. Pero Tú sabes que Judas y yo no
creemos que estés loco. Tú sabes que en Ti vemos al Santo de Dios. Tú sabes que siempre te
hemos considerado como a nuestra Estrella Mayor. Pero no nos han querido comprender. Ni
siquiera nos han querido escuchar. Y me he venido. Entre la elección de Jesús o la familia, te
he escogido. Heme aquí, pues, si me quieres. Si no, seré entonces el hombre más infeliz
porque no tendré nada: Ni tu amistad, ni el amor de mi familia”.
“¿Resuelto?... ¡Oh! Santiago mío, mi pobre Santiago. ¡No hubiera querido verte sufrir así,
porque te amo! Pero si el Jesús-Hombre llora contigo, el Jesús-Verbo se regocija por ti. ¡Ven!
Estoy cierto que la alegría de ser portador de Dios entre los hombres aumentará de día en día
tu gozo hasta llegar al éxtasis completo en la última hora de la tierra, y en la eterna del cielo”.-
Jesús se vuelve y llama a sus discípulos que prudentemente se habían mantenido retirados
unos cuantos metros.
“Venid amigos. Mi primo Santiago desde ahora es de mis amigos y por esto, amigo vuestro.
¡Cuánto he deseado esta hora, este día para él, mi amigo perfecto de infancia, mi buen
hermano de juventud!”
Los discípulos alegres dan la bienvenida a Santiago y a Judas que hacía días no miraban.
“Te habíamos buscado en casa... estabas en el lago?”.
“Sí, en el lago por dos días con Pedro y los demás. Pedro ha tenido una buena pesca
¿Verdad?”
“Sí y ahora esto me desagrada porque deberé entregar más dracmas a aquel ladrón...” y
señala al alcabalero Mateo cuyo banco está rodeado de gente que paga por la tierra o por los
frutos.
“Será todo en proporción, digo. Más pescados, más paga, pero también más ganancia”.
“No, Maestro. Más pesco, más gano. Pero si hago cálculos después de la pesca ese de allá,
me hace pagar no el doble sino el cuádruplo... ¡chacal!”
“¡Pedro! Acerquémonos a él. Quiero hablar. Hay gente siempre cerca del banco de la
alcabala”.
“¡Ya lo creo! Refunfuña Pedro. “Gente y maldiciones”.
“Pues bien, iré Yo a introducir bendiciones. Quién sabe si entre un poco de honradez en el
alcabalero”.
“¡Puedes estar tranquilo que tu palabra no entrará en esa piel de cocodrilo!”
“¿Qué le vas a decir?”
“Directamente, nada. Pero hablaré en tal forma que sirva también para él”.
“Dirás que es un ladrón tan grande el que asalta en las calles, como quien despelleja a los
pobres que trabajan por tener pan, no por mujeres ni ebriedades...”
“¿Pedro, quieres hablar tú por Mí”
“No, Maestro, no sabría hacerlo bien”.
“Y con el vinagre que tienes dentro, te harías mal a ti y a él”.
Han llegado cerca del banco de la alcabala. Pedro hace por pagar. Jesús lo detiene y le
dice: “Dame las monedas, hoy pago Yo”. Pedro lo mira sorprendido y le entrega la bolsa de
cuero con el dinero.
82
Jesús espera su turno y cuando está enfrente del alcabalero dice: “Pago por ocho canastos
de Simón de Jonás. Allí están los canastos, a los pies de los trabajadores. Verifica si quieres,
pero entre honrados basta sólo la palabra. Y creo que me tienes por tal”.
Mateo, que estaba sentado en su banco, en el momento en que Jesús le dijo: “Creo que
como a tal me tienes” se pone de pie. Bajo de estatura y ya un poco viejo, más o menos como
Pedro, muestra con todo una cara cansada de alegrías y una vergüenza completa. Tiene al
principio la cabeza inclinada, después la levanta y mira a Jesús, que también lo mira atenta y
seriamente como dominándolo con su imponente estatura.
“¿Cuánto?” torna Jesús a preguntar.
“No hay tasa para el discípulo del Maestro” responde Mateo, y en voz baja añade: “Ruega
por mi alma”.
“La llevo conmigo porque recojo la de los pecadores. Pero tú... ¿por qué no la curas?” y
Jesús al punto vuelve las espaldas para ir a Pedro que está empapado de admiración.
También los otros lo están. Hablan en voz baja, o lo hacen con los ojos.
Jesús recargado en un árbol, a unos diez metros de Mateo, empieza a hablar.
“El mundo se puede comparar con una gran familia cuyos miembros desempeñan
quehaceres diversos y todos son necesarios. Hay agricultores, pastores, viñadores,
carpinteros, pescadores, albañiles, leñadores, herreros, escribanos, soldados, oficiales
destinados a especiales funciones, médicos, sacerdotes, de todo hay.. El mundo no podría
componerse de una sola clase. Todas las profesiones son necesarias, todas santas, si todos
hacen lo que deben, con honradez y justicia. ¿Cómo se puede llegar a esto si Satanás tienta
por todas partes? Si se piensa en Dios que todo lo ve, aun las obras ocultas, y en su ley que
dice: “Ama a tu prójimo como te amas tú mismo, no hagas a otro lo que no querrías que se te
hiciese; no robar de ningún modo”1
Decidme, vosotros que me estáis escuchando: Cuando muere uno, ¿se lleva acaso su
dinero?... y cuando fuese tan necio de querer tenerlo en el sepulcro, ¿puede usarlo en la otra
vida? ¡No! El dinero se convierte en metal mohoso al contacto de la corrupción de un cuerpo
descompuesto. Y su alma estaría en otra parte desnuda, más pobre que el bienaventurado
Job2
, sin tener ni siquiera un céntimo, aun cuando aquí o en la tumba hubiese dejado millones
y millones. Antes bien, ¡escuchad, escuchad! En verdad os digo que difícilmente se conquista
el Cielo con riquezas, sino más bien y casi siempre se pierde con ellas, aún cuando fueren
riquezas que se hubiesen adquirido honestamente, bien por herencia, bien por ganancia.
Porque pocos son los ricos que saben justamente usan de ellas.
Entonces... ¿qué se necesita para tener este cielo bendito, este descansar en el seno del
Padre?... Es menester no tener sed de riquezas. En el sentido de no quererlas tener a
cualquier precio, aun faltando a la honradez y amor. En el sentido de que, si tienen, no se les
ame más que al cielo y que al prójimo, y se niegue la caridad al que tuviere necesidad. No
tener sed en el sentido de que puedan proporcionar mujeres, placeres, banquetes, vestiduras
suntuosas que son una bofetada para el que tiene frío y hambre. Existe, existe una moneda
que cambia el dinero injusto en valores que son reconocidos en el Reino de los Cielos. Es la
santa astucia de hacer de las riquezas humanas, frecuentemente injustas o causa de injusticia,
riquezas eternas. En otras palabras, ganar con honradez, devolver lo que injustamente se
obtuvo, usar de los bienes con parsimonia y despego, saberse separar de ellas, porque antes
o después ellas nos dejan y pensar por otra parte que el bien llevado a cabo jamás nos
abandona.
A todos nos gustaría ser “justos” y como a tales ser tenidos y que Dios nos premie como a
tales. Pero... ¿cómo puede Dios premiar a quien tan solo tiene nombre de justo?... pero ¿no
las obras? ¿Cómo puede decir: “Te perdono” si ve que el arrepentimiento es tan solo de
1 Cfr. Ex. 20, 15; 21, 16; Lev. 19, 11y 18;Dt. 5, 19: 24.7; Mt. 5, 43; 7, 12; 22, 39; Lc. 6, 31; Rom. 13, 8-10; Gal. 5,
14; Sant. 2, 8.
2 Cfr. Jb. 2, 7-10.
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palabra y que no va acompañado de un verdadero cambio de espíritu? No hay arrepentimiento
mientras dure el deseo por el objeto que pecamos. Pero cuando uno se humilla, cuando uno
se corta la parte moral de una mala pasión, digamos mujer u oro y dice uno: “Por Ti Señor y no
por esto”, entonces sí, realmente está arrepentido. Dios lo recoge con estas palabras: “Ven, te
quiero como a un inocente y como a un héroe”.
Jesús ha terminado. Se va sin siquiera voltear a donde está Mateo, que se acercó al círculo
de los oyentes, desde las primeras palabras.
Cuando están cerca de la casa de Pedro, su mujer corre al encuentro de su marido para
decirle algo. Pedro hace señas a Jesús de que se le acerque. “Está la madre de Judas y de
Santiago. Quiere hablar contigo, pero no quiere que la vean. ¿Cómo hacemos?”
“Bien. Yo entro en casa como para descansar y vosotros id a distribuir las limosnas entre los
pobres. Ten también el dinero de la tasa que no quiso. Vete”. Jesús hace señal a todos de que
se vayan, mientras Pedro les habla de que vengan juntos.
“¿Dónde está la mamá, mujer? Pregunta Jesús a la mujer de Pedro.
“En la terraza, Maestro. Allí hay sombra y está fresco. Sube también Tú. Allí se está mejor
que en otra parte de la casa”.
Jesús sube por la escalera. En un ángulo bajo el viñedo, sentada en un banquito cercano a
la baranda, vestida toda de oscuro, con el velo en la cara, está María de Alfeo. Llora quedito,
sin hacer ruido. Jesús la llama: “¡María! ¡Amada tía!” Levanta ella su pobre cara angustiada y
extiende las manos: “¡Jesús! ¡Traigo un gran dolor en el corazón!”
Jesús está cerca de ella. Le hace que siga sentada. Él sigue de pie con su manto todavía
echado en el hombro. Pone una mano en la espalda de su tía y la otra en las manos de ella, y
le dice: “¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras tanto?”
“¡Oh Jesús! Escapé de casa diciendo: “Voy a Caná a buscar vino y huevos para el enfermo”.
En casa está tu Madre que cuida como sólo Ella sabe hacerlo, y estoy tranquila. Pero en
realidad vine aquí. He corrido durante dos noches para llegar aquí lo más pronto. Y no puedo
más... pero el cansancio no importa. ¡Es el dolor del corazón que me hace mal!... Mi Alfeo...
mis hijos... ¡Oh! ¿Por qué entre los de una misma sangre hay tanta diferencia, y por qué ésta
es como dos piedras de una máquina, que muelen el corazón de una madre?... ¿Están contigo
Judas y Santiago?... ¿Sí?... Entonces sabe, ¡oh Jesús!... Mi Alfeo ¿por qué no comprende?...
¿Por qué se muere?... ¿Por qué quiere morir así?... ¿Y Simón y José? ¿Por qué, por qué
están contra Ti y no contigo?”
“No llores, María. No les tengo rencor. Se lo dije también a Judas. Los entiendo y los
compadezco. Si por esto lloras, no llores más”.
“Lloro, sí, porque te ofenden. Por esto y luego... porque no quiero que mi esposo muera
como enemigo tuyo. Dios no lo perdonará... y yo... ¡oh! no lo tendré para siempre en la otra
vida...” María realmente está angustiada. Gruesas lágrimas caen sobre su mano izquierda que
Jesús ha soltado, la besa de cuando en cuando, y levanta su pobre cara destrozada.
“No” dice Jesús. “No, no digas así. Perdono. Y si perdono Yo...”
“¡Oh! Ven Jesús. Ven a salvar el alma y el cuerpo. Ve... empiezan a decir también para
acusarte... ya empezaron a decir que has quitado dos hijos a un padre que muere, y lo dicen
por Nazaret ¿entiendes?... y añaden: “Por todas partes hace milagros, pero en su casa, no
puede hacerlos” y... cómo te defiendo diciendo: “¿Qué cosa puede hacer si lo habéis casi
arrojado con vuestros reproches, si no creéis? “no me dejan en paz”.
“Dijiste bien. Si no creéis, ¿qué puedo hacer donde no se cree?”
“¡Oh! Tú lo puedes todo! ¡Creo por todos! Ven. Haz un milagro... por tu pobre tía...”
“No puedo”. Jesús al decir esto se ve que está tristísimo. De pie y apretando contra su
pecho la cabeza de la que está llorando parece como si confesase su impotencia a la
naturaleza serena que parece llamarla como testigo de su pena de no poder por decreto
eterno.
La mujer llora más fuerte.
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“Escucha, María. Sé buena. Yo te juro que si pudiese, si conviniese hacerlo, lo haría. ¡Oh!
Obtendría del Padre esta gracia, por ti, por mi Madre, por Judas y Santiago y también, sí,
también por Alfeo, José y Simón. Pero... no puedo. Un gran dolor oprime tu corazón y no
puedes entender la justicia del poder mío. Te la puedo decir, pero no la comprenderías.
Cuando llegó la hora del tránsito de mi padre, y tú sabes si era justo, y si mi Madre lo amaba...
no lo devolví a la vida. No es razonable que la familia en que vive un santo, esté libre de
desventuras inevitables de la vida. Si así no fuese, debería ser eterno en la tierra, y sin
embargo pronto moriré, ni María, mi Santa Madre podrá arrebatarme de la muerte. No puedo.
Lo que puedo es esto, y lo haré”. Jesús se ha sentado y ha tomado la cabeza de su tía: “Haré
esto. Por este dolor tuyo, te prometo la paz a tu Alfeo. Que no estarás separada de él en la
otra vida. Te doy mi palabra de que nuestra familia estará reunida en el cielo, toda junta en la
eternidad... y que mientras Yo viva y también después infundiré siempre a mi querida tía tanta
paz, tanta fuerza hasta convertirla en un apóstol para otras tantas mujeres, a las que tú, como
una de ellas, te les podrás fácilmente acercar. Serás mi amiga amada en este tiempo de
evangelización. La muerte, no llores, la muerte de Alfeo te libera de los deberes conyugales y
te eleva a la sublimidad mística de un sacerdocio femenino, muy necesario cerca del altar de
la Gran víctima y cerca de tantos paganos que doblarán su corazón ante el santo heroísmo de
las mujeres discípulas, que no ante el de los discípulos. ¡Oh! Tu nombre será, querida tía,
como una llama en el cielo cristiano... no llores más. Ve en paz. Fuerte, resignada y santa. Mi
Madre... ha sido viuda antes que tú... y te consolará como sabe Ella. Ven. No quiero que
partas sola bajo este sol. Pedro te acompañará en la barca hasta el Jordán y de allí a Nazaret
en un borriquillo. Cálmate”.
“Bendíceme, Jesús. Dame fuerzas, Tú”.
“Sí, te bendigo y te beso, buena tía”. Y la besa tiernamente, y la retiene por un tiempo contra
su pecho hasta que ve que se ha serenado.
Yo he sido enviado a labrar los corazones en orden a la Verdad y la Salud. Han venido a mis manos corazones de hierro, plomo, estaño, alabastro, mármol, plata, oro, jaspe, piedras preciosas. Corazones duros, corazones toscos, corazones demasiado tiernos, corazones volubles, corazones endurecidos por las penas, corazones valiosísimos: todo tipo de corazones. Los he labrado a todos. Y a muchos los he modelado según el deseo de Aquel que me ha enviado. Algunos me han herido mientras los trabajaba, otros han preferido romperse antes que dejarse trabajar con toda profundidad. Pero, quizás con odio, conservarán siempre un recuerdo mío. Vosotros sois imposibles de labrar. Calor de amor, paciencia de instrucción, frío de reprensiones, fatiga de cincel... nada sirve con vosotros. Nada más retirar mis manos, volvéis a ser como erais. Tendríais que hacer una única cosa para ser cambiados: abandonaros totalmente en mí. No lo hacéis. No lo haréis nunca. El Trabajador, desconsolado, os abandona a vuestro destino. Pero, dado que es justo, no os abandona a todos igual. Desconsolado, sabe todavía elegir a los que merecen su amor, y los consuela y bendice.
-¡Mujer, ven aquí! - dice señalando a una mujer que está junto a la pared, tan encorvada que parece un signo de interrogación. La gente ve a dónde señala Jesús, pero no ve a la mujer, la cual por su conformación, no puede ver a Jesús ni tampoco su mano. -¡Ve Marta! Que te llama - le dicen varias personas. Y la pobrecita va renqueando con su bastón, que le llega a la altura de la cabeza. Ahora está delante de Jesús, que le dice: -Mujer, quédate con un recuerdo de mi paso y con un premio a tu fe silenciosa y humilde Queda liberada de tu enfermedad - grita al final, poniéndole las manos en la espalda. Y enseguida la mujer se alza y, derecha como una palma, levanta los brazos y grita: -¡Hosanna! ¡Me ha curado! Ha visto a su sierva fiel y la ha agraciado. ¡Sea alabado el Salvador y Rey de Israel! ¡Hosanna al Hijo de David! La gente responde con sus "¡hosanna!" a los de la mujer, la cual ahora está de rodillas a los pies de Jesús, besándole el borde de la túnica, mientras Él le dice: -Ve en paz y persevera en la fe. El arquisinagogo - deben quemarle todavía las palabras dichas por Jesús antes de la parábola - quiere responder con veneno a la reprensión, y, mientras la muchedumbre se abre para dejar pasar a la mujer curada milagrosamente, grita indignado: -¡Hay seis días para trabajar, seis días para pedir y dar! ¡Venid, pues, en esos días, tanto para pedir como para dar! ¡Venid a recobrar la salud en esos días, sin violar el sábado, pecadores e infieles, corrompidos y corruptores de la Ley! - y trata de empujar a todos fuera de la sinagoga, como para arrojar la profanación del lugar de oración. Pero Jesús, que lo ve ayudado en su acción por los cuatro notables de antes y por otros que están repartidos entre la muchedumbre (los cuales dan los signos más manifiestos de estar escandalizados, torturados por el... delito de Jesús), a su vez grita (mientras con los brazos recogidos sobre el pecho, severo, majestuoso, lo mira): -¡Hipócritas! ¿Quién de vosotros en este día no ha desatado el buey o el asno del pesebre y lo ha llevado a beber? ¿Y quién no ha llevado los haces de hierba a las ovejas del rebaño y no ha extraído la leche de las ubres llenas? ¿Y por qué, si tenéis seis días para hacerlo, lo habéis hecho también hoy, por unos pocos denarios de leche, o por miedo de perder el buey y el asno a causa de la sed? ¿Y no debía soltar Yo a ésta de sus cadenas, después de que Satanás la ha tenido atada durante dieciocho años, sólo porque es sábado? Idos. He podido soltar a esta mujer de su desventura involuntaria; mas no podré jamás soltaros a vosotros de las vuestras, que son voluntarias, ¡oh enemigos de la Sabiduría y de la Verdad! La gente buena, de entre los muchos no buenos de Corazín, aprueba y alaba; la otra parte, lívida de rabia, huye, dejando plantado al también lívido arquisinagogo. También Jesús lo deja plantado y sale de la sinagoga, rodeado de los buenos, que siguen circundándole hasta que llega a los campos, lugar donde Él bendice una última vez, para tomar luego la vía de primer orden, junto con los primos y Pedro y Tomás... 3