http://www.lagaceta.com.ar/nota/608038/sociedad/se-casaron-iglesia-transexual-pareja-desde-hace-29-anos.html
Las Tres Campanadas escritas antes de morir
Son
muchos los hombres de Dios que han levantado sus voces para señalar las
herejías, apostasías y malas conductas dentro de la Iglesia, sobre las
que Benedicto XVI fue muy duro pidiendo a la grey católica que oraran
por él para protegerlo de la “inmundicia” dentro de la iglesia, y
Francisco ha sugerido situaciones parecidas. Pero un santo moderno, el
Fundador del Opus Dei, San Josémaría Escrivá de Balaguer, envió tres
cartas a los fieles de la Prelatura que hoy tienen tanta actualidad como
en 1972-1974, cuando las escribió, previniendo a sus hijos de las
dificultades dentro de la Iglesia.
A
estas tres cartas escritas poco antes de su muerte se las conoce por
las Tres Campanadas. No estaban destinadas al público en general, sino
para uso restringido de los miembros de la Obra, aunque su contenido se
fue dado a conocer poco a poco a través de la predicación y formación
interna de la Obra. No es ningún secreto, pero en ellas San Josemaría
ponía en guardia a todos sus hijos del peligro que corría la Iglesia con
la infiltración de una serie de corrientes que afectaban claramente a
la doctrina.
Solamente
se conocen públicamente dos de ellas, pero todas son conocidas por la
Autoridad competente en la Iglesia, ya que se incorporaron como
documento en el Proceso de Canonización. Existe aceptación por parte de
la Autoridad Máxima de la Iglesia de estas opiniones del Fundador del
Opus Dei como legítimas, que más allá de ser opiniones, son una denuncia
de los abusos que se llevaron a cabo en el postconcilio. Muchas de
estas denuncias van más allá del peligro ya anunciado en su día por
Pablo VI.
Para su discernimiento este documento que tiene 40 años.
CRISTIANOS CONTRACORRIENTE Y A PRUEBA
Tiempo
de prueba son siempre los días que el cristiano ha de pasar en esta
tierra. Tiempo destinado, por la misericordia de Dios, para acrisolar
nuestra fe y preparar nuestra alma para la vida eterna.
Tiempo
de dura prueba es el que atravesamos nosotros ahora, cuando la Iglesia
misma parece como si estuviese influida por las cosas malas del mundo,
por ese deslizamiento que todo lo subvierte, que todo lo cuartea,
sofocando el sentido sobrenatural de la vida cristiana.
Llevo
años advirtiéndoos de los síntomas y de las causas de esta fiebre
contagiosa que se ha introducido en la Iglesia, y que está poniendo en
peligro la salvación de tantas almas…
Convenceos,
y suscitad en los demás el convencimiento, de que los cristianos hemos
de navegar contra corriente. No os dejéis llevar por falsas
ilusiones. Pensadlo bien: contra corriente anduvo Jesús, contra
corriente fueron Pedro y los otros primeros, y cuantos —a lo largo de
los siglos— han querido ser constantes discípulos del Maestro. Tened,
pues, la firme persuasión de que no es la doctrina de Jesús la que se
debe adaptar a los tiempos, sino que son los tiempos los que han de
abrirse a la luz del Salvador. Hoy, en la Iglesia, parece imperar el
criterio contrario: y son fácilmente verificables los frutos ácidos de
ese deslizamiento. Desde dentro y desde arriba se permite el acceso del
diablo a la viña del Señor, por las, puertas que le abren, con increíble
ligereza, quienes deberían ser los custodios celosos…
Es hora, pues, de rezar mucho y con amor, y de pedir al Señor que quiera poner fin al tiempo de la prueba.
No
podemos dejar de insistir. No buscamos nada para cada uno de nosotros,
por interés personal; buscamos la santidad, que es buscar a Dios. Y Él
espera que se lo recordemos con insistencia. Se están causando
voluntariamente heridas en su Cuerpo, que va a ser muy difícil restañar.
Nos dirigimos a la Trinidad Beatísima, Dios Uno y Trino, para que se
digne acortar cuanto antes esta época de prueba. Lo suplicamos por la
mediación del Corazón Dulcísimo de María; por la intercesión de San
José, nuestro Padre y Señor, Patrono de la Iglesia universal, a quien
tanto amamos y veneramos; por la intercesión de todos los Ángeles y
Santos, cuyo culto algunos intentan extirpar de la Iglesia Santa…
LA CONFUSIÓN DENTRO DE LA IGLESIA
Resulta
muy penoso observar que —cuando más urge al mundo una clara
predicación— abunden eclesiásticos que ceden, ante los ídolos que
fabrica el paganismo, y abandonan la lucha interior, tratando de
justificar la propia infidelidad con falsos y engañosos motivos. Lo malo
es que se quedan dentro de la Iglesia oficialmente, provocando la
agitación. Por eso, es muy necesario que aumente el número de discípulos
de Jesucristo que sientan la importancia de entregar la vida, día a
día, por la salvación de las almas, decididos a no retroceder ante las
exigencias de su vocación a la santidad…
La
lucha interior —en lo poco de cada día— es asiento firme que nos
prepara para esta otra vertiente del combate cristiano, que implica el
cumplimiento en la tierra del mandato divino de ir y enseñar su verdad a
todas las gentes y bautizarlas (cfr. Matth. XXVIII, 19), con el único bautismo en el que se nos confiere la nueva vida de hijos de Dios por la gracia.
Mi
dolor es que esta lucha en estos años se hace más dura,
precisamente por la confusión y por el deslizamiento que se tolera
dentro de la Iglesia, al haberse cedido ante planteamientos y actitudes
incompatibles con la enseñanza que ha predicado Jesucristo, y que la
Iglesia ha custodiado durante siglos. Éste, hijos míos, es el gran dolor
de vuestro Padre. Éste, el peso del que yo deseo que todos participéis,
como hijos de Dios que sois. Resulta muy cómodo —y muy cobarde—
ausentarse, callarse, diluidos en una ambigua actitud, alimentada por
silencios culpables, para no complicarse la vida. Estos momentos son
ocasión de urgente santidad, llamada al humilde heroísmo para perseverar
en la buena doctrina, conscientes de nuestra responsabilidad de ser sal
y luz.
Hemos
de resistir a la disgregación, cuidando sobrenaturalmente nuestra
propia entrega y sembrando sin desmayos, con decisión, con serenidad y
con fortaleza, la doctrina y el espíritu de Jesucristo.
POCAS VOCES SE ALZAN
Considerad que hay muy pocas voces que se alcen con valentía, para frenar esta disgregación. Se
habla de unidad y se deja que los lobos dispersen el rebaño; se habla
de paz, y se introducen en la Iglesia —aun desde organismos centrales—
las categorías marxistas de la lucha de clases o el análisis
materialista de los fenómenos sociales; se habla de emancipar a la
Iglesia de todo poder temporal, y no se regatean los gestos de
condescendencia con los poderosos que oprimen las conciencias; se habla
de espiritualizar la vida cristiana y se permite desacralizar el culto y
la administración de los Sacramentos, sin que ninguna autoridad corte
firmemente los abusos —a veces auténticos sacrilegios— en materia
litúrgica; se habla de respetar la dignidad de la persona humana, y se
discrimina a los fieles, con criterios utilizados para las divisiones
políticas.
Toda
esa ambigüedad es camino abierto, para que el diablo cause fácilmente
sus estragos, más cuando se ve que es corriente —en todas las categorías
del clero— que muchos no prediquen a Jesucristo y, en cambio, parlotean
siempre de asuntos políticos, sociales —dicen—, etc., ajenos a su
vocación y a su misión sacerdotal, convirtiéndose en instrumentos de
parte y logrando que no pocos abandonen la Iglesia…
No
se puede imponer por la fuerza la verdad de Cristo, pero tampoco
podemos permitir que, con la violencia de los hechos, nos dominen como
ciertos y justos, criterios que son una patente deserción del mensaje de
Jesucristo: esta violencia se comete por algunos, impunemente, dentro
de la Iglesia. Sería una deslealtad y una falta de fraternidad con el
pueblo fiel, no resistir al presuntuoso orgullo de unos pocos que han
maleado ya a tantos, sobre todo en el ambiente eclesiástico y religioso.
Comprended que
no exagero. Pensad en la violencia que sufren los niños: desde negarles
o retrasarles el bautismo arbitrariamente, hasta ofrecerles como pan
del alma catecismos llenos de herejías o de diabólicas omisiones; o en
la que se actúa con la juventud, cuando —¡para atraerla!— se presentan
principios morales equivocados, que destrozan las conciencias y pudren
las costumbres. Violencia se hace, también diabólica, cuando se
manipulan los textos de la Sagrada Escritura y se llevan al altar en
ediciones equívocas, que cuentan con aprobaciones oficiales. Y no
podemos dejar de ver el brutal atropello que se impone a los fieles, y
en los fieles al mismo Jesucristo, cuando se oculta el carácter de
sacrificio de la Santa Misa o cuando el dinero de las colectas se
malgasta en propagar ideas ajenas al enseñamiento de Jesucristo. Hijos,
míos, nunca se ha hablado tanto de justicia en la Iglesia y, a la vez,
nunca se ha empleado tanta injusta opresión con las conciencias…
Nos
sentimos obligados a resistir a estos nuevos modernistas —progresistas
se llaman ellos mismos, cuando de hecho son retrógrados, porque tratan
de resucitar las herejías de los tiempos pasados—, que ponen todo en
discusión, desde el punto de vista exegético, histórico, dogmático,
defendiendo opiniones erróneas que tocan las verdades fundamentales de
la fe, sin que nadie con autoridad pública pare y condene reciamente sus
propagandas. Y si algún pastor habla decididamente, se encuentra con la
sorpresa —amarga sorpresa— de no ser suficientemente apoyado por
quienes deberían sostenerlo: y esto provoca la indecisión, la tendencia a
no comprometerse con determinaciones claras y sin equívocos.
Parece
como si algunos se empeñaran en no recordar que, a lo largo de toda la
historia, los que guían el rebaño han tenido que asumir la defensa de la
fe con entereza, pensando en el juicio de Dios y en el bien de las
almas, y no en el halago de los hombres. No faltaría hoy quien tachara a
San Pablo de extremista cuando decía a Tito cómo debería tratar a los
que pervertían la verdad cristiana con falsas doctrinas: increpa illos dure, ut sani sint in fide(Tit. I,
13); repréndelos con dureza —le escribía el Apóstol—, para que se
mantengan sanos en la fe. Es de justicia y de caridad, obrar así.
Ahora,
sin embargo, se facilita la agitación con un silencio que clama al
cielo, cuando no se coloca a los saboteadores de la fe en puntos
neurálgicos, desde los que pueden sembrar la confusión «con aprobación
eclesiástica». Ahí están tantos nuevos catecismos y programas de
«enseñanza religiosa» testimoniando la verdad de lo que afirmo.