Yo he sido enviado a labrar los corazones en orden a la Verdad y la Salud. Han venido a mis manos corazones de hierro, plomo, estaño, alabastro, mármol, plata, oro, jaspe, piedras preciosas. Corazones duros, corazones toscos, corazones demasiado tiernos, corazones volubles, corazones endurecidos por las penas, corazones valiosísimos: todo tipo de corazones. Los he labrado a todos. Y a muchos los he modelado según el deseo de Aquel que me ha enviado. Algunos me han herido mientras los trabajaba, otros han preferido romperse antes que dejarse trabajar con toda profundidad. Pero, quizás con odio, conservarán siempre un recuerdo mío. Vosotros sois imposibles de labrar. Calor de amor, paciencia de instrucción, frío de reprensiones, fatiga de cincel... nada sirve con vosotros. Nada más retirar mis manos, volvéis a ser como erais. Tendríais que hacer una única cosa para ser cambiados: abandonaros totalmente en mí. No lo hacéis. No lo haréis nunca. El Trabajador, desconsolado, os abandona a vuestro destino. Pero, dado que es justo, no os abandona a todos igual. Desconsolado, sabe todavía elegir a los que merecen su amor, y los consuela y bendice.
-¡Mujer, ven aquí! - dice señalando a una mujer que está junto a la pared, tan encorvada que parece un signo de interrogación. La gente ve a dónde señala Jesús, pero no ve a la mujer, la cual por su conformación, no puede ver a Jesús ni tampoco su mano. -¡Ve Marta! Que te llama - le dicen varias personas. Y la pobrecita va renqueando con su bastón, que le llega a la altura de la cabeza. Ahora está delante de Jesús, que le dice: -Mujer, quédate con un recuerdo de mi paso y con un premio a tu fe silenciosa y humilde Queda liberada de tu enfermedad - grita al final, poniéndole las manos en la espalda. Y enseguida la mujer se alza y, derecha como una palma, levanta los brazos y grita: -¡Hosanna! ¡Me ha curado! Ha visto a su sierva fiel y la ha agraciado. ¡Sea alabado el Salvador y Rey de Israel! ¡Hosanna al Hijo de David! La gente responde con sus "¡hosanna!" a los de la mujer, la cual ahora está de rodillas a los pies de Jesús, besándole el borde de la túnica, mientras Él le dice: -Ve en paz y persevera en la fe. El arquisinagogo - deben quemarle todavía las palabras dichas por Jesús antes de la parábola - quiere responder con veneno a la reprensión, y, mientras la muchedumbre se abre para dejar pasar a la mujer curada milagrosamente, grita indignado: -¡Hay seis días para trabajar, seis días para pedir y dar! ¡Venid, pues, en esos días, tanto para pedir como para dar! ¡Venid a recobrar la salud en esos días, sin violar el sábado, pecadores e infieles, corrompidos y corruptores de la Ley! - y trata de empujar a todos fuera de la sinagoga, como para arrojar la profanación del lugar de oración. Pero Jesús, que lo ve ayudado en su acción por los cuatro notables de antes y por otros que están repartidos entre la muchedumbre (los cuales dan los signos más manifiestos de estar escandalizados, torturados por el... delito de Jesús), a su vez grita (mientras con los brazos recogidos sobre el pecho, severo, majestuoso, lo mira): -¡Hipócritas! ¿Quién de vosotros en este día no ha desatado el buey o el asno del pesebre y lo ha llevado a beber? ¿Y quién no ha llevado los haces de hierba a las ovejas del rebaño y no ha extraído la leche de las ubres llenas? ¿Y por qué, si tenéis seis días para hacerlo, lo habéis hecho también hoy, por unos pocos denarios de leche, o por miedo de perder el buey y el asno a causa de la sed? ¿Y no debía soltar Yo a ésta de sus cadenas, después de que Satanás la ha tenido atada durante dieciocho años, sólo porque es sábado? Idos. He podido soltar a esta mujer de su desventura involuntaria; mas no podré jamás soltaros a vosotros de las vuestras, que son voluntarias, ¡oh enemigos de la Sabiduría y de la Verdad! La gente buena, de entre los muchos no buenos de Corazín, aprueba y alaba; la otra parte, lívida de rabia, huye, dejando plantado al también lívido arquisinagogo. También Jesús lo deja plantado y sale de la sinagoga, rodeado de los buenos, que siguen circundándole hasta que llega a los campos, lugar donde Él bendice una última vez, para tomar luego la vía de primer orden, junto con los primos y Pedro y Tomás... 3