domingo, 18 de diciembre de 2011

LA SANTISIMA MADRE

LOS DOLORES DE LA VIRGEN MARÍA





Muchos Profetas hablaron de Mí; vieron anticipadamente que era
necesario que Yo sufriese, para llegar a ser digna Madre de Dios.
Anticiparon en la tierra Mi conocimiento pero, como tenía que ser, de
manera muy velada. Después hablaron de Mí los Evangelistas,
especialmente Lucas, Mi amado médico —más de almas que de cuerpos.
Posteriormente, nacieron algunas devociones que tuvieron como base las
penas y dolores sufridos por Mí. Y así, comúnmente se cree y se piensa en
siete dolores principales experimentados por Mí.

Hijos Míos, Su Madre ha premiado y premiará los esfuerzos y el amor
que han tenido por Mí. Pero como lo hizo Jesús, quiero hablarles más
extensamente sobre Mis dolores. Luego ustedes los referirán a otros
hermanos y todos por fin Me imitarán ya que, por lo que sufrí, estoy
continuamente alabando a Jesús y no busco nada, sino que El sea
glorificado en Mí.
Miren hijitos, es triste hablarles de estas cosas a mis propios hijos,
porque toda madre oculta sus dolores solo para sí. Y esto ya lo hice Yo
cumplidamente en el transcurso de la vida mortal; por tanto Mi deseo de
madre ya ha sido respetado por Dios. Ahora cuando estoy acá, donde la
sonrisa es eterna, y habiendo ya ocultado como todas las madres los
dolores que experimenté, debo hablar de ellos para que, como hijos Míos
conozcan algo de Mi vida.
Conozco los frutos que recabarán de ello y como agradan a Jesús, Mi
adorado Hijo, les hablaré de ellos en cuanto puedan comprenderme.

Mi Jesús dijo: el que es primero hágase último y verdaderamente así lo
hizo El porque es el primero en la Casa de Dios, pero se abajó hasta el
último peldaño. Ahora no le quitaré este último y primer puesto que le
corresponde por razón de amor. Mas bien Me esfuerzo por hacerles
entender esta verdad y Mi gozo mucho mayor será cuando acepten este
convencimiento, no por vía de simple conocimiento sino por medio de una
profunda y arraigada convicción. Sea El el primero y nosotros todos, los
verdaderos últimos.
Si El era el primero, debía haber un segundo en la escala del amor y de
la gloria y por tanto, de la bajeza y humillación. Ustedes lo han
comprendido ya: Ese Ser debía ser Yo. Hijitos, alaben a Dios que, aún
habiendo establecido una distancia inmensa entre Jesús y Yo, quiso
colocarme inmediatamente junto a El.
Hijos Míos, no es lo que aparece al mundo lo que más cuenta delante de
Dios. El haber sido elegida Madre de Dios implicó para Mi graves
sacrificios y renuncias y la primera fue esta: Conocer por Gabriel la
elección hecha en la intimidad de Dios. Yo había querido permanecer en
estado de humilde conocimiento y de ocultamiento en Dios; deseaba esto
más que toda otra cosa porque era mi delicia saberme la última en todo.
Al conocer la elección de Dios, respondí como ustedes saben, pero Me
constó tanto subir a la dignidad a la cual estaba llamada.
Hijitos: ¿comprenden esta Mi primera pena de que les hablo?
Reflexionen sobre ella, den a su Madre el gran deleite de estimar aquella
humildad qe Yo estimé mucho por sobre Mi virginidad. Sí, era y Soy la
esclava a la cual puede pedirse todo y acepté únicamente porque Mi
entrega era del mismo grado que Mi amor.
Te gustó, oh Dios, elevarme a Tí y a Mí, Me agradó aceptar porque Te
era grata Mi obediencia. Pero Tú sabes qué pena fue para Mí y que esa
misma pena está ahora delante de Tí, requerida de luz para estos hijos que
amas y que amo. ¡Yo Soy la esclava, como se hizo conmigo, así ahora sin
dubitación, dejen oh hijos Míos, que se haga con ustedes todo lo que Dios
quiera!

La aceptación llevó a Dios la respuesta que llevará a los hombres el
acceso a la Redención y en esto se verificó aquella frase admirable: “He
aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un Hijo que será llamado
Emanuel”.
El haber aceptado hacerme Madre de Emanuel implicaba Mi donación
al Hijo de Dios, de manera que la Madre de El se donase a El mismo antes
que la Humanidad de Jesús se formase en Mí. Por eso Mi donación fue
efecto de la Gracia, pero también causa de la Gracia y, si bien deba
reconocerse la prioridad de la primera causa que es Dios, sin embargo
debe afirmarse que Mi aceptación actuó en el plano de la Gracia como
causa concomitante.
Me llaman Corredentora por los dolores que he sufrido; pero Yo lo fui
antes aún por la donación que había hecho por medio de Gabriel. ¡Oh,
Hijo Mío Divino! ¡Cuanto honor Has querido dar a Tu Madre en
compensación de la pena grande que sufrí al subir a la dignidad de Madre
Tuya!
Ustedes hijitos, están en el mundo ciegos, pero cuando vean, cosas
estupendas serán aliciente de su regocijo para Mí. Verán qué unión de
gloria y de humildad hay aquí donde Mi Jesús Es el sol que jamás se
oculta. Verán qué sabio designio se llevó a cabo a través de Mi renuncia, a
la bajeza del ocultamiento.
Pero ahora, escúchame. Al avanzar Mi maternidad tuve que hablar a
algunas personas queridas y lo dije ocultando lo más que pude, el honor
que había recibido... Lloré la renunciada conquista del secreto en Dios,
porque El Mismo Dios debía ser glorificado en Mí.
Sin embargo muy pronto tuve la alegría de saber que era considerada
como una mujer de tantas. Se alegró Mi alma, porque frente al mundo era
pisoteada la esclava de Dios que anhelaba humillaciones como sólo Yo lo
podía. Cuando José se ocultó, Yo no sufrí, sino gocé verdaderamente, No
digan que sufrí entonces, porque no es verdad.
Así fue como Dios satisfizo Mi deseo de humillaciones, esta fue la
contra partida del Señor de haber llegado a ser la Madre de Dios: ser
considerada como una mujer caída. Hija, aprende la sabiduría del amor,
aprende a estimar la santa humildad y no temas porque es virtud que brilla
con luz centellante.
Cuando se realizó el desposorio, no tuve ninguna contrariedad, sabía
como irían las cosas y no temía nada. En efecto, Dios da a quien se
entrega a El enteramente una perfecta paz en las situaciones más
paradógicas, como era la Mía, de tener que desposarme, forzada por el
compromiso humano, con un hombre, aún sabiendo que sólo a Dios podía
pertenecer.
¡Cuantos dolores He pasado en la tierra! No es fácil hacer de Madre del
Altísimo, se los aseguro. Pero tampoco puede decirse difícil todo lo que se
hace por un fin purisimo y por agradar a Dios. ¡Recuérdenlo!
¿Han pensado aluna vez qué fue lo que más dolor Me causó en la noche
Santa de Belén? Ustedes distraen la mente con el establo, con el pesebre,
con la pobreza. Yo en cambio les digo que aquella noche la pasé toda en el
éxtasis de Mi Hijo y, aunque tuve que hacer lo que toda madre hace con su
pequeño hijo, no dejé Mi éxtasis, Mi arrobamiento y así, la única cosa que
Me causó dolor en aquella noche de amor, fue el ver la aflicción de Mi
pobre José al buscarme un refugio, un lugar cualquiera. Consiente como
estaba de cuanto debía suceder y de Quien debía venir al mundo, Mi
amado esposo, al ver que Yo estaba confundida, se angustió y Me dio
mucha lástima. Luego, la alegría Nos colmó a los dos y olvidamos toda
otra congoja.
Huimos a Egipto y a esto, ya se han referido cuanto era posible, si bien
algunos centran su imaginación más en la fatiga del viaje que en el temor
de una Madre que sabía que poseía el tesoro del Cielo y de la tierra.
Después ya viviendo en Nazaret el pequeño Jesús crecía vivaz y en
aquel tiempo, no nos causó sino poquísimas y mínimas congojas. Toda
madre sabe lo que es desear la salud de su hijo y cómo cada simpleza
parece una gran nube negra. Mi Niño pasó todas las epidemias y
enfermedades infantiles propias de aquella época. Como todas las madres,
Yo no podía estar preservada de ninguna de las ansiedades propias del
corazón materno.
Pero llegó un día la verdadera nube negra que oscureció la luz festiva
de la Madre de Dios. Aquella nube se llama Jesús perdido... Ningún poeta
ni maestro del espíritu podría imaginar a María al saber que ha perdido a
Su Bien adorado y que no tiene noticias Suyas hasta tres días después...
Hijitos, no se asombren de Mis palabras, Yo experimenté la turbación más
grande de Mi vida. No han reflexionado lo bastante en aquellas palabras
Mías: “ Hijo, Yo y Tu Padre Te Hemos buscado por tres días ¿Porqué Nos
Has hecho esto? Dios Mío, ahora que hablo a estos amados hijos, no
puedo dejar de alabarte a Tí que te ocultaste para hacernos sentir la delicia
de encontrarte. ¡Oh! ¿Cómo de otro modo podría conocerse la dulzura que
pone en el alma un vaso lleno de miel cuando abraza a Su Todo?
Ya lo ven, también les hablo de Mis alegrías; pero no sin motivo, asocio
y junto dolores y alegrías. Ustedes saquen provecho de todo lo que pasó en
la mejor forma posible. Dios se oculta para hacerse encontrar, algunos
conocen esta verdad; otros, pensando en aquel dolor atroz de haber
perdido a Jesús, hagan todo por encontrarlo. No deben permanecer inertes
y abatidos.
Su Madre quisiera ahorrarles el tratar de cuanto queda todavía por decir.
Primero son cosas nunca dictas y por lo mismo aún no apreciadas.
Segundo, porque al conocerlas tendrán que unirse a Mí en sufrimiento y
en penosas consideraciones. Mas se ha dicho todo lo que Mi Jesús quiere
sin oposición alguna.
¿Creen que pasé tranquila la vida de familia de Nazaret? Fue tranquila
en virtud de la uniformidad con el querer de Dios. Pero de parte de las
criaturas, ¡cuanta guerra hubo!...
Fue notado el singular modo de vivir que teníamos y como efecto
obtuvimos publica burla. Me consideraban una exagerada por el solo
hecho de que todas las veces que Jesús se alejaba de casa, no podía
contener las lágrimas y Jesús lo hacía con frecuencia. José era acosado
como si hubiese sido un esclavo Mío y de Jesús. ¿Qué podía comprender
el mundo? Dejábamos todo el cuidado al que entre Nosotros vivía,
adorado en todas sus manifestaciones.
Qué amor de Hijo aquél jovencito más bello que el mar, más sabio que
Salomón, más fuerte que Sanson. Me lo habrían arrebatado todas las
madres, tal era el encanto que lo circundaba. Sin embargo, los mezquinos
abrigaban juicios solaces sobre Mí, no ahorraban criticas al infatigable
padre que lo creían un sometido de su esposa fiel, pero celosa. Todos
conocían Mi integridad, pero la creían una pasión egoísta, vulgar.
Esto es hijitos Míos, lo que no se sabe. Esto pasó entre el mundo que no
veía y no podía comprender y Su purísima Madre. Jesús callaba sin
alentarme, porque la Madre de Dios, debía pasar por el crisol, es decir,
como una mujer del montón a la cual no debían ahorrarse las opiniones.
Admiren la sabiduría de Dios en estas cosas y encuentren aquel sentido
divino que acopla la mayor sublimidad a las pruebas que son más
dolorosas en relación con tal sublimidad, porque todo abismo llama a otro
abismo y toda profundidad llama a su profundidad...
Llegó la hora de la separación, la hora de la acción de Jesús. Con ello,
llegó el día temido de la partida de Nazaret.
Jesús me había hablado muy extensamente de Su misión y, me la había
hecho amar por anticipado, los frutos que debía darle a El y a todos. Fue
necesario por tanto, separarnos, si bien por breve tiempo... Se despidió,
nos besó y se encaminó a Su misión de Maestro de la Humanidad. Pero el
hecho no pasó inadvertido al pequeño pueblo donde Jesús era tan amado.

Fueron demostraciones de afecto, de bendiciones y por más que no
sabían bien lo que Jesús iba a hacer, sin embargo se presentía una pérdida
para aquella gente de mentalidad pequeña, pero en el fondo, de corazón
generoso.
Y Yo, entre tantas manifestaciones, ¿Como Me sentía? Se Me
agolpaban mil afectos; pero no retardó un minuto Su partida. Mi Jesús
conocía lo que le esperaba después de la predicación, Me lo había dicho
tantas veces, Me había hablado tan profusamente de la perfidia de los
fariseos y de los demás. Y ya lo ven partir así; solo sin Mí, para cumplir
Su mandato. ¡Sin Mí que lo había hecho crecer con el calor de Mi corazón.
Sin Mí que lo adoraba como nadie nunca lo adoraría!
Después lo seguí, lo encontré cuando estaba rodeado de tanta gente que
no me era posible verlo. Y El, verdadero Hijo de Dios, dio a Su Madre una
respuesta sublime como Su sabiduría, pero que traspasó este corazón
materno de parte a parte. Sí, Yo lo comprendía plenamente, pero no por
eso me ahorraban las penas. Al parentesco humano, El opuso el divino en
el cual estaba comprendida Yo, es verdad, pero sin embargo los
comentarios de los demás no dejaron de lastimarme.
Al golpe inicial siguió la alegría de ver Su grandeza, de verlo honrado,
venerado y amado por la gente, así pronto cicatrizó también esta herida.
Recorría con El los caminos, extasiada con Su saber, confortada con
Sus enseñanzas y nunca Me saciaba de admirarlo y amarlo.
Luego vinieron las primeras fricciones con el Sanedrín, ocurrió el
milagro que suscitó tanto ruido en las mentes de los Judíos, de los
Sacerdotes soberbios. Fue odiado, perseguido, acechado, tentado. ¿Y Yo?
Yo sabía todo y con las manos tendidas ofrecía en las manos del Padre,
desde entonces, el holocausto de Mi Hijo, Su entrega, Su espantosa e
ignominiosa muerte. ¡Ya sabía de Judas, ya conocía el árbol del cual se
tomarían los maderos para la cruz de Mi Hijo.
No pueden imaginar la intima tragedia que viví junto con Mi Jesús,
para que la Redención tuviese su cumplimiento.
Antes He dicho: Corredentora; para que lo fuese no bastaban las penas
usuales. Hacia falta una unión intima con el gran sufrimiento de El para
que todos los hombres fueran redimidos de manera que, mientras iba de un
pueblo a otro con El, estaba cada vez más al corriente del llanto
desconsolado que Mi Hijo derramaba en tantas noches insomnes que
pasaba El en oración y meditación. Se Me revelaba y ponía delante cada
estado de animo Suyo y ciertamente; comenzó entonces Mi calvario y Mi
cruz.
¡Cuantas consideraciones agravaban cada día más Mis dolores de
Madre Suya y de ustedes!! Tantos pecados, todos los pecados . Tanta
congoja, todas las congojas. Tantas espinas, todas las espinas; no estaba
solo Jesús, El lo sabia, lo sentía, veía que Su Madre estaba en unión
continua con El. Y se afligía por ello, todavía más, porque Mi sufrimiento
era para El mayor sufrimiento.
¡Hijo Mío, Hijo Mío adorado, si supieran estos hijos que pasó entonces
entre Tu y Yo!...
Y llego la hora del holocausto, llego después de la dulzura de la Cena
de Pascua. Y desde entonces, debía Yo reintegrarme a la muchedumbre;
Yo que lo amaba y adoraba de manera única, debía estar alejada de El.
¿Comprenden oh, hijos Míos?...
Sabia que Judas estaba dando sus pasos de traidor y no podía moverme;
sabia que Jesús había derramado Sangre en el Huerto y nada podía hacer
por El ¡Y luego lo apresaron, lo maltrataron, lo insultaron, lo condenaron
inicuamente!
No puedo decirles todo. Les diré tan solo que Mi Corazón era un
tumulto de continuas ansiedades, un asiento de continuas amarguras,
incertidumbres, un lugar de desolación, de abatimiento y desconsuelo. ¿Y
las almas que después se habrían perdido? ¿Y todas las simonías y
trueques sacrílegos?
¡Oh, hijos de Mis dolores! Si hoy se les concede la gracia de sufrir por
Mi, bendigan al que se las dio, con fervor, y sacrifíquense sin dubitación.
Ustedes piensan en Mi grandeza, Mis amados hijos. Les ayuda a
pensarlo; pero escúchenme, no piensen en Mi, cuanto en El. ¡Yo quisiera
ser olvidada si fuera posible! Toda su compasión denla a El, a Mi Jesús, a
su Jesús, a Jesús amor suyo y Mío.
Así hijitos, la pena de Mi Corazón fue una continua espada que traspasó
de parte a parte Mi alma, Mi vida. Yo la sentí mientras Jesús no; Me
consoló con Su resurrección, cuando Mi inmenso gozo cicatrizó de golpe
todas la heridas que sangraban dentro de Mi. “Hijo Mío“ Iba Yo
repitiendo. ¿Por qué tanta desolación? Tu Madre está junto a Tí. ¿No Te
basta ni siquiera Mi amor? ¿Cuantas veces Te consolé en Tus aflicciones?
Y ahora ¿Porque ni siquiera, Tu Madre puede darte algún alivio?... Oh,
Padre de Mi Jesús, no quiero otra cosa que lo que Tu quieres, Tu lo sabes;
pero mira si tanta aflicción puede tener alivio; Te lo pide la Madre de Tu
Hijo.
Y ya en el calvario clamé: ¡Dios Mío, has volver a aquellos ojos que
adoro la luz que en ellos imprimiste desde el día en que Me Le Diste!
¡Padre Divino, mira que horror aquel rostro santo! ¿No puedes enjugar, al
menos tan copiosa Sangre? ¡Oh Padre de Mi Hijo; Oh Esposo Amor Mío,
Oh Tu Mismo, Verbo que Has querido tener la Humanidad de Mi! ¡Sean
plegaria aquellos brazos abiertos al Cielo y a la tierra, sean la súplica de la
aceptación Suya y Mía!
¡Mira Oh Dios, a qué se Ha reducido Aquel A Quien amas! Es Su
Madre la que Te pide un alivio a tanta tristeza. Después de poco, Yo Me
quedare sin El, así se cumplirá enteramente Mi voto cuando lo ofrecí de
corazón en el Templo; sí, Me quedaré sola, pero aligera Su dolor sin
atender al Mío...

Del libro La Pasión, Catalina Rivas, Cochabamba 1997

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