23 de Octubre de
1975
¿QUIÉNES SON LOS
OBISPOS?
Los Obispos son aquellos a quienes
Yo, Sacerdote Eterno, he llamado para hacerlos partícipes de mi Eterno
Sacerdocio. Los Obispos son los sucesores de mis Apóstoles. Los Obispos son los
jefes de las Iglesias locales.
Los Obispos con el Papa mi Vicario
en la tierra a la cabeza, forman el colegio apostólico.
Los Obispos, unidos al Papa, son
los depositarios y los custodios, los que difunden y los defensores de mi Divina
Palabra. "Id y predicad mi Evangelio a todas las gentes".
Los Obispos, con el Papa son los
administradores de los frutos de la Redención; puesto que son partícipes de la
plenitud de mi Sacerdocio, deberían todos poseer el don de la
sabiduría.
He dicho: todos deberían poseerlo.
Por desgracia no es así y quienes lo poseen lo poseen en diferentes grados, como
la luz que no tiene siempre la misma intensidad. Una es la luz del sol en pleno
medio día, otra es la claridad que proviene de la luna, otra la de la lámpara y
otra la de la luciérnaga.
¿Quizá el Espíritu Santo ha sido
imparcial? No, hijo mío. El grado de sabiduría está en relación con el
grado de correspondencia a los impulsos de la gracia.
Aquellos que con atenta y vigilante
sensibilidad han respondido generosamente y valerosamente, a veces heroicamente
y con perseverancia a los impulsos de la gracia, no dejándolos caer en el vacío,
están llenos de sabiduría.
Quien menos ha correspondido menos
ha recibido. Quienes no la poseen del todo quiere decir que han cerrado el
camino al Espíritu Santo con su presunción y soberbia, raíz de todos los
males.
Simplismo
presuntuoso
Hijo, mis Apóstoles, durante los
tres años vividos junto a Mí, no hicieron grandes progresos en la vía de la
perfección.
¿La razón? El simplismo presuntuoso
del que estaba embebido su espíritu. Lo confirman sus necias preguntas dirigidas
a Mí en varias ocasiones, excepción hecha del Apóstol predilecto, porque su
espíritu puro, simple y humilde lo hizo sumamente querido a Mí y al
Espíritu Santo quien lo enriqueció con el don de la sabiduría, todavía antes de
Pentecostés.
Después de mi Resurrección me
aparecí a mi Madre, a la Magdalena, a Lázaro, a los discípulos de Emaús y a
otros; en cambio no lo hice inmediatamente a mis Apóstoles quienes por ello
fueron humillados, arrepentidos y también un poquitín
resentidos.
Esta lección sirvió para hacerlos
entrar en sí mismos; sirvió para inducirlos a reflexionar en la gravedad de su
huida, en su comportamiento poco honorable en el tiempo de mi
Pasión.
El simplismo presuntuoso del que
estaba empapado su espíritu fue la causa del profundo sueño del que fueron
presa. No estuvieron vigilantes, dando así el flanco a la emboscada del
Enemigo que los venció.
Durante los cuarenta días que
precedieron a mi Ascensión, Yo vacié su orgullo, los preparé a la
separación de la Ascensión y sobre todo los preparé volver su ánimo
disponible a la acción del Espíritu de sabiduría.
Les conferí el poder sacerdotal
culminado con la plenitud de mi sacerdocio del
Pentecostés.
Una cruzada incesante
La presunción es como un muro
insalvable que se erige entre Dios y el alma. Aquellos entre los Obispos que
están contagiados de ella no admitirán jamás que Yo te haya escogido a ti,
pequeña gota de agua, imantada y atraída hacia abajo, para la realización de
este designio mío de Amor.
¿Por qué muchos pastores de mi grey
no se preguntan la razón de la esterilidad de su febril actividad?
Ya he hablado de esto en mi
precedente mensaje dirigido a ellos, pero voluntariamente lo repito ya que
es talmente importante y determinante para su alma y para las a ellos
confiadas, que jamás será dicho suficiente.
En la edad media se convocaron las
cruzadas entre los cristianos para liberar mi Sepulcro. Ciertamente mi
Sepulcro es sagrado porque hospedó Mi Cuerpo Santísimo.
Pero mi Sepulcro sin embargo no es
más que una tumba, que no vale lo que un alma cuyo precio es infinito, cuyo
precio es el Misterio de mi Redención.
Las cruzadas entran en el plano del
Misterio de la salvación en marcha. Tienen su razón de símbolo, una razón
figurativa; están para indicar la necesidad de hacer una cruzada
incesante contra el Príncipe de las tinieblas y sus tenebrosos ejércitos.
Satanás es homicida en el sentido más verdadero de la
palabra.
Único Fin
Mi Encarnación, mi Pasión y Muerte,
tienen como único fin la liberación de las almas de la mortífera esclavitud
de Satanás.
La participación de mi Sacerdocio a
los obispos y a los sacerdotes tiene el único fin de hacerlos corredentores míos
en la lucha contra el poder de las Tinieblas, en una cruzada sin interrupciones,
conducida con sabiduría, inteligencia y constancia usando las armas
indicadas por Mí con la palabra y sobre todo con el
ejemplo.
No hay alternativas. Si en mi
Iglesia se hubiera hecho buen uso de estas armas, bien otra sería hoy la
situación en el mundo. Satanás
domina porque no ha sido obstaculizado en su avance.
Ser corredentores quiere decir (¡si
lo entendieran bien obispos y sacerdotes!) seguirme en el camino seguro de la
humildad, la pobreza, del sufrimiento, del amor, de la obediencia y de la
paternidad firme y estable en defensa de la verdad de la que ellos con mi
Vicario son depositarios y custodios, en defensa de la justicia tan conculcada y
denigrada.
No pueden los obispos ignorar ni
siquiera por un instante que se nace para morir y que se muere para iniciar
la verdadera vida, la vida eterna. Es a ésta hacia donde hace falta dirigir
mente, corazón y energías; a esta vida eterna que el Padre ha preparado y pagado
con la humillación de la Encarnación mía y de mi Inmolación en la
Cruz.
No pueden los obispos ni mis
sacerdotes ignorar u olvidar que el Enemigo del hombre no se da tregua,
sino que día y noche lanza sus ataques para arrastrar las almas a la
perdición.
No con las obras exteriores, no con
la herejía de la acción ni con otros medios inadecuados a la áspera lucha
contra un Enemigo mucho más fuerte y potente que ellos...
No se debe
subestimar
Yo he trazado el plan de defensa
que ellos no han sabido llevar a cabo; mirándome y siguiéndome en la Cruz,
podrían sacar fuerzas para hacer frente y vencer a su Adversario que no se debe
subestimar.
Hijo, las contradicciones que se
dan en mi Iglesia, la anarquía imperante, el trastorno y perversión de la
doctrina y de la moral, la desorientación en la que andan a tientas sacerdotes y
fieles, no son sin causa.
¿Quieres algún ejemplo? Observa las
salas de cine. En la iglesia se habla un lenguaje, en el cine, considerada la
estructura esencial, se habla otro opuesto.
En la iglesia se habla de Dios; en
las salas parroquiales se divulgan a menudo el materialismo, la
sensualidad, la violencia.
En el mensaje precedente he dicho:
mejor sin
sacerdotes antes que transformar el seminario en viveros de
herejes. ¿De quién
es la responsabilidad de tanto mal? ¿De este caos? Una parte considerable recae
sobre los que disponiendo de los poderes necesarios, no han
actuado.
Esta insensatez es tremenda. Están
inactivos, desarmados frente a la fascinante avanzada de las fuerzas del
Mal.
Sin embargo Yo he vencido al mundo.
Mi Madre ha aplastado la cabeza de la Serpiente por su humildad. Solamente
unidos a Mí en la humildad, pobreza, obediencia y sufrimiento, se puede
vencer al Enemigo de vuestras almas.
Pero, tranquilo vivir, respeto
humano, intereses, temor a perder el favor de la gente, han vuelto ciegos a
aquellos que debían ser guía y luz de las almas.
Lo que se dice del cine se puede
por desgracia decir, de otras dolorosísimas situaciones, por ejemplo: la
enseñanza religiosa en las escuelas confiada a sacerdotes
herejes.
¡Sí! Cuántas semillas se han
arrojado en el alma de muchachos y muchachas en la edad más crítica y no
siempre por sacerdotes de vida ejemplar.
Mejor habría sido confiar esta
delicadísima misión a buenos laicos (y de ello mucho bien hubiera venido) antes
que a sacerdotes trocados en demonios, en lobos rapaces.
La rigidez que tantos pastores han
usado para sofocar en el silencio muchas intervenciones mías y de mi Madre
en esta hora de tinieblas, en esta hora de Barrabás, podía haber sido usada con
razón en bien diversas circunstancias con resultados
mejores.
Errores e inmoralidad son
divulgados por medios propagandísticos directa e indirectamente en las
estructuras parroquiales ¿Los obispos no han comprendido este problema central
de la Iglesia?
¿No se dan cuenta de que ellos
mismos han abierto de par en par las puertas al Adversario del cual ahora
demuestran no conocer sus astucias, sus insidias, sus trampas, su potencia y sus
seducciones?
¿No se dan cuenta de las
tremendas contradicciones de las que está embebida su pastoral? El Enemigo
ha desatado una gran batalla con el materialismo, que es como su encarnación; ha
triunfado en sus ataques sin encontrar sino débiles
contraataques.
Urge poner remedios
Hijo mío, con gran amargura debo
hacer esta llamada, porque urge poner remedios para preparar los ánimos con
la oración y la penitencia.
La hora de la Misericordia está
para ceder a la hora de la Justicia. Es necesario poner remedios preparando las
almas con el volverlas conscientes, de que la hora grave que está a punto
de sonar, no debe ser imputada a mi Padre, sino a su pecado y a su desarme
contra las fuerzas del Mal.
Es necesario obrar sin vacilación
para que muchas almas no sean arrastradas por la oscuridad de la noche que
está por sobrevenir.
¡No temas! Grítalo fuerte, que los
hombres tienen oídos para oír y no oyen, tienen ojos para ver y no ven. La luz
se ha extinguido en sus corazones.
Pero ¡no prevalecerán las fuerzas
del Mal! Mi Iglesia será purificada de las locuras de la soberbia humana y, al
final, el amor de mi Madre y vuestra también
triunfará.
Te bendigo, hijo. Reza, reza y
ofréceme tus sufrimientos.
(“Confidencias de
Jesús a un Sacerdote” – P. Ottavio Michelini)
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