Deseo hablarte de un artículo de la Oración que he enseñado a Mis Apóstoles: mi Voluntad.
Hay una Voluntad divina conocida por todos; nadie puede ignorarla, incluso los no cristianos la conocen.
Esta Voluntad la conocen los buenos y la conocen los impíos, aunque pocos hombres se adhieren a ella.
Esta Voluntad mía es genérica. Todos saben que Dios quiere sólo el bien y este bien lo exige de todos. Todos saben que Dios no quiere el mal, jamás, por ninguna razón. El mal no tiene ni puede tener ninguna justificación; no hay fin ni razón que pueda justificar el mal; jamás, absolutamente nunca.
Hay luego una Voluntad mía, menos genérica pero sin embargo conocida siempre por todos: Yo quiero la observancia de los diez mandamientos.
Todos saben que Yo quiero el respeto a la vida de todos, que quiero el respeto al Santo Nombre de Dios y la santificación de las Fiestas, aunque hoy una gran mayoría profana las Fiestas de modo escandaloso.
Todos saben que quiero el amor recíproco de los cónyuges, el respeto a los padres y a los hijos, la obediencia a la autoridad constituida, etc.
Esta Voluntad mía es pisoteada por la mayoría.
Hay luego una Voluntad divina menos conocida, pero no por esto menos vinculante: es aquella por la que Dios quiere que los hombres estén colocados en el puesto justo en la Familia, en la Iglesia, en la sociedad civil: esta Voluntad puede ser conocida por vosotros por medio de la oración.
Mi Padre concede luces y ayudas particulares para que cada criatura recta se coloque en el puesto justo, es decir, siga su vocación.
La voluntad permisiva
Finalmente hay una Voluntad permisiva, que también debe ser aceptada, confiando en mi Bondad, en mi Amor, en mi Sabiduría.
Yo no quiero las calamidades y las desgracias que afligen a los hombres. Vosotros, hombres, las provocáis con vuestra perversión, con vuestra rebelión a las leyes divinas y naturales.
Yo permito estas desgracias para la realización de un designio mío de misericordia y de justicia, a fin de sacar un bien espiritual para las almas.
No raramente los hombres, probados por el sufrimiento y por las desventuras, se lanzan contra Dios acusándolo de insensibilidad, de sordera. La ceguera les hace hablar así, olvidando que por sus pecados suceden las cosas adversas e ignorando el bien, mucho más grande que todos sus sufrimientos, que de ellos Yo sé sacar.
Si la ignorancia culpable de la Voluntad divina es desdicha para todos, ¿qué se podrá decir cuando este rechazo de la luz respecto a un problema esencial para la salvación del hombre es provocado por almas consagradas?
Abdicar al bien por el mal es culpa grave contra la divina Voluntad.
El querer sustituirse a Dios y pretender imponer a otros la propia voluntad es mal sin medida.
El rechazo a los impulsos de la Gracia, pecado tan frecuente, es contra la Voluntad divina.
Oponerse a la Voluntad divina, al oponerse a la propia vocación o la de otros, es pecado que provoca la indignación de Dios.
Para vivir una vida ordenada en la Familia, en la Iglesia, en la Sociedad civil, para alcanzar el fin de cada una de estas sociedades, he dado mandamientos y preceptos, he enseñado a los hombres qué deben pedir diariamente a Dios Creador, Redentor y Santificador.
Síntesis maravillosa
En la oración del Padre Nuestro está todo en una síntesis maravillosa y simple, accesible a todos y que ninguna magistratura en el mundo podría imitar.
A pesar de esto mira, hijo, cuál es la situación. Ni siquiera en los tiempos de Babel hubo una confusión similar.
Las tinieblas cubren la tierra; los hombres ya no se comprenden.
La soberbia, la necedad y la presunción humana no tienen límites y hoy han llegado a un nivel jamás conocido en los siglos pasados.
Los hombres de esta generación, en su ridículo y pueril orgullo, han perdido el sentido del bien y del mal, están legalizando el crimen: divorcio, aborto, matrimonios anormales, poligamia de hecho, etc.
Buscan el justificar toda clase de mal. El hombre ignora su dignidad de hijo de Dios, ignora y reniega de sí mismo. A esto ha llevado el ateísmo, sea teórico o práctico, difundido en todo el mundo.
El hombre está trabajando activamente para su destrucción. Su soberbia, el orgullo, el rechazo de Dios ha provocado el desmoronamiento que lo arrollará.
Hijo mío, dilo a todos: deben conocer que la hora se acerca.
Te bendigo, ámame.
(Confidencias de Jesús a un Sacerdote – P. Ottavio Michelini)
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