miércoles, 15 de diciembre de 2021

Aunque no pueda salvar al mundo, porque el mundo no quiere ser salvado, salvaré del mundo a aquellos que, por amarme como debo ser amado, no son ya del mundo.

 



Dice Jesús:

-Muchas veces no espero siquiera a ser llamado, cuando veo a hijos míos en peligro. Y muchas veces acudo también en favor del hijo ingrato conmigo.Vosotros dormís o estáis embebidos en los cuidados de esta vida, en los afanes de esta vida. Yo velo y oro por vosotros.Ángel de todos los hombres, velo sobre vosotros, y para mí no hay nada más doloroso que el no poder intervenir por rechazarvosotros mi intervención, prefiriendo actuar por vosotros mismos, o, peor aún, solicitando la ayuda del Mal. Como un padre al que su hijo le da a entender: "No te amo. No te quiero conmigo. Sal de mi casa", quedo humillado y dolorido como no lo estuvepor las heridas. Pero si lo que pasa es que estáis distraídos por esta vida y mínimamente no me instáis a que me vaya, entonces soy el eterno Velador dispuesto a acudir antes incluso de ser llamado. Y si espero a que apenas me digáis una palabra -algunavez lo espero - es para oír vuestra llamada.

¡Qué caricia, qué dulzura oír que me llaman los hombres; percibir que se acuerdan de que soy "Salvador"! Y no te digo qué infinita alegría me penetra y exalta cuando hay alguien que me ama y me llama incluso sin esperar el momento de la necesidad; que me llama porque me quiere más que a nadie en el mundo y se siente llenar de una alegría semejante a la mía por el simple hecho de llamarme: "¡Jesús, Jesús!", como hacen los niños cuando llaman a sus madres: "¡Mamá, mamá!" y les parece como si fluyera miel de entre sus labios, pues el simple hecho de pronunciar la palabra "mamá" conlleva el sabor de los besos maternos.

Los apóstoles bogaban, obedeciendo a mi orden de que fueran a esperarme a Cafarnaúm. Yo, tras el milagro de los panes, me había alejado de la gente, no por desdén hacia ella o por cansancio.

Nunca sentía desdén hacia los hombres, ni siquiera si conmigo eran malos. Sólo me indignaba cuando veía pisoteada la Ley y profanada la casa de Dios. No estaba entonces en juego Yo, sino los intereses del Padre; y Yo era en la tierra el primero de los siervos de Dios al servicio del Padre de los Cielos. Nunca estaba cansado de dedicarme a las muchedumbres, a pesar de verlas tan obtusas, tardas, humanas, como para hacer perder el ánimo a los más optimistas en su misión. Es más, precisamente por estas grandes deficiencias, multiplicaba hasta el infinito mis lecciones, los consideraba verdaderamente como escolares retrasados y guiaba su espíritu hacia los más rudimentales descubrimientos y pasos primeros, de la misma forma que un paciente maestro guía las manitas inexpertas de los escolares para que tracen los primeros signos, para irlos haciendo cada vez más capaces de comprender y hacer. ¡Cuánto amor di a las gentes! Los cogía de la carne para llevarlos al espíritu. Sí, Yo también empezaba por la carne; pero, mientras que Satanás coge de la carne para meter en el Infierno, Yo cogía de la carne para llevar al Cielo.

Me había aislado para dar gracias al Padre por el milagro de los panes. Habían comido muchos millares de personas. Yo había exhortado a decir al Señor "gracias". Mas el hombre, una vez conseguida la ayuda, no sabe decir "gracias". Di Yo las gracias por ellos.

Y después... y después me había fundido con mi Padre, del cual sentía una nostalgia de amor infinita. Vivía en la tierra,  pero como un cadáver inerte. Mi espíritu se había lanzado al encuentro de mi Padre -lo sentía inclinado hacia su Verbo- para decirle: "¡Te amo, Padre Santo!". Decirle "te amo" era mi dicha. Decírselo como Hombre además de como Dios. Prosternar ante Él el sentimiento del hombre, de la misma forma que le ofrecía mi palpitar de Dios. Me veía como un imán que atraía hacia sí todos los amores del hombre, del hombre capaz de amar un poco a Dios; y me parecía acumularlos y ofrecerlos en la cavidad de mi Corazón. Me veía Yo solo el Hombre, o sea, la raza humana, que volvía -como en los tiempos inocentes-a conversar con Dios con el fresco del atardecer.

Pero no me abstraía de las necesidades de los hombres, a pesar de que la beatitud fuera completa, pues era beatitud de caridad. Y advertí el peligro que corrían mis hijos en el lago. Entonces dejé al Amor por el amor. La caridad debe ser diligente.

Me tomaron por un fantasma. ¡Oh, cuántas veces, pobres hijos míos, me tomáis por un fantasma, un objeto que infunde miedo! Si pensarais continuamente en mí, me reconoceríais al momento. Pero tenéis muchos otros espectros en vuestro corazón y ello os aturde. Yo me doy a conocer. ¡Ah, si supierais oírme! ¿Por qué se hunde Pedro después de haber andado muchos metros? Tú lo has dicho: porque la humanidad sobrepuja su espíritu. Pedro era muy "hombre". Si hubiera sido Juan, ni habría tenido esa violenta osadía ni habría cambiado volublemente de pensamiento. La pureza da prudencia y firmeza. Mas Pedro era "hombre" en toda la extensión del término. Deseaba sobresalir, hacer ver que "ninguno" como él amaba al Maestro; quería imponerse y, sólo por el hecho de ser uno de los míos, se creía ya desarraigado de las debilidades de la carne. Sin embargo, ¡pobre Simón!, en las pruebas daba muestras contrarias no sublimes. Ello era necesario, para que luego fuera el que perpetuase la misericordia del Maestro entre la naciente Iglesia.

Pedro no sólo deja la delantera al miedo por el peligro de perder la vida, sino que queda reducido, como has dicho, a "carne que tiembla". Ya no reflexiona, ni me mira. También vosotros hacéis lo mismo. Y, cuanto más inminente es el peligro, más queréis valeros por vosotros mismos. ¡Como si pudierais hacer algo! Nunca como en los momentos en que tendríais que esperar en mí, y llamarme, os alejáis y me clausuráis vuestro corazón, y hasta me maldecís. Pedro no me maldice, pero sí me olvida, con lo cual tengo que manifestar una voluntad imperiosa para llamar hacia mí a su espíritu y que éste le haga levantar los ojos hacia su Maestro y Salvador.

Lo absuelvo con antelación de su pecado de duda porque lo amo, porque amo a este hombre impulsivo que, una vez confirmado en gracia sabrá caminar ya sin turbaciones ni cansancios hasta el martirio, echando incansablemente, hasta la muerte, su mística red, para llevar almas a su Maestro.Y cuando me invoca, no sólo ando, sino que vuelo para ayudarle y le agarro bien fuerte para ponerlo a salvo. Mi reprensión es delicada porque comprendo todos los atenuantes de Pedro. Yo soy el defensor y juez más bueno que hay y que jamás habrá. Para todos.

¡Os comprendo, pobres hijos míos! Y aun cuando os digo una palabra de reprensión, mi sonrisa os la dulcifica. Os amo y nada más. Quiero que tengáis fe. Si la tenéis, llego y os saco del peligro. ¡Ah, si la Tierra supiera decir: "¡Maestro, Señor,  sálvame!"! Sería suficiente un grito -habría de ser de toda la Tierra- para que instantáneamente Satanás y sus colaboradores cayeran vencidos. Pero no sabéis tener fe. Voy multiplicando los medios para conduciros a la fe, pero éstos caen en vuestrolodo, como piedra en la fanguilla de un pantano, y quedan ahí sepultados.

No queréis purificar las aguas de vuestro espíritu. Os place ser pútrido fango. No importa. Yo cumplo mi deber de Salvador eterno. Aunque no pueda salvar al mundo, porque el mundo no quiere ser salvado, salvaré del mundo a aquellos que, por amarme como debo ser amado, no son ya del mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario