3 de septiembre
Dice Jesús:
«Bienaventurados los labios y los pueblos en los que se pronuncia: "Dios te salve, María".
Salve: yo te saludo. El más pequeño al mayor, el niño al padre, el inferior al superior,
están obligados, en la ley de educación humana, a decir a menudo un saludo respetuoso,
debido, amoroso, según los casos. Mi hermano no debe negar este acto de amor reverencial
a la Madre perfecta que tenemos en el Cielo.
Dios te salve, María. Es un saludo que limpia los labios y el corazón porque ¡no se pueden
decir esas palabras, con atención y sentimiento, sin sentirse ser un poco mejores! Es como el
acercarse a una fuente de luz angélica o a un oasis hecho de lirios en flor.
Salve, la palabra del ángel que se os concede para saludar a Aquella que saludan con
amor las Tres Personas eternas, la invocación que salva, tenedla siempre mucho en los
labios. Pero no como un movimiento automático del que se excluya al alma, sino más bien
como movimiento del espíritu que se inclina ante la realeza de María y se abre hacia su
corazón de Madre.
Si supierais decir con verdadero espíritu estas palabras, incluso sólo estas dos palabras,
seríais más buenos, más puros, más caritativos. Porque entonces los ojos de vuestro espíritu
175estarían fijos en María y su santidad os entraría en el corazón a través de esa contemplación.
Si lo supierais decir nunca estaríais desolados. Porque Ella es la fuente de las gracias y de la
misericordia. Las puertas de la misericordia divina se abren ya no sólo con el impulso de la
mano de mi Madre, sino hasta con su simple mirada.
Vuelvo a decirlo: bienaventurados los labios y los pueblos en los que se pronuncia: Dios te
salve, María. Pero donde se pronuncia como se debe. Porque si es cierto que de Dios nadie
se burla, también lo es que a María no se le engaña.
Recordad siempre que Ella es la Hija del Padre, la Madre del Hijo, la Esposa del Espíritu
Santo, y que su fusión con la Trinidad es perfecta. Por eso Ella posee las potencias, las
inteligencias, las sabidurías de su Señor. Y las posee con plenitud absoluta.
Es inútil ir a María con el alma sucia de corrupción y de odio. Ella es vuestra Madre y sabe
curar vuestras heridas, pero quiere que en vosotros esté al menos el deseo de sanar de
ellas.
¿De qué sirve dirigirse a María, la Purísima, si dejando su altar, o acabando de pronunciar
su nombre, vais a cometer pecado de carne o a proferir palabras de blasfemia? ¿De qué
sirve dirigirse a María, la Piadosa, si inmediatamente después, más aún si al mismo tiempo,
tenéis en el corazón rencores y en los labios maldiciones hacia los hermanos? ¿Qué
salvación puede daros esta Salvadora, si vosotros destruís vuestra salvación con vuestra
voluntad perversa?
Todo es posible para la Misericordia de Dios y para la potencia de María, pero ¿para qué
arriesgar la vida eterna esperando obtener la buena voluntad del arrepentimiento en la hora
de la muerte? ¿No sería mejor, dado que no sabéis cuando será vuestra llamada a mis
puertas, ser verdaderos amigos de María durante toda la vida y tener así la garantía de la
salvación?
Porque, lo repito, la amistad con María es causa de perfección porque infunde y comunica
las virtudes de la Amiga elegida, que Dios no ha desdeñado y os ha concedido como corona
de la obra de redención de su Hijo. Yo, Cristo, os he salvado con el Dolor y la Sangre; Ella,
María, con el Dolor y con su llanto, y quisiera salvaros con su Amor y su sonrisa».
Fuente: Cuaderno del año 1943 de Marìa Valtorta.
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