17 de octubre
Dice Jesús:
«Quiero explicarte lo que es y en qué consiste el Purgatorio. Y te lo explico Yo de manera
que chocará a muchos que se creen depositarios del conocimiento del más allá y no lo son.
Las almas sumergidas en aquellas llamas sólo sufren por el amor.
Ellas no son indignas de poseer la Luz, pero tampoco son dignas de entrar inmediatamente
en el Reino de la Luz; son investidas por la Luz, al presentarse ante Dios. Es una breve,
anticipada beatitud, que les asegura su salvación y les hace conocedoras de lo que será su
eternidad y expertas de cuanto cometieron contra su alma, defraudándola de años de
bienaventurada posesión de Dios. Después, sumergidas en el lugar de purgación, son
investidas por las llamas expiadoras.
En esto aciertan quienes hablan del purgatorio. Pero donde se equivocan es al querer
aplicar distintos nombres a esas llamas.
Éstas son incendio de amor. Purifican encendiendo de amor las almas. Dan el Amor
porque, cuando el alma ha alcanzado ese amor que no alcanzó en la tierra, es liberada y se
une al Amor en el Cielo.
Te parece una doctrina distinta de la conocida, ¿verdad? Pero piensa.
¿Qué es lo que Dios Uno y Trino quiere para las almas que ha creado? El Bien.
Quien quiere el Bien para una criatura, ¿qué sentimientos tiene hacia la criatura?
Sentimientos de amor.
¿Cuál es el mandamiento primero y segundo, los dos más importantes, de los que he dicho
que no los hay mayores y en ellos está la llave para alcanzar la vida eterna? Es el
mandamiento del amor: "Ama a Dios con todas tus fuerzas, ama al prójimo como a ti mismo".
¿Qué os he dicho infinidad de veces por mi boca, la de los profetas y los santos? Que la
mayor absolución es la Caridad. La Caridad consuma las culpas y las debilidades del
hombre, porque quien ama vive en Dios y viviendo en Dios peca poco, y si peca se
arrepiente inmediatamente, y el perdón del Altísimo es para quien se arrepiente.
¿A qué faltaron las almas? Al Amor. Si hubieran amado mucho, habrían cometido pocos y
leves pecados, unidos a vuestra debilidad e imperfección pero nunca habrían alcanzado la
persistencia consciente en la culpa, ni siquiera venial. Habrían visto la forma de no afligir a su
Amor y el Amor viendo su buena voluntad, les habría absuelto incluso de los pecado veniales
cometidos.
¿Cómo se repara, también en la tierra una culpa? Expiándola y, cuando es posible, a
través del medio con el que se ha cometido. Quien ha dañado, restituyendo cuanto quitó con
prepotencia. Quien ha calumniado, retractándose de la calumnia, y así todo.
Ahora, si esto lo requiere la pobre justicia humana, ¿no lo querrá la Justicia santa de Dios?
¿Y qué medio utilizará Dios para obtener reparación? A Sí mismo, o sea al Amor, exigiendo
amor.
Este Dios al que habéis ofendido, y que os ama paternalmente, y que quiere unirse con
sus criaturas, os lleva a alcanzar esta unión a través de Sí mismo.
Todo gira entorno al Amor, María, excepto para los verdaderos "muertos": los condenados.
Para estos "muertos" también ha muerto el Amor. Pero para los tres reinos -el que tiene el
peso de la gravedad: la Tierra; aquél en el que está abolido el peso de la materia pero no el
del alma cargada por el pecado: el Purgatorio; y, en fin, aquél cuyos habitantes comparten
con el Padre su naturaleza espiritual que les libera de todo peso- el motor es el Amor.
Amando sobre la Tierra es como trabajáis para el Cielo. Amando en el Purgatorio es como
conquistáis el Cielo que en la vida no habéis sabido merecer. Amando en el Paraíso es como
gozáis el Cielo.
Lo único que hace un alma cuando está en el Purgatorio es amar, pensar, arrepentirse a la
luz del Amor que esas llamas han encendido para ellas, que ya son Dios, pero que, para su
castigo, le esconden a Dios.
Esto es el tormento. El alma recuerda la visión de Dios que tuvo en el juicio particular. Se
lleva consigo ese recuerdo y, dado que el haber tan sólo entrevisto a Dios es un gozo que
supera todo lo creado, el alma está ansiosa de volver a gustar ese gozo. Ese recuerdo de
Dios y ese rayo de luz que le revistió cuando compareció ante Él, hacen que el alma "vea" la
importancia que realmente tienen las faltas cometidas contra su Bien, y este "ver", junto a la
idea de que por esas faltas se ha impedido voluntariamente, durante años o siglos, la
posesión del Cielo y la unión con Dios, constituye su pena purgante.
El tormento de los purgantes es el amor y la certeza de haber ofendido al Amor. Un alma,
cuanto más ha faltado en la vida, tanto más está como cegada por cataratas espirituales que
le hacen más difícil conocer y alcanzar ese perfecto arrepentimiento de amor que es el
primer coeficiente para su purgación y entrada en el Reino de Dios. Cuanto más un alma lo
ha oprimido con la culpa, tanto más pesado y tardío se hace vivir el amor. A medida que se
limpia por poder del Amor, se acelera su resurrección al amor y, de consecuencia, su
conquista del Amor que se completa en el momento en que, terminada la expiación y
alcanzada la perfección del amor, es admitida en la Ciudad de Dios.
Hay que orar mucho para que estas almas, que sufren para alcanzar la Alegría, sean
rápidas en alcanzar el amor perfecto que les absuelve y les une conmigo. Vuestras
oraciones, vuestros sufragios, son nuevos aumentos de fuego de amor. Aumentan el ardor.
Pero -joh! ¡bienaventurado tormento!- también aumentan la capacidad de amar. Aceleran el
proceso de purgación. Alzan las almas sumergidas en ese fuego a grados cada vez más
altos. Las llevan a los umbrales de la Luz. Abren las puertas de la Luz, en fin, e introducen el
alma en el Cielo.
A cada una de estas operaciones, provocadas por vuestra caridad hacia quien os precedió
en la segunda vida, corresponde la sorpresa de la caridad hacia vosotros. Caridad de Dios
que os agradece el que proveáis por sus hijos penantes, caridad de los penantes que os
agradecen el que os afanéis por introducirles en el gozo de Dios.
Vuestros seres queridos nunca os amaron tanto como después de la muerte de la tierra,
porque su amor ya está impregnado de la Luz de Dios y a esta Luz comprenden cómo les
amáis y cómo deberían haberos amado.
Ya no pueden deciros palabras que invoquen perdón y den amor. Pero me las dicen a Mí
para vosotros, Yo os traigo estas palabras de vuestros Difuntos que ahora os saben ver y
amar como se debe. Os las traigo junto con su petición de amor y su bendición, que ya es
válida desde el Purgatorio porque ya está animada por la inflamada Caridad que les quema y
purifica. Perfectamente válida, además, desde el momento en que, liberados, salgan a
vuestro encuentro a los umbrales de la Vida o se reúnan con vosotros en ella, si les hubierais
precedido en el Reino de Amor.
Fíate de Mí, María. Yo trabajo por ti y por tus seres queridos. Conforta tu espíritu. Vengo
para darte la alegría. Confía en Mí»
Fuente; Cuaderno del año 1943 de Marìa Valtorta.
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