6 de septiembre de 1947
Dice Jesús:
<<Por lo general, cuando se explican los diez mandamientos se dice que
comienzan con los tres dedicados al culto de Dios, porque Dios tiene precedencia
y todo lo que es de Dios debe tenerla sobre todo otro ser o cosa. Es una
explicación justa, pero esta explicación común no es la única para aclarar el orden
dado a los diez mandamientos.
Siendo Dios la perfección, podía haber sido colocado en el vértice de la escala
ascensional de la perfección y podía dársele el culto y el honor cuando la criatura
se hubiera hecho digna de dárselos, tal como conviene, por ser ya “justa” en todas
las cosas de la Tierra. Mas, ¿crees que entonces habría sido posible honrar a Dios
y practicar su culto? Te lo digo Yo: no habría sido posible nunca. ¿Por qué te lo
digo, alma mía? Escúchame bien.
¿Qué es Dios? Es Caridad, Bondad, Sabiduría, Fuerza, Potencia. Es el Todo.
Es la Perfección.
¿Qué es el hombre? Es un alma prisionera en una carne anhelante y fuerte en
cuanto a los apetitos nocivos, débil en cuanto a las buenas intenciones, un alma
que, además del peso y las consecuencias del peso de la materia que la envuelve,
lleva el peso y las consecuencias de la culpa de Adán, mancha borrada, obstáculo
abatido para dejar lugar a la Gracia, pero culpa cuyos estímulos aún no están
sofocados, culpa embestida por los vientos del mundo y de Satanás. El hombre es
debilidad, egoísmo, ignorancia, impotencia, imperfección. Es todo esto a pesar de
los dones gratuitos de Dios porque, por lo general, tales potentes dones no son
utilizados por el hombre con una voluntad inteligente y amorosa. Por lo tanto,
quedan inertes, estériles. El hombre vuelve estériles estas potentes levaduras,
estas potentes medicinas, estos gérmenes potentes, con su apatía, con su
negligencia, con su incredulidad, o con el máximo mal, que es el odio hacia Dios.
Así el hombre aprisiona estos dones, los amordaza, los humilla, los pisotea, los
rechaza. Y, al hacerlo, rechaza también al Donador de los mismos: rechaza a
Dios, Uno y Trino.
Y, al separarse de Dios, el hombre es una nada, no es capaz de nada, porque la
unión con Dios es vida, porque la unión con Dios es potencia, porque la unión
con Dios es potencia, porque la unión con Dios es fortaleza, porque la unión con
Dios es sabiduría, porque la unión con Dios es templanza, es justicia, es
prudencia, es bondad, es misericordia, es caridad, o sea, es ser hijos de Dios que
tienen semejanza con el Padre en el espíritu y en las virtudes.
343Sin Dios, el hombre puede ser sólo un bruto salvaje o, más que un bruto, un
demonio, porque el bruto se deja dominar por el hombre, se domestica, se doblega
ante la potencia que se llama “hombre”, se doblega con amor o por amor –en los
brutos más desarrollados y domésticos- o con temor. El hombre ha convertido a
los animales, que al principio eran libres y salvajes, en sus súbditos y ayudantes y
también en amigos por cierto no despreciables. Muchos hombres tendrían qué
aprender de los animales amor, fidelidad, paciencia, obediencia. Luego, los
animales saben amar y obedecer, ser fieles. Muchas veces, los hombres no saben
doblegarse ante la potencia llamada Dios. Luego, son demonios, porque sólo los
demonios son perpetuos rebeldes.
He dicho que los hombres no saben doblegarse. ¡Oh, Dios no os impone
doblegaros ante Él! Os pide que os arrojéis en sus brazos paternos, no que os
dobléis bajo el bastón, el látigo, el yugo, las riendas, como los animales, sino bajo
el amor, bajo la caricia del amor de Dios. Os pide que os dobléis sobre su regazo
de Padre y que le escuchéis mientras os explica lo que está bien y subraya sus
palabras con caricias y gracias.
¿Por qué no hacéis lo que sabe hacer el animal hacia el que lo domestica o lo
ama? Comparado con el animal, es grande la potencia y perfección del hombre.
Pero la potencia y perfección de Dios es infinita respecto a ese átomo que es el
hombre, quien es grande respecto a los animales sólo gracias al alma, que le viene
de Dios, y puede llegar a ser grande también ante Dios sólo por cuanto sepa
engrandecer su alma, recreándola en la perfección.
Una vez hecha esta premisa, vayamos ahora a la lección sobre la sabia justicia,
sobre la bondad paterna de Dios al ordenar al hombre primero la perfección hacia
Dios, luego la perfección hacia el prójimo. Además de la justa regla de
precedencia hacia el Supremo en la práctica de su culto, el orden mantenido en
los diez mandamientos es debido a un perfecto pensamiento de amor paterno de
Dios hacia los hombres, que Él quiere que sean eternamente bienaventurados en
su Reino.
Cuando el hombre pone en práctica los tres primeros mandamientos ama a
Dios y, por eso, vive en Dios y Dios vive en él. Al ser tan “vivos” por la vida de
Dios que se comunica en la plenitud de sus dones al hijo en cuya intimidad habita,
los hombres, con su parte más agresiva (la humana), pueden llevar a cabo la
justicia. Reconocer a Dios por único Dios, honrarle, rezarle, no caer en idolatría,
no vituperar el Nombre Santísimo, son actos del espíritu y el espíritu, el alma,
siempre tiene una agilidad mayor para llevar a cabo lo que le es ordenado, lo que
344siente que es justo, lo que espontáneamente, instintivamente, siente que debe dar
a su Creador, que sabe que existe como Ente Supremo.
Ya te he explicado esto a su debido tiempo, respondiendo a las objeciones
acerca del “recuerdo que las almas tienen de Dios”. Pero la carne, ¡oh, la carne!,
¡es la bestia rebelde y golosa! Es la materia que más fácilmente es acicateada,
intoxicada e inflamada por la tentación, por el veneno, por el fuego de la serpiente
maldita. Y para saber resistir debe estar sostenida por un espíritu fuerte, fuerte por
su unión con Dios.
Lo he dicho: “Si no sabéis amar a Dios, ¿cómo podéis amar a vuestro
hermano? Si no amáis al Bueno en absoluto, al Benefactor, al Amigo, ¿cómo
podréis y sabréis amar a un semejante vuestro que sólo raramente es bueno,
benéfico, amigo?”. Desde un punto de vista humano, del hombre-animal a
hombre-animal, no podríais hacerlo. Sin embargo, si no amáis al prójimo, no
amáis a Dios y, si no amáis a Dios, no podéis entrar en su Reino.
Es por eso que, entonces, el Santísimo Padre os enseña a amarle primero a Él.
Como un Maestro enormemente sabio primero os instruye, os cría y fortalece en
el amor dándose a vosotros Él mismo, el siempre Bueno, para que lo améis.
Luego, después que el amor os ha unido a Él y ha establecido en vosotros la
morada de Dios, os impulsa a amar a los hermanos, al prójimo y, para fortaleceros
cada vez más en el dulce pero difícil amor al prójimo, indica al padre y a la madre
como primer prójimo para ser amado por vosotros. El hombre que, después que a
Dios, sabe amar con perfección al padre y a la madre, más tarde sabrá contener
con facilidad su violencia hacia el prójimo, ya sea éste ladrón, fornicador, perjuro,
ya sea que envidie la mujer y los bienes ajenos. ¿Has comprendido, alma mía, la
razón de amor que tuvo Dios en la disposición de los 10 mandamientos? Quiso
ayudaros, daros el modo de estar con Él y Él en vosotros, para que esta unión os
dé un espíritu tan fuerte que salga victorioso siempre sobre la carne, el mundo, el
demonio, y para que esta victoria llegue al triunfo del Cielo, al gozo de Dios, a la
vida eterna, al tiempo y al lugar maravilloso donde ya no hay luchas ni órdenes,
donde la fatiga y el dolor han sido superados por completo, y hay sólo paz, paz,
paz.
La misma paz que te dono, alma mía, para sostener tu sufrimiento y anticipar
la que te espera allí, donde Yo estoy con el Padre y el Espíritu Santo, con María y
los Santos>>.
Fuente; Cuaderno del año 1947, Maria Valtorta