16 de julio de 1947
Dice San Azarías:
<<La gente cree que la misión del ángel de la Guarda termina cuando muere el
que dicho ángel custodia. No siempre es así. La misión cesa, y es lógica
consecuencia, cuando muere el pecador impenitente y esto es un supremo dolor
para el ángel custodio del que no se arrepintió. En cambio, muda en jubilosa y
eterna gloria cuando muere un santo, que pasa de la Tierra al Paraíso sin pausas
purgativas. Y para los que pasan de la Tierra al Purgatorio para expiar y
purificarse, la misión continúa tal cual, como protección que intercede por quien
le ha sido confiado y al que ama. Entonces nosotros, los ángeles custodios,
rezamos con caridad por vosotros ante el trono de Dios y, junto con nuestras
oraciones de amor, presentamos los sufragios que os dedican parientes y amigos
en la Tierra.
¡Oh!, no puedo decir totalmente todo lo vivo, activo, dulce, que es el vínculo
que aún nos une a vosotros, los purgantes. Como madres que atisban el regreso de
la salud en un hijo que estuvo enfermo y ahora está convaleciente, como esposas
que van contando los días que las separan de la reunión con el esposo prisionero,
así estamos nosotros. Ni siquiera por un instante dejamos de observar la amorosa
Justicia divina y vuestras almas y vuestras almas que se purifican entre las llamas
del amor. Y nos colmamos de júbilo, al ver el Amor cada vez más apaciguado con
ellas y a ellas cada vez más dignas de su Reino. Y cuando la Luz nos ordena:
“Quítale de allí para traerle aquí”, más veloces que una flecha nos precipitamos
para llevar un trocito de Paraíso, que quiere decir fe, esperanza, consuelo para los
334que aún permanecen expiando, allí en el Purgatorio, y estrechamos a nosotros el
alma amada por la que hemos obrado y sufrido, y subimos con ella mientras
vamos enseñándole el hosanna paradisíaco.
Los dos instantes dulces en la misión de los Custodios, o mejor, los más
dulces, son: cuando la Caridad nos dice: “Desciende porque ha sido engendrado
un nuevo hombre y debes velar por él como sobre una gema que me pertenece”, y
cuando podemos subir con vosotros al Cielo. Mas el primero es menos dulce que
el segundo. Los demás instantes de júbilo son vuestras victorias sobre el mundo,
sobre la carne y el demonio. Y así como temblamos por vuestra fragilidad desde
el momento en que os tomamos bajo nuestra custodia, del mismo modo siempre
palpitamos tras una victoria vuestra, porque el Enemigo del Bien vigila siempre
para abatir lo que construye el espíritu. Por eso, el instante en que entramos con
vosotros en el Cielo es jubiloso y perfecto en ese júbilo, pues nada puede destruir
lo que ya se ha cumplido.
Y ahora, alma mía, contesto a tu íntima pregunta: si Dios está contento de que
en tu casa haya otro Custodio. ¡Oh, tú! Que nunca nos haces preguntas pero que,
sin embargo, tienes abierto tu espíritu, donde tu deseo escribe a veces sus
interrogantes más fuertes sin que tú misma lo sepas, sin que tu voluntad –obligada
a no preguntar por el digno respeto, que muy pocos tienen, por lo Sobrenatural
que se inclina a vosotros- intervenga, debes saber que es dulce responder a quien
es como tú y poder consolarte, ¡oh, alma amada por Dios y atormentada por los
hombres!
Sí, Dios está contento. Está contento porque en tu casa hay un ángel que está
contento por velar sobre un alma apenas creada, una gema de Dios, y contento
también porque Jesús es el que amaba a los niños… lo demás se lo digo a tu alma,
y que quede entre nosotros como un secreto tan bello que es inútil revelárselo al
mundo que no sabe comprender los gozos de Dios y de las almas de Dios>>.
20 de agosto de 1947
Prosiguiendo sus explicaciones acerca de los Ángeles Custodios (la otra es del
16 de julio de 1947), San Azarías dice ;
<<Otra acción del Ángel Custodio es la de ser constante y maravillosamente
activo sea ante Dios –cuyas órdenes escucha y a quien ofrece las buenas acciones
de su protegido, presenta y apoya las súplicas, intercede en sus penas- sea ante el
hombre al que, sobrenaturalmente, hace de maestro guiándole en la correcta
senda, sin pausas, con inspiraciones, luces, atracciones hacia Dios.
¡Oh!, nuestros fuegos, que son los fuegos de la Caridad que nos ha creado y
que nos acomete con sus ardores, los dirigimos hacia nuestros custodiados, así
como hace el sol con el terrón que encierra una semilla para entibiarlo y hacerlo
germinar, y luego con el tallo para fortalecerlo y volverlo tronco y planta robusta.
Con nuestros fuegos os consolamos, os calentamos, os fortalecemos, os
iluminamos, os enseñamos, os atraemos al Señor. Si luego el hielo obstinado del
alma y su obstinada dureza no se deja penetrar y vencer por nosotros; si la
caritativa armonía de nuestras enseñanzas no sólo no es acogida sino que, por el
contrario, es rehuida para seguir en cambio la fragorosa música infernal que
desconcierta y enloquece, no es culpa nuestra. Nuestro es el dolor por haber
fallado en nuestra acción de amor sobre el alma, a la que, después que a Dios,
amamos con todas nuestras capacidades.
Por lo tanto, estamos siempre junto a nuestro custodiado, tanto si es un santo
como un pecador. Desde que el alma se infunde en la carne hasta que el alma se
separa de la carne, estamos junto a la criatura humana que el Altísimo Señor nos
ha confiado. Y la idea que todo hombre tiene junto a sí a un ángel, tendría que
ayudaros a amar a vuestro prójimo, a soportarle, a acogerle con amor, con
respeto, si no por sí mismo, por el invisible Azarías que está en él y que por ser
ángel, merece respeto y amor siempre.
339¡Cuánto más buenos seríais siempre con vuestro prójimo si pensarais que cada
acción vuestra hacia dicho prójimo está presidida y observada, además que por el
Ojo omnipresente de Dios también por dos espíritus angélicos que gozan o sufren
por lo que hacéis! Considerad esto: acogéis a una persona, la celebráis o la
mortificáis, la ayudáis o la rechazáis, pecáis con ella o la quitáis del pecado, os
enseña o le enseñáis, la beneficiáis o sois beneficiados por ella… y dos ángeles, el
vuestro y el suyo, están presentes y ven no sólo vuestras acciones evidentes sino
también la verdad de vuestras acciones, es decir, si las cumplís con verdadero
amor o con fingido amor o con rencor, con cálculo, etc.
¿Dais una limosna? Los dos ángeles ven cómo la dais. ¿No la dais? Los dos
ángeles ven el verdadero motivo por el cual no la dais. ¿Hospedáis a un peregrino
o le rechazáis? Los dos ángeles ven cómo le hospedáis, ven lo que espiritualmente
es verdadero en vuestra acción. ¿Visitáis a un enfermo? ¿Aconsejáis a quien tiene
dudas? ¿Consoláis a un afligido? ¿Honráis a un difunto? ¿Atraéis a la justicia a un
extraviado? ¿Dais una ayuda al que tiene necesidad? De todas las obras de
misericordia son testigos los dos ángeles: el vuestro y el del que recibe, o no
recibe, vuestra misericordia.
¿Llega alguien para visitaros o para molestaros? Pensad siempre que no lo
recibís a él sino también a su ángel. Y, por eso, tened caridad siempre; porque
también un delincuente tiene a su ángel y el ángel no se vuelve delincuente si su
custodiado lo es. Por eso, acoged con amor a quien quiera, aunque sea con un
amor prudente y reservado, a la defensiva; aunque sea con un amor severo, para
hacer comprender a vuestro prójimo que os visita que su conducta es digna de
reproche, que os duele que así sea y que debe cambiarla, no tanto para
complaceros, sino para complacer a Dios. Acoged con amor, porque si rechazáis
al hombre que os es antipático o indeseable, o inoportuno en ese momento, o que
sabéis que es pérfido, con él rechazáis también al huésped invisible pero santo
que está con él y que debería haceros grato todo visitante, porque cada prójimo
que llega a vosotros trae a vuestra casa o a vuestro lado al ángel que vela por él.
¿Tenéis que vivir junto a quien no os gusta? Ante todo no juzguéis. No sabéis
juzgar, el hombre juzga con justicia sólo muy de tarde en tarde. Mas, aún si
juzgáis con justicia, basándoos en elementos positivos y examinados sin
prevenciones y rencores humanos, no faltéis a la caridad porque no faltaréis
solamente hacia vuestro prójimo, sino también hacia el ángel custodio de dicho
prójimo. Si supierais razonar así, cuánto más fácil os resultaría superar antipatías
y rencores, y amar, amar, cumplir las obras que harán que Jesús, Señor y Juez, os
diga: “Ven a mi derecha, ¡oh tú, bendito!”.
340¡Vamos, haced un pequeño esfuerzo, haced siempre esta continua reflexión:
Ved con los ojos de la fe al ángel custodio que está junto a todo hombre, y obrad
siempre como si cada una de vuestras acciones fuera hecha hacia el ángel de Dios
que testimoniará ante Dios. Os aseguro que el ángel custodio de cada hombre,
junto con el vuestro, le dirá al Señor: “Altísimo, este fue siempre fiel a la caridad,
amándote siempre a Ti en el hombre, amando el mundo sobrenatural en la
criaturas, y por ese amor espiritual soportó ofensas, perdonó, fue misericordioso
con todos los hombres, a imitación de tu Hijo dilecto, cuyos ojos humanos,
aunque miraran a sus enemigos, con la ayuda de su espíritu santísimo veían junto
a ellos a los ángeles, a sus ángeles afligidos, y les honraba ayudándoles en el
propósito de convertir a los hombres para glorificarte con ellos a Ti, ¡oh,
Altísimo! Y salvar del mal al mayor número posible de criaturas.
Yo quiero que tú, -que te alegras porque el Señor al venir aquí encuentra en
adoración a un ángel más- creas en mis palabras así como crees en la presencia
del ángel del que va a nacer y te comportes con todos los que vienen a ti, o con
quienes tienes contactos de cualquier tipo, tal como te he dicho, es decir,
pensando en el ángel custodio de los mismos para superar cansancios y desdenes,
amando a todas las criaturas con justicia para hacer algo que es grato a Dios y que
honra y ayuda al angélico custodio.
Alma mía, medita acerca del modo en el que os honra el Señor y en que
nosotros os honramos y cómo os ofrecemos el modo de ayudarnos –a Él, el
Divino, y a nosotros, sus ministros espirituales- para volver a encaminar por la
justa senda a un prójimo vuestro con la palabra adecuada y, sobre todo, con el
ejemplo de una conducta firmemente radicada en el Bien. Digo firmemente
radicada, o sea, que no se doblega ante indulgencias y compromisos para no
perder la amistad de un hombre y cuya única premura consiste en no perder la
amistad de Dios y de sus ángeles. A veces será doloroso tener que ser severa para
que no sean pisoteadas por un hombre la gloria de Dios y su voluntad. Puede que
te procuren desaires e indiferencia. No te preocupes. Ayuda al ángel de tu prójimo
y también a éste le encontrarás en el Cielo.
Fuente: Cuaderno del año 1947, Maria Valtorta
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