martes, 11 de diciembre de 2012

A MIS DIACONOS, SACERDOTES, OBISPOS, CARDENALES Y LOS CONSAGRADOS DE MI IGLESIA CATÓLICA


Dice Jesús:
«Ora, ofrenda y sufre mucho por mis sacerdotes. Mucha sal se ha vuelto insípida y
las almas sufren por ello perdiendo el sabor de Mí y de mi Doctrina.
Hace algún tiempo que te digo esto, pero tú no quieres escucharlo. Y no quieres
escribirlo. Te retraes. Entiendo el por qué. Pero antes que tú otros han hablado de ello,
por mi inspiración, y eran santos. Es inútil querer cerrar los ojos y los oídos para no ver
y para no oír. La verdad grita incluso con el silencio. Grita con los hechos que son la
palabra más fuerte.
¿Por qué ya no repites la oración de M. Magdalena de Pazzi? Antes la decías
siempre. ¿Por qué no ofreces parte de tus sufrimientos cotidianos por todo el
Sacerdocio? Oras y sufres por mi Vicario. Está bien. Oras y sufres por algún
consagrado o consagrada que se encomiendan a ti o hacia los cuales tienes especial
deber de gratitud. Está bien. Pero no es suficiente. Y por los otros ¿qué haces? Has
puesto una intención de sufrimiento por el clero el miércoles.
No basta. Es necesario que todos los días ores por mis sacerdotes y que ofrezcas
parte de tus sufrimientos por esto. No te canses nunca de orar por ellos que son los
mayores responsables de la vida espiritual de los católicos.
Si basta que un laico haga por diez para no escandalizar, mis sacerdotes deben
hacer por cien, por mil. Deberían ser semejantes a su Maestro en pureza, caridad,
desapego de las cosas del mundo, humildad, generosidad. En cambio el mismo
relajamiento de vida cristiana que hay en los laicos está en mis sacerdotes y en general
en todas las personas consagradas por votos especiales. Pero de éstas hablaré
después .
Ahora hablo de los sacerdotes, de quienes tienen el honor sublime de perpetuar
desde el altar mi Sacrificio, de tocarme, de repetir mi Evangelio.
Deberían se llamas. En cambio son humo. Hacen fatigosamente lo que deben hacer.
No se aman entre ellos y no os aman a vosotros como pastores que deben de estar
preparados para darse completamente, incluso con el sacrificio de la vida, por sus
ovejitas. Vienen a mi altar con el corazón lleno de preocupaciones de la tierra. Me con-
sagran con su mente en otra cosa y ni siquiera mi Comunión enciende en su espíritu
esa caridad que debe estar viva en todos pero que debe ser vivísima en mis
sacerdotes.
Cuando pienso en los diáconos, en los sacerdotes de la Iglesia de las catacumbas, y
les comparo con los de ahora, siento una infinita piedad por vosotros, multitudes que os
quedáis sin, o con demasiado poco alimento de mi Palabra.
Aquellos diáconos, aquellos sacerdotes tenían en contra a toda una sociedad
malévola, tenían en contra al poder constituido. Aquellos diáconos, aquellos sacerdotes
debían desempeñar su ministerio entre mil dificultades; el más incauto movimiento les
podía hacer caer en manos de los tiranos y conducirles a morir escarnecidos. Sin
embargo, ¡cuánta fidelidad, cuánto amor, cuánta castidad, cuánto heroísmo había en
ellos! Han cimentado con su sangre y con su amor la Iglesia naciente y de cada uno de
sus corazones han hecho un altar.
Ahora resplandecen en la Jerusalén celestial como tantos altares eternos sobre
los cuales Yo, el Cordero, descanso complaciéndome en ellos, mis intrépidos
confesores, los puros que han sabido lavar las suciedades del paganismo que les había
saturado de sí durante años y años antes de su conversión a la Fe, y que salpicaba su
fango sobre ellos incluso después de su conversión, como un océano di barro contra
rocas inquebrantables.
Se habían lavado en mi Sangre y habían venido a Mí con blancas estolas que tenían
por adorno su sangre generosa y su caridad vehemente. No tenían vestidos externos, ni
signos materiales de su milicia sacerdotal. Pero eran Sacerdotes en el ánimo.
Ahora existe el vestido externo, pero el corazón ya no es mío.
Tengo piedad de vosotros, greyes sin pastores. Por esto todavía detengo mis rayos:
porque tengo piedad. Sé que mucho de lo que sois proviene de que no estáis
sostenidos.
¡Son demasiado pocos los sacerdotes verdaderos que se parten a sí mismos para
prodigarse a sus hijos! Nunca como ahora es necesario rogar al Dueño de la mies, que
mande verdaderos obreros a su mies que cae mustia porque no es suficiente el número
de verdaderos incansables obreros, sobre los cuales se posa mi ojo con bendiciones y
amor infinitos y agradecidos.
Si hubiera podido decir a todos mis Sacerdotes: "¡Venid, siervos buenos y fieles,
entrad en el gozo de vuestro Señor!".
Reza por el clero secular y por el conventual.
El día en que en el mundo no hubiera más sacerdotes realmente sacerdotales, el
mundo terminaría en un horror que la palabra no puede describir. Habría llegado el
momento de la "abominación de la desolación". Pero llegado con una violencia tan
espantosa, de ser un infierno traído sobre la tierra.
Reza y di que se rece porque toda la sal no se haga insípida en todos menos en
Uno, en el último Mártir que estará para la última Misa, porque hasta el último día
existirá mi Iglesia militante y el Sacrificio será cumplido.
Cuantos más verdaderos sacerdotes existan en el mundo cuando se hayan cumplido
los tiempos, menos largo y cruel será el tiempo del Anticristo y las últimas convulsiones
de la raza humana. Porque "los justos" de los que hablo cuando predigo el fin del
mundo, son los verdaderos sacerdotes, los verdaderos consagrados en los conventos
esparcidos sobre la tierra, las almas víctimas, hilera desconocida de mártires que sólo
mi ojo conoce mientras que el mundo no les ve, y quienes actúan con verdadera pureza
de fe. Pero estos últimos son, aun sin que ellos lo sepan, consagrados y víctimas».


Extraido del cuaderno del año 1943 de los escritos de la vidente María Valtorta.

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