29 de diciembre
Dice el Padre Eterno:
«Escribe, que hay quien lo desea y piensa en esto.
Pablo de Tarso, que antes era partidario convencido del sanedrín y perseguidor
encarnecido de los discípulos de Cristo, vuelto a la Luz mediante una fulguración divina y
convertido en el incansable Apóstol de mi Hijo, en el Areópago de Atenas anunció a los
Atenienses aquel Dios desconocido al que ellos habían dedicado un altar.
(229)
os es una lectura insegura; en el original también podría leerse se
desnudez religiosa al menos esta palabra:
"al Dios desconocido".
Ni siquiera escriben ésta, inferiores en su paganismo a los antiguos Atenienses los cuales,
insatisfechos por sus simulacros sin vida verdadera y no ofuscados por una languidez
religiosa como lo estáis vosotros, sentían que por encima del falaz Olimpo de sus dioses, a
los que habían prestado sus pasiones y sus vicios, había un Dios verdadero y santo, y le
invocaban que se hiciera conocer con ese altar dedicado a Él, sobre el que todavía no había
estatua ni nombre en espera de que la Revelación divina lo pusiese.
Pero vosotros conocéis al Dios verdadero porque Yo os lo he revelado desde hace siglos y
siglos, y no contento con revelároslo, os he mandado a Dios mismo, no para una aparición
aparente o para una estancia fugaz, sino revestido con Carne humana y viviente entre
vosotros durante toda una vida.
Yo, a esa Perfección de la Perfección de Dios -recordad, hombres, que Dios es Caridad y
el compendio de la perfección de la Caridad se encuentra en Cristo que se encarna para
daros la Vida- Yo, he dado un nombre a esa Perfección descendida para operar entre
vosotros. Nombre santo querido por Mí porque en su nombre está el compendio de su
Perfección y de su sublime misión. Nombre sólo conocido por Dios en su verdadero
significado. Nombre ante el cual la Divinidad late con el más vivo ardor, el Paraíso
resplandece con el resplandor más beatífico con todos sus cortejos de ángeles y de santos,
tiembla el abismo, y las fuerzas del Universo inclinan sus potencias, porque reconocen el
nombre del Rey por el que han sido hechas todas las cosas.
En el nombre tres veces santo y poderoso de Jesús está el resplandor y la gloria de Dios,
Uno y Trino, porque Él es el Santo de los santos en el que se encuentra, como en el Templo
de Dios, Dios vivo, verdadero, perfecto como está en el Cielo, eterno y obrando como una
rueda que no conoce juntura, y que no cesa en su movimiento por los siglos de los siglos
precedentes al hombre ni en los siglos sucesivos al hombre. Por lo que está bien dicho en el
Libro: "La casa a mi Nombre no me la edificarás tú, hombre, sino tu hijo salido de tus
entrañas, ése será quien edificará una casa a mi Nombre" (230 ).
El Hijo del hombre, nacido de mujer de estirpe santa a Mí consagrada, concebido por obra
del Espíritu Santo sin peso de carnalidad sino exclusivamente por infusión de amor, el
Nacido de María que al nacer no abrió su seno virginal, así como al concebirlo nadie violó
ese seno consagrado a Mí, tu hijo por la Madre, oh Humanidad, y mi Hijo por el origen divino,
será Aquel que construya por Sí mismo la Casa sobre la que está inscrita la Gloria de mi
Nombre.
Porque en nuestra Trinidad somos inseparables, y en el Cristo está el Padre, el Hijo y el
Divino Espíritu. El Hijo no es sino la Palabra del Padre que ha tomado forma para ser vuestra
Redención. Pero su anonadamiento no rompe la unión de las Tres Personas, porque la
Perfección de Dios no conoce limitaciones ni separaciones.
¿Cómo podíais contener vosotros a Dios en un templo tan infinito y santo como comporta
la Divinidad? Sólo Dios mismo podía ser templo para Dios y llevar su Nombre sin que ello
fuese ni ironía ni ofensa. Sólo Dios podía habitar en Sí mismo y por Sí vivificar los templos
del hombre, y el nombre que les ha puesto el hombre ya no es engañoso, porque ese
Nombre os lo he dicho Yo.
Sólo Dios podía, ¡oh cristianos!, daros su Nombre como signo de salvación sobre todas las
estirpes de la Tierra, ese Nombre que los ángeles leerán sobre la frente de quienes no
morirán para siempre y, por ese Nombre, les preservarán de los flagelos de la última hora,
(230)
La escritora añade a lápiz: III libro de los Reyes, cap. 8" v. 19. Corresponde a: 1 R 8, 19.
377 como ya ha preservado de la segunda muerte a los elegidos que cantan la santidad del
Nombre de mi Hijo.
¡Ay de aquellos que reniegan de ese Nombre y le ofenden sustituyendo éste, santo, por el
signo demoníaco de Satanás, o aunque sólo permitan al languidecer del espíritu olvidarlo
como si una sustancia corrosiva lo cancelase de su yo que tiene Vida por ese Nombre! La
Muerte, la verdadera Muerte espera a quienes desconocen el Nombre de mi Hijo, en quien
he deferido todo poder y todo juicio y en cuyo Nombre se somete mi Majestad en cada
milagro, como toda criatura debería someterse en el Universo en adoración santa y suave.
¡Oh! hijos de mi Hijo -que ha llevado su Nombre a enrojecerse de Sangre divina sobre el
camino del Calvario y a resplandecer, única luz del mundo oscurecido, entre las tinieblas del
Viernes santo, para que fuera la advertencia que, desde lo alto de una Cruz, apunta al Cielo
para el que habéis sido hechos, y resplandece desde hace siglos para seguir recordándoos
el Cielo, y nunca como ahora centellea para llamaros a Sí en esta ira creada por vosotros,
invocada, querida, en la que perecéis entre retortijones de sangre y carcajadas de demonios-
¡oh hijos de mi Hijo!, tallad de nuevo con vuestro dolor que vuelve a Dios, con vuestra
esperanza que se alza hasta Dios, con vuestra fe que rebautizan las lágrimas, con vuestro
amor que vuelve a encontrar el camino de la Caridad, el santo Nombre de Jesucristo sobre el
ara de vuestro corazón sin Dios, sobre el templo profanado de vuestra mente. Liberad, uno y
otra, de los simulacros de un culto que os produce la muerte del espíritu. Poned en ellos y
sobre ellos al Dios verdadero. Amad, cantad, invocad, bendecid, creed en el Nombre de mi
Hijo.
En el Nombre del Justo, del Santo, del Fuerte, del Dominador, del Vencedor. En el Nombre
de Aquél ante quien no se resiste el Padre y por quien el Espíritu efunde sus ríos de gracia
santificante. En el Nombre del Misericordioso que os ama hasta haber querido conocer la
vida y la muerte de la tierra y hacerse Alimento para nutrir vuestra debilidad y Sacramento
para permanecer entre vosotros tras su regreso al Cielo y traeros a Dios.
Os lo juro por mi Santidad: no hay, ni hubo, ni habrá nombre mayor que Éste. En Él estoy
Yo, Uno y Trino, con mi manifestación suprema de potencia y amor».
Dice aún:
«Pon la fecha de mañana. Jesucristo, hijo de David, debe haber celebrado su Nombre en
el día del Profeta real del que proviene María» .
Dice Jesús:
«Y la palabra del Señor se te dirige en estos términos, aunque tú no la quieras oír porque
te hace temblar el corazón de temor y de piedad, por los días que os están reservados y por
los hermanos que en los días de la ira terrible no me tendrán a Mí en el corazón para su
consuelo, y sólo verán el horror de Satanás y sólo oirán las blasfemias de Satanás y sólo
conocerán la desesperación de Satanás.
He dejado esta laguna como advertencia para los indiscretos, mostrando y demostrando
que Yo soy el Señor y Maestro al que no se le ponen limitaciones ni razones, quien no
conoce limitaciones, para mostrar que soy Yo quien hablo y no tú, criatura, y te llevo conmigo
donde quiero: de las revelaciones y contemplaciones de verdades eternas y visiones
celestiales, a las consideraciones sobre esta hora satánica en la que se ha anulado todo
reflejo del Cielo y sobre los frutos que os ahora os trae.
Pueblo mío, escucha.
Te había elegido para el más alto destino y te había confiado las piedras preciosas de mi
Redención y mi Doctrina en la Iglesia, floreciente sobre tu suelo como la palma y el cedro de
378 los que fluyen miel y vino y donde encuentran cobijo todos los vivientes que quieran re-
pararse en el arca verdadera de la salvación eterna.
De ti habían salido, como de un sol, rayos de una civilización perfecta porque era la
Civilización de Cristo, que no se rodea de descubrimientos destinados a hacer mullida la vida
y cruel el destino, sino de leyes santas, dirigidas a elevar al hombre, a levantarlo de sus
miserias, a instruir su ignorancia, porque son leyes venidas de la Fuente divina de la
Santidad, de la Caridad, de la Sabiduría.
Te había dado una misión similar a la mía de Luz en el mundo. Me has renegado. Nueva
Jerusalén, has traicionado a Cristo y dañado a sus santos y a sus profetas, y te preparas
para dañarles todavía más. Has soportado la cruz y las iglesias como arte y como medio
para conseguir tus fines neopaganos. Has rechazado el Alimento para hartar de fango tu
corazón.
Has querido conocer y probar todo el fango, y con el gusto corrompido como el de un
animal inmundo, ahora te parece dulce en el paladar. Y los platos con que atiborras tu mesa
son lujuria, prepotencia, crueldad, avidez, mentira, corrupción, satanismo. Y atraes sobre ti
castigo, castigo, castigo, lo fabricas con tus propias manos y te lo infliges, invocas a quien te
pierde y no llamas a quien todavía te perdonaría.
Todavía, una vez y otra vez más, he tenido misericordia de ti y te he advertido de que no
transformes esta misericordia en un nuevo daño para ti usándola con un fin indigno. Y una
vez y otra vez más habéis convertido el don de Dios en un pecado usándolo con fin ilícito.
Tal como dice el Profeta: "La vara ha florecido, el orgullo ha germinado". Yo os había dado
un retoño de olivo para que lo cultivarais y se convirtiera en fronda de justicia y de paz,
advirtiéndoos de que debíais despejar del error el terreno para que mi santo brote no se
enrudeciera con el contacto impuro y no germinase en ramas y frutos de mayor culpabilidad.
Pero no habéis escuchado al Señor que -Padre y Maestro- os aconsejaba, y la floración se
ha hecho veneno, y el orgullo ha engendrado el delito. Y seguirá otro delito, y otros
más.
Por lo que os digo: ni uno de vosotros permanecerá sin llanto. Llorará quien posee y quien
está despojado. Porque quien posee perderá y quien está despojado ya no encontrará quien
le vista. El hambre, la espada, la peste, apretarán vuestros cuerpos con sus sogas; la
desesperación y el terror las almas ciegas.
Sí, seréis como ciegos, caminantes en las tinieblas llenas de horrores y de escombros,
sabiendo que cada paso que dais puede llevaros a la traición ya la muerte, caminaréis como
por un terreno sacudido por un terremoto tremendo. Y de hecho la Tierra tiembla bajo
vuestros pasos porque, aunque no sea más que un planeta, es más hija del Creador que
vosotros, y ve el rostro airado de Dios mirar este suelo de la misma forma que miró a los
hijos merecedores del diluvio y del fuego y, en sus profundidades, se agita de temor por su
castigo.
Los valores materiales e intelectuales alterados y despojados de su sustancia justa. Los
conocimientos convertidos en tropiezo en vez de ayuda; se ha convertido en condena hasta
el santo conocimiento de Dios, porque conociéndole le renegáis. La Luz y la Palabra se os
quedan en la garganta sin poder bajar a iluminar y nutrir el espíritu, porque el lazo de
vuestras perversas pasiones os impide acogerlas.
Viendo caer los ídolos de barro que habíais erigido en lugar de Dios verdadero, os daréis
cuenta de haber adorado basura y no volveréis a tener fe, más fe en nada. Ni en el
verdadero ni en el falso.
Y como castigo para los renegadores, los que no tienen fe, se les echarán encima los
odiadores del Cristo Romano, los impíos de la Tierra, los que están cada vez más cerca de
Satanás, los demoledores de la Cruz, no tanto de las cúpulas de los templos cuanto en el
379 interior de los corazones que llevan aún en sí mismos la huella de mi Signo.
Y tú, nuevo Pedro, vigila y vigila sin hacerte ilusiones. Cierto es que sufrir por Cristo es la
mayor dignidad que exista. Pero Yo te digo: "Vigila y ora".
En los momentos de gran tempestad no sólo es necesario tener el estandarte purpúreo en
alto sobre el mástil de la vela, sino que la mano de Pedro, más sana y segura que nunca,
esté en el timón. El Desorientador se sirve de todo para desorientar. Y en las horas en que la
tempestad arremete por todos los lados para sumergir en naufragio los valores santos,
aborrecidos por los pervertidos, basta que se quite la mano de la rueda del timón un sólo
instante para que se produzca una desgracia irreparable, para que con más fuerza las olas
cojan de transverso la mística barca.
Vigila sobre ti para que puedas vigilar sobre los demás. Pedro, ahora más que nunca es
necesario que apacientes mis corderos y mis ovejitas. Sólo quedas tú como Pastor santo, y
si caes muchos corderos serán conducidos por ovejas imprudentes fuera de los pastos, y
otros pastores de doctrinas malvadas se insinuarán desde el interior de mi dominio para
contaminado con sus humanas -y decir humanas ya es un juicio misericordioso- presiones.
No. No es éste el momento de morir por Cristo. Éste es el momento de velar, defender,
instruir, hacer de dique a cuanto quiere entrar para corromper cada vez más amplia y
profundamente.
Y créeme, ¡oh Cristo en la tierra!, créeme que la plaga ya roe en lo profundo y ensombrece
las mentes y los corazones y, lo que es desgracia de las desgracias, apaga las lámparas que
se habían colocado en las cimas de los montes para que alumbrasen el camino a los
peregrinos que buscan el Cielo. Muchas ya están apagadas, muchas humean, muchas
languidecen y otras se preparan para languidecer. Si los fieles están helados, los pastores
están fríos, y viene la muerte del espíritu por aterimiento. Insensible muerte que adormece en
un sueño sin luz de resurrección.
Piensa en ello, ¡oh Cristo en la tierra!, nacido para tanto destino. y sin cansarte insiste,
predica, exhorta, reprende, evangeliza. Son demasiados los templos en los que el Evangelio
ha perdido valor y demasiados los corazones que lo que oyen del Evangelio es un sonido no
verdadero que les aleja de él.
Suple tú, como el primer Pedro, las deficiencias de mis ministros, y haz que las multitudes
vuelvan a oír a través de tus labios la doctrina dulce, santa y saludable de Cristo, para que
los que todavía no han sido aniquilados se salven y vuelvan a ti, y regrese la paz en esta
tierra en la que no hay parcela que no conozca el rocío de los mártires» .
Después de haber escrito este texto, que mi buen Jesús me dicta sin demora tras su visita,
yo vuelvo a pensar en la conversación mantenida con usted acerca de esta persona que
juzga que "nada bueno puede venir de Nazaret".
El Maestro se entremete: "¿Acaso te ocupas y preocupas por eso?", y yo: "No, Jesús. Para
nada. Sólo pensaba". "No lo pienses siquiera. Deja que los muertos se entierren a sí mismos.
Ocúpate de mi cuna. Con ella vendré a darte muchos besos eucarísticos. Esto es lo que
importa: mi amor, y no el desamor de las criaturas".
“Y me parecía que Jesús me ponía las manos sobre los hombros (estando con los brazos
detrás de mis hombros). Sentía claramente las dos manos largas y fuertes de Jesús que me
abrazaban y sacudían un poco, atrayéndome hacia Sí con un abrazo .de amor, y veía su
sonrisa dulce y majestuosa.
Ayer por la tarde, antes del sopor, cuando ya sentía que se me venía encima, tuve la visión
de la Virgen y de Jesús, pero Jesús adulto, como era a su muerte. Siempre con su cándido
vestido. Los dos vestidos de blanco. Pero la Virgen tenía su vestido de un blanco plateado
380 como el del lirio y un velo igual: así como era en las visiones de la Gruta; mientras que Jesús
tenía el suyo de un blanco marfil como si fuese tela de lana.
He podido comparar bien los dos Cuerpos y los dos Rostros estando cerca el uno de la
otra, al lado derecho de mi cama. Jesús junto a la cabecera, María a su derecha hacia los
pies del lecho.
María era más baja de una cabeza con relación a su Hijo, de modo que la cabeza de la
Virgen llegaba a la altura de los hombros del Hijo, que es muy alto. Ella es mucho más
delgada mientras que Él tiene anchas espaldas y un cuerpo robusto sin ser grueso. El color
del rostro es blanco marfil. Sólo los labios acentuados en su color, que sobresale sobre ese
color sin color de la piel, y los ojos azules: claros en la Virgen, más oscuros y más grandes
en el Hijo. Ojos de dominador, ¡pero tan dulces! Cabellos más claros en la Madre, más
encendidos en el Hijo, pero siempre de un rubio tendente al color cobre y ambos finos,
suaves y ondulados, que en Jesús terminan en rizo, en María no lo sé, porque el velo sólo
me permite ver los de la frente hasta las orejas. No sé si los lleva sueltos, trenzados o
recogidos a la nuca.
El rostro de los dos es un óvalo alargado, delgado sin ser huesudo. Más delicado y
pequeño en María, porque está proporcionado con su cuerpo. Pero la frente, la nariz, la
boca, la forma de las mejillas, el corte de los ojos con párpados lisos y más bien caído sobre
los ojos, es el mismo. Sólo, repito, los de Jesús son más grandes y su mirada es de
dominador.
Las manos, candidísimas y diminutas en María, son más viriles en el Hijo y de piel más
oscura, pero la forma en los dos, en cuanto a la anchura, es marcadamente alargada.
Jesús y María se miran de vez en cuando con amor indescriptible. María mira con amor
adorante. Jesús mira a la Madre con amor infinito, venerante y protector, agradecido, diría. Y
también diría que se hablan con la mirada y con la sonrisa. Me miraban a mí y después se
miraban. Veía con claridad el movimiento de las cabezas.
Después todo se anuló en el sopor. Pero cuando volví en mí, la primera cosa que vi fue a
.mis dos Amores todavía en el mismo lugar.
Entonces, dado que estaba sola, en la oscuridad, mientras que los demás comían o
hablaban (no lo sé) en el comedor, he tenido mucho cuidado de que no se notara que estaba
despierta. He soportado la sed y la necesidad de que me movieran (tenía entumecido todo el
cuerpo) para gustar en paz esa dulce visión. Con las manos medio entorpecidas he cogido
mi rosario que tenía sobre el pecho, donde me lo apoyo siempre cuando siento que me llega
el sueño o el colapso, y he comenzado a recitar el rosario. Eran los misterios dolorosos.
Apenas he comenzado con la invocación de Fátima: “Jesús, es por tu amor, por la
conversión de los pecadores, por el Santo Padre y para reparar las ofensas contra el
Corazón inmaculado de María. Jesús, perdón anos nuestras culpas, presérvanos del fuego
del infierno, llévate todas las almas al Cielo y especialmente las más necesitadas de tu
misericordia", he visto que los Dos se miraban resplandeciendo de amor mutuo.
Resplandecer es la palabra justa, y apenas dice nada del fulgor de los dos Rostros.
Después, cuando recité el misterio: "La oración de Jesús en el huerto", el rostro de María
miró al Hijo con amor y pena, y cogió con su pequeña mano la mano derecha del Hijo que le
caía junto al costado y la besó con suma veneración. Y así en cada uno de los 5 misterios
dolorosos. La gracia de ese acto es indescriptible, y también lo es la mirada que Jesús
posaba sobre la cabeza inclinada de su Madre mientras que ella le besaba la mano.
No veía los estigmas. Verdaderamente, si debo decir la verdad, incluso cuando vi a Jesús
381 atribulado (231) vi sangre en sus manos, pero nunca la herida abierta. Por eso no puedo decir
el punto exacto en que se encuentra.
Luego ha venido gente de casa y me ha interrumpido. Continuaba viendo, pero me
perturbaban la paz del contemplar. Tenía el típico rostro de cuando veo y Paola (232) se ha
dado cuenta y ha dicho: "¡Qué guapa estás esta tarde!".
Después he trabajado porque me sentía feliz. He hecho la "Cuna" que quiere Jesús.
Y a continuación... he sentido dolor de corazón y he tenido una enorme crisis que todavía
me dura. La Vida y la Alegría se precipitan en mí con demasiada violencia, y mi cuerpo
agotado se resiente de ello. Pero estoy dispuesta a morir con esa visión. ¡Vaya si lo estoy!.. .
Le he hecho 233 una descripción tan exacta que casi es una pintura. Gócela también usted.
Lamento no poderla hacer ver como yo veo, pero hago todo lo posible por hacerle partícipe
de los tesoros que me da Jesús. Perdone que sean más ilegibles que nunca, pero estoy
entre la muerte y la vida, de tanto como he tomado y vuelto a tomar gotas, etc. etc., y apenas
se levante Paola me haré poner inyecciones porque no se me pasa la crisis. He querido
escribir, a pesar de mi estado, porque, si muriera, quiero que usted conozca lo que ha ilumi-
nado mis últimas horas.
Más tarde, durante el día, mientras estaba desfallecida por el sufrimiento, pensaba en
cuanto decía acerca de las heridas en las manos de Jesús. Y he aquí cuanto me dijo
entonces el Maestro.
Dice Jesús:
«Las heridas en las palmas, que tú no has visto porque raramente muevo la izquierda, por
la costumbre contraída en el trabajo y porque es la más herida, han sido causadas así.
La idea de los verdugos era colgarme por los carpos, justo encima de las junturas de la
muñeca, para hacer más segura la suspensión. y efectivamente, tras haberme extendido
sobre la cruz me traspasaron la mano derecha en este punto.
Pero, dado que el constructor del patíbulo había señalado el agujero de la izquierda
(acostumbraba señalar los lugares de los clavos para hacer más fácil la entrada del clavo en
el compacto leño de la cruz y más segura la suspensión de un cuerpo que no se ponía hori-
zontal sino verticalmente y sin más soporte que tres largos clavos) más distante del punto al
que podía llegar mi carpo, tras haberme estirado el brazo hasta producir el desgarro de los
tendones, se decidieron a hincar el clavo en el centro de la palma, entre los huesos del
metacarpo.
En la Sábana Santa no se aprecia esto, porque la mano derecha cubre la izquierda.
Fue la herida, padecida al vivo, más considerable que tuve en mis miembros, porque una
vez alzada la cruz, cuando el peso del Cuerpo de desplazó hacia abajo y hacia delante, el
clavo rasgó mucho hacia el pulgar alargando la hendidura más que en la derecha, en la que
el carpo resistió la suspensión mejor que el metacarpo. y también fue la más dolorosa, sea
por estar en la zona del corazón, sea porque el clavo entrando rompió los nervios y los
tendones de la mano, produciéndome una convulsión atroz que se me propagó hasta la
cabeza.
Los pintores y los escultores, que por una cuestión artística me pintaron o me esculpieron
con la mano derecha semiabierta y la izquierda cerrada en un puño, han testimoniado, sin
quererlo, una verdad física de mi Cuerpo martirizado, porque realmente la mano izquierda se
cerró en un puño en la convulsión y por el corte de los nervios rotos, y se cerró cada vez más
231
En los escritos del 28 de junio y del 2 de agosto
Paola Belfanti
233
Se dirige al Padre Migliorini
232
382 porque la convulsión y la contracción de las fibras nerviosas fue aumentando con el paso de
las horas.
Fueron muchos mis espasmos en la Cruz. Un día te hablaré de ello (234). Pero el
de las manos fue uno de los más crueles.
La herida de la derecha está prácticamente escondida por la manga y es más pequeña y
regular.
Cuando te aparecí como el Hombre de los dolores encaminado al Calvario, tú no has visto
las heridas de las manos porque, lógicamente, no habiendo sido crucificado aún no las tenía.
Sobre las manos tenía la sangre que goteaba de la cabeza coronada y de la piel lacerada por
la flagelación, pero no las heridas. Te las enseñaré en un momento más adecuado para una
visión de tal dolor que estos natalicios.
Respecto a esa palabra cuyo verdadero significado no comprendes, haz de saber que
quiere decir: "comercio con Satanás". Éste se realiza en muchos modos, todos maldecidos
por Mí. También de esto te hablaré un día. Que sepas, por ahora, que se realiza mucho en el
mundo y es la causa de muchas desgracias y de castigos inexorables aquí y en la eternidad.
Ahora basta. Descansa. Yo estoy aquí y te bendigo».
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