18 de agosto
Dice Jesús:
«Continúo explicándote los pasajes que creo oportunos.
Está dicho: “Al vencedor le daré a comer del árbol de vida.. .". y tal pensamiento se ha
aplicado a Mí.
Sí, soy árbol de vida eterna y me doy a vosotros como alimento en la Eucaristía y mi visión
será alimento gozoso de los vencedores en la otra vida. Pero hay otro significado que
muchos ignoran precisamente porque muchos que me comentan no son "vencedores".
¿Quién es vencedor? ¿Qué es necesario para serlo? ¿Obras resonantes de heroísmo?
No. Entonces serían demasiado pocos los que vencen. Son vencedores quienes vencen en
sí a la Bestia que quisiera someterles. En verdad entre el martirio atroz pero breve, ayudado
por coeficientes sobrenaturales y naturales, y la lucha secreta, oscura y continua, tiene
mayor peso sobre las balanzas de Dios, o al menos un peso de distinto género, pero
precioso, esta última.
No hay mayor tirano que la carne y el Demonio. Y quienes saben vencer la carne y el
Demonio y hacer de la carne un espíritu y del demonio un vencido, son los "vencedores".
Pero para serlo es necesario haberse dado totalmente al Amor. Totalmente: quien ama
con todas sus fuerzas no reserva nada para sí mismo, y no reservando para sí mismo no lo
hace para la carne ni para el demonio. Lo da todo a su Dios y Dios lo da todo a su amador.
Le da su Verbo. Esto es lo que da de comer al vencedor, ya desde esta tierra, no podía
darle nada mayor. Le da a Mí, Verbo del Padre, para ser alimento del espíritu consagrado al
cielo.
Mi Palabra desciende a nutrir las almas que se han dado totalmente a su Dios y Señor. Mi
Palabra viene para seros sacerdote y guía a quienes buscáis la guía verdadera y veis tantas
guías débiles para las turbas que perecen sin guía verdadera. Vosotros que habéis entendido
la Verdad, sabéis que sólo esto es necesario: vivir de mi Palabra, creer en mi Palabra,
caminar según mi Palabra.
¿Qué pensarías de uno que quisiera vivir a base de golosinas, licores y tabaco? Dirías
que moriría porque ése no es el alimento que se necesita para vivir sanos. Lo mismo sucede
a quien se afana con miles de exterioridades y no se preocupa de lo que es el núcleo de toda
la vida del alma: mi Palabra.
153¿Por qué la Misa, por qué la Eucaristía, por qué la Confesión no os santifican como
debería suceder? Porque para vosotros son formalismos, no las hacéis fecundas atendiendo
a mi Palabra. Peor aún: sofocáis mi Palabra, que Yo lanzo desde el alto del Cielo para
llamaros e iluminaros, bajo la tibieza, la hipocresía, la culpa, más o menos grave.
No me amáis: eso es todo. Amar no quiere decir hacer de vez en cuando una visita
superficial de cortesía mundana. Amar quiere decir vivir con el alma unida, fundida,
encendida con un único fuego que alimenta a otra alma. Entonces en la fusión se realiza
también la comprensión.
Yo hablo, no ya lejos, desde lo alto de los cielos, sino que hago morada -y conmigo el
Padre y el Espíritu, porque somos una cosa sola- Yo hago morada en el corazón que me
ama y mi palabra ya no es un susurro, sino Voz plena, ya no es aislada, sino continua.
Entonces soy el "Maestro" verdadero. Soy Aquél que hace ahora 20 siglos hablaba a las
muchedumbres incansablemente y que ahora encuentra su delicia en hablar a sus
predilectos que le saben escuchar y de los cuales hago mis canales de gracia.
¡Cuánta Vida os doy! Vida verdadera, Vida santa, Vida eterna, Vida gozosa con mi
Palabra que es Palabra del Padre y Amor del Espíritu. Sí, en verdad, al "vencedor" Yo le doy
de comer el fruto del árbol de la Vida. Os lo doy ya en esta tierra con mi doctrina espiritual
que vuelvo a traer entre los hombres a fin de que no todos los hombres perezcan. Os la doy
en la otra vida con mi estar entre vosotros para siempre.
Yo soy la Vida verdadera. Permaneced en Mí, amados míos, y no conoceréis la muerte».
Fuente; Cuadernos de Maria Valtorta del año 1943.
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