lunes, 13 de abril de 2020

El encuentro con Judas de Keriot y con Tomás. Simón Zelote curado de la lepra.



54. El encuentro con Judas de Keriot y con Tomás.
Simón Zelote curado de la lepra. 26 de octubre de 1944.
1 Jesús está junto a sus seis discípulos. Tanto el otro día como hoy, no he visto a
Judas Tadeo, que también había expresado su deseo de ir a Jerusalén con Jesús.
Deben ser todavía las fiestas pascuales, porque continúa habiendo mucho gentío por
la ciudad. Anochece. Muchos se apresuran hacia las casas.
También Jesús se dirige a la casa en que le hospedan. No es la del Cenáculo –que está
más en la ciudad, aunque en las afueras–. Esta es una casa de campo en el pleno sentido
de la palabra, entre tupidos olivos. Desde la pequeña y agreste explanada que tiene
delante, se ven descender colina abajo, en escalones, los árboles, deteniéndose a la altura
de un pequeño torrente escaso de agua, que discurre por el valle situado entre dos
colinas poco altas: en la cima de una colina está el Templo; en la otra colina, sólo olivos
y más olivos. Jesús está en la parte baja de la ladera de este delicado alcor que sube sin
asperezas: serenos árboles, todo manso.
«Juan, hay dos hombres que esperan a tu amigo» dice un hombre anciano, que debe
ser el agricultor o el propietario del olivar. Yo diría que Juan le conoce.
«¿Dónde están? ¿Quiénes son?».
«No lo sé. Uno, sin duda, es judío. El otro... no sabría decirte. No se lo he
preguntado».
«¿Dónde están?».
«Esperando en la cocina y... y.. sí... bueno... hay también uno lleno de llagas... Le he
dicho que se estuviera allí porque... no quisiera que estuviera leproso... Dice que quiere
ver al Profeta que ha hablado en el Templo».
Jesús, que hasta ese momento había estado callado, dice: «Vamos primero adonde
éste. Di a los otros que vengan, si quieren. Hablaré aquí, en el olivar, con ellos». Y se
dirige hacia el punto indicado por el hombre.
«¿Y nosotros? ¿Qué hacemos?» pregunta Pedro.
«Venid, si queréis».
2 Un hombre todo cubierto y embozado está apoyado en el pequeño, rústico muro
que sostiene un escalón del terreno, el más cercano al límite de la propiedad. Debe haber
subido hasta allí por un senderillo que sigue el curso del torrente y conduce a ese lugar.
Cuando ve a Jesús venir hacia él, grita: «¡Atrás, atras! ¡Pero ten piedad!». Y descubre
su torso dejando caer el vestido. Si el rostro aparece cubierto de costras, el tronco es un
recamado de llagas: unas ya convertidas en agujeros profundos, otras simplemente como

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María Valtorta
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rojas quemaduras, otras blanquecinas y brillantes como si tuvieran encima un cristalito
blanco.
«¡Estás leproso! ¿Qué quieres de mí?».
«¡No me maldigas! ¡No me apedrees! Me han dicho que anteayer tarde te has
manifestado como Voz de Dios y Portador de la Gracia. Me han dicho que has asegurado
que alzando tu signo sanas todo mal. Alzalo sobre mí. Vengo de los sepulcros... Allí... Me
he arrastrado como una serpiente entre los arbustos del torrente para llegar hasta aquí
sin ser visto. He esperado a que anocheciera para hacerlo, porque en la penumbra se me
identificaba menos. He osado... he encontrado a éste, de la casa, que es rico en bondad.
No me ha matado. Sólo me ha dicho: "Espera apoyado en el muro". Ten Tú también
piedad». Y dado que Jesús se acerca –El solo, porque los seis discípulos y el propietario
del lugar, con los dos desconocidos, se han quedado lejos y muestran claramente
repulsa– insiste: «¡No más adelante! ¡No más! ¡Estoy infectado!». Pero Jesús prosigue.
Le mira con tanta piedad, que el hombre se echa a llorar y se arrodilla hasta casi tocar
con el rostro en el suelo y gime: «¡Tu signo! ¡Tu signo!».
«Será alzado en su hora. Pero a ti te digo: "Levántate. Queda curado. Lo quiero. Y tú
séme signo en esta ciudad que debe conocerme. ¡Levántate, digo! ¡Y no peques, en
reconocimiento hacia Dios!"».
El hombre se levanta lentamente. Parece surgir de las hierbas altas y florecidas como
de un sudario... y está curado. Se mira con los últimos restos de luz. Está curado. Grita:
«¡Estoy limpio! ¡Oh!, ¿qué debo hacer ahora por ti?».
«Obedecer a la Ley. Vete al sacerdote. Sé bueno en el futuro. Ve».
El hombre hace amago de echarse a los pies de Jesús, pero se acuerda de que todavía
es impuro, según la Ley278, y se contiene. Eso sí, se besa las manos y manda el beso a
Jesús, y llora de alegría.
3 Los otros se han quedado de piedra. Jesús vuelve la espalda al hombre que ha sido
curado y, sonriendo, los hace volver en sí: «Amigos, no era más que una lepra de la
carne, veréis caer la lepra de los corazones. ¿Sois vosotros los que me buscáis?» dice a los
dos desconocidos. «Aquí estoy. ¿Quiénes sois?».
«Te hemos oído la otra tarde... en el Templo. Te hemos buscado por la ciudad. Uno
que dice ser pariente tuyo nos ha informado de que estabas aquí».
«¿Por qué me buscáis?».
«Para seguirte, si nos aceptas, porque Tú tienes palabras de verdad».
«¿Seguirme? ¿Pero sabéis hacia dónde voy?».
«No, Maestro, pero ciertamente a la gloria».
278 Cfr. Lev. 13 y 14 en todo lo que se refiere al leproso y su curación.

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«Sí. Pero a una gloria no de la tierra. A una gloria que tiene su sede en el Cielo y que
se conquista con virtud y sacrificio. ¿Por qué queréis seguirme?» vuelve a preguntar.
«Para tener parte en tu gloria».
«¿Según el Cielo?».
«Sí, según el Cielo».
«No todos pueden llegar. Porque Satanás insidia, más que a los demás, a los que
desean el Cielo, y sólo quien sabe fuertemente querer resiste. ¿Por qué seguirme, si
seguirme a mí quiere decir lucha continua con el enemigo que está en nosotros, con el
mundo enemigo, y con el Enemigo, que es Satanás?».
«Porque así lo quiere nuestro espíritu, que ha quedado conquistado por ti. Eres santo
y poderoso. Queremos ser tus amigos».
«!!!Amigos!!!».... Jesús se calla y suspira. Después mira fijamente a quien ha estado
hablando, que ahora ha echado hacia atrás el manto que cubría su cabeza. Es Judas de
Keriot. «¿Quién eres, tú que hablas mejor que un hombre del pueblo?».
«Judas soy, de Simón. De Keriot soy. Pero soy del Templo... o... estoy en el Templo.
Espero al Rey de los judíos y sueño con El. Te he sentido Rey en la palabra. Rey te he
visto en el gesto. Tómame contigo».
«¿Tomarte? ¿Ahora? ¿En seguida? No».
«¿Por qué, Maestro?».
«Porque es mejor sopesarse a sí mismo antes de tomar caminos muy escarpados».
«¿No crees en mi sinceridad?».
«Lo has dicho. Creo en tu impulso. Pero no creo en tu constancia. Piénsalo, Judas. Yo
ahora me iré y volveré para Pentecostés. Si estás en el Templo, me verás. Sopésate a ti
mismo. 4 ¿Y tú quién eres?» le pregunta al segundo desconocido.
«Otro que te vio. Querría estar contigo. Pero ahora me da miedo».
«No. La presunción es perdición. El temor puede ser obstáculo, pero si viene de la
humildad es una ayuda. No temas. También tú piensa, y cuando vuelva...».
«¡Maestro, eres muy santo! Tengo miedo de no ser digno. No de otra cosa. Porque
respecto a mi amor no temo...».
«¿Cómo te llamas?».
«Tomás, llamado Dídimo».
«Recordaré tu nombre. Vete en paz».
Jesús se despide de ellos y se retira a la acogedora casa para cenar.
5 Los seis que están con El quieren saber muchas cosas. «¿Por qué, Maestro, has hecho
diferencia entre los dos?... Porque una diferencia ha habido. Los dos tenían el mismo
impulso...» pregunta Juan.

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«Amigo, un impulso, aun siendo el mismo, puede tener distinto contenido y causar
distinto efecto. Es cierto que los dos tienen el mismo impulso. Pero uno no es igual que
el otro en el fin. Y el que parece el menos perfecto es el más perfecto, porque no lleva el
acicate de la gloria humana. Me ama porque... me ama».
«¡También yo!».
«Y yo también».
«Y yo».
«Y yo».
«Y yo».
«Y yo».
«Lo sé. Os conozco por lo que sois».
«¿Entonces somos perfectos?».
«¡Oh, no! Pero, como Tomás, lo seréis si permanecéis en vuestra voluntad de amor.
¡¿Perfectos?! ¡Oh, amigos!, ¿y quién es perfecto sino Dios?».
«¡Tú lo eres!».
«En verdad os digo que no por mí soy perfecto, si creéis que Yo soy un profeta.
Ningún hombre es perfecto. Pero Yo soy perfecto porque el que os habla es el Verbo del
Padre. Parte de Dios, su Pensamiento que se hace Palabra279, Yo tengo la Perfección en
mí. Y tal me debéis creer, si creéis que Yo soy el Verbo del Padre. Y, no obstante, ¿lo
veis, amigos?, Yo quiero ser llamado el Hijo del hombre, porque me anonado
cargándome todas las miserias del hombre, para llevarlas –mi primer patíbulo– y
anularlas después ("llevarlas", no "tenerlas"). ¡Qué peso, amigos! Pero lo porto con
alegría. Mi alegría es portarlo, porque, siendo el Hijo de la humanidad, haré a la
humanidad hija de Dios. Como el primer día».
Jesús habla dulcemente, sentado ante la sobria mesa, gesticulando serenamente con
las manos sobre la mesa, el rostro un poco inclinado, iluminado de abajo a arriba por la
lamparita de aceite que está colocada encima de la mesa. Sonríe levemente. Es Maestro
ya sólo por su aspecto grandioso, y muy amigo en el trato. Los discípulos le escuchan
atentos.
6 «¿Maestro... por qué tu primo, aun sabiendo dónde habitas, no ha venido?».
279 Dado que Dios no es cuerpo sino espíritu la expresión “Sale de Dios su Pensamiento que se hace Palabra” no puede tener
sentido material sino espiritual, si bien se expresa de una manera popular y no con el rigor científico. “Sale de Dios” en el
contexto, significa por lo tanto que sale del Padre, y se dice que el verbo sale del Padre, porque la Palabra es engendrada, por quien
la piensa y sale y procede de quien la piensa y la profiere. Por eso forma parte de quien la piensa y la profiere; es un modo sensible
y adaptado al común de la gente expresar una realidad espiritual y divina: la consustancialidad del Hijo con el Padre es el orígen
del Hijo al salir del Padre, como Palabra del Pensamiento, como Verbo de quien la pronuncia. Tales modos de pensar, aunque
científicamente no exactos, sí lo son para la gente común y hasta se encuentran en la Liturgia; el llamado Símbolo Atanasiano dice
que, así como el alma y el cuerpo constituyen al hombre, así Dios y el Hombre constituyen al Cristo.

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«¡Pedro mío!... Tú serás una de mis piedras, la primera. Pero no todas las piedras son
fáciles de usar. ¿Has visto los mármoles del palacio pretorio?: arrancados fatigosamente
del seno montano, ahora son parte del Pretorio. Mira por el contrario esos cantos que
resplandecen allí, bajo el rayo de luna, entre las aguas del Cedrón. Procedentes de
aquéllos, ahora están en el lecho del torrente, y si uno los quiere, ¿ves?, en seguida se
dejan coger. Mi primo es como las primeras piedras de que hablo... El seno del monte,
que es la familia, me lo disputa».
«Yo quiero ser en todo como los cantos del torrente. Por ti estoy dispuesto a dejarlo
todo: casa, esposa, pesca, hermanos. Todo, Rabí, por ti».
«Lo sé, Pedro. Por esto te amo. Pero también Judas vendrá».
«¿Quién? ¿Judas de Keriot? Por mí que no venga. Es un señorito, pero... prefiero...
me prefiero incluso a mí mismo...». Todos se echan a reír de la salida de Pedro. «¿A qué
viene esa risa? Quiero decir que prefiero un galileo genuino, tosco, pescador, pero sin
fraude, a... a los de ciudad que... no sé... Bueno, el Maestro entiende lo que quiero decir».
«Sí, entiendo, pero no juzgues. Tenemos necesidad los unos de los otros en la tierra, y
los buenos están mezclados con los malvados como las flores en el campo. La cicuta está
al lado de la salutífera malva».
7 «Yo quisiera preguntar una cosa...».
«¿Qué, Andrés?».
«Juan me ha hablado del milagro hecho en Caná... Teníamos gran esperanza de que
hicieras uno en Cafarnaúm... y has dicho que no hacías un milagro sin haber cumplido
antes la Ley. ¿Por qué, entonces, en Caná? Y, ¿por qué aquí y no en tu tierra?».
«Toda obediencia a la Ley es unión con Dios y por tanto aumento de nuestra
capacidad. El milagro es la prueba de la unión con Dios, de la presencia benévola y
complaciente de Dios. Por ello he querido cumplir con mi deber de israelita antes de
comenzar la serie de prodigios».
«Pero la Ley no te obligaba a ti».
«¿Por qué? Como Hijo de Dios, no; como hijo de la Ley, sí. Israel, por ahora, sólo me
conoce como esto segundo... Incluso más adelante casi todo Israel me conocerá sólo así,
más aún, como menos todavía. Pero no quiero escandalizar a Israel y obedezco a la
Ley».
«Eres santo».
«La santidad no dispensa de la obediencia. Más aún, la perfecciona. Además de todo,
hay que dar ejemplo. ¿Qué dirías de un padre, de un hermano mayor, de un maestro, de
un sacerdote que no dieran buen ejemplo?».
«¿Y Caná entonces?».

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«Caná era el gozo de mi Madre que había que llevar a cabo. Caná es el anticipo que se
debe a mi Madre. Ella es la Anticipadora de la Gracia. Aquí honro a la Ciudad Santa,
haciendo de ella, públicamente, la iniciadora de mi poder de Mesías. Allí, en Caná, sin
embargo, honraba a la Santa de Dios, a la Toda Santa. Por Ella el mundo me tiene. Es
justo que para Ella sea mi primer prodigio en el mundo».
8 Llaman a la puerta. Es Tomás nuevamente. Entra y se echa a los pies de Jesús.
«Maestro... no puedo esperar a tu retorno. Permíteme quedarme contigo. Estoy lleno de
defectos, pero tengo este amor, solo, grande, verdadero, mi tesoro. Es tuyo, es para ti.
Déjame, Maestro...».
Jesús le pone la mano sobre la cabeza. «Quédate, Dídimo. Sígueme. Bienaventurados
los que tienen voluntad sincera y tenaz. Benditos vosotros. Me sois más que parientes,
porque me sois hijos y hermanos, no según la sangre, que muere, sino según la voluntad
de Dios y vuestra voluntad espiritual. Y Yo digo que no tengo pariente más cercano que
quien hace la voluntad del Padre mío, y vosotros la hacéis, porque queréis el bien».
La visión termina así. Son las 4 de la tarde y ya descienden sobre mí las sombras de un sopor que
siento que será violento, lógica consecuencia de la penosa hora de ayer...

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