Confesión
¿en el confesionario?
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Resulta frecuente
durante el tiempo de Cuaresma que se pongan de acuerdo varios sacerdotes para
llevar a cabo tandas de confesiones de manera que, reuniéndose varios en una
iglesia, se anime a los fieles a confesarse un día determinado aclarando que se
administrará este Sacramento a todos los que se acerquen. Lo cual resulta
bastante positivo sobre todo para quienes se supone que nunca encuentran tiempo
para confesarse.
Cuando este año hicimos lo propio en uno de tantos templos, llamó nuestra
atención un fenómeno que podría parecer curioso, pero que tiene fácil
explicación: El sacerdote que tuvo más éxito, es decir, mayor número de gente,
fue el que estaba administrando el sacramento en el confesionario que tiene
paredes normales, y una rejilla que impide ver a quien se está confesando.
En los documentos de ACEPRENSA me encontré una síntesis de un artículo
publicado por el teólogo y psiquiatra Juan Bautista Torelló donde hace una
defensa de ese mueble que en los últimos años ha ido desapareciendo de algunas
iglesias: el confesionario. Supongo que puede resultar extravagante, atreverse
en estos tiempos -cuando los pecados se presumen por televisión- a defender la
existencia de aquel utensilio concebido no para hacer más cómoda una
habitación, sino para convertirse él mismo en la casa de los que habían perdido
el hogar divino-paterno.
Es razonable que la experiencia pastoral haya sugerido la creación de un
ambiente específico, diseñado para proteger tanto la dignidad del acto
sacramental, como la libertad y la buena fama del sacerdote y del penitente.
Porque lo que aquí está en juego es lo más íntimo y personalísimo en la vida de
un cristiano: la culpa y el arrepentimiento que, a fin de cuentas, sólo
interesan a Dios: “Contra ti solo he pecado”.
Todo ello sin perder de vista lo que hace pocos días se leía en el Evangelio de
la Misa cuando Jesús estaba rodeado exclusivamente de sus Apóstoles: “Dicho
esto sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les
perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son
retenidos” (S. Juan. 20. 22-23). Esto resulta patente cada vez que el confesor,
haciendo las veces de Cristo, pronuncia las palabras de la absolución en
primera persona: “Yo te absuelvo de tus pecados”. Pero en fin, volvamos al tema
del confesionario.
La confesión como Sacramento y como juicio explica la acusación verbal de los
pecados, y las palabras de la absolución, que son directamente perceptibles.
Sin embargo, ello no exige que sean visibles ni el sacerdote, ni el penitente
entre si. Un confesionario construido de ese modo que, según las leyes
vigentes, debe hallarse en todas las iglesias y oratorios, en un lugar abierto
y accesible a todos. (Código de Derecho Canónico, canon: 964).
Resulta curioso, por otro lado, comprobar que incluso Freud excluyó el “cara a
cara” en sus prácticas de psicoanálisis, con el fin de favorecer la libertad y
la espontaneidad del paciente. Ningún confesor, ningún obispo, y ni siquiera el
Papa puede obligar al penitente que se identifique, como condición para
absolverle. Por otra parte, el sacerdote también tiene el mismo derecho a
escoger el lugar de la administración de la confesión. Y en muchos casos puede
decidir él oír la confesión sólo en el confesionario, concretamente cuando esté
convencido de que debe defender la dignidad del sacramento, el bien espiritual
del penitente, y el suyo propio.
La confesión cara a cara trae consigo el peligro de comprometer emocional y
afectivamente a las personas, lo cual puede enturbiar y debilitar la seriedad y
el carácter sobrenatural de algo que en si, es sagrado. Es necesario reconocer
que la pared divisoria y la rejilla fija dificultan la mirada, protegen el
pudor y garantizan una prudente distancia entre el confesor y el penitente,
mientras que la confesión a cara descubierta levanta toda protección y hace más
difícil, en muchos sentidos, el descubrir lo más íntimo de la historia
personal.
Pienso que es válido por lo tanto, hacer esta apología del confesionario, pues
la experiencia demuestra que cuando hay un sacerdote en el confesionario, los
fieles suelen acudir más al Sacramento de la Reconciliación.
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