viernes, 3 de abril de 2020

Lamentos, peticiones, coloquio con Jesús.



2-21
Mayo 9, 1899
 Lamentos, peticiones, coloquio con Jesús.



(1) Esta mañana me encontraba en un mar de aflicción por la pérdida de Jesús. Después de mucho esperar ha venido, y se estrechaba tanto a mí, que no podía ni siquiera verlo, llegaba a poner su frente sobre la mía, apoyaba su rostro sobre el mío y así todos los demás miembros. Ahora, mientras Jesús estaba en esta posición le he dicho: “Mi adorable Jesús, ¿ya no me quieres?”

(2) Y Él: “Si no te amara no me estaría tan cerca de ti”.

(3) Y yo he vuelto a decirle: “¿Cómo me dices que me amas si no me haces más sufrir como antes? Temo que no me quieras más en este estado, al menos libérame entonces del fastidio del confesor”.

(4) Mientras esto decía, parecía que Jesús no hacía caso a mis palabras y me hacía ver una multitud de gente que cometía toda clase de infamias, y Jesús indignado con ellos, hacía caer entre ellos diferentes clases de enfermedades contagiosas, y muchos morían negros como carbones, parecía que Jesús exterminaba de la faz de la tierra a aquella multitud de gente. Mientras esto veía, le pedí a Jesús que vertiera en mí sus amarguras a fin de que pudiera yo librar a la gente, pero ni siquiera en esto me hacía caso; y respondiéndome a las palabras que antes le había dicho ha agregado:

(5) “El más grande castigo que puedo darte a ti, al sacerdote y al pueblo, es si te liberase de este estado de sufrimientos. Mi Justicia se desahogaría con todo su furor, porque no encontraría más alguna oposición. Tan es verdad, que el peor mal para alguien es ser puesto en un oficio y después ser depuesto, mejor para él si no se le hubiera encargado aquel oficio, porque abusando y no aprovechando se vuelve indigno”.

(6) Después Jesús ha seguido viniendo varias veces el día de hoy, pero tan afligido que daba piedad y hasta hacía llorar, tal vez hasta las mismas piedras. Por cuanto pude busqué consolarlo, ahora lo abrazaba, ahora le sostenía la cabeza tan sufriente, ahora le decía: “Corazón de mi corazón, Jesús, nunca ha sido tu costumbre aparecerte a mí tan afligido, si otras veces te has hecho ver afligido, con verter en mí tus amarguras pronto has cambiado aspecto, pero ahora me es negado darte este alivio. ¿Quién lo diría, que después de tanto tiempo que te has dignado derramar tus amarguras en mí y hacerme partícipe de tus sufrimientos, y que Tú mismo has hecho tanto para disponerme, ahora deba quedar privada? El sufrir por tu amor era mi único alivio, era el sufrir lo que me hacía soportar el exilio del Cielo, pero ahora, faltándome esto siento que no tengo ya donde apoyarme y la vida me da fastidio. ¡Ah! Esposo santo, amado Bien, amada Vida mía, haz que vuelvan a mí las penas, dame el sufrir, no mires mi indignidad y mis graves pecados, sino tu gran Misericordia que no está agotada”.

(7) Mientras me desahogaba con Jesús, Él, acercándose más a mí me ha dicho:

(8) “Hija mía, es mi Justicia que quiere desahogarse sobre las criaturas; el número de pecados de los hombres está casi completo, y la Justicia quiere salir fuera para hacer gala de su furor y repararse de las injusticias de los hombres. Bueno, para hacerte ver como estoy amargado y para contentarte un poco, quiero verter en ti sólo mi aliento”.

(9) Y así, acercando sus labios a los míos me enviaba su respiro, que era tan amargo que me sentía amargar la boca, el corazón y toda mi persona. Si su solo aliento era tan amargo, ¿qué será del resto de Jesús? Me dejó tanta pena, que me sentí traspasar el corazón.

+  +  +  +

No hay comentarios:

Publicar un comentario