sábado, 14 de julio de 2012

CATÓLICOS DE CRISTIANOS EN GENERAL

Hoy Jesús dice esto:
«Una de las desviaciones de vuestro pensamiento de católicos, de cristianos en general,
consiste en esto: vosotros confundís la ofrenda con el altar. Vosotros creéis que la ofrenda es más
grande que el altar. Y esto les sucede también a los que entre vosotros son buenos hijos del Señor.
Os hablo de esto para corregiros.
Amo mucho vuestras ofrendas de plegarias y de sacrificios y sólo cuando estéis en el Paraíso,
veréis cómo las usé y cuánto bien hice con ellas.
Me ofrecéis vuestras pobres cosas siempre impregnadas de vuestra condición humana,
siempre manchadas de imperfecciones. Nada tenéis, algo más bello, que ofrecerme. Aun el mejor de
los hombres, mientras sea hombre, estará sujeto siempre a ser imperfecto. Cuando estéis aquí,
conmigo, ya no seréis tales.
A mis ojos vuestras acciones son imperfectas siempre. Mas Yo noto vuestro esfuerzo y el
afecto, la rectitud, con que las ofrecéis. Y no las desdeño. Al contrario, las acojo con amor y las
santifico, las purifico con mi contacto y, una vez que las he hecho santas y puras, las uso para el
bien del mundo y para vuestro bien.
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¡Oh! Yo soy un banquero honesto y bueno. No dejo estancados vuestros ahorros. No los uso
para Mí o para otros, privándoos de los provechos. Por el contrario, los atesoro para vosotros y, aun
gastando vuestras monedas para las necesidades del mundo, acumulo con amor el fruto de las
mismas para que lo encontréis en la hora de la muerte y sea vuestra dote para entrar en mi Reino.
Pues bien, vosotros me dais vuestras pobres cosas siempre imperfectas pero muy amadas por
Mí. Me las dais a Mí, porque todas las obras buenas que hacéis al prójimo y para el prójimo vuestro,
me las hacéis a Mí. Así lo he dicho 1. Y dar al prójimo significa tanto dar el pan, el agua, la
hospitalidad, el vestido, el consuelo, la enseñanza, el ejemplo, como dar por él la vida,
ofreciéndomela por la salvación de uno o de muchos y por el triunfo del bien, de mi bien, en el
mundo.
Mas, me deis lo que me deis, pensad siempre que no es por ello que obtenéis lo que pedís. Lo
obtenéis por vuestro Dios. Yo soy quien os hace la gracia; Yo, que soy el altar, porque el altar
representa el trono de Dios. Yo soy quien santifica la ofrenda; no es la ofrenda la que me santifica.
Yo soy quien quiere y puede; no sois vosotros los que queréis y podéis.
Por eso, cuando decís en el Pater: “Fiat voluntas tua”, tenéis que pensar que también en
vuestras peticiones debéis aceptar mi voluntad de escucharos y de concederos lo que pedís. Y no
tenéis que decir: “Visto que he dado, debo recibir”. Habéis dado y la fe que tenéis en Mí, esta
confianza en Mí, que son tan grandes que os parece imposible que Yo no intervenga para
satisfaceros, es para Mí más dulce que una caricia filial. Mas, si por un motivo que no podéis
entender, Yo no concedo, tenéis que darme un beso, forma de amor más profunda que la caricia, en
lugar de ésta; tenéis que darme el beso de vuestra inmediata, risueña, humilde, santa obediencia y
resignación a mi voluntad.
El altar es mucho más que la ofrenda que está sobre él y lo que habla es el altar. Por lo tanto,
no confundáis la cosa con Aquello a lo que se da la cosa.
No quiero llamaros fariseos, porque en esta leve culpa incurrís justo vosotros, los que sois más
generosos, los más deseosos de amarme con corazón honesto. En el obrar de los fariseos hay
multiformes errores; en vuestra conducta hacia Dios, está solamente éste. Mas,
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1 Mateo 25, 31-46.
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puesto que os he dicho: “Sed perfectos” 2, quitaos del corazón también este error.
Una vez que hayáis depositado en el altar vuestro don, una vez que me hayáis dado a Mí,
vuestro Dios, vuestras ofrendas, dejad que el altar las eleve, dejad que Dios las consagre. Acordaos
de cuando Yo hacía descender el fuego divino sobre las pobres ofrendas para que se consumieran en
un sacrificio de grato aroma 3. Ningún sacerdote, ningún fuego es más que Yo, que tomo vuestro
don y lo consagro y lo consumo y lo uso para lo que me parece útil, aun cuando a vosotros no os lo
parece; ningún don es más bello que el que se da no sólo como forma, sino también con el
pensamiento; ninguno es más bello que el don que se da y que, una vez que se ha dado, no es
recordado con altanería a El que lo ha recibido. Me basta mi inteligencia para acordarme de
vosotros. Me basta vuestra sonrisa, vuestro llamado: “¡Jesús!”, vuestro decirme: “¡Padre!”, me basta
eso, para tener presente vuestra ofrenda, como si vuestro ángel la elevara a la altura de mi mirada.
¡Coraje, hijos míos!, el mundo es feroz. Pero eso pasa y no vuelve. Yo permanezco con mi
bondad y, conmigo, permanece mi mundo paradisiaco, donde se os espera para que olvidéis, en el
gozo eterno, todos los horrores de la Tierra».

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