sábado, 14 de julio de 2012

JUAN EL EVANGELISTA

Dice Juan:
«Soy yo. No me temas tampoco a mí. Yo soy caridad. La he predicado tanto, la he absorbido
tanto y, por eso, estoy tan fundido en Ella, que soy caridad que habla.
¡Oh, pequeña hermana!, nosotros podemos decirlo: “Nuestras manos tocaron la Palabra de
vida porque la Vida se manifestó y nosotros la vimos y damos testimonio” 1.
Nosotros podemos decirlo; nosotros, los que repetimos las palabras que en su bondad, que
supera toda otra bondad, nos dice nuestro amor Jesucristo y nos conduce por senderos florecidos, en
los que cada flor es una verdad y una bienaventuranza celestial.
Nosotros podemos decirlo; nosotros, los que estamos saturados, como una colmena fecunda,
de la dulzura que fluye de los labios divinos, de esos labios santísimos que, tras haber partido el pan
de la doctrina para las turbas de Galilea, de toda Palestina, supieron consagrar el Pan para
convertirlo en Carne divina y partirse a Sí mismo para nutrir el espíritu del hombre. Son esos labios
infinitamente inocentes que viste sangrar, contraerse, hacerse rígidos en la Pasión y en la Muerte
que sufrió por nosotros 2.
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1 1 Juan 1, 1-3.
2 Se refiere a las visiones del 11 y del 18 de febrero.
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Nosotros podemos decirlo: “Éste es el mensaje que hemos recibido de Él y que os
anunciamos: Dios es Luz y en Él no hay tiniebla alguna” 3. Su luz está en nosotros porque su
Palabra es Luz. Vivimos en la Luz y oímos su celestial armonía.
Ven, pequeña hermana. Quiero hacerte oír la armonía de las esferas celestes, la armonía de la
luz, pues el Paraíso es Luz. La luz desborda y se expande desde el Esplendor Trino e inunda de Sí
todo el Paraíso. Vivimos en la Luz y de la Luz. Ella es nuestro gozo, nuestro alimento, nuestra voz.
Canta el Paraíso con palabras de luz. Es la luz, son los destellos de la luz, los que provocan
estos acordes solemnes, potentes, suaves, que encierran gorjeos de niños, suspiros de vírgenes,
besos de amantes, hosannas de adultos, gloria de serafines. No son cantos como los de la pobre
Tierra, en los que hasta las cosas más espirituales tienen que revestirse de formas humanas. Aquí es
la armonía de destellos lo que produce el sonido. Es un arpegio de notas luminosas que sube y baja
con variante centelleo, y es eterno y siempre nuevo, porque en este eterno Presente nada adquiere la
pesadez de lo viejo.
Escucha esta indescriptible armonía y sé feliz. Une a ella tu estremecimiento de amor. Es lo
único que puedes unirle sin profanar el Cielo. Aún eres un ser humano, hermana, y aquí la
humanidad no puede entrar. Pero puede entrar el amor. El amor te precede. Precede tu espíritu.
Canta con él. Cualquier otro canto sería como el zumbido de un insecto en el gran coro celestial. El
amor es ya un suspiro armónico en el dulce canto.
Que la paz de nuestro amor Jesús sea contigo».
Padre, no puedo describir la luminosidad canora que veo y oigo. Estoy embriagada por esta
belleza, por esta dulzura.
Si, por acaso, una rosa inmensa, ilimitada, hecha de una luz tal que la de todos los astros y
planetas es apenas como una chispa del hogar, moviera al viento del amor sus pétalos y produjera
sonidos, sería algo que podría asemejar a lo que oigo y veo y que es el Paraíso sumergido en la luz
dorada de la Santísima Trinidad con sus habitantes, hechos de luz adamantina.
Basta, basta. Debo callar porque la palabra humana es una blasfemia cuando intenta describir
la eterna Belleza de Dios y de su Reino.
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3 1 Juan 1, 5

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