sábado, 14 de julio de 2012

LA MUERTE

19 de marzo
Juan 21, 19.
Dice Jesús:
«He aquí otra breve enseñanza para los que casi han llegado a la meta, pero tienen necesidad
de cumplir los últimos esfuerzos para alcanzar victoriosamente la conclusión de la prueba.
He dicho: “Sed perfectos” 1. La perfección comienza a partir de las cosas más gravosas y se
cumple con las más ligeras. Comienza dominando la carne, comienza enmendando el pensamiento
de esas ideas que no constituyen pecado, pero que encierran la tara de una injusticia mental que no
le agrada a Dios; una tara que despierta la piedad
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1 Mateo 5, 48, como ya se ha aclarado en el dictado precedente.
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de Dios, que es misericordioso, pero que no le agrada. Entonces, ¿por qué queréis venir a Mí no
con las ropas envilecidas por las manchas pero, de todos modos, con un ropaje que no es fresco e
intacto como el de la azucena, que se quita el polvo con el rocío matutino?
Yo soy vuestro rocío y me derramo para quitaros aun los más leves ofuscamientos de vuestra
índole humana y de error, y para engalanaros con mi Gracia para convertiros en las joyas del trono
del Padre. Os di mi Amor y mi Sangre. Os di mi Palabra y mi Cuerpo. Mas quiero daros aún más
que la Palabra. Quiero daros mi Pensamiento.
¿Qué es el pensamiento? Es el alma de la palabra. Cuando dos seres se aman, no se contentan
con decirse las palabras necesarias, sino que se comunican también los pensamientos íntimos. ¡Oh,
qué júbilo poder confiar a quien nos ama lo que, como una chispa, una música, un latido, bulle en
nuestra mente, este fervor que nos diferencia de los brutos, cuyos impulsos mentales se limitan a las
necesidades rudimentales de la vida!
El hombre piensa y su pensamiento engendra obras de arte, de talento, de belleza. El hombre
piensa y su pensamiento es como un íntimo amigo, que colma con su compañía aun la soledad del
ermitaño. El pensamiento del hombre, por su índole espiritual, se mueve libremente por todo el
universo. Se sume en la memoria de las edades lejanas; se sumerge en la previsión de los tiempos
futuros; estudia, contempla y medita las admirables obras de Dios en la Creación; reflexiona sobre
los misterios humanos, pues cada hombre es un misterio encerrado en un ropaje mortal; un misterio
que es luminoso o sombrío, según sea su ánimo santo o satánico; un misterio que sólo Dios conoce,
porque Él nada ignora. Y el pensamiento del hombre, de la contemplación de las cosas y los
hombres, asciende a la contemplación de Dios. Como águila veloz que se lanza cual saeta del valle
a las cimas y de éstas asciende aún más para volar libremente en el cielo, para subir hacia el sol,
para buscar las estrellas, así el pensamiento humano puede subir, volar libremente, sumergirse en la
pureza radiosa de Dios, tras haber meditado sobre la capacidad humana; ascender a la inmensidad
divina tras haber reflexionado sobre la relatividad humana; meditar sobre la eternidad divina tras
haber contemplado la labilidad humana; ascender a la Perfección tras haber observado, exento de la
soberbia que enceguece, la humana imperfección.
Pues bien, ¡cuán dulce es comunicar a quien se ama este pensa-
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miento nuestro! ¡Cuán dulce es ofrecer a los seres más queridos las luces de este pensamiento
como si fueran gemas! Es el amor del amor, o sea, el amor más puro, el elegido por sobre los
demás.
Quiero daros mi Pensamiento. Quiero haceros comprender el Pensamiento oculto en la
Palabra. Es como si os cogiera y os introdujera en mi Mente y os hiciera conocer los tesoros que
ella encierra, para haceros cada vez más semejantes a Mí y, por lo tanto, más gratos al Padre mío y
vuestro.
En el Evangelio de Juan, que es el perfecto poseedor del Pensamiento del Verbo de Dios
hecho Carne, del pensamiento de su Jesús, su Maestro y Amigo, está escrita esta frase: “Entonces
dijo esto para denotar con qué muerte rendiría gloria a Dios” 2.
Dice: “con qué muerte rendiría gloria a Dios”. ¡Oh, hijos! Todas las muertes denotan la gloria
rendida a Dios, si se las acepta y se las padece con santidad. Que esté lejos de vosotros la santa
envidia de ésta o aquella muerte. Que esté lejos el juicio humano sobre el valor de ésta o aquella
muerte. La muerte es el cumplimiento de una voluntad de Dios. Aunque la ejecute un hombre feroz,
que se erige en árbitro del destino ajeno y que, por su adhesión a Satanás, se convierte en
instrumento del mismo para atormentar a sus semejantes y asesinarles, aunque sea maldecido por
Mí, la muerte siempre significa la extrema obediencia a Dios, que ordenó la muerte del hombre
debido a su pecado 3.
Conocéis tantas indulgencias y existen almas pequeñas (pequeñas no en cuanto a lo menudas,
sino en cuanto a lo mezquinas) que practican una religión estrecha, fajada por las formalidades
como una momia en las tinieblas del hipogeo y que, por eso, hacen la suma diaria de los días de
indulgencia que obtienen con ésta y aquella plegaria. Es verdad que las indulgencias existen para
que las gocéis en la vida futura. Mas, iluminaos, poned alas a vuestra alma y a vuestra religión, que
son cosas celestes. No hagáis de ellas esclavas encerradas en una oscura prisión. ¡Dadles luz y más
luz, alas y más alas! ¡Elevaos! ¡Amad! Rezad para amar, sed buenos para amar, vivid para amar.
Las dos mayores indulgencias son plenarias y vienen de Dios, de Mí, que soy el Pontífice
eterno. Una es la del Amor, que cubre la to-
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2 Juan 12, 33.
3 Génesis 3, 17-19.
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talidad de los pecados, los destruye en su fuego. El que ama con todas sus fuerzas consume de
instante en instante sus humanas imperfecciones; el que ama no comete sino imperfecciones. La
segunda indulgencia plenaria concedida por Dios, es la de una muerte resignada, una muerte
deseosa de cumplir la extrema obediencia a Dios, cualquiera que sea el tipo de muerte.
La muerte siempre es un calvario, grande o pequeño, pero siempre es un calvario. Además, la
muerte siempre es “grande”, aunque aparentemente nada la haga aparecer así, porque Dios la
adecúa a las fuerzas de cada uno (de cada uno de mis hijos, no de los hijos de Satanás), a las fuerzas
que Dios aumenta en la medida de la muerte a la que está destinada su criatura. Y también es grande
porque, si se cumple santamente, asume la grandeza de lo que es santo. Por lo tanto, toda muerte
santa es gloria que se rinde a Dios.
¡Qué bello es ver la rosa que se abre, erguida sobre su tallo! Hela ahí: está encerrada como un
rubí en su engarce de esmeralda, pero separa las láminas de dicho engarce y, como los labios que se
ensanchan en la sonrisa, abre los pétalos purpúreos. Con su sonrisa de seda responde al beso del sol.
Se abre. Es una aureola de terciopelo vivo en torno al oro de los pistilos. Con su color y su perfume,
canta la gloria de El que la creó y luego, de noche, se inclina cansada y muere exhalando un
perfume aún más penetrante, que es su extrema alabanza al Señor.
¡Qué bello es oír en los bosques, al caer la tarde, el coro de las avecillas que, antes de ir a
descansar, cantan con todos los trinos de su garganta, una oración de loas al Señor, que los ha
nutrido! Parece que el coro se atenúa, pero siempre hay una de ellas, la más enamorada, que lanza
un nuevo gorjeo e incita a las demás a seguirla, porque el sol aún no se ha puesto y la luz es algo tan
bello que hay que saludarla para que las ame y vuelva por la mañana; porque el buen Dios permite
que aún se vea un grano caído en la tierra, un mosquito extraviado, un mechón de lana que llevar a
los pequeñuelos o que dar a su diminuto buche que el buen Señor sacia. Y el coro prosigue hasta
que la luz muere y entonces, las avecillas, con gratitud, se recogen sobre la rama como diminutos
ovillos de tibieza y dejan oír aún, bajo el plumaje, un pío pío que dice: “¡Gracias, oh Creador!”.
La muerte del justo es como la de la rosa, es como el sueño del pajarillo: es dulce, bella, grata
al Señor. Ya sea en la arena de un circo o en la oscuridad de la prisión, entre los afectos familiares o
en la sole-
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dad de quien no tiene a nadie, rápida o prolongada en medio de tormentos, la muerte es siempre,
siempre, siempre, gloria rendida a Dios.
Aceptadla en paz. Deseadla en paz. Cumplidla en paz. Que mi paz esté en vosotros también en
esta prueba, en este deseo, en esta consumación. Que desde ahora y para este paso extremo, mi paz
eterna esté ya en vosotros.
Pensad que para Mí no es diferente la muerte cruenta de Ágata de la de Liduina, ni la muerte
de Teresa Martín de la de Domingo de Guzmán, ni la de Tomás Moro de la de Contardo Ferrini 4.
Ya he dicho que el que cumple la voluntad de mi Padre es bienaventurado. He dicho que es
bienaventurado y que es mi hermano, mi hermana y mi madre 5. Esto he dicho, porque Yo rendí
gloria a mi Padre haciendo su voluntad en la vida y en la muerte. Imitad, pues, a vuestro Maestro y
Yo os llamaré: “Hermanos míos, hermanas mías”».
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4 Se trata de: S. Ágata, que vivió en el tercer siglo y murió martirizada; S. Liduina (1380-
1433), que murió por enfermedad; S. Teresa del Niño Jesús (1873-1897), que murió de consunción
en la clausura; S. Domingo (1175 - 1221), fundador de los frailes predicadores, que murió agotado
por las fatigas de sus viajes; S. Tomás Moro (1118-1170), que murió asesinado, y del beato
Contardo Ferrini (1859-1902), que murió de tifus.
5 Mateo 12, 46-50; Marcos 3, 31-35; Lucas 8, 19-21.

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