sábado, 14 de julio de 2012

¿QUE ES LA RELIGION?

16 de marzo
Hebreos 5, 7.8.12.14; 6, 1.4.6.8.
Dice Jesús:
«Quiero que tú y muchos otros consideréis una virtud de la que os ha derivado un gran bien, el
bien más grande, así como de su contrario os ha venido tanto mal, el mal mayor. Ya te he hablado
de ello, mas tu sufrimiento no te ha hecho recordar las palabras. Te las repito porque me urge que
las conozcáis.
Dado que os amaba infinitamente, Yo quise ser vuestro Redentor. Mas no lo fui únicamente
por la Sabiduría, ni por la Potencia ni por la Caridad. Éstas son tres características, tres dotes
divinas, y las tres obraron en la Redención del género humano, pues os instruyeron, os conmovieron
con milagros, os redimieron con el Sacrificio.
Mas Yo era el Hombre. Y, por serlo, debía poseer esa virtud cuya
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pérdida había perdido al hombre, y redimiros con ella. El hombre se había perdido por haber
desobedecido al deseo de Dios. Yo; el Hombre, he debido salvaros obedeciendo al deseo de Dios.
Dice Pablo que Yo, “tras haber ofrecido, en los días de mi vida mortal, plegarias y súplicas
con fuertes gritos y con lágrimas para salvar al hombre de la muerte espiritual, fui escuchado por mi
reverencia”. Y agrega que, habiendo alcanzado la perfección porque había aprendido (o sea, porque
había cumplido por obediencia), me convertí en la causa de salvación eterna para todos los que me
obedecen.
Por lo tanto, Pablo dice - con palabras que el Espíritu hace verdaderas - que Yo, el Hijo de
Dios hecho Hombre, alcancé la perfección por medio de la obediencia y pude ser Redentor gracias a
ella. Yo, el Hijo de Dios, alcancé la perfección con la obediencia. Yo redimí con la obediencia.
Si meditáis profundamente acerca de esta verdad, tenéis que sentir lo que siente el que está
prono sobre una elevada ensenada marina y, desde allí, mira fijamente la profundidad y la
inmensidad del mar y le parece hundirse en ese abismo líquido del que no conoce ni la profundidad
ni los confines.
¡Es la obediencia! Es ese mar ilimitado y abismal en el que me sumergí antes que vosotros
para volver a la Luz a los que habían naufragado en la culpa. Es el mar en el que tendrían que
sumergirse los verdaderos hijos de Dios para ser redentores de sí mismos y de sus hermanos. Es el
mar que no tiene solamente grandes profundidades y grandes olas, sino también playas bajas y
pequeñas olas que parecen bromear con la arena de la orilla, esas olitas que tanto les gustan a los
niños que juegan con ellas.
La obediencia no está hecha solamente de horas excelsas en las que obedecer significa morir
como hice Yo, en las que obedecer significa arrancarse del lado de una Madre como hice Yo, en las
que obedecer significa renunciar a la propia morada como hice Yo, al dejar el Cielo por vosotros.
La obediencia está hecha también de cosas minúsculas de cada hora, que van cumpliéndose sin
refunfuños a medida que se presentan.
¿Qué es el viento? ¿Es siempre un torbellino que inclina la cima de los árboles seculares y la
dobla, la quiebra, la echa al suelo? No, no es sólo eso. También es viento cuando, con mayor
levedad que una caricia materna, peina las hierbas del prado y el trigo en el que bro-
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tan los retoños y los hace ondular apenas, como si la cima de sus verdes tallos se estremeciera
de alegría al ser rozados por la brisa ligera. Las pequeñas cosas son la brisa ligera de la obediencia.
¡Son pequeñas, mas cuánto bien hacen!
Ahora es primavera. ¡Qué dulce sería esta estación, si la sangre no la manchara 1! Las plantas,
que saben amar y obedecer al Creador, están poniéndose su nuevo atavío hecho de esmeraldas y se
engalanan con flores como una novia. Los prados parecen un encaje, un terciopelo bordado de
flores y los bosques muestran su felpa perfumada bajo una bóveda de cimas verdes y sonoras. Mas,
si no existieran los tenues vientos de abril y también las alocadas ráfagas de marzo, ¡cuántas flores
quedarían sin fecundar y cuántos prados sin agua! Por lo tanto, las flores y las hierbas habrían
nacido para morir sin un objeto. El viento empuja las nubes y, de este modo, riega flores e hierbas;
el viento hace que las flores se besen - lleva a las plantas lejanas el beso de otras, igualmente lejanas
- y en su alegre carrera de ramo en ramo, de árbol en árbol, de huerto en huerto, fecunda y hace que
esas flores se conviertan en fruto.
También la menuda obediencia a todas las cosas que Dios os presenta a través de los
acontecimientos del día, hace lo que el viento con las plantas y las hierbas de los prados y huertos.
De vosotros, que sois flores, hace frutos, frutos de vida eterna.
¡Bienaventurados los que, atrapados en el torbellino del Amor y de su amor, cumplen el
sacrificio total de sí mismos; los pequeños redentores que me perpetúan y que llegan a la obediencia
suprema al beber mi mismo cáliz de dolor! Mas, bienaventurados también los que, aun sin tener el
coraje de decirle al torbellino del Amor: “Te amo; heme aquí, tómame”, saben doblarse al viento
leve del Amor, del Amor que sabe graduar las fuerzas del hombre, su hijo, y dar a cada uno esa
presión determinada que es capaz de soportar.
¡Oh, hijos!, os parece que la prueba es muchas veces superior a vuestra fuerza. Y nunca como
ahora os parece que es así. Pero eso os sucede porque os empecináis, porque sois soberbios y
desconfiados. Queréis obrar por vosotros mismos y no os abandonáis a Mí. No soy un verdugo. Soy
El que os ama. Soy un Padre bueno. Y si no puedo anular la Justicia, al menos aumento, para
compensar, la Misericordia. Y la aumento tanto más, cuanto más crece la necesidad de Justi-
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1 Se refiere a la segunda guerra mundial, que por entonces no habia terminado.
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cia debido a la marea de delitos, de blasfemias, de desobediencias a la Ley, que cubre la Tierra.
Naufragáis en esa marea. Naufragáis los inocentes, los casi inocentes, los culpables, los
grandes culpables. Mas, si para estos últimos la profundidad del naufragio estará en las
profundidades de Satanás (y esto ya en vida porque, aunque fingen vivir en paz, están destruidos
por una conciencia que les acosa y no les deja en paz), para las otras dos categorías esa profundidad
estará en mi Misericordia, está en ella para los que son casi inocentes y está en mi Corazón para los
inocentes. Mas, como Misericordia y Corazón ya son Cielo, para éstos, tras los consuelos que no les
niego en la Tierra - como tú sabes -, ya está preparado el Cielo.
También le dije otra cosa a tu espíritu, y tu espíritu no pudo hacérsela escribir a tu carne
agotada; te la repito ahora.
En toda esta enseñanza mía, no hay lección o visión que os haya dado sin seguir un diseño
educativo mío, que no comprendéis o que comprendéis con atraso y de modo parcial. Si meditarais
con la lucidez de la intuición, veríais que las lecciones que os doy por medio de los dictados o las
contemplaciones del portavoz, están relacionadas siempre con hechos que están a punto de
producirse. Lo hago para daros una ayuda sobrenatural. Suponiendo que el mundo no se degrade
total y bestialmente, estas páginas harán mucho bien a las almas también en el futuro, porque
contienen enseñanzas de Ciencia eterna; mas, para vosotros que vivís en esta hora fatal, son también
una guía y un consuelo en las horas que estáis viviendo.
También vosotros, como los primeros cristianos de Pablo, “os habéis hecho algo débiles en
entender... y aún tenéis necesidad, de nuevo, de que os enseñen los primeros rudimentos de la
palabra de Dios, y estáis obligados a alimentaros con leche y no con un alimento sólido”. Os habéis
vuelto niños, pero no lo sois por la inocencia y la ingenuidad, no lo sois por la fe segura, sino por
vuestra incapacidad de caminar en la fe y de comprender sus verdades.
¡Habéis retrocedido tanto! Las palabras de la Justicia son sólo un sonido que resuena en
vuestro oído y, a veces, ni siquiera lo percibís. No es para vosotros alimento de Vida. No puede
serlo, porque no lo asimiláis. Por vuestra culpable indiferencia, por vuestra culpable simpatía hacia
la culpa, vuestro espíritu está atacado de infantilismo y ya no posee ese zumo que lo hace capaz de
convertir en propia nutrición el alimento robusto de los adultos en la fe. O no tenéis reli-
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gión o tenéis una religión que consiste en una coreografía de formalidades y sentimentalismo.
Mas, ¿sabéis qué quiere decir: “Religión”? Quiere decir seguir a Dios y su Ley; no es sólo
cantar bellos himnos, hacer bellas procesiones o bellas funciones religiosas, concurrir a prédicas
elegantes, ser el miembro A o B de una determinada asociación. Todas éstas son cosas que
estimulan vuestro sentimiento, y nada más. Religión quiere decir hacer del hombre-animal el
hombre semidios. A través de la religión es necesario anular la animalidad en sus muy variadas
formas, que van de la carne al pensamiento. ¡Abajo la gula, abajo la lujuria! ¡Fuera la avaricia!
¡Abajo la apatía! ¡Que se mate a la mentira y a la soberbia! Sed castos, caritativos, humildes,
honestos; en fin, sed como Dios quiere y como Yo os he enseñado a ser. Entonces seréis adultos en
la religión, en la fe; seréis hombres verdaderamente formados, que “tenéis aleccionadas vuestras
facultades al discernimiento del bien y el mal por la práctica”.
Por este motivo, dejo de lado las enseñanzas elementales y vengo a instruiros sobre lo más
perfecto, porque quiero llevaros a ese nivel. Seréis pocos: se tratará sólo de los que tienen sed de
Justicia, sed de Verdad, sed de Saber. Mas a éstos, mis bienaventurados, les doy un pan que les
ayuda a gustar cada vez mejor el otro Pan, que soy Yo-Eucaristía. También en mi vida pública hice
preceder el pan de la Palabra al pan del Sacramento 2, pues Aquél siempre debe preparar para Éste.
La Iglesia docente existe para eso, para perpetuar mi ministerio de Maestro y haceros capaces de
extraer del Sacramento el máximo poder vital.
Mas ¡ay de quienes, tras haber sido iluminados, prefieren volver a las tinieblas! ¡Ay de los
que, tras haber saboreado el alimento celestial, prefieren los bocados de Satanás! ¡Ay de los que,
luego que el Espíritu Santo les dio la conciencia de la Verdad, volvieron a ser brutos,
deshonrándose a sí mismos! No es posible que, tras haber precipitado, vuelvan por penitencia. Pues,
si es verdad que Yo concedo abundantemente mi perdón a la debilidad del hombre, soy inexorable
con quien quiere permanecer en el Mal, tras haber elegido el Mal, espontáneamente, como propio
rey.
Y vosotros, a quienes hago gustar la dulzura de la palabra de Dios, que se difunde nuevamente
para hacer frente a la excesiva mu-
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2 Lucas 24, 27-31.
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dez sacerdotal, a la excesiva ceniza tibia, cuando tendría que ser fuego vivo; que se difunde para
neutralizar en mis noveles discípulos el veneno de Satanás, que circula por la Tierra; vosotros, por
quienes levanto los velos que ocultan los secretos de mi jornada humana y los misterios del futuro
siglo; vosotros, sed dignos de tal don. Convertíos en espigas lozanas y no en árida paja, lista para el
fuego. Seréis espigas para el trigo eterno. Renaceréis en el Cielo.
¡Oh, la alegría de estar fuera del mundo, la alegría de estar donde está Dios! Cuando exhalé mi
espíritu y pude volver a ver al Padre, experimenté una beatitud como no la había experimentado
nunca por la eternidad. Y aún perdura porque ahora sé qué quiere decir estar separado del Cielo,
estar separado de Dios. Sufrí en Mí todas las experiencias para poder defenderos ante el Altísimo.
Mas en verdad os digo que mi misma bienaventuranza será la vuestra cuando estéis aquí, fuera del
exilio, conmigo, junto al Padre, en la Patria del Amor.
¡Oh, hijos!, estaréis en la Patria del Amor, allí donde no hay más odio ni delitos, donde no hay
más llanto ni terror».
Jesús me dice que escriba también esas palabras sobre la función de ciertas almas en el
mundo. Lo hago aunque, por estar tan débil y atormentada, me da vueltas la cabeza como una
perinola.
«¿Has comprendido ahora el por qué de los conventos de clausura, su razón de ser?
No todos tienen tiempo de rezar, visto que están tan empeñados en la vida activa. Es verdad
que la actividad honesta es ya plegaria y, por eso, los que rezan mientras trabajan están justificados.
Mas son muchas las necesidades del hombre y son muchos los hombres que no rezan en absoluto.
Los que viven en el claustro rezan por todos los que no quieren o no pueden rezar, de modo que
cada día aporte ese número de homenajes que requiere la Divinidad (pensad que en el Cielo no
existen pausas para el Gloria a Dios). Le rezan a Dios para honrarle, le rezan para aplacarle, le rezan
para impetrarle. Son los brazos que están alzados sobre los que combaten, y piden por todos.
Tú, en tu casa, eres la pequeña enclaustrada que reza por todos. Mas tu caridad debe ser vasta
como el mundo. Más aún: debe ser vasta como toda la Creación, debe invadir también el Cielo. O
mejor: debe comenzar por él.
Rezar para elevar alabanzas y ofrecer reparaciones a Dios, que es insultado por tantos seres.
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Rezar por quien no reza.
Rezar por la Iglesia.
Rezar por el Sacerdocio que, si no vuelve a ostentar el esplendor de un mártir como Lorenzo,
os hará cada vez más propensos a la idolatría.
Rezar por la sociedad humana, para que venga a Dios si quiere salvarse.
Rezar por la Patria, para que goce de paz y bien.
Rezar por quien sufre, por quien tiene hambre, por quien no tiene un techo.
Rezar por quien duda y se siente aferrar por la desesperación.
Rezar, rezar, rezar.
Por último, rezar por ti.
No tengáis temor. Si vosotros que rezáis por todos no rezáis por vosotros, rezo Yo por
vosotros al Padre. Quedaos tranquilos.
Las almas que oran en el mundo, las que saben convertir su enfermedad no en un ocio forzado
sino en una actividad santa, son las pequeñas clausuras que Yo desparramo en el mundo como
flores para ayudar a las grandes clausuras y para aplacar al Padre y llevar alivio a la humanidad con
esta suma de incansables plegarias».
Y ahora, Padre, le diré que estoy conmovida por la bondad de Dios, de la cual ha derivado la
suya. Jesús se lo ha inspirado. Yo deseaba tanto entrar en la Orden Tercera de la Dolorosa. Si no
hubiera sido desde niña muy devota de S. Francisco de Asís y no hubiera sufrido muchas
experiencias dolorosas con sacerdotes pertenecientes a los Siervos de María, me habría dirigido a la
Orden de la Dolorosa o a la del Carmen cuando, en 1926, decidí entrar en una Orden Tercera.
Porque quería ser de María aun cuando... era una cabrita, como dice Jesús 3. Como la conocía poco,
la amaba mal, pero instintivamente yo iba hacia Ella. Ahora, desde que la he visto sufrir, la amo
como amo a su Hijo: “con todas mis fuerzas” 4 y, por eso, se había agudizado mi deseo de
pertenecer a la Dolorosa. No lo decía, pero llevaba clavada en la garganta la espina del deseo.

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