domingo, 1 de diciembre de 2019

¿Quién es culpable?


Ante los acontecimientos que se suceden en el mundo clamamos a Dios pidiendo misericordia, perdón. Nos sentimos sobrecogidos por el sufrimiento humano y por la barbarie de otros humanos, nos atemorizan los acontecimientos “naturales” que se suceden cada vez con más frecuencia y con más fuerza destructiva, y nos preguntamos ¿Por qué?
Nuestro Jesús nos habla de esto. Y deseo transmitir en esta página algunas de las palabras que Él le dice a María Valtorta, parece extensa la comunicación, sin embargo vale la pena agotarla para darnos una idea de lo que sucede:
21 de julio de 1943
Dice Jesús:
«Ya te he dicho que cuanto está dicho en los libros antiguos tiene una referencia en el presente. Es como si una serie de espejos repitieran, llevándolo cada vez más adelante, un espectáculo visto con anterioridad.
El mundo se repite a sí mismo en los errores y en los arrepentimientos, pero con esta diferencia: que los errores se han perfeccionado cada vez más con la evolución de la raza hacia la así llamada civilización, mientras que los arrepentimientos se han hecho cada vez más embrionales. ¿Por qué? Porque con el pasar del mundo de la edad joven a edad más plena, han crecido la malicia y la soberbia del mundo.
Ahora estáis en el culmen de la edad del mundo y habéis alcanzado también el culmen de la malicia y de la soberbia.
Pero no penséis que tenéis aún por vivir tanto como cuanto habéis vivido. Estáis en el culmen, y ello debería decir: tenéis otro tanto por vivir. Pero no será. La parábola descendiente del mundo hacia el fin no será larga como la ascendente. Será un precipitar en el fin. Os hacen precipitar precisamente la malicia y la soberbia. Dos lastres que os arrastran al abismo, al tremendo juicio. Soberbia y malicia, además de arrastraros en la vía descendente, os embotan de tal forma el espíritu que os vuelven cada vez más incapaces de parar, con el sincero arrepentimiento, el descenso.
Pero si vosotros habéis procedido así, al contrario en el Bien, Yo, el Eterno, he permanecido firme en mi exacta medida del Bien y del Mal. Desde el día en que se hizo la luz, y con ella tuvo inicio el mundo, está establecido, por la Mente que no se equivoca, lo que es Bien y lo que es Mal. Y la fuerza humana, la pequeña fuerza humana, no puede remover y resquebrajar ese código eterno escrito por el dedo de Dios sobre páginas intocables y que no son de esta tierra.
El único cambio, desde el instante en el que mi Voluntad creó el mundo y al hombre, está en esto: que antes debíais regiros y guiaros por las tablas de la Ley y por la palabra de los Profetas; después me tuvisteis a Mí, Verbo y Redentor, para explicaros la Ley, para daros mi enseñanza, mi Sangre, para traeros con mi venida al Espíritu que no deja sombras, para sosteneros después, por los siglos, con los Sacramentos y los sacramentales.
Pero ¿qué habéis hecho con mi venida? Un nuevo peso de culpas de las cuales deberéis responder.
Miremos juntos las páginas antiguas en las que están las explicaciones del momento actual. Yo te las mostraré mejor:
¿Qué está prometido a quien observa la Ley? Prosperidad, abundancia, paz, potencia, descendencia sana y abundante, triunfo sobre los enemigos, porque el Señor estaría en el filo de las espadas de sus siervos contra los que quisieran levantar la mano sobre los hijos del Altísimo.
¿Cuál es la amenaza para quien la trasgrede? Hambre, carestía, guerras, derrotas, pestilencias, abandono por parte de Dios, opresiones de los enemigos por las cuales los que eran hijos del Altísimo se volverán semejantes a rebaños perseguidos y asustados, destinados a la matanza.
Os lamentáis de la hora que vivís. ¿La creéis injusta? ¿Su rigor os parece demasiado duro? ¡Oh, no! Es justa y menos dura de cuanto merecéis.
Yo os he salvado y vuelto a salvar de mil modos, Yo os he perdonado y vuelto a perdonar de siete mil y siete mil delitos. Yo he venido para daros Vida y Luz. Yo, Luz del mundo, he venido entre vuestras tinieblas para traeros la Palabra y la Luz. No he vuelto a hablar entre los vendavales y el fuego a través de la boca de los Profetas, no, he venido Yo, Yo personalmente. He partido con vosotros mi pan, he dividido con vosotros mi lecho, he sudado con vosotros en la fatiga, me he consumado a Mí mismo en evangelizaros, he muerto por vosotros, he disipado con mi Palabra toda duda sobre la Ley, he disipado con mi Resurrección toda duda sobre mi Naturaleza, os he dejado a Mí mismo para que fuera vuestro Alimento espiritual, capaz de daros la Vida, y vosotros me habéis dado la muerte.
Os he dado la Palabra y el Amor y la Sangre de Dios, y vosotros habéis cerrado vuestros oídos a la Palabra, vuestra alma al Amor, y habéis blasfemado mi Sangre.
Yo he sustituido el antiguo Tabernáculo, donde estaban dos tablas de piedra escritas por el dedo de un Profeta y un poco del maná, con el nuevo Tabernáculo en el cual está el Pan verdadero bajado del Cielo, y mi Corazón donde está escrito el pacto del amor que vosotros, no Yo, violáis.
Ya no podéis decir: "No sabemos cómo es Dios". He tomado Carne para que tuvierais una Carne que amar, no bastándole a vuestra pesantez con amar un espíritu.
¿Y entonces? ¿Qué habéis hecho? ¿Qué habéis hecho cada vez más? Habéis vuelto la espalda a Dios, a su altar, a su Persona. No habéis querido a Dios, el Dios Uno y Trino, el Dios verdadero.
Habéis querido dioses. Y vuestros dioses actuales son más ignominiosos que los dioses antiguos o que los fetiches de los idólatras. Sí, que los fetiches de los idólatras. En esos aún está el respeto por la imagen de Dios, tal como su mentalidad e ignorancia la conciben. Y en verdad, en verdad os digo que serán juzgados con mucha menor severidad los idólatras naturales que vosotros, idólatras de malicia, vendidos a la peor idolatría: la auto idolatría.
Sí, os habéis creado dioses de carne, y carne corrompida, y ante ellos habéis sabido cantar hosanna y doblegar la cabeza y la espalda que no habéis sabido inclinar ante Dios. Habéis despreciado, renegado, burlado, roto mi Ley; pero habéis aceptado y obedecido, como esclavos y como animales domesticados por el domador, la engañosa ley que os han dado los pobres hombres descarriados aún más que vosotros y cuyo destino es tal de hacer temblar de horror todo el cielo.
¡Idólatras, idólatras, paganos, vendidos a la carne, al dinero, al poder, a Satanás que es dueño de estos tres reinos nefastos de la carne, del dinero y del poder!
Pero ¿por qué, por qué pueblo mío has salido del Reino que te había dado, por qué has huido de tu Rey de Perfección y de Amor y has preferido las cadenas y la barbarie del Reino de Satanás y el Príncipe del Mal y de la Muerte? ¿Así recompensas al Altísimo que es tu Padre y Salvador? ¿Y ahora te sorprendes si brota fuego de la tierra y llueve fuego del cielo para incinerar la raza perversa y traidora que ha renegado de Dios y ha acogido a Satanás y a sus ministros?
No, ¡Satanás no tiene necesidad de trabajar, de fatigarse para tragaros! Yo debo fatigarme para tratar de atraeros aún, porque si vosotros habéis renegado de vuestro origen, Yo no, Yo recuerdo que soy vuestro Padre y Salvador. No reniego de mis desgraciados hijos, y todavía intento salvarlos hasta la última hora, en la que seréis congregados para la selección inexorable.
¡Oh María!, ESTE CASTIGO NO ES INMERECIDO. Es justo. Es grave porque vuestras culpas son gravísimas. Pero no está, no está dado por maldad de un Dios que es todo bondad. VUESTRO DIOS SE DARÍA A SÍ MISMO PARA AHORRÁOSLO, SI SUPIERA QUE ESTO OS FAVORECERÍA. PERO DEBE DEJAR QUE VOSOTROS MISMOS OS CASTIGUÉIS POR VUESTRAS LOCURAS, DE VUESTROS COMERCIOS CON LA BESTIA.
Mil y diez mil se perderán en cada rincón de la tierra. Pero, en la agonía que os ahoga, alguno oirá resonar la Voz de Dios y levantará el rostro de las tinieblas hacia la Luz. Ese uno que vuelve justificará el flagelo, porque -sábelo y piensa qué obligación tenéis de custodiarla- EL PRECIO Y EL VALOR DE UN ALMA ES TAL, QUE NO BASTAN LOS TESOROS DE LA TIERRA PARA COMPRARLA. ES NECESARIA LA SANGRE DE UN DIOS. LA MÍA».
«Continuemos con la referencia entre el pasado y el presente, que en el eterno ser de Dios es siempre "presente". Y hoy te haré mirar lo que está más cerca de tu corazón.
Yo no niego el amor de Patria. Yo, el eterno Hijo de Dios, hecho hombre, he tenido una Patria y la he amado con amor perfecto. He amado a mi Patria terrena, hubiera querido saberla digna de la protección de Dios y, sabiéndola en cambio indigna, he llorado sobre ella. Por eso entiendo el dolor de un corazón leal que ve la Patria no sólo en peligro, sino condenada a días de un dolor tal que respecto a él la muerte es un don.
Pero dime, María, ¿vosotros podéis decir que Yo no he amado a esta tierra que es vuestra patria y a la cual envié a mi Pedro para erigiros la Piedra que no se derrumbará con el soplar de los vientos; esta tierra a la que, en un momento de cautela humana, Yo vine para confirmar a Pedro en el martirio, porque esa sangre se necesitaba en Roma para hacer de Roma el centro de la Catolicidad?
¿Podéis decir que Yo no he amado a esta tierra en la que mis confesores cayeron a manojos como espigas de un grano eterno, segadas por un Eterno Segador, para hacer de ello nutrición para vuestro espíritu?
¿Podéis decir que Yo no he amado a esta tierra a la que he traído las reliquias de mi vida y de mi muerte: la casa de Nazaret donde fui concebido en un abrazo de luminoso ardor entre el Divino Espíritu y la Virgen, y la Sábana Santa donde el sudor de mi Muerte ha impreso el signo de mi dolor, sufrido por la humanidad?
¿Podéis decir que Yo no he amado a esta tierra en la que han florecido los más grandes santos, los semejantes a Mí por el don de las heridas, los que no han tenido velos para ver nuestra Esencia, los que ayudados por Mí, han creado obras que repiten a lo largo de los siglos el milagro del pan y del pez multiplicados para las necesidades del hombre?
¿Podéis decir que Yo no he amado a esta tierra a la que he dado tantos genios, tantas victorias, tanta gloria, tanta belleza de cielo, de tierra, de mar, de flores, de montes, de bosques?
¿Podéis decir que Yo no he amado a esta tierra ayudándoos para haceros libres y unidos? En las guerras contra enemigos diez veces mayores que vosotros, en empresas locas, a juicio humano, Yo estaba con mis ángeles entre vuestras tropas. Era Yo, era Yo que iluminaba a los caudillos, que protegía a los secuaces, que evitaba las traiciones, que os daba Victoria y Paz. Era Yo que os daba la alegría de la conquista, cuando ésta no era obra de prepotencia, sino que podía ser obra de civilización, o de redención de vuestras tierras de un dominio extranjero.
¿Podéis decir que Yo no os he concedido la Paz más necesaria: la de mi Iglesia que vuestros padres habían ofendido y que ha perdonado para que Italia fuera realmente una y grande?
¿Y no he venido a daros agua para las mieses sedientas, sol para los campos mojados, salud en las epidemias?
¿Y no os he dado la Voz que habla en mi Nombre, que os habla a vosotros antes que a los demás, porque también en mi Vicario, Pastor universal, está el amor de Patria, y mi Vicario desde hace siglos es italiano? Desde el corazón de Italia se expande la Voz sobre el mundo y vosotros recibís la onda antes, incluso la más leve.
¿Y para qué ha servido todo esto?
Habéis prevaricado. Habéis creído que todo era lícito porque neciamente habéis pensado que teníais a Dios a vuestro servicio. Habéis pensado que mi Justicia avalase vuestras culpas, vuestras prepotencias, vuestra idolatría. Cuanto más bueno y longánimo era Dios, más os aprovechabais de Él. Sistemáticamente habéis rechazado el Bien y abrazado el Mal convirtiéndolo en culto.
¿Entonces? ¿De qué os quejáis?
Pero la "abominación de la desolación" ¿no está acaso prácticamente a las puertas de la sede de Pedro? ¿No manda sus olas fétidas de vicio, concupiscencia, fraude, idolatría del sentido, de las riquezas injustas, del poder ladrón y rapaz, contra los propios escalones de la Cátedra de Pedro? ¿Qué más queréis?
Leed con atención las palabras de Juan y no pidáis saber más.
De Dios nadie se mofa y no se le tienta, ¡oh hijos! Y vosotros le habéis tentado mucho y le tentáis continuamente. En el interior de vuestras almas, de vuestras mentes, de vuestros cuerpos, en el interior de vuestras casas, en el interior de vuestras instituciones. Por todas partes lo tentáis y os burláis de Él.
Mis ángeles se cubren el rostro para no ver vuestro comercio con Satanás y sus precursores. Pero Yo lo veo y digo: ¡Basta!
Si Jerusalén fue castigada por sus delitos ¿no lo será acaso la segunda Jerusalén que después de 20 siglos de cristianismo alza sobre altares engañosos nuevos dioses impuestos por hombres marcados con la señal de la bestia, y cree que engaña a Cristo con un fingido presente a su Cruz y a su Iglesia, seguido tan sólo de refinada hipocresía que esconde, bajo la sonrisa y la reverencia, la espada del sicario?
Sí. Llevad a cabo el último delito. Perseguidme en mis Pontífices y en mis fieles verdaderos, pero hacedlo abiertamente y hacedlo pronto, que también pronto Yo proveeré.
Hablar así es doloroso, y hablar a los que son menos culpables. Pero en los otros no tengo oídos que me oigan. Caen y caerán maldiciéndome. ¡Si al menos, si al menos bajo los azotes del flagelo, en la agonía que oprime corazones y patria, supieran convertirse y pedir piedad!
Pero no lo harán. Y no habrá piedad. La piedad plena que quisiera daros. Son demasiado pocos quienes la merecen, respecto de los infinitos que desmerecen hora tras hora cada vez más. Si los buenos fueran un décimo de los malvados, lo que está anunciado podría tener alguna modificación. En cambio la justicia sigue su curso. Vosotros sois quienes la obligáis a seguirlo.
Pero si no habrá ya piedad colectiva, habrá justicia individual. Quienes se mortifican a sí mismos por amor a la patria y a los hermanos serán juzgados con inmenso amor. Los otros con rigor. En cuanto a los mayores culpables, hubiera sido mejor para ellos no haber nacido. Ni una gota de sangre arrebatada a las venas de los hombres, ni un gemido, ni un luto, ni una desesperación arrebatada a un corazón, ni un alma raptada a Dios, quedará sin peso en su juicio.
Perdonaré a los humildes que pueden desesperarse ante el horror de los acontecimientos. Pero no perdonaré a quienes les han inducido a la desesperación obedeciendo a los deseos de la Bestia».

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