domingo, 1 de diciembre de 2019

Reina del Cielo

María en el plan de Dios.
Antes del principio de todas las cosas que conocemos..., era Dios, Uno y Trino, cuyo misterio no alcanzamos a entender, pero cuya Esencia nos ha sido revelada por San Juan Evangelista: “Dios es Amor.”[1]
No conocemos a Dios cara a cara, pero hemos visto su rostro..., el rostro de Jesús. No hemos oído su voz, pero conocemos su Palabra..., conocemos a Jesús, Nunca hemos caminado junto a Él, pero sus pasos nos siguen a todas partes que vamos..., en los pasos de Jesús. Nunca hemos estado en sus rodillas paternas, sin embargo, nos ha tenido estrechados a Él..., en Jesús Sacramentado. Así podríamos seguir enumerando hasta el infinito todas nuestras obras, y veríamos que siempre, siempre nos ha acompañado..., en Jesús. Pero, ¿quién es Jesús?
En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Todo se hizo por Ella, y sin Ella no se hizo nada de cuanto existe.
En Ella estaba la Vida, y la Vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. [2]
La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba y el mundo fue hecho por Ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron, pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. La cual no nació de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único. Lleno de Gracia y de verdad. [3]
Juan da testimonio de Él y clama: Éste era Aquél del que yo dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. [4]
De su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia, porque la ley fue dada por medio de Moisés. La Gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. [5]
A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado. [6]
¡...Maravillosa realidad! Dios mismo viene al mundo para estar con sus hijos, para instruirlos, para enseñarles el camino del amor, para enternecerse de ellos, para sanarlos en el cuerpo y en el alma, para romper las cadenas de la esclavitud del pecado, para redimirlos y para darles nuevamente la posibilidad de llegar a ser hijos de Dios. Jesús nos viene dado por el Padre, con la participación activa del Espíritu Santo, y todo a través de María.
Ahora bien, caben las siguientes preguntas: ¿Era éste el plan de Dios? ¿En caso de que el hombre no hubiera pecado, qué habría pasado con Jesús? ¿Fue María solamente un instrumento para llevar a cabo la Redención? Y en tal caso, si no hubiera habido pecado, ¿qué habría sido de María? ¿Dónde estaría Ella? ¿Realmente el demonio pudo echar por tierra el plan de Dios? ¿Por qué el hombre, a pesar de todo lo que Dios ha hecho por él sigue siendo el mismo? ¿Por qué Dios tiene tanto interés en el hombre y no lo deja a pesar de todas sus rebeliones? Etc.
Ustedes preguntarán: ¿Qué tiene que ver todo esto con María? Pues bien, si no tenemos claro el panorama de lo que Dios planeó para nosotros y cuáles fueron sus motivaciones, nunca podremos tener claro el papel de María, el papel de Hija del Padre, el papel de Madre del Dios Hombre, el papel de Esposa del Espíritu Santo, el papel de Madre de todos nosotros, el papel de Reina y Soberana de Cielo y tierra.
Dios tiene dos tipos de actos, el primero son las acciones ‘ad intra’, o sea, dentro de su Trinidad Sacrosanta, a saber: La Generación eterna de la Segunda Persona de la Trinidad, y la Procedencia del Espíritu Santo, también eterna. Estas acciones son como el respiro y el latido de Dios. El Padre Genera continuamente al Hijo, y de entre los Dos procede el Espíritu Santo. Relaciones de amor, de íntimo coloquio entre las Divinas Personas, de gozos y felicidad inmensas. El verdadero Amor, cuando es perfecto, comienza en Sí mismo, el modelo es la Trinidad Sacrosanta: El Padre Celestial se amó a Sí mismo, y en su amor Generó a su Hijo cuando se amó a Sí mismo en el Hijo. El Hijo, se amó a Sí mismo en el Padre, y de este amor mutuo procedió el Espíritu Santo. En este amarse a Sí mismo, el Padre Celestial generó un solo amor, una sola potencia y santidad, y así de todo lo demás, vinculó la unión inseparable de las Tres Divinas Personas. Estas relaciones entre Ellos lo vuelven inmensamente feliz, pero como su esencia misma es Amor, y la naturaleza del Amor es darse a Sí mismo para amar y ser amado, podríamos decir que es una “necesidad” de su propia naturaleza el comunicarse, para dar lo que es, y generar seres semejantes a Sí mismo, con los cuales podrá continuar, ahora ad extra de Él, con sus relaciones amorosas. Es por esto por lo que decide actuar fuera de su Trinidad. Cuando Dios (Trino) crea la Creación se ama a Sí mismo, así que se amaron a Sí mismos en el extender el cielo, en el crear el sol, fue el amor de Ellos mismos lo que los impulsó a crear tantas cosas bellas dignas de Ellos e inseparables de Ellos.
Y cuando crearon al hombre, el amor de Ellos mismos se hizo más intenso, y amándose a Ellos mismos en él, su amor reprodujo su Vida y semejanza en el fondo del alma del hombre. No se puede dar sino lo que se tiene, y como el amor de Ellos era perfecto, amándose a Ellos mismos no se podían separar de lo que salía de Ellos. Ahora, su Voluntad, con el querer a la criatura para que viva en Ella para formar su reino, se ama a Sí misma, y amándose a Sí misma quiere dar lo que posee, y sólo está contenta cuando forma la repetición de su Vida, cuando obra en los actos de la criatura, y triunfante y victoriosa, con suma gloria y honor de la Divinidad, la lleva a su seno divino para hacer que Ellos reconozcan su propia Vida en el obrar de quien vive en su Querer. Es propiamente esto lo que significa amarse a Sí misma en lo que quiere hacer y producir: Darse a Sí misma para poder formar otro ser similar a Ella. La Divina Voluntad es la fecundadora y seminadora de la Vida Divina, y donde encuentra almas dispuestas se ama a Sí misma, con su amor las fecunda y siembra en ellas sus actos divinos, los cuales, unidos juntos forman el gran prodigio de la Vida Divina en la criatura.
Así que en esta comunicación ‘ad extra’, esto es, fuera de su Ser, participa su Divinidad y sus perfecciones a las criaturas.
Dios decreta que para poder comunicarse ‘ad extra’ en forma total, sin reservas, y por ello poder amar y ser amado como Él ha establecido, debe ser en Él mismo, por eso decreta la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad (Verbo Eterno), y después, que otros seres fueran creados a imagen y semejanza del Verbo Encarnado, y deberían todos formar la unidad.
Por lo que, la primera obra ‘ad extra’ de Dios es la unión hipostática de la Segunda Persona de la Trinidad con la naturaleza humana. Así que la Encarnación del Verbo fue la primera obra ad extra. El Verbo humanado debía ser la cabeza de todas las criaturas, y éstas, por medio de Él, habrían llegado a su Creador.
Unido a este decreto se encuentra la creación de la Madre del Verbo Encarnado. Así que María fue concebida en la mente de Dios como la primera de todas las criaturas del orden natural, para ser su propia Madre, y como partícipe en forma excelsa de sus dotes y dones, sobre todo, debe ser dotada de la Paternidad Divina, para que en Ella se convierta en Maternidad Divina, con la cual se hace capaz de ser la Madre de Dios. Después de esto, se establece la creación de otras criaturas que formarán la familia del Verbo Humanado y su Madre, y de todas las cosas materiales y los mismos ángeles.
Enorme responsabilidad el tratar de hablar de María, pues necesitamos remontarnos a este momento eterno en la mente de Dios, pero sobre todo, necesitamos interiorizarnos en Dios para conocer de qué está llena María.
Conocer a María. ¿Será posible llegar a conocerla? ¿Qué quiere decir conocer? Veamos:
Conocer, del latín cognoscere: Averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la:
1. Naturaleza
2. Cualidades
3. Relaciones de las cosas.
Así que para hablar de María y llegar a conocerla, debemos conocer su naturaleza, sus cualidades y su relación tanto con la familia humana como con la Divina, o sea con Dios.
Tratemos de profundizar un poco recurriendo a los dogmas de la Iglesia católica acerca de la Virgen María.
Ø María, Madre de Dios: El Concilio de Éfeso, del año 431, siendo Papa San Clementino I (422-432) lo define solemnemente.
Ø La Inmaculada Concepción: El Papa Pío IX, en la Bula Ineffabilis Deus, del 8 de Diciembre de 1854 definió solemnemente este dogma.
Ø La Asunción de María: El Papa Pío XII en la Bula Munificentissimus, del 1° de Noviembre de 1950, proclamó solemnemente el dogma de la Asunción de María al Cielo.
Por lo anterior vemos que sus cualidades, sus dotes, su misma naturaleza no son fáciles de poder conocer, pues son dotes dadas a Ella en exclusiva, por lo tanto no tenemos forma de verlas en otras criaturas, ni estudiarlas con detenimiento; y por si fuera poco, recordemos el anuncio del ángel Gabriel: “Llena de Gracia”, o sea llena de Dios, así que necesitamos entonces conocer primero a Dios, para saber de qué estaba “Llena” la Virgen María.
Recordemos que para llegar a conocer algo, en el sentido estricto de la palabra, tenemos que llegar a poseerlo, pues ¿cómo puedo llegar a conocerlo si no me pertenece? Esto no es en el sentido genérico de poseer y conocer, pues ciertamente puedo conocer sin poseer, pero este conocimiento se quedará en la superficie, pues lo obtengo por medio del estudio de las características externas, conozco los efectos, en menor detalle las causas, pero no me es dado conocer la esencia del ser. Pongamos un ejemplo:
Dos personas se conocen, se tratan, congenian, salen juntos, llegan a vivir juntos, quizá por toda la vida, pero ¿esto es suficiente para conocerse en toda la extensión de la palabra? ¿Podrán saber qué piensan, qué sienten, cómo van a reaccionar ante una determinada situación? La experiencia diaria nos confirma que no es así.
Un médico ha estudiado por años, ha tratado a un gran número de mujeres embarazadas, ha atendido un sinnúmero de partos, pero ¿sabrá describir con exactitud los cambios del organismo materno? ¿Los asombrosos cambios y transformaciones que impulsan a aquél nuevo ser para crecer hasta llegar a ser un individuo completo? ¿Conocerá los pensamientos de éste nuevo ser, o sabrá si es que no piensa? ¿Sabrá decir algo acerca de las relaciones íntimas entre una mujer embarazada y el hijo que lleva en su seno? ¿Sabrá decir acaso qué se siente estar embarazada? ¿Sabrá valorar realmente el dolor de la mujer a la hora de dar a luz a su hijo? La respuesta es obvia.. ¡No!
En la Iglesia Católica, uno de los hombres que más ha llegado a conocer a Dios por medio de la inteligencia ha sido sin duda Santo Tomás de Aquino, el cual compuso, por medio de su brillantísima inteligencia la Suma Teológica, que aún en la actualidad es el fundamento principal de la Iglesia. ¿Pero habrá por esto conocido a Dios? Veamos:
El 6 de diciembre de 1273, fiesta de San Nicolás, tiene un éxtasis, y desde ahí hasta el 6 de enero de 1274 Santo Tomás se niega a seguir escribiendo la suma y a decir lo qué lo había llevado a tomar esta decisión. Por fin, fray Reginaldo, su compañero, conjurándolo en nombre de Dios le pregunta el por qué de su actitud, y él le contesta que después de lo que Dios le reveló el día de San Nicolás, todo lo que ha escrito le parece paja, y muere pocos días después (60), el 7 de marzo de 1274, sin volver a escribir más.
¿Qué pasó? Simplemente podríamos conjeturar que todo el razonamiento de su inteligencia lo llevó a un conocimiento de Dios, pero desde el punto de vista humano, no divino, no conoció a Dios en su interior divino, por eso en el momento en que Dios se revela, todo lo escrito le parece “paja.”
Para aclarar un poco más esto, podríamos decir en relación al ejemplo del médico, que el único que podría describir y conocer perfectamente el embarazo, sería un médico femenino y que hubiera pasado por la maternidad, aunque quedaría el aspecto relacionado al hijo que se forma en su seno, pues él es ajeno a ella, y por eso este punto quedaría sin conocerse.
El conocimiento es un bien, el cual nos dará “los bienes que posee el objeto de ese conocimiento.”
Jesús le dice a Luisa que para que un bien sea verdadero bien, se debe poseer por fuera y por dentro, si no es así, no se puede llamar verdadero bien.
Así las cosas, tenemos que admitir que para conocer se requiere poseer, y en la medida que poseemos, conocemos; y por cuanto falta por poseer, tanto falta por conocer.
Entonces, para llegar a conocer a María debemos poseerla, para de esta manera descubrir qué la animaba, qué dones poseía. Pero como se dijo anteriormente, estos dones son participación de Dios, entonces resulta que primero deberíamos poseer a Dios para luego conocer quién es la Virgen Santísima.
El libro “La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad” es un libro de meditaciones acerca de la vida de la Virgen, donde Ella nos narra la historia de su vida y nos cuenta cómo fue enriquecida por Dios y cómo actuó en el transcurso de sus años teniendo en posesión estos dones divinos. Lo más excelso, es que no sólo nos lo quiere decir, sino que nos quiere hacer poseedores de todo lo que Ella misma posee, y de esta manera, llegar a conocerla por verdadera posesión, pues Ella me quiere dar todo aquello que Dios le dio a Ella, y se lo dio no para Ella sola, sino para que nos lo participara y así, todos, poder llegar a conocerlo a Él, y llegar a ser uno en todos.[7]
Salvador Thomassiny
[1] I Jn 4 8 ss

[2] Jn 1 1-5

[3] Jn 1 9-14

[4] Jn 1 30

[5] Jn 1 17

[6] Jn 1 18

[7] Jn 17 20 ss

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